E-Book, Spanisch, 140 Seiten
G. Ejecutivo a la carta
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-10070-12-7
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 140 Seiten
ISBN: 978-84-10070-12-7
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Whitney G. (1988, Tennessee, Estados Unidos) es una optimista de la vida obsesionada con los viajes, el té y el buen café. Es autora de varias novelas best seller incluidas en las listas de The New York Times y de USA Today, y cofundadora de The Indie Tea, página que sirve de inspiración para autoras de indie romántico. Cuando no se encuentra hablando con sus lectores a través de su página de Facebook, la podremos encontrar en su web, en su Instagram, en Twitter... Pero si no la vemos en las redes, es porque está encerrada trabajando en una nueva y loca historia... Ejecutivo a la carta es la nueva novela de Whitney en nuestra colección Phoebe, después del éxito de Una noche y nada más y Turbulencias en 2017; Carter y Arizona en 2018; Mi jefe, Mi jefe otra vez y Dos semanas y una noche en 2019; Sexy, descarado, irresistible, Olvidar a Ethan y El rey de las mentiras en 2020; Fue un martes, Entre tú y yo, Te esperaré todas las noches, Novio por treinta días, Besos a medianoche, Fiesta de empresa y Sin compromiso en 2021; Fue un miércoles y Por supuesto que no es él en 2022 y Te esperaré siempre en 2024.
Autoren/Hrsg.
Weitere Infos & Material
1
Park City, Utah
Dos meses antes de Navidad
Dos de la madrugada
Dominic
—¡Alerta de intruso! ¡Llamada a la policía en curso! ¡Alerta de intruso!
La alarma resuena en mi piso y me arranca del país de los sueños.
Cojo el móvil para apagarla, pero el volumen del sistema aumenta y las palabras «¡Contraseña incorrecta! Las luces de casa están desactivadas» parpadean en mi pantalla.
¿Qué coño pasa?
Gruño, salgo de la cama y me dirijo al cuarto de baño en la más absoluta oscuridad. Me lavo la cara con agua fría y me cepillo los dientes, suplicando que todo vuelva a la normalidad, pero mi apartamento sigue a oscuras.
Antes de que pueda tratar de reiniciar la alarma, oigo unas fuertes pisadas en el pasillo.
—¡Por aquí! —grita una voz grave—. ¡No está en su cama!
—¡Comprueben la biblioteca y la cocina! ¡Rápido! —ordena otra voz.
La puerta se abre de repente y alguien me apunta a los ojos con una linterna.
—¡Está aquí! —La voz de ese tío suena aún más fuerte que sistema de alarma—. ¡El señor Reiss está a salvo!
—Siento despertarle a estas horas, señor. —Walsh, mi jefe de seguridad, me deja medio ciego con la luz—. Tenemos que trasladarle a un lugar seguro lo antes posible.
—¿Es el fin del mundo o algo así?
—Señor, tenemos razones para creer que alguien está conspirando para asesinarle.
—¿Qué?
—Se lo explicaré todo en el coche. Vámonos.
—¿Puedo vestirme primero?
—No tenemos tiempo para eso. —Me lanza una bata—. Tendrá que apañárselas con esto.
—Al menos podría dejar que me pusiera una camisa.
Sin decir nada más, me conduce al ascensor privado, y me convenzo de que esto es una pesadilla; de que es imposible que alguien vaya a por mí cuando apenas me faltan unos meses para cerrar el mayor negocio de toda mi carrera.
Cuando llegamos al coche, el conductor sale a toda velocidad a la calle.
—Hemos notado un pico de búsquedas en la dirección IP de la empresa. —Walsh me pasa una tablet—. Y esta noche alguien ha entrado en su portátil.
—Eso es imposible —protesto—. Solo se enciende con mi huella dactilar.
—Véalo usted mismo. —Me hace un gesto para que mire la pantalla.
«¿Cuánto arsénico puedes poner en el café de alguien para que enferme, pero sin matarlo?».
«¿Y qué hay del anticongelante?».
«¿Los trabajos de nueve a cinco son una especie de castigo sádico?».
—Estas búsquedas se han intensificado recientemente, señor —explica—. Creemos que alguien intenta sabotearle.
—No me puedo creer que me hayan sacado de la cama por esto. —Pongo los ojos en blanco—. ¿Podría decirle a mi asistente que me lleve un traje a la oficina, por favor?
—Vamos un paso por delante de usted. —Actualiza la pantalla—. Debemos tomarnos esto muy en serio, señor. Aquí hay más.
Resisto el impulso de tirar la tablet por la ventanilla y miro los resultados de la búsqueda.
«¿Cuánto tardan en desinflarse los neumáticos del Audi Spider?».
«Sicario de alquiler, pero solo para algún trabajillo esporádico, no para asesinatos, al menos de momento».
«¿Puedo sobornar a un camarero para que añada una pizca de matarratas a un café? ¿Iría a la cárcel por eso o solo acusarían al camarero?».
«Dominic Reiss tiene un cuello muy “apuñalable”».
«¿Cómo desbloquear Pinterest en mi ordenador del trabajo?».
—Interesante. —Sonrío—. ¿Cuándo empezaron estas búsquedas?
—Hace dos semanas, señor. Y puedo asegurarle que no es para tomárselo a broma.
Reprimo una carcajada: las fechas encajan con el momento en que cierta empleada fue degradada de jefa de equipo a becaria porque se negó a comprender lo que significa «horas extraordinarias obligatorias». Cierta empleada que es, con diferencia, la mujer más sexy que he conocido, pero la peor trabajadora que el departamento de Recursos Humanos de mi empresa ha contratado jamás.
—¿Quiere que se lo notifique al fbi, señor Reiss? —pregunta Walsh.
—No. —Sacudo la cabeza—. No me siento amenazado en absoluto.
—¿Está seguro, señor?
—Muy seguro, Walsh. —Miro el reloj—. No hay por qué llevar esto más lejos.
—Como quiera, pero no podrá regresar a su casa hasta esta tarde.
Hace un par de llamadas mientras el chófer avanza a toda velocidad por las calles.
En cuanto llegamos me detengo para admirar el letrero dorado de Reiss Enterprises que hay sobre la escalinata. Lo vea las veces lo vea, siempre me recuerda lo duro que he trabajado desde que cumplí dieciséis años para llegar a donde estoy ahora.
Salgo del coche, abro la puerta principal y entro en el edificio.
Parpadeo un par de veces al ver el vestíbulo: un enorme árbol de Navidad, envuelto en una cinta roja y decorado con brillantes adornos de cristal, reluce frente a los ventanales; una exuberante guirnalda verde cuelga de la barandilla de la escalera y una larga hilera de centelleantes luces navideñas dibuja un camino de colores en el suelo.
Es el primer año que pido que se decore este lugar para las fiestas, y me sorprende que el personal se haya ocupado tan pronto de este asunto.
Intrigado, sigo el camino de luces y entro en la sala de conferencias; paso entre dos muñecos de Cascanueces de tamaño natural y descubro a la sospechosa principal de mi futuro asesinato.
Georgia Grey.
Va vestida con una camiseta rosa de tirantes transparente y unos leggings que abrazan sus curvas, y la encuentro más tentadora de lo habitual. Su pelo ondulado, negro como la tinta, que suele llevar suelto sobre los hombros, está recogido en una coleta baja en la nuca.
Llevo meses obligándome a no mirar sus labios carnosos y rosados, pero desde este ángulo no puedo evitarlo. De sus auriculares se escapa la música navideña que escucha a todo volumen, y aprovecho la oportunidad para contemplarla unos segundos más.
—Buenos días. —Me aclaro la garganta—. ¿Señorita Grey? —No contesta. Me acerco y le quito uno de los auriculares—. ¿Puede oírme ahora?
—Qué dem… —Se da la vuelta—. Ay, eeeh… Hola, señor Reiss.
—Señorita Grey. —Me mira el pecho, así que no me molesto en atarme la bata—. No sabía que fuera capaz de venir a trabajar a la hora, y mucho menos antes. ¿A qué se debe?
—Eeeh… —Por fin me mira a la cara—. He venido a encargarme del País de las Maravillas Invernal que se supone que hay que montar para las fiestas.
—¿No debería encargarse un equipo de esto?
—No cuando el equipo no sabe lo que hace —replica—. No se ofenda, pero la mayoría de la gente que trabaja aquí no tiene la más mínima creatividad.
—Cuando dije que alegráramos un poco este lugar para Navidad, pensaba tan solo en un árbol en el vestíbulo.
—En ese caso, supongo que el director general también tiene unos niveles de creatividad decepcionantes.
—Que conste, señorita Grey —digo, mirándole los labios—, que si ha decidido ir más allá en esa petición trivial, no por ello va a quedar eximida de sus tareas.
—Jamás se me ocurriría pensarlo, señor Reiss. —Retrocede un paso y coge un termo—. Pero ya que lo menciona, y como ahora solo soy una humilde becaria, me he encargado de mantener caliente el café para usted.
—¿Dónde lo ha comprado?
—Lo he hecho yo misma. —Sonríe—. He decidido «ir más allá» en todo lo que hago.
—¿Por qué no toma un sorbo antes de dármelo?
—No hace falta. —Me lo tiende—. No quiero robarle cafeína a mi increíble jefe, que es quien más la necesita.
—No quisiera pensar que está intentando envenenarme, señorita Grey.
—Yo tampoco. —Sigue con el termo tendido hacia mí, así que lo cojo y me hago la firme promesa de vaciarlo en cuanto llegue a mi despacho—. Tengo que terminar de enlazar las guirnaldas. —Se aclara la garganta—. Mi jefe tiene a todo el mundo en alerta, así que debo estar en mi puesto dentro de unas horas.
—Hablando de alertas, mi sistema de alarma se ha encendido esta mañana por primera vez en diez años. ¿Por casualidad sabe algo de ese asunto?
—No, pero diez años es mucho tiempo sin probar el sistema. —Menea la cabeza—. Quizá la compañía de alarmas ha querido verificarlo sin avisarle.
Entrecierro los ojos.
—O quizá alguien quiere que me sienta tan mal como yo le hago sentir para que cambie mis horribles costumbres.
Se encoge de hombros.
—Más bien creo que estos días está tan ocupado que lo ha pasado por alto.
—Georgia Grey… —Me acerco más a ella—. Ambos sabemos que este es el primer trabajo de verdad que ha tenido en su vida.
—Permítame que le corrija: es el peor trabajo que he tenido en mi vida.
—Sin embargo, la forma de conseguir un ascenso no es cabreando a su jefe.
—¿Debería lamerle el culo, como todo el mundo?
—Hay otra cosa bajo mis pantalones que preferiría que lamiera…
Se le desencaja la mandíbula.
—¿Señor Reiss? —Mi ayudante entra en la sala antes de que cometa el error de acercarme más a Georgia—. Le he traído su traje y sus...




