Frost | La lista de los siete | E-Book | www.sack.de
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E-Book, Spanisch, 496 Seiten

Frost La lista de los siete


1. Auflage 2025
ISBN: 979-13-8764108-5
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 496 Seiten

ISBN: 979-13-8764108-5
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
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Mark Frost, creador de Twin Peaks, nos sumerge en una Londres victoriana envuelta en brumas, donde las sociedades secretas mueven los hilos del poder, los complots se tejen en la penumbra, y donde un joven Arthur Conan Doyle se enfrenta a una amenaza que desdibuja los límites de la razón. Navidad de 1884. El joven médico y aspirante a escritor Arthur Conan Doyle es invitado a una sesión de espiritismo en una casa del East End londinense. La velada da un giro macabro cuando dos personas son brutalmente asesinadas, y el propio Doyle está a punto de correr la misma suerte. Su salvador es Jack Sparks, un enigmático aventurero y maestro del disfraz que afirma ser agente especial al servicio de Su Majestad la Reina Victoria. Sparks revela a Doyle que ha sido marcado como objetivo por una siniestra secta de satanistas conocida como la Hermandad Oscura. Unidos por el peligro, Doyle y Sparks se embarcan en una trepidante persecución que los llevará desde los oscuros callejones de Londres hasta los rincones más remotos de Europa, enfrentándose a amenazas tanto humanas como sobrenaturales. Su única pista es una lista con siete nombres: los líderes de la Hermandad. En su camino, se cruzarán con sociedades ocultistas, practicantes de magia negra, gárgolas que cobran vida, científicos desquiciados y figuras emblemáticas como Madame Blavatsky y Bram Stoker. El destino del Imperio británico pende de un hilo, y solo ellos pueden evitar su caída. La lista de los siete es un festín para los amantes del folletín decimonónico, un caleidoscopio de aventura en el que un joven Conan Doyle, aún lejos de la celebridad, se ve envuelto en una espiral de enigmas. Entre el fulgor de las lámparas de gas y el eco de los pasos en callejones desiertos, Mark Frost rinde homenaje a las novelas de aventuras victorianas, con una trama que mantiene al lector en vilo hasta la última página. CRÍTICA «A lo largo de sus trepidantes páginas se suceden todos los elementos de misterio, intriga y emoción que hicieron de los relatos de Sherlock Holmes un éxito literario sin precedentes.» -El Mundo «Una historia absolutamente vertiginosa. Burbujea como el champán.» -The Washington Post «Una novela que sigue siendo tan impactante hoy como cuando se publicó.» -Guillermo del Toro «Una intriga bien calibrada, que cabalga entre aparentes realidades y mundos ocultos.» -La Vanguardia «Un magnífico relato de aventuras sobre fuerzas ocultas del mal que se reúnen en la Inglaterra victoriana para planear el dominio del mundo.» -Kirkus Review «Una novela que me ha entusiasmado por su intriga y me ha acompañado en la búsqueda de mundos ocultos. Un entretenimiento oscuro y cautivador. Un irresistible pasapáginas.» -Clive Barker «El mundo de las fuerzas ocultas y del espiritismo se desliza con desasosiego y nos perturba con eficacia a lo largo de las páginas de esta excelente narración.» -ABC «Una novela inquietante que se devora con avidez desde la primera página... Avanza por la Inglaterra victoriana con el ímpetu de un tren desbocado.» -People

Mark Frost nació en 1953 en Brooklyn, Nueva York, y desde los quince años se dedicó a la escritura profesional. Tras finalizar sus estudios universitarios en interpretación, dirección y dramaturgia, se mudó a Los Ángeles. Comenzó su trabajo en televisión escribiendo guiones para series como El hombre de los seis millones de dólares y Canción triste de Hill Street. En 1986 comenzó a colaborar con David Lynch en diversos proyectos audiovisuales entre los que destaca la popular serie de televisión Twin Peaks. En 1993 publicó su primera novela, La lista de las siete (1992; Impedimenta, 2025), a la que siguió The Six Messiahs («Los seis mesías», 1995). También ha escrito thrillers como Segundo objetivo (2009) y la saga de libros juveniles The Paladin Prophecy (2006-2009). Actualmente Mark Frost reside en Ventura County, California.
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1

UN SOBRE

El sobre era de pergamino crema. Estrías finas, crujiente, sin marca de agua. Caro. Se había raspado en los bordes y ensuciado un poco cuando lo deslizaron silenciosamente por debajo de la puerta. El doctor no se había percatado de nada, aunque su oído era fino, agudo como las rodillas de una bruja.

Se encontraba en el salón donde había estado durante toda la velada, alimentando el fuego, absorto en un texto abstruso. Cuarenta y cinco minutos antes había levantado la mirada cuando la señora Petrovitch subió las escaleras, arrastrada de regreso a una velada de suspiros quejumbrosos entre el olor pegajoso de la col hervida por el rápido rascar de las uñas del dachshund. El doctor había observado el paso de las sombras reflejadas en las tablas enceradas debajo de la puerta. No había ningún sobre.

Recordaba vagamente que le hubiera gustado conocer una manera más sencilla de consultar el reloj sin tener que sacarlo cada vez del bolsillo del chaleco y abrir la tapa. Por esta razón, cuando pasaba una velada en casa lo colocaba abierto sobre la mesa. Le obsesionaba el tiempo, y sobre todo desperdiciarlo inútilmente. Había mirado su reloj cuando el perro y la esquelética y melancólica ama rusa pasaron delante de la puerta: eran las nueve y cuarto.

Volvió su atención al texto. Isis revelada. Desde luego la tal Blavatsky estaba loca: otra rusa, como la pobre Petrovitch con su vino de ciruelas. ¿Sería que, cuando desarraigabas a estos zaristas y tratabas de replantarlos en tierra inglesa, la locura era una consecuencia inevitable? Una mera coincidencia, pensó; una soltera enferma del corazón y una trascendentalista megalomaníaca y fumadora de puros no representaban una tendencia.

Estudió la fotografía de Helena Petrovna Blavatsky en el frontispicio: la inmovilidad sobrenatural, aquella mirada clara, penetrante. La mayoría de las caras se apartaban instintivamente del ojo de insecto de la cámara. En cambio, ella se había apoderado del instrumento. ¿Cómo interpretar este curioso libro? Isis revelada. Ocho volúmenes hasta la fecha y amenazaba con otros, todos con más de quinientas páginas; y esto era solo una cuarta parte de la obra de la autora, una obra que pretendía asimilar y eclipsar, con una notoria falta de ironía, todos los sistemas de pensamiento espirituales, filosóficos y científicos conocidos: en otras palabras, una teoría revisionista de toda la creación.

Aunque según la nota biográfica al pie de la fotografía, HPB había pasado la mayor parte de sus cincuenta y tantos años trotando por el planeta en comunión con este o aquel grupo ocultista, la mujer atribuía modestamente la génesis del libro a la inspiración divina, por cortesía de una extensa lista de Maestros Ascendentes que se materializaban como el fantasma de Hamlet, y afirmaba que de vez en cuando alguno de estos personajes sagrados penetraba en su cabeza y empuñaba las riendas: a este fenómeno lo denominaba escritura automática. Desde luego el libro poseía dos estilos bien diferentes —dudaba en definirlos como «voces»—, pero, en cuanto a su contenido, la cosa era un revoltijo sin pies ni cabeza: continentes perdidos, rayos cósmicos, razas extraviadas, cábalas malignas y brujas. A decir verdad, él también había empleado las mismas ideas en su novela, pero, por el amor de Dios, lo suyo era ficción, y en cambio ella hablaba de teología.

Inquieto con estos pensamientos, descubrió el sobre. ¿Lo habían dejado allí sin más? ¿Acaso su subconsciente había captado el momento en que lo deslizaban por debajo de la puerta atrayendo así su mirada? No recordaba haber oído nada —nadie que se acercara, ni el crujido de una rodilla, o el roce de un guante contra la madera o el papel, nadie que se alejara— y aquellas destartaladas escaleras anunciaban la presencia de un visitante con el estrépito de una fanfarria. ¿La inmersión en Blavatsky le había embotado los sentidos? Difícil de creer. Incluso ante la mesa de operaciones, con los moribundos atados con correas, desangrándose, aullándole a la cara, era capaz de captar los sonidos a su alrededor como un gato inquieto.

Sin embargo, allí estaba el sobre. Podía llevar allí unos…, ahora eran las diez…, unos cuarenta y cinco minutos por lo menos. O quizá el portador acababa de llegar y permanecía inmóvil al otro lado de la puerta.

El doctor intentó percibir alguna señal de vida, consciente de su pulso acelerado y del sabor acre e irracional del miedo. Eso no le era desconocido. Sacó en silencio del paragüero el bastón más grueso, lo sujetó con un movimiento experto por la contera y, enarbolando el mango nudoso y ennegrecido, abrió la puerta.

Lo que vio, o no vio, en el pasillo alumbrado por la vacilante luz de gas sería tema de cábalas durante algún tiempo: acompañada por el silbido de la succión del aire cuando abrió la puerta, una sombra envolvente desapareció de aquel vestíbulo con la rapidez del mago que quita un pañuelo de seda negra de un mantel blanco. O al menos eso fue lo que pensó en aquel momento.

El vestíbulo estaba desierto. No le pareció que alguien acabara de estar allí. En algún lugar cercano sonaba un violín desafinado; a lo lejos, el llanto de un niño con cólicos, y ruido de cascos en el adoquinado.

«Blavatsky me ha afectado —pensó—; esto es lo que pasa por leerla de noche. Soy sugestionable.» Volvió a la sala, cerró la puerta con llave, dejó el bastón en su lugar y dedicó su atención al asunto que tenía entre manos.

El sobre era cuadrado, y no llevaba seña alguna. Lo sostuvo a la luz; el grosor del papel no dejaba ver su contenido. Parecía un sobre idéntico a cualquier otro.

Buscó en su maletín de médico, sacó una lanceta bien afilada y, con la precisión quirúrgica de la que solía hacer gala cuando afrontaba algo rutinario, desprendió el sello de lacre. Una sola hoja de pergamino, más fino que el del sobre pero a juego, se deslizó en su mano. No tenía marcas ni monograma alguno, pero evidentemente se trataba de la correspondencia de un caballero, o de una dama. Abrió la hoja, plegada una vez y sin arrugas, y leyó la misiva:

Señor:

Se requiere vuestra presencia en un asunto de suma urgencia relacionado con la práctica fraudulenta de las artes espiritistas. Estoy al corriente de vuestra compasión por las víctimas de aventureros como estos. Vuestra ayuda es indispensable para alguien cuyo nombre no se puede mencionar aquí. Como hombre de bien y científico, os ruego una respuesta pronta. La vida de un inocente está en juego. Mañana por la noche, a las 20:00, en el número 13 de Cheshire Street.

bienandanza

En primer lugar, la escritura: letra de imprenta, limpia y precisa, trazada por una mano culta. Las palabras marcadas profundamente en el pergamino, la pluma bien sujeta, la mano apoyada con firmeza; aunque no había sido escrita deprisa, la urgencia era evidente. Hacía menos de una hora que había sido redactada.

No era la primera invitación de esta clase que había recibido. La campaña del doctor para denunciar a los falsos médiums y sus abominables secuaces era bien conocida por algunos agradecidos miembros de la sociedad londinense. No era un hombre público ni buscaba el reconocimiento popular, incluso tomaba precauciones para evitar toda exposición, pero, así y todo, de vez en cuando su trabajo llegaba a oídos de aquellos que necesitaban ayuda.

No era esta la primera invitación, pero sí, desde luego, la más apremiante.

El papel no tenía ningún aroma o perfume particular. Ninguna floritura identificable. La mano era tan decididamente asexuada como el papel de escribir. El anonimato total.

Llegó a la conclusión de que se trataba de una mujer: adinerada, culta, vulnerable al escándalo. Casada o relacionada con alguien importante o de la aristocracia. Una principiante en el campo de las «artes espiritistas». A menudo esto definía a quienes acababan de sufrir, o temían estar a punto de sufrir, una pérdida importante.

Un inocente. Un esposo o un hijo. Suyo.

La dirección correspondía al East End, muy cerca de Bethnal Green. Un sitio peligroso; un lugar en donde una mujer de buena cuna no osaría aventurarse sola. Para un hombre poco dado a las dudas incluso en los momentos de mayor incertidumbre, no podía haberlas respecto a la respuesta.

Antes de sumergirse otra vez en Blavatsky, el doctor Arthur Conan Doyle pensó que debía limpiar y cargar el revólver.

Era el día de Navidad de 1884.

El piso donde vivía y trabajaba Doyle ocupaba la segunda planta de un edificio viejo en un barrio obrero de Londres. Era un alojamiento humilde, apenas una sala de estar y un dormitorio pequeño, ocupado por un hombre modesto de recursos limitados y una firme confianza en sí mismo. Por naturaleza, y ahora por oficio, un sanador, licenciado en Cirugía desde hacía tres años, un joven a punto de cumplir los veintiséis y próximo a ingresar en aquella fraternidad tácita cuyos miembros continúan discretamente con su labor, a pesar de ser conscientes de su propia mortalidad.

Su fe como médico en la infalibilidad de la ciencia estaba arraigada, pero era frágil y se hallaba entremezclada con gran cantidad de defectos. A pesar de haberse apartado de la Iglesia católica una década antes, aún persistía en Doyle el deseo de creer; en su opinión, ahora era competencia exclusiva de la ciencia establecer empíricamente la existencia del alma. Confiaba plenamente en que la ciencia acabaría por...



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