Grad Powers | La princesa que creía en los cuentos de hadas | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 216 Seiten

Reihe: Digitales

Grad Powers La princesa que creía en los cuentos de hadas


1. Auflage 2020
ISBN: 978-84-9111-651-6
Verlag: Ediciones Obelisco
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 216 Seiten

Reihe: Digitales

ISBN: 978-84-9111-651-6
Verlag: Ediciones Obelisco
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Criada por un rey y una reina estrictos e inflexibles, la delicada Victoria crece soñando que algún día será rescatada por un príncipe encantador tal y como ocurre en los cuentos de hadas. Pero cuando es rescatada las cosas no suceden como tenía previsto y el príncipe deja de ser encantador y la princesa, siguiendo el consejo de un sabio búho, emprende un emocionante viaje por el Camino de la Verdad, al final del cual descubrirá que los cuentos de hadas pueden hacerse realidad. Este relato maravilloso, en la línea de EL CABALLERO DE LA ARMADURA OXIDADA, simboliza el viaje que todos hacemos en la vida a medida que separamos la ilusión de la realidad y descubrimos qué somos en realidad y cómo funciona ese milagro cotidiano que es la vida.

Marcia Grad Powers es una prestigiosa educadora de Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC), acreditada profesora, conocida asesora de imagen y consultora de éxito, además de autora de varios best sellers, entre los que destacan La princesa que creía en cuentos de hadas, El matadragones que tenía el corazón pesaroso y Carisma, y editora del best seller mundial El caballero de la armadura oxidada. Con Albert Ellis es coautora de El secreto para superar el abuso verbal. Dirige seminarios de crecimiento personal para grupos, empresas y profesionales. La obra de Marcia Grad Powers nos ofrece una valiosa ayuda para mantener siempre una buena actiitud y superar las experiencias dolorosas o imprevisibles de la vida. Sus libros, tanto los de ficción como los manuales, contienen historias bellísimas y maravillosamente escritas para fortalecernos emocionalmente y hacer frente a la adversidad con amor, comprensión, alegría, carisma y lucidez.
Grad Powers La princesa que creía en los cuentos de hadas jetzt bestellen!

Weitere Infos & Material


CAPÍTULO 2

La princesita y el «Código Real»

La princesita paseaba por el estrecho y sinuoso sendero del jardín del palacio, intentando sostener una cesta en la que llevaba tres pequeños tiestos de hermosas rosas rojas, una paleta, unos fertilizantes, unos guantes de jardinería, una pequeña regadera y una gran toalla de lino del palacio. A su paso, los capullos de rosas y las flores de diversos colores, brillantes, rosas, blancas y amarillas, abrían sus nuevos pétalos hacia el sol con gran delicadeza, y su perfume llegaba hasta las copas de los árboles. Su alegre corazón cantaba mientras de rodillas colocaba la toalla junto a un montón de tierra ya preparada para ser plantada. El jardinero de palacio le había enseñado muy bien su oficio y sabía cuál era su tarea. Y así lo hizo sin mancharse apenas su blanco delantal.

Era tal la dulzura de su canto que, antes de colocar la primera planta en la tierra, los pájaros de los árboles, sintiéndose atraídos, se atrevieron a cantar al unísono con ella.

Una vez terminada su labor, regresó a palacio seguida por los pájaros mientras invadía con su melodía el vestíbulo real.

Era tan grande la algarabía y el gorjeo, que la princesita no oyó al rey que salía por una puerta cercana al enorme vestíbulo.

—Victoria –dijo con tono de enfado mientras se dirigía hacia ella–, deja de armar tanto alboroto ahora mismo. ¿No hemos hablado ya muchas veces de ello? ¡Es que no me escuchas!

La princesita se quedó paralizada ante la súbita presencia del rey.

—Lo siento, papá –dijo con gran nerviosismo elevando la voz por encima del gorjeo y del trino de los pájaros–, lamento que mi canto sea…

—Para los pájaros –le contestó–. Y muy bien pueden dar fe de ello esas infernales criaturas que se posan en el suelo y vuelan de acá para allá, saliendo y entrando por las ventanas del palacio y causando un gran alboroto cada vez que comienzas a cantar esas tonterías. –Sacudió los brazos para ahuyentar a los pájaros–. ¡Sácalos de aquí de una vez! Estoy reunido con los dignatarios extranjeros y no podemos hablar con todo este alboroto al que tú llamas canto.

—Sí, papá –contestó la princesita a la vez que intentaba por todos los medios no parecer abatida por este golpe mortal, pues sabía muy bien lo que podía pasar si se alteraba delante de cualquier persona, sobre todo de su padre.

Satisfecho, el rey dio media vuelta y al tiempo que se disponía a desaparecer por la misma puerta por la que había venido, apareció Timothy Vandenberg III que, ladrando con gran furia, se cruzó en su camino y estuvo a punto de derribarlo.

—¡Guardia –gritó el rey–, saquen a este chucho del palacio y asegúrense de que no vuelva!

—¡No, no papá! ¡Timothy no! ¡Que no se lo lleven, por favor!

—No es más que un estorbo, Victoria. –Se volvió al guardia y señalando la puerta, continuó–: El perro debe irse.

El guardia siguió a Timothy Vandenberg III que intentó escabullirse corriendo de un lado a otro, pero en el instante en el que el guardia lo iba a alcanzar, Timothy tropezó con un pedestal de alabastro y tiró al suelo de mármol un jarrón de hermosas rosas rojas de tallo largo.

La princesita, agarrando la pierna del guardia en el momento en el que se disponía a atrapar al perro, le rogó:

—Por favor, no se lo lleve. ¡Por favor!

La reina, que había oído el alboroto y había salido rápidamente para averiguar la causa, tomó a la princesita del brazo y la separó del guardia.

—Victoria, ¡te ordeno que dejes de comportarte de esta forma tan indecorosa ahora mismo! Tu padre tiene razón; un perro es un animal indigno de una princesa –miró a su alrededor con gran estupor y exclamó–: ¡Mira todo este desorden!

La princesita intentó disimular su propio enfado y guardó silencio, aunque la expresión de su cara la delataba.

—¡Sabes muy bien cómo debes comportarte! –le dijo la reina, examinando con atención el gesto fruncido de la princesita–. Vete ahora mismo a tu habitación y repasa el «Código Real», sobre todo la parte que trata de la conducta distinguida y la indecorosa manifestación de las emociones. Y no salgas hasta que no haya una sonrisa en tu cara.

La princesita luchó para no dejarse llevar por el impulso que le empujaba a salir corriendo del vestíbulo y, en su lugar, un mar de lágrimas amenazaba con inundar sus ojos. Sin embargo, consiguió contenerlas aunque alguna pequeña lágrima errante corrió por su mejilla mientras subía por la gran escalera de caracol que le conduciría a su habitación.

Una vez en ella, derramó muchas más lágrimas mientras releía el «Código Real de Sentimientos y Conducta de Princesas» colgado en un lugar destacado encima de su tocador. Había sido confeccionado con gran esmero por el calígrafo de palacio, enmarcado y colocado con gran acierto por el decorador quien, a su vez, había seguido las órdenes de la reina. En él se decretaba no sólo cómo debía mirar, actuar y hablar en todo momento la princesita, sino también lo que tenía que pensar y sentir. Asimismo, exponía con suma claridad los pensamientos y sentimientos que se consideraban improcedentes para su condición, si bien en múltiples ocasiones así era como sentía y pensaba. En ninguna parte se decía lo que tenía que hacer para evitarlo. Después de todo, ¿por qué debía ser una princesa?, se preguntaba.

—Crees que es por mi culpa como siempre, ¿verdad, Victoria? –le preguntó Vicky, esa vocecita que procedía de lo más hondo de su ser.

—¡Sí! Ya te he dicho miles de veces que íbamos a tener problemas como siguieras cantando, bailando, llorando y poniendo mala cara. ¡Es que no me escuchas!

—Te odio cuando hablas igual que el rey –le contestó Vicky.

—Lo siento, pero ya no sé qué debo hacer.

—Puedo cumplir el «Código Real», de verdad. Te lo demostraré. –Vicky levantó la mano derecha, se aclaró la garganta y dijo con gran solemnidad–: «Prometo seguir fielmente el «Código Real» en todo momento para ser buena, no, incluso más que eso, para ser perfecta. ¡Lo juro y que me muera, un beso al lagarto si así fuera!».

—No va a dar resultado –predijo Victoria.

—¡Ah!, te lo he prometido, ¿no?

—Me lo has prometido ya cientos de veces.

—Pero nunca dije antes «lo juro».

—Ojalá el rey y la reina pudieran comprender que eres tú y no yo la causante de tantos problemas –dijo suspirando Victoria.

—No puedo hacer nada si piensan que soy un producto de tu imaginación –le contestó muy sumisa Vicky–; de todas formas, no va a volver a ocurrir. Ya lo verás.

La princesita no tenía muchas ganas de cenar esa noche y no le apetecía bajar, pero sabía muy bien lo que ocurriría si no lo hacía y si aparecía con cara larga. Sin embargo, sonreír a los demás mientras por dentro se sentía tan desgraciada era la lección más difícil de aprender, pero esta vez estaba decidida a conseguirlo.

Se obligó a sí misma a practicar diferentes sonrisas delante del gran espejo de bronce. El rey le había dicho muchas veces que su sonrisa era una bendición para sus ojos, aunque ahora no lo pareciera. Por fin, frustrada tras varios intentos, se conformó con esbozar una débil sonrisa y bajar al comedor real.

Durante la cena, la princesita se dedicó a dar vueltas a la comida y a estar más callada que de costumbre.

—¿Le ocurre algo a tu cena? –le preguntó el rey.

La princesita se movió algo nerviosa en su silla.

—Princesa, ¿me has oído?

—Sí –dijo con dulzura.

—Sí, ¿qué?

—Que ya le he oído –contestó con gran respeto.

—Bueno, ¿entonces?

—No le pasa nada malo a mi cena, papá –respondió con indiferencia, moviendo el tenedor de un lado a otro del plato esparciendo los fideos.

—Al parecer hay un problema –dijo la reina–, y te pido que me digas de qué se trata.

La princesita levantó la vista del plato.

—No es nada –respondió dejando aparte el tenedor y retorciendo la suave servilleta de lino en su regazo.

—Victoria, quiero que me des una explicación ahora mismo –le ordenó el rey–, y espero que no tenga nada que ver con ese perro sarnoso.

La princesita comenzó a ponerse nerviosa y a aclararse la garganta varias veces.

—No me atrevo a contároslo –dijo por fin entre dientes.

El rey y la reina continuaron presionándola y, al fin, incapaz de aguantar su mirada inquisitiva por más tiempo, reconoció que su corazón estaba triste.

—Quiero que vuelva Timothy.

—Tu padre lo ha dejado muy claro…

—¡Por favor! –le dijo el rey a su mujer de forma brusca–, yo me encargo de esto–. Se levantó de la mesa algo tenso y comenzó a pasear de un lado a otro con las manos a la espalda.

—Por favor, papá –dijo la princesita sin poder contenerse–, Timothy no fue el culpable de que casi te cayeras. Siempre pierde el control cuando Vicky se pone nerviosa. Y cuando le gritaste por cantar…

—¡Otra vez Vicky! ¡Tu madre y yo ya te hemos dicho que no puedes echar la culpa a ningún amigo imaginario de tu forma de ser!

—No es cierto –respondió Victoria con cierta timidez–, Vicky no es imaginaria, es real.

—Ya eres demasiado mayor para estas cosas –le dijo la reina–, ya es hora de que aprendas a...



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.