E-Book, Spanisch, 320 Seiten
G. El rey de las mentiras
1. Auflage 2020
ISBN: 978-84-18491-21-4
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 320 Seiten
ISBN: 978-84-18491-21-4
Verlag: Ediciones Pàmies
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Whitney G. (1988, Tennessee, Estados Unidos) es una optimista de la vida obsesionada con los viajes, el té y el buen café. Es autora de varias novelas best seller incluidas en las listas de The New York Times y de USA Today, y cofundadora de The Indie Tea, página que sirve de inspiración para autoras de indie romántico. Cuando no se encuentra hablando con sus lectores a través de su página de Facebook, la podremos encontrar en su web, en su Instagram, en Twitter... Pero si no la vemos en las redes, es porque está encerrada trabajando en una nueva y loca historia... El rey de las mentiras es la novena novela de Whitney que publicamos en nuestra colección Phoebe, después del éxito de Una noche y nada más y Turbulencias en 2017, Carter y Arizona en 2018, Mi jefe, Mi jefe otra vez y Dos semanas y una noche en 2019 y Sexy, descarado, irresistible y Olvidar a Ethan en 2020.
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2
Meredith
Pasado
«En este momento estoy recibiendo exactamente lo que me merezco…».
Me recosté en la cama y miré fijamente al techo, contando hasta veinte por última vez. El hombre que me había llevado a casa desde el bar —mi primera salida nocturna desde hacía años— estaba conversando con su polla. Literalmente.
—Vamos, amiguita. —Se dio una palmadita en los muslos—. Podemos hacerlo. Podemos responder a esta caricia.
«Trece segundos».
—Te pusiste dura cuando viste a esta mujer en la cena… Puedes ponerte dura otra vez y hundirte en su coño.
Reprimí un gemido mientras él continuaba. Debería haber sabido que mis expectativas eran demasiado altas, que su promesa de que iba a hacer que me corriera más de que nunca en mi vida eran demasiado irreales para que las cumpliera. También había mencionado varias veces que era «arrogante» y «un poco más inteligente de lo había esperado» durante la noche. Acompañó esos insultos con un poco de miel: «Las chicas arrogantes acostumbran a tener expectativas muy altas en la cama. No son pacientes, y no disfrutan con todos los juegos que me gustan antes del clímax».
—Faltan dos semanas para fin de año. Tienes que anotar de una vez. —Ahora sonaba como un entrenador de fútbol—. Y vamos a usar un condón porque pillamos gonorrea la última vez, lo juro.
«¿Qué coño…?». Me senté y lo miré, aunque meneé la cabeza al ver que estaba acunando su masculinidad. Una parte de mí tenía curiosidad por saber si esa charla terminaría con él chupándose su propia polla.
—Mmm, ¿Scott? —Me aclaré la garganta—. Acabo de recordar que tengo que levantarme temprano para ir a trabajar, así que…
—¿Puedes darnos un segundo, por favor? —Se burló, mirándome—. Estoy tratando de arreglar esto para que podamos follar esta noche.
Ni siquiera sabía cómo responder a eso, y él no me dio la oportunidad. Volvió a bajar la vista, ignorándome para retomar la conversación una vez más.
Salí de la habitación y cerré la puerta detrás de mí. Agarré el móvil de la encimera de la cocina y me metí en el baño.
Busqué en la lista de «llamadas recientes» hasta llegar al número de mi mejor amiga, Gillian, y respiré hondo antes de hacer la llamada.
«Por favor, contesta, Gillian… Por favor, contesta…».
—¡Hola —me saludó el buzón de voz después de seis timbrazos—. Estás llamando a mi línea personal, pero no puedo atender el teléfono ahora mismo. Estoy volando con Jake o llevando a nuestro pequeñín a jugar. ¡Déjame un mensaje, y haré lo posible por responderte cuando pueda!
¡Bip!
—Bueno… —Suspiré—. ¿Te acuerdas de que hace años, cuando tenía vida sexual, solía calificar a las pollas en una escala del uno al cinco? ¿Y que aunque la meta era una de cinco estrellas, un tres y medio estaba genial, y me hubiera conformado? —Hice una pausa—. Bueno, en este momento estaba a punto de aceptar una polla de una estrella y no puedo creerme que él lleve en mi casa tanto tiempo como para no haberme visto el c…
—¡Oh Dios mío, Meredith! —respondió al teléfono a mitad de la frase, riéndose—. ¿En serio? Son las tres de la mañana.
—¿Estabas ignorando mi llamada a propósito?
—No. El pequeño Jake lo ha cogido antes de que pudiera contestar. Tu mensaje se ha oído a través del sistema de altavoces, por cierto. Así que estoy segura de que la próxima palabra que le pregunte a su padre será la que empieza por «c», ya que, gracias a ti, su vocabulario ya incluye la palabra con «p».
—¿Coño?
—Sí. —Se rio—. Esa.
—Bueno, de nada. Menos cosas que explicarle después. —Sonreí, y su risa fue intensa una vez más.
—¿El de la polla de una estrella es el tipo del que me hablabas antes? ¿El de Tinder?
—No. —Me senté en el suelo de baldosas—. Ese es un broker de Wall Street con mucho éxito llamado Jameson Turner que me rogó que cambiáramos la cita quince minutos antes de vernos.
—Y claro, bloqueaste su número al instante, ¿verdad?
—Quise, pero… —Suspiré. Era el primer tipo decente que conocía en la aplicación desde hacía tiempo, y habíamos hablado de vez en cuando durante las últimas semanas—. Me va a compensar en fin de año llevándome a uno de los clubes nocturnos más exclusivos de la ciudad. El que tiene una estrella es solo un ejemplo de lo que pasa cuando estoy demasiado desesperada…
—Por favor, no me digas que lo has conocido en un bar…
—Peor… —confesé, apoyándome en el inodoro—. Lo he conocido en una estación de metro. Me dijo que era muy guapa, y fue todo lo que necesitó para conseguir una cita conmigo.
Su silencio me hizo saber que estaba siendo amable al no decirme lo patética que me había vuelto.
—Siento que todavía no he vuelto a ser yo misma, ¿sabes? Mierda, mi vida sigue sin ir bien por segundo año consecutivo, y… —Hice una pausa a mitad de la frase, sintiendo que las lágrimas hacían que me picaran los ojos—. Mi madre se ha ido de verdad, Gillian… —Intenté no llorar, pero el dolor me abrumaba y no podía evitar dejarme llevar por él.
Desde que había perdido a mi madre hacía dos años, nada era igual. No podía asistir a una fiesta sin romper a llorar cuando sonaban ciertas canciones, no podía ver una película sin preguntarme qué habría dicho ella, y no podía llamarla por teléfono para oír sus acertados consejos. Era la única persona que sabía que tenía un segundo trabajo de vez en cuando, que lo tenía que hacer para evitar que el dolor por la negligencia de mi padre me afectara demasiado.
—Le voy a decir a Jack que me lleve de vuelta a casa a primera hora —dijo Gillian en voz baja—. Así podremos quedarnos hasta el amanecer y beber mimosas como en los viejos tiempos. También podremos ir de compras.
—No, no, no. —Arranqué un buen trozo de papel higiénico del rollo y me limpié los ojos—. No es necesario que hagas eso. Al menos este fin de semana.
—¿Por qué? Tú atravesarías el país en un abrir y cerrar de ojos si yo te necesitara.
Contuve un suspiro. Aceptar esa oferta me convertiría en la peor amiga del mundo. Su marido me había llamado hacía semanas para asegurarse de que estaba organizándolo todo bien en su viaje de aniversario. Como Gill no me había enviado ningún mensaje sobre el nuevo anillo de nueve quilates del que Jack me había hablado, estaba segura de que aún no habían llegado a esa parte de la sorpresa.
—Estaré bien hasta que volváis —afirmé—. Te lo prometo. Solo he tenido un momento de debilidad.
—¿Estás segura?
—Totalmente.
—Vale, bueno… —Hizo una pausa de unos segundos—. Si aún no te ha visto el c, ¿cómo sabes que su p es de una estrella?
—Porque yo sí he visto su p. —Me reí y me sequé la cara—. La tiene un poco más larga que uno de mis pintalabios. Y no me hagas empezar a describirte el vello de gorila que tiene ahí abajo.
—¿Has probado eHarmony? ¿OkCupid? Quizás ahora sean mejores que Tinder.
—Nunca he oído hablar bien de esas webs de citas.
—Han pasado años; quizá tengas que adaptarte a la forma en la que han cambiado las cosas. No puedes entrar en Tinder una vez y encontrar a una de cinco estrellas. Eso me decías a mí.
—Punto a tu favor. Me daré de alta en las dos esta noche.
Hubo un suave golpe de repente en la puerta.
—Te llamaré más tarde, Gillian —me despedí—. Tengo que irme. —Puse fin a la llamada y abrí la puerta para encontrarme cara a cara con un Scott desnudo.
—Si te clavas en mi polla durante los próximos segundos, seré capaz de follarte durante al menos tres minutos. —Me guiñó un ojo—. ¿Qué te parece?
Miré hacia abajo y me di cuenta de que ya no estaba duro.
—Mmm… —Se puso rojo y se cubrió la entrepierna con las manos—. ¿Sabes qué? Creo que me voy a ir.
—Creo que es una gran idea.
Le vi coger la chaqueta y ponerse rápidamente los pantalones, y a continuación robó de forma muy poco sutil un puñado de galletas con tropezones de chocolate de la encimera de la cocina.
Se fue de mi apartamento sin molestarse en despedirse.
Al volver al dormitorio, abrí el cajón superior de la cómoda y cogí el vibrador. Me metí debajo de las sábanas y traté de pensar en la última vez que había tenido sexo salvaje. Traté de recordarlo para excitarme, pero no me sirvió de nada.
«¿Cómo coño han podido pasar más de dos años?».
Suspirando, cogí el teléfono y ojeé mis contactos. No podía acordarme de un solo tipo que me contestara al teléfono a esas horas, y dudaba que ninguno de ellos me recordara.
Borré todos los contactos uno a uno, y decidí seguir el consejo de Gillian. Me metí en OkCupid.com y creé un perfil. Redacté un párrafo con la descripción exacta de lo que pensaba que estaba buscando, «… alguien que me haga pasar un buen momento, no durante mucho tiempo…», y me puse a buscar. A alguien que fuera lo suficientemente sexy como para ayudarme a terminar con mi celibato.
Todas mis esperanzas se desvanecieron en pocos segundos.
«¿“La rana Gustavo”? ¿ “Señor del Paquete Abultado? ¿ “Amante de los clítoris”?».
Desactivé la cuenta y probé en eHarmony. A los pocos segundos de empezar a ver cuántas preguntas de la encuesta...




