de Foligno | Libro de la experiencia | E-Book | www.sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 80, 184 Seiten

Reihe: El Árbol del Paraíso

de Foligno Libro de la experiencia


1. Auflage 2014
ISBN: 978-84-16120-19-2
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, Band 80, 184 Seiten

Reihe: El Árbol del Paraíso

ISBN: 978-84-16120-19-2
Verlag: Siruela
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El Memoriale o Libro de la experiencia de Ángela de Foligno (ca. 1242-1308) constituye una de las obras más importantes de la mística europea medieval, además de que nos permite conocer, casi por primera vez en la historia, el mundo interior femenino. A pesar de no haber sido escrito por esta mujer analfabeta, una terciaria franciscana de la Umbría, sino dictado a su guía espiritual, resuena su voz potente para expresar una experiencia inefable, una peregrinación que se inicia con su desnudamiento ante la cruz, según el ideal de pobreza de las nuevas corrientes espirituales, para concluir en el punto sublime de conciliación de los contrarios.Precursora de los grandes maestros de la mística renana como el Maestro Eckhart, su relato cautivó, entre otros muchos, a Georges Bataille que la bautizó como «Dama de la Noche».

Ángela de Foligno (ca. 1242-1308) fue más conocida en su tiempo y en su tierra, la Umbría de finales del siglo XIII, como Lella, terciaria franciscana. Su vida refleja la de tantos hombres y mujeres de su tiempo que buscaban a Dios en los márgenes de la praxis religiosa oficial. Como ella misma narra, el punto de inflexión de su vida fue una peregrinación a Asís en la que tomó contacto directo con la divinidad, que nunca la abandonó desde entonces. El Memoriale compone quizá su única obra y toma forma de autobiografía narrada.
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Introducción

1. Qué es el Libro de la experiencia

… comencé a escribir a la ligera y de manera negligente, casi como unos apuntes que me ayudaran después a recordar [quasi pro quodam mihi memoriali ], en una hoja pequeñita, ya que pensaba escribir poco. Sin embargo poco tiempo después de que empezáramos con el dictado le fue revelado a la fiel de Cristo que yo tenía que escribir lo que me decía no en una hoja pequeñita, sino en un gran cuaderno.

El autor de estas líneas es el hermano A.1, transcriptor y traductor de las vivencias de una mujer que nosotros nos hemos acostumbrado a nombrar Ángela de Foligno, pero que en su tierra y en su tiempo, el valle de Espoleto en la Umbría de la segunda mitad del siglo XIII, era más conocida como Lella, abreviatura de Angelella, Angelita2. El pasaje explica cómo una serie de notas tomadas a vuela pluma se convierten en la delicada transcripción de un dictado que, día tras día, terminaría conformando el libro que tenemos entre las manos. La función de esta escritura, en principio entendida como mero aide-mémoire, da a esta obra su título tradicional de Memoriale y la enclava en la necesidad del recuerdo: el recuerdo de la voz de Ángela, que relata en su umbro materno al hermano A., su confesor y pariente, la experiencia de la divinidad que la invade3.

La tremenda difusión de este libro a través del tiempo alcanza a las vanguardias del siglo xx y constituye la pieza central de la producción vinculada a Ángela, a la que se suele añadir las Instructiones, una recolección de escritos sapienciales de atribución dudosa4. Nosotros aquí, bajo la rúbrica de El libro de la experiencia, hemos optado por traducir tan solo el texto del Memoriale tomando su título de una tradición plenamente medieval reactivada por Giovanni Pozzi: esta potencia el sentido de las palabras que abren el prólogo –«Vere fidelium experientia probat, perspicit et contrectat…»5–, proponiendo que el núcleo del libro es la «historia interior» de Ángela entendida como experiencia narrativizada. En efecto, tal y como relata nuestro texto, ella vivió a la divinidad literalmente y pudo probarla, verla y tocarla en las formas del cuerpo de Cristo6. La aparición de este tercer actor –la divinidad encarnada, posiblemente erótica– cierra el reparto de la obra: Dios se comunica con Ángela, ella dicta al hermano A. y este escribe su memoria.

Y es que las palabras de Ángela componen uno de los relatos más complejos y completos de una experiencia mística que nos ha dado la literatura medieval. Fijémonos en que el Libro se plantea como una suerte de autobiografía dictada7 en la que la más absoluta cotidianeidad –Ángela lavando lechugas en su casa, Ángela cuidando a leprosos en un hospital, Ángela con su compañera en el camino– convive con la narración de una verdadera historia de sutiles transformaciones psicológicas expresadas mediante un amplio vocabulario cognitivo: entendere, considerare o contemplare son los verbos que estructuran la trama de nuestra obra y que nos dan la posibilidad de sondear una mente de acuerdo con los parámetros del siglo XIII. Así, el escrito del hermano A. puede ser visto como una de las primeras codificaciones europeas de una voz femenina que se interpreta y se narrativiza a sí misma, que habla de las mutaciones –el término es propio de la obra– que le ocurren por dentro.

En todo caso, para comprender correctamente cómo se articulan los papeles y las voces del trío Dios-Ángela-hermano A., debemos remitirnos a las escenas del Libro en las que se introduce la génesis de este texto y su proceso de creación, fijando así un marco interpretativo que nos permita plantear ciertas cuestiones de importancia. Al principio debemos imaginar una escena nuclear: Ángela y el monje están sentados en un banco de la iglesia de Foligno. Ella es familiar suya: sus hijos, su marido y su madre han muerto y ella ha decidido hacerse terciaria, esto es, hermana laica de la Orden de San Francisco. Para abrazar la pobreza absoluta predicada por el loco de Asís se ha deshecho de casi la totalidad de sus propiedades, quedándose solamente con una casa en la que reside junto a una compañera dedicada a la vida de penitencia, a vivir la pobreza voluntaria, a buscar a Dios.

Antes de comenzar con estas conversaciones en la iglesia había peregrinado a Asís y fue poco después de llegar a la basílica de San Francisco cuando desagradablemente retomó el contacto con el hermano A., entonces monje de aquel convento: este la vio tirada a la entrada del templo ante una vidriera en la que se representaba a Jesús abrazando a Francisco, gritando desgarradamente: «Amor no conocido, y por qué y por qué y por qué»8. El hermano A. confiesa que no podía creer lo que veía, que primero se avergonzó y después se llenó de ira, que mandó llamar a los compañeros de peregrinación de Ángela y que les prohibió que volvieran a acompañar a quien así se estaba comportando en un lugar sagrado. Pasados los días, sin embargo, decide encaminarse a Foligno –algo le habría pasado a Ángela para hacer aquello–, la encuentra y empieza a interrogarla. Lo que ella le revela es tan excesivo que decide comenzar a escribirlo en latín, para no olvidar: Ángela le dice que durante su peregrinación a Asís entró en comunicación directa con Dios, que este le había hablado y que le había abandonado al entrar por segunda vez en la basílica. Y que por eso había gritado.

Esta imagen de Ángela susurrando durante días al fraile es central en la construcción de nuestro imaginario alrededor del Libro pues, como decimos, que la voz de una mujer constituya su médula es básico: hace ya unos años Jaques Dalarun amasó cierta fama al poner en duda la existencia histórica de Ángela, afirmando que todo podía deberse a una construcción literaria, ya que no existía un solo documento que probase que en el Foligno bajomedieval viviera una viuda en olor de santidad que fuese considerada por sus contemporáneos como maestra de teólogos9. Actualmente, gracias a los estudiosos que llevan generaciones agotando los archivos locales en busca de documentos que enlacen a la Ángela de nuestro texto con la existencia real –entendiendo por esto histórica–, los resultados existen10. En todo caso, a la discutible escasez de documentos que sigue alimentando a los escépticos debemos sumarle, por supuesto, la ambigüedad interpretativa que implica la mayoría de textos medievales, en los que la diferenciación de los planos simbólico e histórico queda desdibujada11.

En nuestro texto el primero de estos elementos es, sin duda, el propio nombre de la protagonista, que casi con seguridad no obedece tanto a un primer bautizo católico como a uno posterior franciscano. En la imagen del mundo medieval el ángel alude a los seres que en la jerarquía de la creación se encuentran más cercanos a Dios: es el ser al que se le permite contemplarlo, laudarlo y entenderlo durante toda la eternidad12. En este sentido, Ángela hace referencia a la mujer seráfica, al humano que es traspasado por el entedimiento-amor divino y que puede comunicarlo a los demás fieles. De ahí proviene su magisterio, que vemos realizarse en ciertos momentos del Libro cuando, por ejemplo, el hermano A. acude a ella para que resuelva delicadas cuestiones de teología tradicionalmente reservadas a los clérigos13. Por otro lado, a diferencia de los ángeles, la folignate posee un cuerpo: sus visiones, sus revelaciones y sus alocuciones revisten un carácter somático y, como veremos más adelante, la vía de perfeccionamiento espiritual que compone su libro culmina en una cierta indiferenciación entre ella y la divinidad. El concepto que subyace tras esta transformación suprema que iguala su voluntad con la de Dios es el de theosis o divinización: delicada doctrina proveniente de las teologías orientales que en ocasiones similares acabó en acusación y condena por herejía14. En todo caso, como mujer-ángel, Ángela se considera no solo esposa de Cristo, sino mujer-Cristo, en el sentido de que la divinidad que habita su alma se ha adueñado de su voluntad entera.

Este es solo un ejemplo de un aspecto interpretativo que siempre debemos tener en cuenta al leer nuestro relato, que está construido –por Ángela, por el hermano A.– para ser recibido por personas que puedan comprenderlo a varios niveles. Los momentos clave son múltiples y los comentaremos en las notas, pero por ahora a modo de ejemplo interroguémonos sobre lo siguiente: cuando Ángela habla del consuelo que sintió ante la muerte de su familia, ¿hasta qué punto no está traduciendo a términos vitales las palabras evangélicas de Mateo 10, 37-39, donde se entiende la renuncia a la familia de sangre como la adopción de la nueva comunidad de Jesús? O también, por ejemplo, cuando se desviste en la iglesia y camina desnuda hacia la cruz en la que pende el Cristo crucificado: ¿hasta qué punto quiere dar cuenta de un hecho histórico frente a una representación del adagio franciscano «nudus nudum Christum in cruce sequi», expresando así el...



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