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E-Book, Spanisch, Band 18, 284 Seiten

Reihe: Las Tres Edades / Nos Gusta Saber

Diamond El tercer chimpancé para jóvenes

Origen y futuro del animal humano
1. Auflage 2015
ISBN: 978-84-16465-74-3
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Origen y futuro del animal humano

E-Book, Spanisch, Band 18, 284 Seiten

Reihe: Las Tres Edades / Nos Gusta Saber

ISBN: 978-84-16465-74-3
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



El tercer chimpancé es una explosiva crítica de la naturaleza humana y un esperanzado alegato en favor de la supervivencia de la humanidad. En la actualidad coexisten en la Tierra tres especies de géneros Homo: el Homo troglodytes o chimpancé común, el Homo paniscus o chimpancé enano, y el tercer chimpancé, que es el Homo sapiens. ¿Sabías que el pariente más cercano del chimpancé no es el gorila sino el ser humano? De hecho los chimpancés comparten exactamente el 98,4 por ciento de su composición genética con nosotros. ¿Cómo se produjo el gran salto? En algún momento de los últimos 100.000 años, los seres humanos comenzamos a mostrar rasgos y comportamientos que nos diferenciaban de los demás animales y, con el tiempo, llegamos a crear el lenguaje, el arte, la religión, las naves espaciales... Todo esto, en una fracción minúscula de tiempo evolutivo. Ahora que nos enfrentamos a la amenaza de armas nucleares y al cambio climático, se diría que nuestras tendencias a la violencia y a la invención nos han llevado a un punto crítico en el equilibrio de la supervivencia. ¿Tiene esperanzas de futuro nuestra especie si empezamos a cambiar desde ahora?

Jared Diamond (Boston, 1937) es autor, entre otros títulos, de los grandes éxitos de ciencia divulgativa Armas, gérmenes y acero (galardonado con el Premio Pulitzer 1998), de la primera versión para el público adulto de El tercer chimpancé, Colapso y El mundo hasta ayer. Es profesor de Geografía en la Universidad de California, Los Ángeles, y ha sido elegido miembro de la Academia Nacional de las Ciencias, de la Academia Americana de las Artes y las Ciencias y de la Sociedad Filosófica Americana. Está becado por la Fundación MacArthur y ha recibido la Medalla Nacional de la Ciencia.
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CAPÍTULO 1
LA HISTORIA DE LOS TRES CHIMPANCÉS

La próxima vez que vayas al zoo, acércate a ver las jaulas de los simios. Imagina que han perdido casi todo el pelo y que en una jaula vecina hay unos cuantos desgraciados seres humanos a los que les han quitado la ropa y no saben hablar, aunque por lo demás sean normales. A continuación intenta adivinar en qué medida se diferencian los genes de simios y humanos. ¿Dirías que comparten el 10%, el 50% o el 99%?

La ciencia ha respondido a esta pregunta en las últimas décadas. Nunca habíamos sabido tanto sobre nuestros orígenes como ahora, aunque todavía queden muchas incógnitas por despejar. Todas las sociedades humanas han sentido una profunda necesidad de comprender de dónde proceden y, para satisfacerla, cada una ha construido su propia historia de la creación. La historia de los tres chimpancés es el relato de la creación de nuestra época.

Tres preguntas

El lugar que ocupamos en el reino animal se definió con bastante claridad hace siglos. Somos mamíferos, es decir, animales que tienen pelo y amamantan a sus crías; pertenecemos al grupo de los primates, en el que también están incluidos los monos y los simios. Compartimos con todos ellos una serie de rasgos que no tiene casi ningún otro animal, como por ejemplo las uñas planas de los dedos de manos y pies (en lugar de garras), manos que sirven para agarrar y pulgares que se mueven en dirección opuesta a los otros dedos.

Entre los primates, los simios (gorilas, chimpancés, orangutanes y gibones) son más parecidos a nosotros que los monos. Estos, por ejemplo, tienen rabo, mientras que los simios y los seres humanos no. Los gibones se distinguen de otros simios por ser pequeños y de brazos muy largos. De hecho, los gorilas, los chimpancés, los orangutanes y los seres humanos están unidos por un parentesco más próximo que el existente entre cualquiera de esos grupos y los gibones.

Los científicos se han topado con grandes dificultades al investigar en profundidad nuestra relación con los primates. De esos estudios ha surgido un intenso debate centrado en tres preguntas:

* ¿Cuál es el árbol genealógico detallado del parentesco entre los seres humanos, las especies de simios que viven en la actualidad y los simios de especies ya extintas que fueron nuestros antepasados? Si conociéramos la respuesta a esta pregunta, sabríamos qué simio actual es nuestro pariente más próximo.

* ¿Hasta cuándo compartimos un antepasado común con el simio que en la actualidad es nuestro pariente más próximo? Si lo descubriéramos, sabríamos hace cuánto tiempo se separó la rama de los seres humanos del tronco común del árbol genealógico.

* ¿Qué proporción de nuestra composición genética compartimos con el simio con el que tenemos un parentesco más cercano? La respuesta nos diría qué porcentaje de genes es exclusivamente humano.

La evidencia fósil podría resolver las dos primeras preguntas, pero lamentablemente hay algo que lo impide. Apenas se han encontrado restos óseos de simios correspondientes al periodo crucial comprendido entre los últimos catorce y cinco millones de años en África. Sin embargo, la respuesta a las preguntas vino de una fuente inesperada: un proyecto dedicado a clasificar las relaciones entre las distintas especies de aves.

La clave que nos dio el mundo de las aves

En la década de 1960, los biólogos moleculares empezaron a comprender que los componentes químicos de las plantas y los animales podían servir como «relojes» con los que medir la distancia genética entre las especies y, de esa forma, descubrir hace cuánto tiempo divergieron evolutivamente. Pensemos, por ejemplo, en los leones y los tigres.

Supongamos que supiéramos que las líneas evolutivas de los leones y los tigres se separaron hace cinco millones de años. Imaginemos que una molécula determinada de los leones se diferencia en un 1% de la misma molécula de los tigres. Esto significaría que un 1% de diferencias genéticas equivaldría a cinco millones de años de evolución independiente de cada una de estas dos especies. Por lo tanto, si los científicos quisieran comparar dos especies vivas sin restos fósiles que muestren su historia evolutiva, podrían recurrir a examinar una misma molécula en ambas especies. Si las dos moléculas tuvieran un 3% de diferencias entre sí, los científicos sabrían que las especies se separaron de su antepasado común hace unos quince millones de años; es decir, tres veces cinco millones.

En la década de 1970, dos científicos llamados Charles Sibley y Jon Ahlquist aplicaron la idea del reloj molecular basado en los cambios del ADN al estudio de la relación evolutiva entre unas mil setecientas especies de aves, casi la quinta parte de las existentes. Una década después, usaron las mismas técnicas para estudiar la evolución de los primates. En este proyecto analizaron el ADN del ser humano y de nuestros parientes más cercanos: el chimpancé común, el bonobo (o chimpancé pigmeo), el gorila, el orangután, dos especies de gibones y dos especies de monos. Sus resultados nos permitieron comprender mejor el árbol genealógico de los primates.

UN RELOJ HECHO DE ADN

El reloj molecular funciona así: supongamos que todas las especies comparten un tipo de molécula, pero con una estructura distinta. Supongamos también que esa estructura va transformándose lentamente a lo largo de millones de años debido a las mutaciones genéticas y que el ritmo de cambio es el mismo en todas las especies.

Dos especies que desciendan de un mismo antepasado habrían iniciado su evolución con una molécula de estructura idéntica. Ahora bien, con el tiempo, las mutaciones se habrían producido de forma independiente en cada línea de descendencia. Con ello, la estructura de la molécula en cuestión se habría modificado en las dos especies y la diferencia existente ahora mismo entre la estructura de ambas moléculas se podría medir. Por otro lado, si supiéramos cuál es el promedio de cambios estructurales ocurridos cada millón de años, podríamos utilizar la diferencia actual entre la estructura molecular de ese par de especies como un reloj y calcular el tiempo transcurrido desde que ambas especies compartieron un antepasado común.

Hacia 1970, los biólogos moleculares ya habían descubierto que el mejor reloj molecular era el ácido desoxirribonucleico o ADN. Todos los seres vivos tienen ADN y este es diferente en cada especie. El ADN está compuesto por dos largas cadenas de moléculas. Cada una de ellas consta de cuatro tipos de pequeñas moléculas. La secuencia u orden de estas pequeñas moléculas transporta toda la información genética que se transmite de padres a hijos.

Los científicos emplean un método llamado hibridación del ADN para medir los cambios de la estructura del ADN. Mezclan este material de dos especies, a continuación miden el punto de fusión del ADN mezclado o híbrido y después comparan el resultado con los puntos de fusión del ADN puro de cada especie. Una diferencia de alrededor de un grado centígrado entre ambos significa que las dos especies difieren aproximadamente en un 1% de su ADN.

La última etapa de este método consiste en calibrar o ajustar el reloj al que hacíamos referencia. Para ello, hay que relacionar los cambios del ADN con el paso del tiempo. Aunque sepamos que el material genético de dos especies difiere en un 1%, hasta que no averigüemos cómo se transforma en el transcurso del tiempo no podremos saber cuánto tiempo llevan evolucionando por separado esas dos especies. Para calibrar el reloj de ADN, los científicos comparan especies cuya historia evolutiva se conoce a través de fósiles datados con precisión. En el caso de las aves, los estudios combinados de fósiles y del ADN de especies actuales han revelado que un gen, denominado citocromo b, se modifica en un 1% en el transcurso de un millón de años. Utilizando esta información, los científicos pueden medir las diferencias entre los citocromos de dos especies actuales de aves y calcular hace cuánto tiempo se separaron de su antepasado común.

La clave para comprender las relaciones entre los seres vivos está en el ADN, el material genético que contienen nuestras células. Se compone de dos largas tiras de moléculas unidas entre sí por pares más cortos de moléculas, como una escalera de muchos peldaños que se hubiera retorcido para formar una espiral. Esta recibe el nombre de doble hélice.

FIGURA 1

Árbol genealógico de las relaciones evolutivas de los primates, incluidos los seres humanos. Los puntos negros representan el último momento en que dos grupos compartieron el mismo antepasado. La escala de la derecha mide el tiempo transcurrido y la escala de la izquierda mide las diferencias de ADN entre las especies vivas. Empecemos por el punto de abajo a la derecha: representa el momento, hace más de treinta millones de años, en que los primates se separaron de los monos en Eurasia y África. Los monos continuaron evolucionando por su cuenta hasta el presente. Mientras los simios evolucionaban, los gibones se separaron creando una rama propia hace unos veinte millones de años. El punto negro que señala esa separación corresponde a un 5% en la escala de ADN, porque los gibones difieren en un 5% de su ADN de los demás simios y de los seres humanos. El segundo punto negro empezando por la...



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