Gómez Cerdá | Autobiografía de un cobarde | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 228 Seiten

Reihe: Alerta roja

Gómez Cerdá Autobiografía de un cobarde


1. Auflage 2012
ISBN: 978-84-675-5150-1
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, 228 Seiten

Reihe: Alerta roja

ISBN: 978-84-675-5150-1
Verlag: Ediciones SM España
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¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar por tus amigos? ¿Harías cualquier cosa que te pidieran? ¿Estás seguro? Edu pensaba que sí y por eso, ahora, está en un callejón oscuro, con un bastón en la mano, esperando a que lleguen esos chavales peruanos a los que, junto a sus amigos, deberá dar una paliza.

Alfredo Gómez Cerdá nació en Madrid, en el verano de 1951. Atraído por la lectura desde la adolescencia, estudió Filología Española, especializándose en Literatura. Comenzó escribiendo teatro, género en el que publicó y representó varias de sus obras en los años 70. Sin embargo, en los 80 descubrió la literatura infantil y juvenil y pronto conoció el éxito. Desde entonces ha publicado más de setenta títulos, varios de ellos traducidos a otros idiomas.Gómez Cerdá ha colaborado en prensa y en revistas especializadas, además de participar en numerosas actividades en torno a la literatura infantil y juvenil, como charlas, libro-fórum, programas radiofónicos, mesas redondas, conferencias, etc. Asimismo, ha formado parte de proyectos educativos realizados en Estados Unidos (Aprenda II, en San Antonio, Texas). Sus libros se venden en varios países de Europa, América y Asia. Ha escrito además varios guiones para cómic.Su labor literaria le ha reportado más de veinticinco galardones, entre los que se encuentran el segundo premio El Barco de Vapor 1982, el segundo premio Gran Angular de literatura juvenil en 1983, Premio Altea 1984, accésit del Premio Lazarillo 1985 y segundo premio de El Barco de Vapor del mismo año. En 1987 dos de sus libros (La casa de verano y Timo Rompebombillas) fueron incluidos en la Lista de Honor de la CCEI, y desde entonces ha repetido en numerosas ocasiones, casi cada año. En 1994 logró el Premio Il Paese dei Bambini de Italia, y en 1996 fue accésit del Premio de novela corta Gabriel Sijé. Se hizo con otro Premio Gran Angular en 2005 por su libro Noche de alacranes. Ese año también logró el White Raven de Munich. En 2006 fue Premio Fray Luis de León, mientras que en 2008 se hizo con el Premio Ala Delta, el Premio Lector 2008 y el prestigioso Cervantes Chico por el conjunto de su obra. 2009 le trajo de nuevo el White Raven, así como el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.
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2


No recuerdo exactamente cuándo fue. El día es lo de menos. Era invierno y había pasado ya la Navidad. Me llamó Pacomio.

Que dice el Oruga que de mañana no pasa.

Yo le comenté que siempre había pensado que el Oruga no hablaba en serio cuando decía esas cosas. Pero Pacomio insistió.

Hemos quedado a las seis donde siempre y estaremos todos.

Al colgar pensé en quiénes seríamos todos. Todos éramos cuatro. El Oruga. Pacomio. Jonathan. Edu. Nadie más. Había otros amigos por ahí que iban y venían. Amigos del barrio y amigos del instituto. Pero cuando Pacomio me dijo que estaríamos todos yo sabía que se refería solo a los cuatro. Para un asunto así solo podía confiar en los amigos de verdad.

A pesar de que fui puntual llegué el último. Los tres se me quedaron mirando. El Oruga me preguntó que si pensaba ir con las manos vacías. Yo me miré las manos y me encogí de hombros. Entonces me di cuenta de que Johathan llevaba un bate de béisbol y Pacomio una cadena enroscada entre las manos. El Oruga me dijo que él confiaba sobre todo en sus puños y me mostró un puño de hierro que se adaptaba perfectamente a su mano. Había oído hablar de esos puños. Impresionaba de verdad. Pensé que con eso el Oruga le podría destrozar la cara a cualquiera.

Me sentía confundido y le dije al Oruga que había pensado que no hablaba en serio cuando nos dijo que teníamos que darles una paliza. Él pareció incomodarse un poco y me dirigió una mirada despectiva.

Y luego el Oruga empezó a largar. Cuando empieza a largar no hay quien lo pare. A mí siempre me ha encantado oírle largar. No me importa el asunto del que hable. Es un genio. No me importa no estar de acuerdo con él. Recuerdo que una vez un profesor del instituto le dijo que debería dedicarse a la política. Tienes carisma y un piquito de oro. Eso le dijo. No sé muy bien lo que significa carisma. Piquito de oro sí sé lo que significa y aquel profe tenía razón. Todos nos echamos a reír al imaginarnos al Oruga convertido en diputado. Yo me imaginé la ciudad llena de carteles con la foto del Oruga vestido con traje y corbata. Vote al Oruga. ¡Qué descojone! Pero el Oruga estaba haciendo caso a ese profesor y se estaba volviendo político. ¡Menudos mítines nos echaba! Solo a nosotros. Solo a sus amigos. Pero por algo se empieza. Jonathan se lo dijo una vez en tono de coña.

Te veo convertido en diputado y saliendo por la tele.

El Oruga se quedó un rato pensativo.

¿Por qué no?

Esa fue su respuesta.

Entramos en una tienda de chinos. Después de rebuscar por todas partes encontramos un bastón con una ridícula empuñadura que representaba la cabeza de un dragón. El Oruga dijo que eso me serviría y que si les atizaba con la empuñadura les haría más daño. Luego empezó a despotricar en voz alta contra los chinos.

Los cabrones nos están invadiendo.

Yo le hice señas para que se callase. Mis señas y la presencia de dos chinas menudas y de pequeña estatura parecieron espolearlo aún más.

Tenemos que echarlos a todos de aquí. ¿Sabéis lo que es la carcoma? Pues estos putos chinos son como la carcoma. Si los dejamos nos quedaremos sin nada. Hay que fumigar a la carcoma.

Me di cuenta de que una de las chinas no entendía nada y no dejaba de mirarnos y de sonreírnos. Pero la otra china lo entendía todo y por eso le cambió el gesto de la cara. Pagué el bastón y salí enseguida de la tienda procurando arrastrar a los demás.

En la calle el Oruga se olvidó por completo de los chinos y volvió a recordarnos el asunto que nos había reunido. No quería actuar a la ligera. Quería demostrarles que éramos más listos que ellos. Éramos más listos. Más fuertes. Más ricos. Más guapos. Además jugábamos en casa y deberíamos tener al público a nuestro favor.

El Oruga lo tenía muy pensado. Desde que unos días antes había tenido la bronca en la discoteca lo había planificado todo. Seguramente los había estado vigilando para conocer sus movimientos y sus costumbres. No quería que se le escapase ningún detalle.

Se reúnen en un bar de la plaza. Se han adueñado de ese bar. Mi padre conocía al antiguo dueño. Empezaron a meterse en el bar y la gente de aquí dejó de ir. Al final les tuvo que vender el bar. ¿Os dais cuenta? Es como si se lo hubieran robado.

A mí me parecían exageradas las palabras del Oruga. Pero él era siempre exagerado en todo. No quise replicarle. Quizá mi problema empezase por ahí. Si entonces le hubiese plantado cara al Oruga no hubiese ocurrido nada. Tampoco hubiese conocido a Pam. Pero en estos momentos viviría más tranquilo sin notar esta especie de mano gigantesca que me estruja por dentro. Podía haber tirado aquel ridículo bastón a un contenedor de basura y decírselo bien claro.

Yo no voy.

¡Qué hubieran pensado mis amigos! Se trataba de mis auténticos amigos. Todos legales. Nos conocíamos de toda la vida. El Oruga y yo incluso antes de nacer. Su madre y la mía también son amigas y cuando estaban embarazadas se iban juntas a dar un paseo. Nos han contado que a veces juntaban sus barrigas para que nosotros empezásemos a conocernos. Hay gente que no sabe lo que es un amigo de verdad. Yo sí lo sé. Un amigo de verdad es el Oruga. Y también Pacomio y Jonathan.

No tiré el bastón a la basura y continué escuchando las explicaciones del Oruga. Le oía hablar y pensaba que nos estaba contando alguna película. Todo me resultaba irreal. Me parecía que aquello no tenía nada que ver conmigo. Pero el Oruga hablaba y hablaba con su piquito de oro.

Esperaremos a que salgan del bar y se dispersen. No podemos entrar en el bar y liarnos a golpes con ellos. Allí nos machacarían. Allí se reúnen todos. Allí se hacen fuertes. Se toman unas copas y se marchan en grupos. Beben mucho. Salen medio mamados. Eso nos facilitará las cosas. Nosotros seguiremos al grupo de Wilson y Ezequiel. ¡Esos cabrones! Ellos fueron los que empezaron a liarla en la discoteca. Se creen que están en su país y pueden hacer lo que quieran. Les vamos a bajar los humos. Los atacaremos por sorpresa en la calle cortada.

El Oruga lo había planeado con meticulosidad. Nos dividiríamos en dos grupos. Jonathan y yo esperaríamos junto a la calle cortada. Él y Pacomio vigilarían el bar y seguirían a Wilson y Ezequiel cuando saliesen de él. Al llegar a la altura de la calle cortada los atacarían. Ellos reaccionarían echando a correr y entonces entraríamos en acción Jonathan y yo. La idea era arrinconarlos en la calle cortada. Un callejón sin salida. Las obras del metro la taponaban. No había escapatoria.

El Oruga repitió varias veces que les daríamos una lección para que aprendieran de una vez quiénes mandaban. Y si no aceptaban las reglas del juego que se volviesen a sus países. Colombia. Perú. Ecuador. Sitios así. Lugares llenos de muertos de hambre y de mierda. Traficantes de droga. Matones a sueldo. Ladrones. Vagos. Borrachos. Putas.

El Oruga estaba excitado. Sus palabras lo excitaban cada vez más. Era como si necesitase oírse a sí mismo para convencerse de lo que decía. Por eso no paraba de hablar. Por eso no oía a Pacomio cuando le decía que no todos eran iguales.

Yo conozco a tíos legales.

Creo que habría seguido hablando aunque lo hubiésemos dejado solo. Era una máquina sin control.

Quieren imponerse sobre nosotros. Y los cabrones lo están consiguiendo porque aquí nadie tiene narices. Ya nos chulean hasta en nuestras propias discotecas. Recordad lo que pasó el otro día con Wilson y Ezequiel. Si vienen a trabajar que trabajen. Y se acabó. Pero que no metan las narices donde no deben meterlas. Para chulos nosotros.

Jonathan siempre asentía con la cabeza cuando el Oruga hablaba. Estaba de acuerdo con él en todo. Él no sabía explicarse. Él no tenía un piquito de oro. Pensaba que el Oruga hablaba por él. Sus ojos brillaban de una manera especial cuando el Oruga comenzaba a largar. Escuchaba embelesado y lo animaba a seguir con sus gestos y con ese movimiento constante de su cabeza de arriba abajo.

Sí. Sí. Sí.

A veces incluso le hubiese gustado que el Oruga largase más. Él iba más lejos. Lo había dicho en alguna ocasión. Una vez le pregunté que hasta dónde quería llegar y me respondió con dos palabras.

A todo.

Y cuando le pregunté qué quería decir con todo se encogió de hombros y lo repitió.

Todo.

Jonathan había cambiado mucho últimamente. Desde que su padre cerró la tienda de pijamas y ropa interior no era el mismo. Decía que había tenido que cerrar porque le habían robado varias veces. Siempre los mismos. Moros. Panchitos. Rumanos. Y los putos chinos le hacían la competencia desleal. Así era imposible sacar la tienda adelante. Era como trabajar para ellos. Eso decía Jonathan.

Pacomio y yo nos limitábamos a ser amigos fieles y obedientes. A veces nos mirábamos cuando el Oruga empezaba a largar y Jonathan lo animaba. No estábamos ni de acuerdo ni en desacuerdo.

Yo conozco a tíos legales.

Pacomio siempre repetía lo...



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