Gómez Cerdá | Mateo y el saco sin fondo | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 152 Seiten

Reihe: El Barco de Vapor Roja

Gómez Cerdá Mateo y el saco sin fondo


1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-675-6146-3
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, 152 Seiten

Reihe: El Barco de Vapor Roja

ISBN: 978-84-675-6146-3
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
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Baldo, un aspirante a escritor, por fin tiene entre las manos un personaje prometedor. El problema es que un buen día, el personaje desaparece sin dejar rastro. No es el único, porque nadie sabe dónde está una niña que trabaja en un circo. En realidad, uno y otra han sido secuestrados. Baldo tendrá que liberarlos. Para ello contará con la ayuda de la maga Melidora.

Alfredo Gómez Cerdá nació en Madrid, en el verano de 1951. Atraído por la lectura desde la adolescencia, estudió Filología Española, especializándose en Literatura. Comenzó escribiendo teatro, género en el que publicó y representó varias de sus obras en los años 70. Sin embargo, en los 80 descubrió la literatura infantil y juvenil y pronto conoció el éxito. Desde entonces ha publicado más de setenta títulos, varios de ellos traducidos a otros idiomas.Gómez Cerdá ha colaborado en prensa y en revistas especializadas, además de participar en numerosas actividades en torno a la literatura infantil y juvenil, como charlas, libro-fórum, programas radiofónicos, mesas redondas, conferencias, etc. Asimismo, ha formado parte de proyectos educativos realizados en Estados Unidos (Aprenda II, en San Antonio, Texas). Sus libros se venden en varios países de Europa, América y Asia. Ha escrito además varios guiones para cómic.Su labor literaria le ha reportado más de veinticinco galardones, entre los que se encuentran el segundo premio El Barco de Vapor 1982, el segundo premio Gran Angular de literatura juvenil en 1983, Premio Altea 1984, accésit del Premio Lazarillo 1985 y segundo premio de El Barco de Vapor del mismo año. En 1987 dos de sus libros (La casa de verano y Timo Rompebombillas) fueron incluidos en la Lista de Honor de la CCEI, y desde entonces ha repetido en numerosas ocasiones, casi cada año. En 1994 logró el Premio Il Paese dei Bambini de Italia, y en 1996 fue accésit del Premio de novela corta Gabriel Sijé. Se hizo con otro Premio Gran Angular en 2005 por su libro Noche de alacranes. Ese año también logró el White Raven de Munich. En 2006 fue Premio Fray Luis de León, mientras que en 2008 se hizo con el Premio Ala Delta, el Premio Lector 2008 y el prestigioso Cervantes Chico por el conjunto de su obra. 2009 le trajo de nuevo el White Raven, así como el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.
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1

BALDOMERO Baladuque daba vueltas y más vueltas en su cabeza al hecho de que, después de quince años de tentativas, no hubiese logrado triunfar como escritor. Recordaba, una a una, las noches de insomnio provocado deliberadamente con litros de café, sentado a la mesa, ante el teclado de su portátil de última generación.

Por más que recapacitaba, no sabía realmente a qué achacar su fracaso, porque, si de algo no tenía la menor duda, era de que había fracasado. Y no una, sino innumerables veces.

Había perdido la cuenta de la cantidad de originales enviados a las editoriales, impresos a doble espacio y encuadernados con canutillo de plástico, y del dinero gastado en certificaciones de Correos. Era indiscutible que tenía un tesón a prueba de bombas. Uno tras otro, los originales le habían sido devueltos, en el mejor de los casos con unas rutinarias palabras de cumplido. La cruda realidad era que ningún editor había mostrado interés alguno por su publicación.

Había perdido también la cuenta de la cantidad de concursos literarios a los que se había presentado, por supuesto, sin éxito ni recompensa alguna. Ni siquiera un accésit de consolación. Ni siquiera un sonrojante tercer premio por haber nacido en la provincia donde el concurso se convocaba. ¡Nada!

–¡Baldomero Baladuque! –exclamó en voz alta Baldomero Baladuque. Y a continuación asintió varias veces con la cabeza, como si hubiera descubierto algo importante–. Ese es el problema: mi nombre. Debería utilizar, como han hecho otros escritores, un pseudónimo. Con este nombrecito va a ser difícil que triunfe. ¡Cómo no me habré dado cuenta antes!

Y entonces, decidido, agarró un cuaderno, lo abrió por la primera página y empezó a escribir una lista de posibles pseudónimos, jugando con las sílabas de su propio nombre:

Baldo Bala.
Mero Duque.
Baldo Duque.
Mero Bala.

El que más le gustó fue el de Baldo Duque.

–¡Baldo Duque! –lo pronunció engolando un poco la voz–. Me gusta, suena... muy literario. ¡Baldo Duque! Desde ahora firmaré todos mis libros con este nombre.

De inmediato se dio cuenta de que en realidad firmaría con ese nombre su primer libro, si es que algún día llegaba a publicarlo.

Y Baldo Duque siguió pensando y pensando. Si ya había encontrado un nombre adecuado, ¿qué más necesitaba para triunfar? ¿O acaso le bastaba solo con el nombre? Recordó la última vez que había ido a la librería y repasó algunos de los títulos de los libros más vendidos, de esos que se apilan por centenares, formando auténticos torreones de papel. Sin duda, la estrella indiscutible era la última entrega de la serie de Harry Alfarero, que se había presentado un mes antes

–¿Qué demonios tendrá el dichoso Harry Alfarero para que se venda tanto? –se preguntó Baldo Duque.

Y, de repente, oyó una voz que respondió a su pregunta.

–Un niño huérfano –dijo la voz.

No es que hubiera alguien más con Baldo Duque en esos momentos. No, no; se encontraba completamente solo en su casa. La voz, digamos, salió de él mismo. Eso ocurre a veces. Nos hacemos preguntas en voz alta y nosotros mismos las contestamos sin darnos cuenta.

Baldo Duque se quedó un instante mirando al techo de su habitación, como si hubiera descubierto una grieta o una tela de araña. Luego sonrió exageradamente, lo que afeó su rostro, ya de por sí poco atractivo, y chascó los dedos de manera un tanto ridícula.

–¡Eso es! –gritó–. ¡Un niño huérfano! Un niño huérfano siempre es infalible. Las novelas están llenas de niños huérfanos. ¡Cómo no lo había pensado antes!

Lo cierto es que, desde ese mismo instante, Baldo Duque comenzó a pensar en el protagonista de su siguiente novela, que, por supuesto, sería un niño huérfano, quizá recogido por algún familiar lejano que no le mostraba mucho cariño y que trataba de explotarlo sin escrúpulos.

–Necesito un nombre adecuado para ese niño huérfano. No voy a llamarle Harry Alfarero, por supuesto. Le llamaré...

–Mateo –dijo la misma voz que le había hablado minutos antes.

–¿Mateo?

–¡Sí, Mateo! ¿Qué pasa?

–Nada, nada... Me preguntaba si sería un nombre adecuado.

–¡Lo es!

En el mismo cuaderno donde había estado escribiendo variantes de su nombre hasta encontrar el pseudónimo ideal, escribió lo siguiente:

Niño huérfano = Mateo.

Conectó el ordenador portátil, pues sintió que enseguida iba a necesitar ponerse a escribir. Y esta vez tenía algunos factores nuevos a su favor: su recién estrenado pseudónimo y un niño huérfano llamado Mateo. No podía dejar pasar la ocasión.

Abrió un archivo nuevo, al que llamó sencillamente Mateo. Cuando se le ocurriese un título para el libro, lo cambiaría sin más.

Lo preparó todo para escribir como a él le gustaba. Formato. Párrafo. Interlineado. 1,5. Luego eligió un tipo de letra y un tamaño. Times New Roman. 14. Así, que se viese bien, clarito, sin apretujones. Insertar. Número de página. Parte superior (encabezado). Derecha. Ya estaba todo listo.

Baldo Duque sintió un arrebato que lo conmovió de pies a cabeza, contuvo la respiración unos segundos y comenzó a escribir.

Érase una vez un niño llamado Mateo, que era huérfano...

Sonrió satisfecho. Su nueva novela no podía comenzar mejor. Desde la primera página, incluso desde la primera línea, el lector ya sabría quién era el protagonista y cuáles eran sus circunstancias familiares.

Pensó que tal vez había escrito uno de esos comienzos antológicos, que todo el mundo recuerda y recita. Uno de esos comienzos que solo han conseguido unas pocas obras maestras de la literatura.

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento...

Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo...

Sin darse cuenta, o quizá con plena conciencia y conocimiento, pues su gesto y actitud no revelaban ni una cosa ni otra, escribió cuatro nombres en el cuaderno:

Miguel de Cervantes. Gabriel García Márquez. Franz Kafka. Baldo Duque.

Se dio cuenta de que tenía ante sí un gran reto y un trabajo considerable. En otras ocasiones se había puesto a escribir después de confeccionar una especie de guion o una sinopsis detallada de lo que quería. Sin embargo, esta vez lo estaba haciendo todo sobre la marcha, improvisando. Y no le parecía mal. Quizá eso era lo que le había faltado en otras obras: improvisación y frescura.

Comenzó a cavilar. Decidió que lo más importante era planear una serie de calamidades para Mateo. Era un huérfano y tenía que dar pena al lector. Estaba seguro de que de esta manera la complicidad con el personaje se haría mayor. ¡Ahí estaba el fenómeno Harry Alfarero para demostrárselo! ¡Harry Alfarero, el pobre huérfano! ¡Y no era precisamente Harry Alfarero el primer huérfano de la historia de la literatura! ¡Miles de huérfanos le habían precedido! ¡En todas las lenguas del planeta! ¡En todos los países del mundo!

Volvió a llamarse tonto por no haberse dado cuenta antes de algo tan elemental.

Colocó las manos sobre el teclado del ordenador, dispuesto a continuar. Pero se contuvo en el último momento. Vacilaba. Por eso retomó el cuaderno, pasó la hoja y volvió a escribir:

Los padres y los hermanos de Mateo murieron en un horrible accidente de tráfico, en el que solo él sobrevivió milagrosamente.
Mateo es recogido, sin cariño, por unos tíos, que le maltratan constantemente, le humillan, le vejan...
No va al colegio porque tiene que trabajar a todas horas para los tíos. No tiene amigos.
Los tíos no le dejan salir de la granja donde viven, en medio del campo. Allí se pasa el día trabajando como un animal. Tiene que comer y que dormir en el establo.
Le castigan constantemente, sin motivo. Incluso le azotan con una correa.

Baldo Duque no pudo contener una sonrisa de satisfacción. Sus ojos brillaban velados por una lágrima de emoción y por las comisuras de sus labios se le escapaban babillas blanquecinas ¿Cómo era posible que tantas ideas geniales se le estuvieran ocurriendo al mismo tiempo? Sin duda, su destino había cambiado y se encontraba ante el inicio de una...



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