E-Book, Spanisch, 196 Seiten
Reihe: 100XUNO
Giussani Toda la tierra anhela ver tu rostro
1. Auflage 2018
ISBN: 978-84-9055-860-7
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, 196 Seiten
Reihe: 100XUNO
ISBN: 978-84-9055-860-7
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
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Luigi Giussani (1922-2005), sacerdote milanés, es el fundador del movimiento eclesial Comunión y Liberación. Cursó sus estudios en la Facultad de Teología de Venegono, donde será profesor durante algunos años. En los años cincuenta abandona la enseñanza en el seminario para dar clases en un instituto de enseñanza media de Milán, el Liceo Berchet, donde permanecerá hasta 1967. Desde 1964 hasta 1990 enseña Introducción a la Teología en la Universidad Católica del Sacro Cuore de Milán. Educador infatigable, Giussani publicó en el transcurso de su vida numerosos ensayos, pues como él mismo dijo, 'sólo a través de la educación se construye un pueblo como conciencia unitaria y como civilización'. En particular quiso mostrar 'la razonabilidad y utilidad para el hombre moderno de esa respuesta al drama de la existencia que lleva por nombre 'acontecimiento cristiano'', ofreciendo dicha respuesta 'como sincera contribución para una verdadera liberación de los jóvenes y de los adultos'. Como reconocimiento a su labor, en 1995 recibió el Premio Nacional para la Cultura Católica y, en diciembre de 1997, su libro El sentido religioso fue presentado en la ONU. Falleció en Milán el 22 de febrero de 2005. Siete años después, el 22 de febrero de 2012, se presenta la petición de apertura de su causa de beatificación y canonización, que es aceptada por el Arzobispo de Milán. Encuentro ha publicado casi todas sus obras en español.
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ANTES QUE ROMPA EL ALBA
Antes que rompa el alba
velamos en la espera,
lo creado calla y canta
en el silencio el Misterio.
Nuestra mirada busca
un rostro en la noche,
del alma a Dios se eleva
más límpido el deseo.
La sombra se retira
frente a la luz que viene,
florece la esperanza
del día que no muere.
Clarea ya la aurora,
nos llenará de luz,
tu gran misericordia,
oh Padre, nos de vida.
Y este nuevo día
que el alba nos anuncia
dilate en todo el mundo
el reino de tu Hijo.
A ti, oh Padre santo,
a tu único Verbo,
al infinito Amor
sea gloria por los siglos. Amén [49].
I
Antes que rompa el alba velamos en la espera. En la oscuridad que envuelve todas las cosas antes de que el alba rasgue la oscuridad que cubre el mundo, late la espera del corazón. Porque el corazón humano espera, fue concebido y creado como espera. Como una madre concibe a su criatura, así concibe Dios a nuestro corazón como espera. En el silencio de las cosas, cuando ninguna forma se ha delineado aún, ningún objeto se ha definido, hay como un canto en nosotros que precede a la luz. Antes que salgan de nuestra boca las palabras de la oración matutina vibra la espera del corazón que, orientada naturalmente a su destino, arde en esperanza. Estamos por naturaleza puestos en el mundo como espera.
Lo creado calla y canta en el silencio el Misterio. Lo creado no articula todavía sus palabras, pero insinúa la raíz de todas ellas; una raíz profunda que, desde el velo oscuro de la noche, busca un camino en nosotros para salir a la luz e iluminar el mundo. Cada mañana Dios traza así su senda.
Nuestra historia no es algo casual al albur de circunstancias que marcan una dirección predeterminada; es más bien un diálogo entre quien hace el corazón humano —y por tanto nos llama en cada instante a la verdad, al amor, a la belleza, a la felicidad— y la disponibilidad de nuestro corazón. Porque el hombre es libre y está llamado a la vida. Pero puede buscar la muerte. Como dice la Escritura, hecho para la vida, busca la muerte [50].
Por más que brame la ira o gruña la acusación a los demás, el dar por supuesto, el empeño en defender la mezquindad, lo que nos conviene o que creemos que es lo mejor (lo cómodo, la satisfacción inmediata), podemos seguir impertérritos durante mucho tiempo. ¡Cuántos días, semanas, meses podemos seguir así! ¡Cuánto tiempo permanece seco el manantial de la conciencia!
Así es como dejamos que el pecado, es decir, la elección de la mentira, fluya subrepticiamente hasta los ámbitos más recónditos de nuestra personalidad, sensibilidad y obra. Tened cuidado, porque estar en la mentira puede llegar a definir nuestros días más que el bien para el que se nos concede el tiempo.
No podemos considerar nada con verdad sin partir de la conciencia de ser pecadores, de que cedemos culpable y conniventemente al ídolo del egoísmo y de la satisfacción inmediata. Lo digo una vez más: sin partir de la conciencia de ser pecadores no podemos ser auténticos, no queda nada que pueda conmovernos de modo verdadero, ¡nada! Por eso, sólo si tomamos conciencia de lo que somos, se eleva a Dios más límpido el deseo.
En el principio, pues, está el Misterio. En principio era el Verbo. El Verbo, la Palabra de Dios es lo que da el significado a todo, de lo que todo está constituido. Y sin embargo la Palabra es el Misterio por excelencia.
No es cosa nuestra lo que necesitamos para vivir. Cuando resuena en mi conciencia, esta afirmación tiene una consecuencia práctica, purifica la actitud que asumo ante el día que me espera. Lo que necesitamos para vivir no es nuestro. Lo cual significa que nosotros no somos nuestros. ¿De quiénes somos entonces? ¿De quién es lo que necesitamos para vivir? ¿De dónde nos viene?
II
Velamos en la espera. Velar coincide ya con esperar. Velar es esperar. De hecho deriva del verbo latino vigilare, que se refería a los centinelas que rondaban de noche sobre las murallas de la ciudad; el turno de vigilancia se decía «vela nocturna» [51] y velar era estar alerta: «¡Alerta está!», «Alerta estoy», era la fórmula con la que un centinela se comunicaba con otro.
Nuestra espera se desarrolla en un contexto extraño, el hombre vela en un contexto, digamos la palabra, enigmático. Lo misterioso, en efecto, cuando no se refiere al misterio que es Dios, cuando se refiere a las cosas y a los hombres, se confunde con lo enigmático. Cuando decimos «este chico es un misterio», lo que queremos decir es que este chico es una incógnita, un enigma. De la misma manera, en la oscuridad la creación es un enigma.
Lo creado calla y canta en el silencio el Misterio. El silencio no es sinónimo de ausencia. Mientras la creación calla, se oye el eco de un canto; hay una presencia sugestiva que nos enmudece; se hace silencio dentro de nosotros antes que rompa el alba. El silencio nocturno es verdadero silencio porque suscita una espera. El hombre despierto espera, siente la sugestión de las cosas, el canto de la creación; le embarga el asombro ante el Misterio, ante lo que está más allá. Todos los hombres que vienen al mundo lo identifican con una u otra cosa, pero siempre con ese carácter misterioso.
Antes que rompa el alba prestamos atención al canto de las cosas, escuchamos en silencio la voz del Misterio y nuestra mirada busca, espera. ¿Qué espera? Espera discernir el rostro de las cosas. Pero en la oscuridad los objetos no tienen rostro; la imagen que uno se forma de ellos a tientas, tastando con las manos, es ambigua. El instrumento natural para buscar los objetos es el ojo que, recibiendo la luz, precisa y define el contorno de las cosas, designándolas por su nombre. ¿Y qué sucede cuando todavía no ha amanecido? Nuestra mirada se afina, se hace más aguda, extrema su atención y busca un rostro: busca el rostro de la realidad. Nuestra mirada busca el rostro de Aquel que canta dentro de la realidad [52]. Lleno de asombro ante las cosas, cuyo ser canta calladamente, el corazón empieza a desear, despierta el deseo. Del alma a Dios se eleva más límpido el deseo. Nuestro deseo se eleva más puro hacia Dios, se define lo que el Misterio es para nosotros, infinitamente superior a nosotros, dueño nuestro, fuente de todo lo creado, creador y señor nuestro; y, lentamente, la sombra se retira frente a la luz que viene.
La luz que viene, no identifica solo el instante en que la luz rasga la oscuridad; sugiere también la trayectoria de ese Sol que alumbra la jornada de la vida humana, todo el tiempo de la vida humana, con una claridad que se hace cada vez más imponente. Por eso nace la esperanza del día que no muere, del día que no tendrá fin.
¡Qué bien está indicado el proceso que cada uno está llamado a seguir, ha seguido y sigue, movido por la espera!, la estructura original del hombre frente a la realidad que ejerce sobre él una fascinación indiscutible. En ella canta, calladamente, el Misterio [53]. Entonces, en la noche que ejerce un atractivo profundo sobre nosotros, nuestra mirada busca un rostro. Una curiosidad original nos empuja a buscar un tú. Este pasaje es el más propio de la experiencia cristiana, porque la fe advierte que «Jesús está presente», que se vuelve objeto del entendimiento y de la voluntad que buscan su concreción, sus rasgos, la consistencia de las cosas. Por eso, el deseo se alza más puro hacia Dios: uno empieza no solo a admitirle con la razón, sino a desearle con el corazón; le reconoce como aquel para lo que está hecho su corazón, como alguien a quien se espera.
III
Antes que rompa el alba [antes del primer destello de luz matutina], velamos en la espera. Esperar es el primer modo informe de pedir. Alrededor todo es misterio, silencio del Misterio. Nuestra mirada busca un rostro en la noche. La noche es el límite con el que nos topamos en cualquier relación, el muro que nos cierra el horizonte, que cercena nuestra libertad; también puede ser noche la persona amada, cuando se convierte en una barrera que nos impide una plena libertad, sin límites ni fronteras.
Aun no advertimos el nexo que une todas las cosas que tocamos o lo que se nos cae encima, pero buscamos un rostro: lo que emerge ante nosotros es que el Misterio es una presencia. Nuestra mirada busca un rostro en la noche. El rostro del Misterio es uno sólo, el de Dios. No el de un dios que tenga cabida en nuestras cabezas o sea fruto de nuestras imágenes, sino el rostro del Dios vivo, Jesucristo, Verbo de Dios encarnado.
Sólo entonces la espera adquiere su forma completa, interior, profunda, radical: el deseo. Y se purifica, porque en una espera indefinida prevalece todavía la opacidad de la carne; la realidad carece de sentido a pesar de que podamos analizarla, detallar sus elementos, señalar los...




