E-Book, Spanisch, Band 540, 304 Seiten
Reihe: Nuevos Tiempos
Dexter El mundo silencioso de Nicholas Quinn
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-10183-65-0
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Serie del inspector Morse 3
E-Book, Spanisch, Band 540, 304 Seiten
Reihe: Nuevos Tiempos
ISBN: 978-84-10183-65-0
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Colin Dexter (Stamford, 1930?-?Oxford, 2017) ganador en dos ocasiones del prestigioso premio Gold Dagger de la Crime Writers Association, escribió numerosas novelas y relatos protagonizados por Endeavour Morse, inspector de la policía de Oxford. Desde su estreno en 2012, la serie basada en el personaje ha ido convirtiéndose, temporada tras temporada, en uno de los grandes éxitos recientes de crítica y público de la televisión británica.
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Prólogo
—¿Bien? ¿Qué opina?
El decano del Sindicato de Exámenes Internacionales dirigía su pregunta directamente a Cedric Voss, presidente del Comité de Historia.
—No, no, decano. Creo que el secretario debería tener la primera palabra. Después de todo es el personal fijo quien tendrá que lidiar con la persona que escojamos.
En una compañía algo menos distinguida, Voss habría añadido que le importaba un pepino quién obtenía el trabajo. No obstante, dadas las circunstancias, volvió a adoptar una característica y solemne postura en su cómoda silla de cuero azul y pidió que todos levantaran la mano. La reunión ya había durado casi tres horas.
El decano se volvió hacia la persona sentada justo a su izquierda, un hombre menudo y de aspecto resuelto en la mitad o al final de la cincuentena, que parpadeó con expresión juvenil tras los cristales de sus gafas sin montura.
—Bueno, doctor Bartlett, escuchemos lo que tiene que decir.
Bartlett, secretario permanente del Sindicato de Exámenes Internacionales, miró con expresión afable a las personas a su alrededor en la amplia mesa antes de revisar con rapidez sus pulcras notas. Estaba acostumbrado a esta clase de cosas.
—Soy de la opinión, decano, de que, en términos generales —el decano y varios de los miembros principales del sindicato dieron un visible respingo—, todos estaremos de acuerdo en que la lista de seleccionados ha sido muy buena. Todos los aspirantes parecían más que competentes y la mayoría de ellos lo bastante experimentados para desempeñar las responsabilidades del puesto. No obstante… —añadió, mirando de nuevo sus notas—. En fin, si les soy sincero, yo no escogería a ninguna de las dos mujeres. La de Cambridge era un tanto, eh, digamos que un poco estridente. —Sonrió con expresión expectante a los miembros del comité de selección y varias cabezas asintieron vigorosamente—. A la otra le faltaba experiencia y, eh, lo cierto es que algunas de sus respuestas no me resultaron convincentes. —De nuevo no se percibieron signos visibles de disensión en la silenciosa mesa y Bartlett masajeó su amplia barriga con apacible satisfacción—. Por tanto, vayamos directamente a los tres varones. ¿Duckham? Algo tibio, a mi parecer. Un hombre agradable, sin duda, pero me dio la sensación de que quizá su perfil fuera más indicado para nuestro Departamento de Humanidades. Es el tercero de mi lista. Luego está Quinn. Me gustó: un tipo honesto e inteligente, de opiniones firmes e ideas claras. Quizá carece de la experiencia ideal para el puesto y además… Bueno, honestamente… Creo que su, eh, creo que su, mmm, discapacidad quizá sería un lastre demasiado grande aquí. Ya saben a qué me refiero: llamadas telefónicas, reuniones, esa clase de cosas. Es una pena, pero las cosas son así. En cualquier caso, sería el segundo. Eso nos deja a Fielding y sin duda es el hombre al que escogería. Un excelente profesor, alumnos con estupendos resultados, la edad idónea; modesto, agradable y matrícula de honor en Historia en la Escuela Balliol. Sus referencias son magníficas. Sinceramente, dudo que pudiéramos haber encontrado un aspirante mejor y es mi primera opción, decano, sin la menor duda.
El decano cerró su carpeta de nombramientos con actitud ceremoniosa y asintió ligeramente sin pasar por alto que varias cabezas a su alrededor hacían lo mismo. Además del decano, todos los síndicos estaban presentes. Doce hombres y mujeres, todos ellos miembros prominentes de sus respectivas escuelas en la Universidad de Oxford, que eran convocados dos veces por trimestre al edificio del sindicato con el propósito de formular y aplicar el reglamento oficial de evaluación. Ninguno de ellos formaba parte de la plantilla permanente del sindicato y ninguno ganaba un solo penique (dietas aparte) por asistir a estas reuniones. No obstante, la mayoría participaban de manera activa en los diversos comités, tomaban parte feliz e interesadamente en los lucrativos exámenes públicos y, durante los meses de junio y julio, después de que sus alumnos se hubieran marchado a disfrutar de unas largas vacaciones, actuaban como examinadores y moderadores en los exámenes de los niveles básico y avanzado del Certificado General de Educación. De los miembros permanentes del sindicato, solo Bartlett era automáticamente invitado a participar en las reuniones de este órgano de gobierno (aunque ni siquiera él tenía derecho a voto), y con Bartlett eran trece en la sala. Trece… No obstante, el decano no era un hombre supersticioso y observó a los demás miembros del comité a su alrededor con cierto cariño, se podría decir. Colegas experimentados y dignos de confianza, casi todos; aunque a un par de los catedráticos más jóvenes aún no había llegado a conocerlos bien: llevaban el pelo demasiado largo y uno de ellos lucía una poblada barba. Quinn también tenía barba, ¡por favor! El proceso de selección no podía alargarse mucho más y con un poco de suerte él podría estar de regreso en la Escuela Lonsdale antes de las seis. Esa noche había un evento especial y, en fin, ¡había que liquidar el asunto lo antes posible!
—Bien, si no me equivoco al asumir que el comité está de acuerdo en seleccionar a Fielding solo queda por determinar la cuestión de su salario inicial. Veamos, tiene treinta y cuatro años. Creo que el sueldo base del nivel B docente sería…
—¿Podría hacer un comentario antes de que continúe, decano?
Era uno de los catedráticos jóvenes. Uno de los de pelo largo. El de la barba. Un químico de la Christ Church.
—Sí, por supuesto, señor Roope. No pretendía dar la impresión de que…
—Si me lo permite, creo que asume usted que todos estamos de acuerdo con el punto de vista del secretario. Y por supuesto es posible que todos los demás lo estén. Pero yo no, y creo que el verdadero propósito de esta reunión…
—Claro, claro, señor Roope. Como decía, no pretendía dar la impresión de que, ya sabe… Desde luego no era esa mi intención. Solo tuve la impresión de que todo el mundo estaba de acuerdo. Pero estamos en sus manos. Si lo cree necesario…
—Gracias, decano. Lo cierto es que mi opinión es muy clara y no puedo estar de acuerdo con el orden de méritos expuesto por el secretario. Si he de ser franco, creo que Fielding es mucho más sumiso, demasiado blando a mi modo de ver. Extremadamente blando, de hecho.
Un suave murmullo de regocijo recorrió la mesa y la ligera tensión, perceptible tan solo un minuto antes, se relajó visiblemente. Mientras Roope continuaba algunos de sus colegas de más edad le escucharon con algo más de interés y atención.
—Estoy de acuerdo con el secretario en lo demás, aunque no puedo decir que comparta completamente sus razones.
—Quiere decir que pondría a Quinn en primer lugar, ¿es eso?
—En efecto, eso haría. Tiene las cosas claras en lo referente a los exámenes y tiene una buena cabeza. Pero hay algo más importante, creo que es un hombre íntegro y en estos tiempos…
—¿No opina lo mismo de Fielding?
—No.
El decano ignoró el audible murmullo del secretario («¡Qué disparate!») y agradeció a Roope su aportación. Miró con desgana a los miembros del comité, invitándolos a hacer algún comentario, pero nadie pareció querer añadir nada.
—Si alguien más desea…
—Creo que es bastante injusto que cualquiera de nosotros se atreva a hacer juicios de carácter de naturaleza cósmica teniendo como única base una breve entrevista, decano. —Era el presidente del Comité de Lengua y Literatura—. Sin duda estamos aquí para hacer una valoración, de eso no hay duda. Pero yo estoy de acuerdo con el secretario. Mi orden de méritos es el mismo que el suyo, exactamente.
Roope se apoyó en el respaldo de la silla y contempló el techo blanco, con un lapicero amarillo balanceándose con suavidad entre sus dientes.
—¿Alguien más?
El vicedecano se movió incómodo en su silla, profundamente aburrido y ansioso por marcharse. Sus notas consistían en una maraña extraordinariamente intrincada de espirales y volutas, y mientras hacía su primera y última contribución a las deliberaciones del día remató sus garabatos con un amplio y florido arabesco.
—Los dos son buenos, eso es obvio. Y la verdad es que no me parece demasiado importante a cuál de los dos escojamos. Si el secretario quiere a Fielding, yo opto por Fielding. Quizá podamos hacer una pequeña votación, ¿no cree, decano?
—Eh, bien, bien, como quieran.
Algunos miembros del comité murmuraron su aprobación y con voz vagamente desconsolada el decano se dirigió a las dos facciones.
—Está bien. A mano alzada, entonces. Todos los que estén a favor de Fielding, por favor.
Siete u ocho manos se habían levantado cuando Roope volvió a hablar de repente y fueron bajando poco a poco.
—Solo una cosa antes de votar, decano. Me gustaría preguntarle algo al secretario. Estoy seguro de que podrá responderme.
El secretario miró a Roope con evidente disgusto a través de los cristales de sus gafas y varios miembros del comité apenas trataron de ocultar su impaciencia y su irritación. ¿Por qué motivo habían incorporado a Roope? Sin duda era un químico brillante y sus dos años en la Compañía Petrolera Angloárabe habían parecido un factor definitivo teniendo en cuenta los compromisos del sindicato. Pero era demasiado joven, demasiado arrogante; demasiado ruidoso y estridente, como una vulgar lancha motora abriéndose paso en la plácida regata del sindicato. Tampoco...