E-Book, Spanisch, 200 Seiten
Reihe: Otras Latitudes
Grossmith Diario de un don nadie
1. Auflage 2012
ISBN: 978-84-92683-99-4
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 200 Seiten
Reihe: Otras Latitudes
ISBN: 978-84-92683-99-4
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
George Grossmith (Londres, 1847 - Folkstone, 1912). Comediante inglés, escritor, compositor, actor y cantante. Su carrera artística abarca más de cuatro décadas. Como escritor y compositor, creó 18 óperas cómicas, casi 100 sketches musicales, alrededor de 600 canciones y piezas para piano, tres libros y obras serias y cómicas para diarios y revistas. Es recordado sobre todo por dos aspectos de su carrera: en primer lugar, creó una serie de nueve personajes memorables en la ópera cómica de Gilbert y Sullivan entre 1877 y 1889, y, además, escribió, en colaboración con su hermano Weedon, esta novela cómica que ahora publicamos. Weedon Grossmith (Londres, 1854 - 1919). Escritor inglés, pintor, actor y dramaturgo. Se formó como pintor, pero fue incapaz de ganarse la vida con su pintura por lo que tuvo que dedicarse al teatro como actor y empresario. Ilustró con gran éxito este Diario de un don nadie por el que él y su hermano serían conocidos mundialmente.
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CAPÍTULO II
9 DE ABRIL. Comencé la mañana con mal pie. El carnicero, con quien habíamos decidido no hacer tratos, se presentó y me insultó del modo más desagradable. Empezó por cubrirme de improperios, diciendo que no me quería como cliente. Yo me limité a responder: «¿Entonces por qué está armando todo este escándalo?». Y él gritó con todas sus fuerzas, para que todos los vecinos pudieran oírlo: «¡Bah!, eso mismo pienso yo. ¡Clientes como usted los hay a cientos!».
Cerré la puerta, y mientras intentaba hacerle entender a Carrie que esta vergonzosa escena era culpa suya, se oyó una patada en la puerta, tan fuerte que casi rompió los paneles. Era otra vez el bribón del carnicero, que dijo que se había cortado el pie con el limpiabarros y que me denunciaría. Pasé por la ferretería de Farmerson de camino a la ciudad, y le encargué que quitase el limpiabarros y reparase los timbres, pensando que no merecía la pena molestar al casero por una cuestión tan insignificante.
Llegué a casa cansado e inquieto. El Sr. Putley, un pintor y decorador que nos había enviado su tarjeta, dijo que no podía lograr el mismo color en las escaleras, porque contenía carmín índigo. Dijo que se pasó un día entero llamando a almacenes para ver si podía conseguirlo. Sugirió que debería volver a pintar toda la escalera. Esto nos saldría un poco más caro; pero si intentaba igualar el color, solo podría hacer un trabajo chapucero. Sería más satisfactorio para él y para nosotros si la cosa se hiciera como es debido. Accedí, pero tuve la sensación de que me habían camelado. Planté algunos berros y rábanos, y me acosté a las nueve.
10 DE ABRIL. Farmerson vino para ocuparse él mismo del limpiabarros. Parece un tipo muy correcto. Dice que no suele atender asuntos tan pequeños personalmente, pero que por mí lo haría. Se lo agradecí, y marché a la ciudad. Es vergonzoso con cuánto retraso llegan algunos de los empleados más jóvenes: les dije a tres de ellos que si el Sr. Perkupp, nuestro director, se enterara, podrían despedirlos.
Pitt, un mico de diecisiete años que solo lleva seis meses con nosotros, me dijo «que no me sulfurase». Yo le informé de que tenía el honor de llevar veinte años en la empresa, a lo que él respondió con impertinencia que «se me notaba». Le lancé una mirada indignada y le dije: «Señor, le exijo cierto respeto». Él contestó: «Muy bien, pues siga exigiendo». No continué discutiendo con él. No se puede discutir con gente así. Por la noche vino Gowing y reiteró sus quejas sobre el olor a pintura. Gowing a veces se pone muy pesado con sus comentarios, y no siempre es prudente; y en cierta ocasión Carrie le recordó muy atinadamente que ella estaba presente.
11 DE ABRIL. Los berros y los rábanos aún no han brotado. Hoy ha sido un día desafortunado. Perdí el tranvía de las nueve menos cuarto a la City por discutir con el chico de los recados, quien por segunda vez tuvo la impertinencia de llevar la cesta hasta la puerta principal, dejando las marcas de sus sucias botas en los escalones recién limpios de la entrada. Dijo que había estado llamando a la puerta lateral con los nudillos durante un cuarto de hora. Yo sabía que Sarah, nuestra criada, no podía oírlo, pues estaba arriba haciendo las habitaciones, así que le pregunté al chico por qué no había tocado la campanilla. Él respondió que lo había hecho, pero que se había quedado con el mango en la mano.
Llegué un cuarto de hora tarde a la oficina, algo que nunca me había ocurrido. Últimamente ha habido mucha irregularidad en la llegada de los empleados, y el Sr. Perkupp, nuestro director, desgraciadamente eligió esta mañana para sorprender a los impuntuales. Alguien había dado el soplo a los demás. El resultado fue que yo fui el único en llegar tarde. Buckling, uno de los encargados, es un buen hombre, y su intervención me salvó. Cuando pasaba junto al escritorio de Pitt, oí que este comentaba a un compañero: «¡Es vergonzoso con cuánto retraso llegan algunos de los jefes!». Naturalmente, eso iba dirigido a mí. Respondí a su comentario con el silencio y me limité a lanzarle una mirada, lo cual desgraciadamente tuvo el efecto de hacer que ambos se echaran a reír. Después pensé que habría sido más digno si hubiera fingido no haberle oído en absoluto. Cummings vino por la noche y jugamos al dominó.
12 DE ABRIL. Los berros y los rábanos aún no han brotado. Cuando salí de casa Farmerson estaba reparando el limpiabarros, pero cuando llegué encontré a tres hombres trabajando en el jardín. Pregunté qué significaba todo aquello y Farmerson dijo que, al hacer un agujero, había perforado el conducto del gas. Dijo que ese era un lugar absurdo para poner una tubería, y que el hombre que lo había hecho evidentemente no sabía nada de su oficio. Me pareció que su excusa no era ningún consuelo para el gasto que esto va a suponerme.
Por la noche, después del té, Gowing se pasó por casa y fumamos un cigarro en el salón. Carrie se nos unió más tarde, pero no se quedó mucho tiempo, porque dijo que había demasiado humo para ella. También había demasiado para mí, pues Gowing me había dado lo que llamó un habano verde que su amigo Shoemach acababa de traerle de América. El cigarro no parecía verde, pero imagino que yo sí; porque cuando me había fumado poco más de la mitad no tuve más remedio que retirarme con la excusa de decirle a Sarah que trajera las copas.
Di tres o cuatro vueltas al jardín, porque necesitaba aire fresco. Al volver, Gowing se percartó de que yo ya no estaba fumando; me ofreció otro cigarro, que rechacé educadamente. Gowing empezó con sus habituales pesquisas, así que le atajé diciendo: «¿No vas a quejarte otra vez del olor a pintura?». Él contestó: «No, esta vez no; pero te digo una cosa, percibo un claro olor a madera podrida». No suelo hacer chistes, pero le respondí: «Tú sí que estás hecho un tarugo».4 No pude evitar desternillarme, y Carrie dijo que a ella también le dolían las costillas de tanto reírse. Nunca me ha hecho tanta gracia nada de lo que haya dicho antes. Lo cierto es que me desperté dos veces por la noche y me reí hasta que la cama empezó a temblar.
13 DE ABRIL. Una extraordinaria coincidencia: Carrie había encargado a una mujer unas fundas de cretona para las sillas y el sofá de nuestro salón, con el fin de que el sol no destiña la tela verde de los muebles. Cuando vi a la mujer, la reconocí al instante; era la mujer que solía trabajar hace años para mi anciana tía en Clapham. Esto solo demuestra qué pequeño es el mundo.
14 DE ABRIL. Pasé toda la tarde en el jardín, tras haber comprado por cinco peniques esta mañana en un quiosco un excelente librito en buen estado sobre jardinería. Compré y sembré algunas plantas resistentes al frío en lo que imagino será un lindero cálido y soleado. Se me ocurrió un chiste, y llamé a Carrie. Carrie vino de mal humor, o eso me pareció. Le dije: «Acabo de descubrir que tenemos una pensión». Ella respondió: «¿Qué quieres decir?». Yo le contesté: «Mira, ahí tienes a los huéspedes».5 Carrie dijo: «¿Para eso me has hecho venir?». Yo le respondí: «En cualquier otro momento te habrías reído con mi chistecito». Carrie dijo: «Tú lo has dicho, en cualquier otro momento, pero no cuando estoy atareada en casa». Las escaleras lucen muy bonitas. Gowing vino y dijo que las escaleras estaban muy bien, pero que hacían que las barandillas quedaran muy mal, y sugirió que necesitaban una mano de pintura, con lo que Carrie se mostró muy de acuerdo. Me acerqué a casa de Putley, pero afortunadamente había salido, lo cual me dio una buena excusa para dejar correr el asunto de las barandillas. A propósito, esto tiene bastante gracia.
Stillbrook se queda atrás. Subiendo la colina
15 DE ABRIL, DOMINGO. Cummings y Gowing vinieron a las tres para dar un buen paseo por Hampstead y Finchley, y trajeron consigo a un amigo llamado Stillbrook. Estuvimos charlando mientras caminábamos, a excepción de Stillbrook, que iba unos metros por detrás, mirando fijamente al suelo y cortando la hierba con su bastón. Dado que eran casi las cinco, nos detuvimos para decidir qué hacer y Gowing propuso que fuésemos a tomar un té a La Vaca y el Seto.6 Stillbrook dijo que él «se apañaría con un brandy con soda». Le recordé que las tabernas no abrían hasta las seis. Stillbrook dijo: «No os preocupéis, viajeros de buena fe». 7
Bajando la colina
Llegamos y, al intentar entrar, el encargado de vigilar la puerta me dijo: «¿De dónde viene?». Yo le respondí: «De Holloway». Inmediatamente levantó el brazo y se negó a dejarme pasar. Me giré un momento y vi que Stillbrook, seguido de cerca por Cummings y Gowing, se dirigía a la entrada. Los miré y pensé que me echaría unas buenas risas a su costa. Oí que el portero les preguntaba: «¿De dónde?». Pero cuando para mi sorpresa, de hecho disgusto, Stillbrook respondió: «Blackheath», los tres fueron admitidos al instante.
Gowing me llamó desde el otro lado de la puerta y dijo: «No estaremos ni un minuto». Los esperé cerca de una hora. Cuando aparecieron estaban de un humor inmejorable, y el único que hizo un intento por disculparse fue el Sr. Stillbrook, que me dijo: «Ha sido muy grosero hacerte esperar, pero nos invitaron a otra ronda de brandy con soda». No abrí la boca en todo el camino de vuelta; era...




