Gruber / Hogan | El final de la vida. Dar sentido a nuestra finitud | E-Book | www.sack.de
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E-Book, Spanisch, 160 Seiten

Reihe: Concilium

Gruber / Hogan El final de la vida. Dar sentido a nuestra finitud

Concilium 393
1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-9073-748-4
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

Concilium 393

E-Book, Spanisch, 160 Seiten

Reihe: Concilium

ISBN: 978-84-9073-748-4
Verlag: Editorial Verbo Divino
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



El fin de la vida parece un concepto engañosamente sencillo: toda vida tiene un principio y un final. Sin embargo, cuanto más se piensa en este simple hecho de la vida más preguntas surgen. El final de la vida en algunos contextos culturales tiende a reprimirse y ocultarse. Sin embargo, para las poblaciones pobres y marginadas, donde la muerte está siempre presente, el final de la vida es inmediatamente una parte de la vida. Quizá la pandemia mundial de la COVID-19 haya alterado esta dicotomía y haya concretado el final de la vida como una realidad a la que se enfrentan todos los seres, en muchas de sus facetas. Los artículos reunidos en este volumen pretenden hacer justicia a la complejidad del final de la vida y abordarlo desde distintas perspectivas.

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EDITORIAL


El final de la vida parece un concepto engañosamente sencillo: ¿no termina la vida de cada ser —humano y no humano— en algún momento? ¿Acaso la experiencia de la finitud no forma parte de la existencia? Toda vida tiene un principio y toda vida tiene un final. Sin embargo, cuanto más se piensa en este simple hecho de la vida, más complejo se vuelve, y más preguntas surgen, algunas de las cuales se exploran en este número de la revista.

A pesar de su presencia en toda la vida, el final de la vida no siempre se refleja conscientemente. De hecho, en algunos contextos culturales —quizá especialmente en el Norte Global— tiende a reprimirse y ocultarse, o a ser gestionado por «especialistas» en centros de atención u hospitales. Sin embargo, en otras partes del mundo, así como para las poblaciones pobres y marginadas del Norte, donde la vida es una lucha contra la pobreza, las enfermedades o la guerra, y donde la muerte está siempre presente, el final de la vida es inmediatamente una parte de la vida. Es una parte de la vida que llega demasiado pronto y a menudo de forma violenta, y esto cambia la forma de considerar el final de la vida, y las cuestiones que se plantean al respecto, como muestra la contribución de Alexandre Martins, que examina los retos del final de la vida a los que se enfrentan los marginados, en particular los pueblos indígenas.

Quizá la pandemia mundial de COVID-19 haya alterado esta dicotomía y haya concretado el final de la vida como una realidad a la que todos los seres se enfrentan, en muchas de sus facetas: las imágenes de hileras de ataúdes en Italia y de piras funerarias en la India han hecho tangible el final de la vida. La pandemia obligó a ajustar muchas prácticas en torno al final de la vida —acompañar al moribundo, compartir el dolor y el luto junto con la familia y los amigos, los ritos religiosos u otros ritos funerarios—, y su importancia se hizo sentir de forma aguda cuando ya no era posible hacerlas juntos. Y lo que es más importante, las injusticias y exclusiones que han marcado «invisiblemente» a las sociedades se han hecho aún más evidentes al ver cómo repercuten en el final de la vida con respecto al acceso a los cuidados, las redes de seguridad social o las condiciones de trabajo seguras. No es de extrañar, pues, que varias de las contribuciones de este volumen se basen en las experiencias de la pandemia en diferentes contextos en sus reflexiones sobre el final de la vida (por ejemplo, Andrea Vicini en sus reflexiones sobre los diferentes retos de la atención sanitaria en el Norte y el Sur Global, las consideraciones de Eric Genilo sobre los procesos de toma de decisiones en torno al final de la vida en Filipinas, o la contribución de Martins mencionada anteriormente).

Pero ¿qué es exactamente el final de la vida? ¿Es el final de la vida —la muerte— un final abrupto, algo que hay que evitar, combatir como un enemigo con todos los medios biotecnológicos posibles, como se percibe a menudo en la profesión médica? ¿Es el final de la vida una zona de guerra? ¿O la muerte como final de la vida es más bien una pausa (como reflexiona Vicini en su contribución, basándose en la película de 2001, Wit, de Mike Nichols)? ¿No es tanto el final como el paso a algo diferente? ¿Quizás incluso un nuevo comienzo? Muchas tradiciones religiosas han intentado dar sentido al final de la vida en estos términos, de modo que el final de la vida no se entiende como un final, sino como una transformación, o un renacimiento en la muerte. ¿O tal vez el final de la vida no es un punto en el tiempo, el punto final del tiempo, sino un período de tiempo? ¿Un período que puede durar semanas, meses o incluso años? Las reflexiones de Dietmar Mieth sobre el final de la vida tal y como se experimenta en el proceso de envejecimiento sugieren esta idea. ¿Acaso el final de la vida ya está presente en su comienzo?

Cada una de estas diferentes formas de pensar en el final de la vida conlleva sus propios interrogantes. Si el final de la vida se identifica con la muerte, la cuestión de cómo definir la muerte y cómo reconocer que se ha producido cobra importancia. En este contexto, los indicadores médicos de la muerte pueden entrar en conflicto con los religiosos o culturales, y crear tensiones, como analiza, por ejemplo, Abdulaziz Sachedina desde la perspectiva de la bioética islámica con respecto a la cuestión de la muerte cerebral, la reanimación o los trasplantes de órganos. Por otra parte, si se considera el final de la vida como un período de la vida, se reorienta la comprensión de la relación entre la vida y la muerte, que aparecen entonces no tanto como opuestas sino más bien como conectadas entre sí, tal vez incluso como una continuidad, como señala Kris Chong en su análisis de dos películas chinas que tratan —cada una de ellas de manera diferente— el final de la vida. Esto hace que la perspectiva del final de la vida pase de ser médica-tecnológica-ética-jurídica a ser existencial y nos orienta hacia la cuestión de lo que significa que nuestra existencia sea finita, y que seamos conscientes de nuestra finitud. La reflexión sobre el final de la vida nos lleva, por tanto, a diferentes direcciones: hacia la muerte (y lo que hay más allá), y hacia la vida; hacia el significado de la vida y la muerte de un individuo, hacia la calidad de vida, así como a la forma de experimentar la muerte. Plantea cuestiones de identidad y autocomprensión, así como preguntas sobre la memoria y cómo será uno recordado por los demás, una preocupación central del protagonista de una de las películas que comenta Chong.

Sin embargo, aunque el final de la vida es, en este sentido, una experiencia intensamente personal —el final de la vida de un individuo—, también es una experiencia colectiva, ya que afecta no solo al sujeto moribundo, sino también a sus familias o seres queridos, y a la comunidad más amplia que deja atrás. Douglas Davies señala que el final de la vida nos hace conscientes de que no somos tanto individuos como «dividuos», en el sentido de persona compleja, que vivimos nuestra vida y terminamos nuestra vida en una red de relaciones que incluye a otros seres humanos, a otros seres no humanos y al entorno en general. Esta concepción ampliada del yo podría influir también en las prácticas funerarias que, como señala Davies para el Reino Unido, prestan cada vez más atención al impacto medioambiental de nuestra muerte, y no solo de nuestra vida.

Esta dimensión colectiva o social del final de la vida es especialmente importante en las culturas en las que el individuo se entiende principalmente como parte de la comunidad y, por lo tanto, se considera que las cuestiones ético-existenciales que le conciernen siempre afectan también a la colectividad. Genilo y Sachedina trazan las consecuencias de esta comprensión del individuo en la comunidad con respecto a las decisiones sobre el cuidado de los pacientes terminales en Filipinas y en las culturas islámicas, respectivamente, en las que las cuestiones de la autonomía del paciente o el consentimiento informado son secundarias en relación con la participación de la familia en el final de la vida de su ser querido.

Sin embargo, como ha demostrado la pandemia —aunque siempre ha sido así—, el final de la vida está incrustado no solo en las relaciones intersubjetivas, sino en las instituciones sociales y los procesos políticos que repercuten en cómo se experimenta y qué significa. Esto incluye varios aspectos, que van desde la difícil cuestión del suicidio asistido que discute Jean-Pierre Wils en el contexto europeo, hasta el acceso a la atención sanitaria básica o avanzada, y aún más fundamentalmente, el acceso a recursos básicos como la comida, el agua y la vivienda, como señala Martins. El fin de la vida es una cuestión de biopoder, como ha teorizado Michel Foucault: el poder del soberano (gobiernos o incluso fuerzas globales) para fomentar (algunas) vidas y dejar morir (otras). ¿La muerte de quién se considera aceptable, quizá incluso insignificante? ¿Por la vida de quién se lucha? ¿Qué vida se percibe como valiosa, la de quién no? ¿La vida de los negros, de los indígenas, de los inmigrantes, de los pobres, de los del Sur Global?

Así, aunque es una experiencia universal, el final de la vida se vive de forma diferente en contextos particulares, y las cuestiones sociales, culturales, políticas y económicas que se plantean en relación con el final de la vida, difieren considerablemente en función de este contexto, como muestran las contribuciones de este número. Aunque todos somos iguales en la muerte, como sugiere el motivo de la Danza de la Muerte de la Baja Edad Media en Europa, el final de la vida está marcado por una profunda desigualdad e injusticia. Las decisiones sobre las opciones de tratamiento avanzado para los enfermos terminales, los cuidados paliativos o el suicidio asistido, la cuestión de la eutanasia, de lo que constituye una «buena muerte», son cuestiones que preocupan a las élites del Norte y del Sur. Sin embargo, la inmensa población de pobres y marginados ni siquiera tiene acceso a agua o aire limpios, por no hablar de la atención sanitaria básica. Su realidad es la de la «mistanasia», la «mala muerte», un término acuñado por Dos Anjos y utilizado por Martins para describir las muertes prematuras e invisibles de aquellos cuyo final de la vida no se considera digno de reflexión y cuyas realidades pasan desapercibidas en los debates bioéticos sobre la autonomía del paciente, el rechazo del tratamiento o las definiciones médicas de la muerte. Tanto Martins como Vicini critican incluso la enseñanza católica en torno al final de la vida porque es...



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