Dexter | Último autobús a Woodstock | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 512, 304 Seiten

Reihe: Nuevos Tiempos

Dexter Último autobús a Woodstock

Serie del inspector Morse 1
1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-19553-53-9
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Serie del inspector Morse 1

E-Book, Spanisch, Band 512, 304 Seiten

Reihe: Nuevos Tiempos

ISBN: 978-84-19553-53-9
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



La primera de las míticas novelas protagonizadas por el Inspector Morse, en cuyos personajes se basa la serie Endeavour. «Lo importante es contemplar a estos personajes de carne y hueso, creíbles, nunca pueriles ni demenciados, deambulando por las calles de Oxford, investigando, dialogando con estudiantes y dons y con otros, y asistir a sus comedidas penas. Jamás son histriónicos ni incurren en estupideces (así es muy fácil que 'ocurran' desgracias), uno está a gusto en su compañía. Quizá su falta de pretensiones, su honradez y su sobriedad los condenan hoy al ostracismo en nuestro país deslumbrado por la pedantería y los ademanes de genialidad».   JAVIER MARÍAS El cuerpo sin vida de Sylvia Kaye aparece a las puertas de un pub de Woodstock, un pequeño y pacífico pueblo británico. El inspector Morse de la policía de Oxford -exalumno de la prestigiosa universidad local, apasionado de la música de Wagner, los crucigramas y las pintas de cerveza- está seguro de saber quién es la muchacha con la que Sylvia fue vista en una parada de autobús aquella fatídica noche y que parece tener la clave para resolver el asesinato. Pero el irreprimible sarcasmo y el exceso de confianza de Morse en sus dotes deductivas chocan de inmediato con la frialdad de la joven, dejando claro que descubrir la dolorosa verdad y actuar en consecuencia requerirá hasta el último átomo de la disciplina profesional del inspector... Oxford como telón de fondo, unas historias sin fisuras y un elaborado desarrollo de los personajes son las tres inconfundibles señas de identidad que han convertido a Colin Dexter en uno de los exponentes contemporáneos más importantes del género, un verdadero maestro de la ficción policial clásica. «Endeavour Morse es el detective más quisquilloso, engreído y genuinamente brillante desde Hercule Poirot».The New York Times Book Review Proyecto financiado por la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura, Ministerio de Cultura y Deporte. Proyecto financiado por la Unión Europea-Next Generation EU

Colin Dexter (Stamford, 1930?-?Oxford, 2017) ganador en dos ocasiones del prestigioso premio Gold Dagger de la Crime Writers Association, escribió numerosas novelas y relatos protagonizados por Endeavour Morse, inspector de la policía de Oxford. Desde su estreno en 2012, la serie basada en el personaje ha ido convirtiéndose, temporada tras temporada, en uno de los grandes éxitos recientes de crítica y público de la televisión británica.
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2


Miércoles, 29 de septiembre


El gerente del Black Prince, el señor Stephen Westbrook, llamó a la policía inmediatamente después del hallazgo del cadáver y su llamada fue atendida con encomiable prontitud. El sargento Lewis, de la policía del Valle del Támesis, le dio instrucciones claras y concisas. Un coche policial llegaría al Black Prince en diez minutos. Westbrook debía asegurarse de que nadie abandonara las instalaciones ni accediera al patio. Si alguien insistía en marcharse debía anotar el nombre completo y la dirección de dicha persona. Si alguien preguntaba qué estaba sucediendo debía responder la verdad.

El bullicio y la alegría de la noche se desinflaron como un globo viejo y las voces fueron remitiendo mientras el rumor sobre lo sucedido se difundía por el local: había habido un asesinato. Nadie parecía ansioso por marcharse. Dos o tres preguntaron si podían llamar por teléfono. Todos estaban sobrios de repente, incluido el joven de cara pálida que se encontraba de pie en el despacho del gerente y cuyo whisky prácticamente intacto seguía sobre la barra del bar.

Con la llegada del sargento Lewis y dos agentes uniformados se formó un pequeño grupo de curiosos en la acera de enfrente. Nadie pasó por alto que aparcaban el coche patrulla justo delante del acceso al patio impidiendo la salida. Cinco minutos después apareció un segundo coche policial y todas las miradas se volvieron hacia el hombre delgado y de pelo oscuro que descendió del vehículo. El recién llegado conversó brevemente con el agente que hacía guardia fuera, asintió con la cabeza varias veces y entró en el Black Prince.

Apenas conocía al sargento Lewis, pero pronto quedó gratamente impresionado por su juiciosa competencia. Los dos hombres conferenciaron en tono enérgico y enseguida se pusieron de acuerdo sobre el procedimiento preliminar. Con la ayuda del segundo agente, Lewis debía elaborar una lista con los nombres de todos los presentes, sus direcciones y las matrículas de sus vehículos, y tomarles declaración brevemente para saber dónde habían estado antes de llegar al Black Prince y a dónde irían después. Había más de cincuenta personas para interrogar y Morse se dio cuenta de que la tarea les llevaría un buen rato.

—¿Quiere que llame a alguien más, sargento?

—Creo que entre los dos nos arreglaremos, señor.

—Bien. Pues comencemos.

Morse salió al patio por una puerta lateral para reconocer el terreno. Contó trece coches apretujados en aquel espacio cerrado, aunque pudo pasar por alto un par más, pues los que estaban más lejos no eran más que moles oscuras recortadas contra el alto muro negro, y se preguntó cómo se las arreglarían los ebrios propietarios para sacar intactos sus vehículos por el estrecho pasadizo de salida. Alumbró metódicamente a su alrededor con una linterna mientras recorría el patio caminando despacio. El conductor del último coche aparcado en la sección izquierda había retrocedido con notable habilidad dejando un margen de más o menos un metro por el lado del copiloto y, tendido a la larga en este espacio, yacía el cuerpo de una mujer joven. Estaba tumbada sobre el costado derecho, con la cabeza casi apoyada contra la esquina que formaban los muros y su largo pelo rubio cruelmente manchado de sangre. Resultaba evidente al instante que había sido asesinada de un violento golpe en la parte posterior del cráneo, y tras el cuerpo había una pesada palanca plana para neumáticos, de unos cuatro centímetros de ancho y cuarenta y cinco de largo, de esas con los extremos ondulados tan comunes en los tiempos anteriores a la llegada de los talleres de reparación instantánea de neumáticos. Morse permaneció inmóvil unos minutos, observando desde arriba la desagradable estampa a sus pies. La muchacha asesinada llevaba muy poca ropa. Zapatos de cuña muy altos, una corta minifalda azul oscura y una blusa blanca. Nada más. Morse encendió la linterna e iluminó la zona superior del cuerpo. La parte izquierda de la blusa estaba desgarrada. Los dos botones superiores se veían desabrochados y el tercero había sido arrancado, dejando los pechos casi completamente al descubierto. Morse alumbró el entorno con la linterna y enseguida encontró el botón que faltaba, un pequeño disco blanco de madreperla que refulgió bajo el haz de luz desde el suelo adoquinado. ¡Cómo aborrecía los asesinatos sexuales! Dio un grito al agente que hacía guardia en la entrada del patio.

—¿Sí, señor?

—Necesitamos varias lámparas de arco voltaico.

—Supongo que vendrían bien, señor.

—Consígalas.

—¿Yo, señor?

—¡Sí, usted!

—¿Dónde las voy a…?

—Y yo qué demonios sé —bramó Morse.

A las doce menos cuarto Lewis había concluido su tarea e informó a Morse, que estaba sentado en el despacho del gerente hojeando el Times y bebiendo lo que tenía todo el aspecto de ser un whisky.

—Ah, Lewis —dijo, acercándole el periódico—. Eche un vistazo a la 14 vertical. Muy apropiado, ¿no le parece?

Lewis miró donde señalaba. «Pilastra. Mecenas. Prenda femenina (6)». Vio lo que Morse había escrito en el diagrama: SOSTÉN. ¿Qué se suponía que debía decir? Nunca había trabajado antes con Morse.

—Es una buena pista, ¿no le parece?

A Lewis, que alguna vez había terminado el crucigrama del Daily Mirror, no se le ocurrió nada que decir y se sintió bastante desconcertado.

—Me temo que no se me dan muy bien los crucigramas, señor.

—Vamos, sargento. ¿No estudió usted Historia del Arte?

—Sí, señor, pero…

—¿Cree que le estoy haciendo perder el tiempo, Lewis?

Lewis no tenía un pelo de tonto, y además era un hombre honesto e íntegro.

—Sí, señor.

Una comprensiva sonrisa apareció en el rostro de Morse. Pensó que los dos se iban a llevar bien.

—Lewis, quiero que trabaje conmigo en este caso.

El sargento miró directamente los duros ojos grises de Morse, y se oyó a sí mismo decir que estaría encantado.

—Esto hay que celebrarlo —dijo Morse—. ¡Patrón!

Westbrook había estado rondando fuera del despacho y entró rápidamente.

—Un whisky doble —dijo Morse, empujando el vaso.

—¿Quiere tomar algo, señor?

El gerente miró a Lewis con aire dubitativo.

—El sargento Lewis está de servicio, señor Westbrook.

Cuando el gerente volvió, Morse le pidió que reuniera a todo el mundo, incluidos sus empleados, en la sala más grande que estuviera disponible, y mientras bebía su whisky en absoluto silencio siguió hojeando el resto del periódico.

—¿Lee usted el Times, Lewis?

—No, señor. Normalmente el Mirror —reconoció con aire algo compungido.

—También yo lo leo a veces —dijo Morse.

A las doce y cuarto Morse entró en el restaurante donde ya estaba reunido todo el mundo. Gaye lo miró a los ojos un instante y tuvo una intensa sensación al verle, no tanto de que la estuviera desnudando mentalmente, como la mayoría de los hombres que conocía, sino como si ya lo hubiera hecho. Le escuchó con interés mientras hablaba.

El inspector dio las gracias a todos por su paciencia y su colaboración. Se estaba haciendo muy tarde y no tenía intención de seguir reteniéndolos más tiempo. Ya sabrían por qué estaba allí la policía. Había tenido lugar un asesinato en el patio: una joven de pelo rubio. Les agradecía que todos los coches que estaban aparcados fuera en esos momentos permanecieran allí hasta la mañana siguiente. Era consciente de que para algunos de los presentes sería complicado volver a casa, pero ya habían solicitado el servicio de varios taxis. Si alguna persona tenía información de interés para la investigación, aunque pareciera poco relevante, debía dirigirse a él o al sargento Lewis. Los demás se podían marchar.

A Gaye le pareció una actuación poco inspiradora. ¿Estar en la escena de un crimen no debería ser un poco más emocionante que eso? Ella enseguida volvería a casa, donde su madre y su hijo estarían profundamente dormidos. Y aunque no lo estuvieran tampoco podría contarles gran cosa, ¿no? La policía ya llevaba allí más de una hora y media. Aquello no era exactamente lo que una esperaba después de haber leído a Holmes o a Poirot, que sin duda a esas alturas ya habrían interrogado a los principales sospechosos y habrían llevado a cabo algunas sorprendentes deducciones a partir de los detalles más triviales.

Los murmullos que siguieron a la breve intervención de Morse fueron disminuyendo mientras los clientes cogían sus chaquetas y se marchaban. Gaye también se levantó. ¿Había visto algo interesante o que mereciera la pena comentar? Trató de recordar lo que había sucedido a lo largo de la noche. Por supuesto, estaba el joven que había encontrado a la chica. Le había visto antes, aunque no estaba segura de cuándo o con quién estaba. Y entonces se acordó: ¡tenía el pelo rubio! Había estado con él en el bar la semana anterior. Pero muchas chicas se decoloraban el pelo últimamente. ¿Merecía la pena comentarlo? Decidió que sí y caminó hacia Morse.

—¿Dijo usted que la chica asesinada tenía el pelo rubio?

Morse la miró y asintió lentamente.

—Creo que estuvo aquí la semana pasada con el hombre que encontró su cadáver esta noche. Los vi aquí mismo. Trabajo en el bar.

—Eso es muy interesante,...



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