Ginzberg | Síndrome 1933 | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 10, 224 Seiten

Reihe: Ensayo

Ginzberg Síndrome 1933


1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-129125-7-9
Verlag: Gatopardo ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, Band 10, 224 Seiten

Reihe: Ensayo

ISBN: 978-84-129125-7-9
Verlag: Gatopardo ediciones
Format: EPUB
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¿Cómo se desmorona una democracia? Una lección de historia sobre lo que pocos vieron venir.   Una campaña electoral permanente, acuerdos de coalición insólitos, partidos que no son ni de izquierdas ni de derechas sino «del pueblo», voces que se alzan para acallar a la prensa, polarización y discursos de odio, políticos acusados de traición y un Gobierno demagógico e irresponsable. Estos son algunos de los síntomas de deterioro democrático que allanaron el terreno para que Hitler, un charlatán autoritario al que pocos se tomaban en serio, ganara las elecciones alemanas en 1933.  Síntomas que, en un inquietante déjà vu, vuelven a aflorar y amenazan con acercarnos peligrosamente a un pasado que creíamos haber superado. Fiel a la sentencia de Santayana de que quien no conoce la historia está condenado a repetirla, y apoyándose en un estudio exhaustivo de las fuentes históricas y de los periódicos de la época, Síndrome 1933 nos traslada a los meses previos al desmoronamiento de la República de Weimar y analiza de manera pormenorizada cómo los nazis pudieron conquistar el poder gracias a la colaboración -tal vez ingenua o inconsciente, pero en todo caso imprescindible- de los supuestos garantes de la democracia: las instituciones del Estado, la clase política, la prensa y la sociedad civil. «¿Y si, de repente, una pesadilla de la que habíamos despertado hace tiempo, que apenas recordábamos, arremetiera mortalmente contra nosotros?» Siegmund Ginzberg  La crítica ha dicho...  «Un ensayo espléndido.» Daniel Arjona, El Mundo «El relato de doce meses decisivos para el destino de Occidente. Cualquier referencia a la actualidad es puramente intencionada.» La Repubblica «Las ideologías sectarizan, deconstruyen la patria, no construyen. Hay que aprender eso de la historia. En este libro Ginzberg, con mucha delicadeza, hace un parangón con lo que está ocurriendo en Europa. Vale la pena leerlo.» Papa Francisco «Un libro que se pregunta cómo fue posible que, en el país más culto de Europa, llegara al poder un grupo de matones liderados por un cabo medio loco.» Reyes Mate «Un manual imprescindible para entender cómo se puede malograr la democracia de la noche a la mañana.» Macarena Gutiérrez, La Razón «Un magnífico ensayo.» RTVE, Página Dos «Síndrome 1933, de Siegmund Ginzberg, les ayudaría a comprender los riesgos a los que se enfrentan hoy las democracias liberales. Obligada lectura para lo que está por venir.» Esther Palomera, elDiario.es «Un libro reciente cuya lectura me parece imprescindible en este momento de encrucijada para nuestras democracias.» Ximo Puig, El Periódico

nació en Estambul en 1948 en el seno de una familia judía que se trasladó a Milán en los años cincuenta. Sus abuelos eran súbditos del Imperio otomano. Tras estudiar Filosofía empezó a ejercer el periodismo y fue uno de los cronistas históricos de L'Unità, diario para el que trabajó muchos años como corresponsal en China, la India, Japón y las dos Coreas, así como en Nueva York, Washington D. C. y París. Además de la colección de artículos Sfogliature (2006), ha publicado el ensayo Risse da stadio nella Bisanzio di Giustiniano (2008) y la saga familiar Spie e zie (2015).

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Nota a la edición española «Estaba desesperado. El malnacido que me robó el perro no sabe cuánto daño me hizo.» Quien habla no es Donald Trump, ni Vance, su candidato a la vicepresidencia. Es Adolf Hitler, en una de Las conversaciones íntimas registradas durante la Segunda Guerra Mundial por su secretario, Martin Bormann. Relata sentidamente la pérdida de Fuchsl, el perrito vagabundo que el futuro Führer encontró y adoptó en las trincheras de la Gran Guerra. El animal se encariñó con él. Hitler lo amaestró para que hiciera números de circo. «Con mucha paciencia», porque el can «no entendía ni una palabra de alemán». Le daba galletas de chocolate para comer. «Se había acostumbrado a ellas con los ingleses, que estaban mejor alimentados que nosotros [los alemanes]», les explica a unos comensales. Dejó a Fuchsl atado en la trinchera antes de participar en una misión en la línea del frente y a su regreso había desaparecido. Fuchsl tuvo un triste final. Probablemente, devorado por los compañeros, siempre necesitados de suplementos proteínicos para su escasa dieta (también comían ratones o restos de caballos muertos, como narra el propio Hitler en otros pasajes). Despiadados con los seres humanos, compasivos con los animales. Entre las primerísimas medidas aprobadas por el gobierno de Hitler, después del decreto que disponía que se expulsara inmediatamente de los territorios del Reich a los inmigrantes clandestinos (casi todos judíos, huidos de la miseria, la guerra y los pogromos del Este), figuraba una «Ley contra la crueldad hacia los animales», promulgada en abril de 1933 (Hitler había sido nombrado canciller a finales de enero). Fue una ley pionera, y la más avanzada del mundo. Prohibía la vivisección, los experimentos médicos con animales, cualquier forma de «tormento y maltrato» y toda clase de «dolor y sufrimiento innecesarios» (como se recoge en su primer artículo). En particular, proscribía el sacrificio ritual practicado por los judíos, que implica el desangramiento de la bestia. Con suma atención al detalle, artículo por artículo, página por página, prohibía la eutanasia de los animales domésticos enfermos (salvo si la llevaba a cabo un veterinario), la amputación de las orejas o el rabo de los cachorros de más de dos meses (a menos que se hiciera bajo anestesia) y la de la cola de los caballos. Prohibía las cacerías con jaurías y sobre todo la caza del zorro, una barbaridad británica. Prohibía aturdir o anestesiar a los animales antes de sacrificarlos. Incluso cocer langostas o cangrejos en agua que no estuviera en ebullición. No se trataba de una normativa improvisada: el asunto había sido discutido intensamente entre los funcionarios del Ministerio del Interior, responsables de redactar el texto. Dos de ellos incluso habían escrito un tratado científico sobre el tema. La ley preveía penas muy duras. Cuando aún no había sido aprobada, el vicecanciller del Reich, Hermann Göring, ya amenazaba con encerrar a los infractores en campos de concentración (nótese que esto sucedía antes de que el régimen reconociera su existencia). «El pueblo alemán siempre ha mostrado un gran amor por los animales y siempre se ha preocupado por su protección», declaró. Hasta que la compasión se había perdido «bajo la influencia de concepciones de la justicia extranjeras y por una extraña interpretación de la ley, debido a que el ejercicio de la justicia se hallaba en manos de gente ajena a la nación» (es decir, en manos de judíos, los inmigrantes por antonomasia). El doctor Mengele, absolutamente respetuoso con la ley, al igual que sus colegas médicos de Auschwitz, no practicaba la vivisección de animales. Sus horribles y sádicos experimentos, sin anestesia, los realizaba con seres que él consideraba subhumanos y muy inferiores a los animales. Volvía a casa del trabajo y abrazaba a su perro. Los perros y los gatos de los judíos habían sido exterminados incluso antes que sus dueños. Hitler era rigurosamente vegetariano. Tuvo numerosos perros por los que sentía un enorme afecto, hasta la última, una pastor alemán llamada Blondi, a la que quiso a su lado en el búnker de Berlín, donde la envenenó amorosamente antes de suicidarse. Consideraba que los judíos eran unos inmundos «comedores de carne». Carroña que se alimentaba de carroña. En la propaganda nazi, la compasión alemana por los animales se confrontaba con el horror de la crueldad atávica y genética de los hebreos. El exterminio se anticipó mediante intensas campañas masivas. Der Stürmer, el repugnante pero ampliamente difundido periódico de Julius Streicher, Gauleiter de Núremberg, publicaba sistemáticamente artículos y viñetas que denunciaban los espantosos sacrificios rituales que practicaban los judíos. No podía faltar una escena de sombríos individuos de caricaturesca fisonomía semítica degollando a una pobre vaca inmovilizada y vertiendo su sangre con ademán satisfecho y demoníaco. En otras ilustraciones, los desalmados judíos sacrifican a inocentes chiquillos o a niñas desnudas sometidas a su voluntad. Como es natural, todas las víctimas, sean vírgenes o reses de tierna mirada, son de un blanco inmaculado, y las chicas, siempre rubias. Por contraste, sus asesinos y torturadores presentan rasgos africanos, labios gruesos y narices aguileñas, y visten colores oscuros. El mal es negro; la víctima, nórdica. Der Stürmer dedicó un número especial a la salvaje fábula medieval según la cual los judíos secuestraban y degollaban a niños cristianos para aderezar con su sangre el pan ácimo del Pésaj. Eso resultó excesivo incluso para los nazis. Hitler ordenó prohibir la edición. No se sabe si porque era demasiado sangrienta y antisemita, o por ser demasiado pornográfica, con abundantes chicas desnudas. Hasta su prohibición, había tenido unas ventas exorbitantes: más de dos millones de ejemplares. El periódico, que había nacido en 1923, siguió publicándose hasta casi el final de la contienda. En cada remota aldea de Alemania había un mostrador especial donde se exhibía, con las morbosas ilustraciones a la vista. La patraña de los inmigrantes clandestinos haitianos de Ohio que roban perros y gatos y se los comen, aireada por Trump, será recordada como uno de los temas clave de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2024. (Escribo esto antes de que tengan lugar, por lo que aún no sabemos si el bulo de las mascotas devoradas logrará restar o sumar votos al candidato republicano.) La famosa frase de Goebbels de que una mentira repetida una y otra vez se convierte en verdad no lo explica del todo. Lo que importa de una mentira no es su veracidad ni su verosimilitud, sino las emociones que despierta. Para fundamentar sus horrendas invenciones, Streicher creó un centro de documentación y una biblioteca muy bien surtida, que reunía las pruebas «irrefutables» de antiguas leyendas medievales y recortes de periódico, especialmente crónicas judiciales. El judío violador, el judío ladrón y embustero, el judío asesino y un largo etcétera. Allí trabajaban decenas de «especialistas», junto con supuestos profesores y periodistas. Qanon, el Foro de Madrid, el Proyecto 2025 trumpiano y «la Bestia»1 de Salvini no han inventado la pólvora. Trump y Vance no son estúpidos. Saben muy bien lo que hacen. Escogieron a Vance como candidato a la vicepresidencia precisamente para consolidar a Trump en los pequeños pueblos del corazón de la Norteamérica profunda, como Springfield, en Ohio. Ahí es donde se concentra la base electoral republicana. Paralelamente, el cine y la literatura viven un resurgimiento de la ciencia ficción y la política ficción apocalípticas. Por ejemplo, la película Civil War, de Alex Garland, imagina unos Estados Unidos que, debido a un presidente que se resiste a abandonar la Casa Blanca, se transforma en un inmenso campo de batalla, en pura devastación y ruina, con ejecuciones sumarias y otros horrores equiparables a los de Gaza y Ucrania. Qué buena idea: ¿quién no tiene en mente lo que se ve cada día en televisión, quién no recuerda las escenas del asalto al Capitolio, quién olvida que Trump todavía no ha aceptado el último resultado electoral e insiste en que, si no gana, tampoco reconocerá el próximo? ¿Quién no se ha estremecido al pensar en lo que habría ocurrido si los atentados contra Trump hubieran logrado su objetivo? Las analogías son un terreno resbaladizo. Pero también han sido siempre una herramienta para entender el mundo. Con este libro nunca he pretendido sugerir que vayan a repetirse los acontecimientos. Por una suerte de superstición, deseaba conjurar el peligro enumerando todo lo que recuerda al clima de la década de 1930 en Alemania y que resulta imperioso frenar. En cambio, cuando regreso a estas páginas, constato perplejo que las cosas siguen empeorando. Nos acercamos a los años treinta del siglo xxi. La crisis que amenaza a Europa, a América y al mundo entero es distinta de la de entonces. Y sin embargo, impresiona ver cómo se repiten ciertas situaciones, no idénticas, pero sí parecidas, análogas. Así como se repite la disyuntiva de salir de una crisis en una dirección y también en la dirección opuesta, el que la democracia ya no se dé por sentada ni esté garantizada para nadie. Y que uno pueda encontrarse al borde del abismo sin advertirlo siquiera. Trump no es nazi. Tampoco lo son Santiago Abascal, ni Marine Le Pen, ni Giorgia Meloni, ni Javier Milei, ni Viktor Orbán, ni siquiera Matteo Salvini. Cuesta más...



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