Heat-Moon | Carreteras azules | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 624 Seiten

Reihe: Ensayo

Heat-Moon Carreteras azules

Un viaje por Estados Unidos
1. Auflage 2018
ISBN: 978-84-120830-4-0
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

Un viaje por Estados Unidos

E-Book, Spanisch, 624 Seiten

Reihe: Ensayo

ISBN: 978-84-120830-4-0
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Tras haber perdido su trabajo y a su esposa -después de un matrimonio fallido-, William Least Heat-Moon llega a un punto de inflexión en su vida y decide coger su camioneta y realizar un viaje de 13.000 millas por carreteras secundarias, llamadas 'Blue Highways' porque aparecían dibujadas en azul en los mapas antiguos de Estados Unidos. Aclamada como una obra maestra de la literatura de viajes norteamericana, Carreteras azules, más que una simple novela autobiográfica, es un viaje inolvidable a lo largo de los caminos de Estados Unidos, que se adentra en las ciudades y pueblos norteamericanos menos conocidos, así como en las personas que habitan estos parajes. William Least Heat-Moon, un autor de la talla de Kerouac, según el Chicago Sun Times, partió con poco más que la necesidad de poner su casa detrás de él y un sentido de curiosidad acerca de 'esos pequeños pueblos que aparecen en el mapa, si es que lo hacen, solo porque algún cartógrafo tiene un espacio en blanco para rellenar'. Lugares como Remote (Oregón), Simplicity (Virginia), New Freedom (Pensilvania), New Hope (Tennessee), Why (Arizona) o Whynot (Misisipi). Sus aventuras, sus descubrimientos y sus recuerdos de las personas extraordinarias que encontró en el camino son toda una revelación de la verdadera y profunda cultura vial estadounidense.

William Least Heat-Moon Escritor de viajes estadounidense de ascendencia inglesa, irlandesa y de los nativos americanos de la Nación Osage. Es autor de varios libros sobre viajes inusuales a través de Estados Unidos. Su sobrenombre Least Heat-Moon provenía de su padre: 'Me llamo Heat Moon, tu hermano mayor es Little Heat Moon. Tú, al llegar el último, eres menos [Least]'. Heat-Moon asistió a la Universidad de Misuri, donde obtuvo su licenciatura, maestría y doctorado en Inglés, así como una licenciatura en Fotoperiodismo. También trabajó como profesor de inglés en la universidad. Es también autor de PrairyErth (1991), un estudio profundo de la historia y la gente del condado de Chase, en Kansas; River-Horse (1999), en el que describe un viaje en barco de cuatro meses, en el que navegó casi exclusivamente por las vías fluviales de Estados Unidos desde el Atlántico hasta el Pacífico; y de los libros Columbus in the Americas (2002), Roads to Quoz (2008) y Here, There, Elsewhere (2013); así como de su primera novela de ficción, Celestial Mechanics (2017). En 2014 publicó Writing 'Blue Highways', un relato de cómo escribió su libro más exitoso, Carreteras azules (1982). Al reflexionar sobre el viaje, también analiza la escritura, la publicación, las relaciones personales y muchos otros aspectos relacionados con la redacción del libro. Por esta obra le fue otorgado el Premio al Logro Literario Destacado del Consejo de Humanidades de Misuri.
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01


Cuidado con los pensamientos nocturnos. No se analizan debidamente; se presentan torcidos, despojados de sentido y de toda contención y surgen de las fuentes más insondables. Pensemos, por ejemplo, en el 17 de febrero, un día de expectativas frustradas, el día en que supe que mi empleo como profesor de inglés había concluido a causa de un descenso en las matriculaciones en el instituto, el día en que telefoneé a mi esposa, de quien hacía nueve meses que me había separado, para comunicárselo, y el día en el que ella dejó caer algo acerca de su «amigo»: Rick, Dick, Chick… o algo por el estilo.

Aquella mañana, antes de que las noticias se precipitaran, Eddie Short Leaf, que trabajaba unas tierras en el valle del Misuri y quitaba a palazos la nieve de las aceras del campus, me comentó que, si aquel frío intenso no cesaba pronto, los árboles se congelarían por dentro y estallarían. Eso fue lo que dijo.

Aquella noche, mientras, tumbado, me preguntaba si me sobrevendría el sueño o haría explosión, se me ocurrió una idea. Un hombre incapaz de tirar adelante con su vida al menos podía tirar. Podía dejar de intentar esquivar la vida, aparcar la rutina y afrontar el peligro real de las circunstancias… por mera dignidad.

El resultado: el 19 de marzo, la última noche de invierno, volvía a yacer despierto en la cama, entre una maraña de sábanas, en esta ocasión asediado por las dudas sobre la locura que suponía largarme sin más, dejándolo todo atrás, y dudando, en general, del plan que daría comienzo al amanecer: emprender un largo viaje circular (equivalente a la mitad de la circunferencia de la Tierra) por las carreteras secundarias de Estados Unidos. Seguir un círculo conferiría un sentido al viaje, el de regresar al punto de inicio, del que carecería desplazarme en línea recta. E iba a hacerlo viviendo en la parte trasera de una furgoneta. Pero ¿por dónde empezar aquel nuevo principio?

Un extraño sonido interrumpió mi duermevela. Me acerqué a la ventana y noté el aire frío en los ojos. Al principio solo vi el fulgor de las estrellas. Pero luego los avisté. En el negro cielo de marzo vi dos bandadas entrelazadas de gansos azules y nivales graznando mientras volaban hacia el norte, dibujando una configuración ondulante con forma de uve doble en aquel cielo fosco, con sus blancos vientres resplandeciendo misteriosos por el reflejo de las luces de la ciudad y sus cuellos alargados hacia el norte. Divisé entonces otra bandada que abandonaba el sur, quién sabe por qué motivo, tal vez para criar y para reconstruirse. Una nueva estación. Allí estaba la respuesta: empezar por seguir la primavera, tal como ellos hacían, sombríamente, alargando el pescuezo.

02

El equinoccio de primavera llegó una mañana gris y sosegada, curiosamente tranquila, ni invernal ni primaveral, como si el ciclo se hubiera detenido. Puesto que las cosas suceden como suceden, mi partida al alba pasó a ser una partida por la mañana y luego una partida por la tarde. Finalmente, subí a la furgoneta, bajé la ventanilla y eché un último vistazo a mi apartamento alquilado. Desde un olmo muerto que los gavilanes utilizaban cada año se oyó un agudo uiii cuando los polluelos chillaron pidiendo más larvas. Puse en marcha el motor. Cuando regresara la próxima estación, si es que regresaba, aquellos polluelos ya habrían abandonado el nido.

Acompañado únicamente por una pequeña araña gris que caminaba por el salpicadero (mata una araña y lloverá), conduje hasta la calle, doblé la esquina, atravesé la intersección, crucé el puente y me incorporé a la carretera. Me dirigía hacia esas pequeñas poblaciones que salen en los mapas (cuando salen) solo porque al cartógrafo le queda un espacio en blanco que rellenar: Remote (Oregón); Simplicity (Virginia); New Freedom (Pensilvania); New Hope (Tennessee); Why (Arizona); Whynot (Misisipi); Igo (California; un poco más allá de Ono, por la misma carretera): allá voy.[2]

03

Una promesa: me dedico este capítulo a mí mismo. Cuando lo haya acabado, ya no volveré a hablar sobre ese asunto.

Llamadme Least Heat-Moon. Mi padre se hace llamar Heat-Moon y mi hermano mayor, Little Heat-Moon. Yo, por ser el benjamín, soy por ende Least, el menor. Asimilar mi nombre ha sido toda una lección.

Para los pueblos sioux, la Luna del Calor es el séptimo mes, un tiempo que también se conoce como la Luna de Sangre, creo que debido al oscuro color que adquiere a mediados del verano.

Tengo otros nombres: Buck, que en su día me parecía un insulto, por no hablar ya de mis rasgos anglosajones predominantes. Y también Bill Trogdon. Los nombres cristianos se remontan a un abuelo de hace ocho generaciones, un tal William Trogdon, un inmigrante procedente de Lancashire que vivió en Carolina del Norte y fue asesinado por los lealistas[3] por proporcionar alimento a patriotas rebeldes, gracias a lo cual su nombre quedó inscrito en el cuarto volumen de Makers of America. En cambio, en la concepción de los pieles rojas, los indios, un hombre que hace las paces con lo nuevo destruyendo lo viejo no merece honores. O eso he oído decir.

Un verano, mientras Heat-Moon y yo paseábamos por los terrenos ancestrales de los osages cerca del río homónimo en el oeste de Misuri, conversamos acerca de linajes. Mi padre me dijo: «En cualquier persona de cualquier lugar, si la miras desde la distancia suficiente, encontrarás sangre roja y un corazón rojo. Aún hay esperanza».

No obstante, un mestizo, al margen de a quién deba su corazón, es un hombre contaminado en quien no confían ni los pieles rojas ni los blancos. Tal actitud responde a la extensa ristra de mestizos «pérfidos» que existió tiempo atrás, hombres que, por su condición, tuvieron que renunciar a uno de sus linajes. Por mi parte, yo escogeré lo que me dicte el corazón o el espíritu, pero nunca la sangre.

Y una última cosa acerca de las líneas de consanguineidad. Mi esposa, una mujer con unos fascinantes rasgos mestizos, descendía de los cheroquis. Llamábamos a nuestras batallas, las que librábamos mi cheroqui y yo, las «guerras indias».

Por todos estos motivos, bauticé mi furgoneta con el nombre de Ghost Dancing,[4] un símbolo torpe en alusión a las ceremonias de la década de 1890 en las que los indios de las Llanuras, vestidos con camisas de tela que creían que los hacían indestructibles, bailaban por el retorno de los guerreros, de los bisontes y del fervor de la vida ancestral, que arrasaría la nueva vida. Las danzas de los espectros, rituales de resurrección desesperados, fueron los estertores de un pueblo cuya última defensa era la ilusión, prácticamente lo único que les quedaba en su insignificancia.

Y un último detalle: la mañana de mi partida había visto treinta y ocho Lunas de Sangre, una edad que conlleva su propia locura y futilidad. Con una sensación de aislamiento que rozaba la desesperanza y la sospecha creciente de que vivía en una tierra ajena, me adentré en la carretera en busca de lugares donde el cambio no conllevara la ruina y donde el tiempo, los hombres y las hazañas conectaran.

04

La primera carretera: la interestatal 70 rumbo al este para salir de Columbia (Misuri). En este punto, la carretera sigue, más o menos, el Booneslick Trail,[5] el tramo inicial del camino de Oregón; también discurre en paralelo tanto de la latitud sur del último gran glaciar del centro de Misuri como de la frontera norte de la Nación Osage. La cheroqui y yo habíamos discutido en todo su recorrido a lo largo de Misuri e Illinois durante diez años, y el recuerdo agudizó la dificultosa conducción aquel primer día de primavera. Pero la ruta hacia el este era la más rápida para salir de mi tierra. Si el recuerdo pesa demasiado, concéntrate en mirar. Me dediqué a observar las particularidades del camino.

Apunte: Un hielo verdoso, rugoso y corrompido cubría los estanques.

Apunte: Mirlos pasando cual hojas llevadas por la tormenta por encima de las copas de los árboles, desplazándose como si estuvieran atados a la voluntad de alguien por una cuerda invisible.

Apunte: Rótulos pintados en tejados de establos: «Visite Rock City. Vea los siete estados». Siete de un solo golpe. A la gente le encantaba.

Apunte: Cercas arrancadas hechas con naranjo de los osages (así llamados aunque pertenecen a la familia de las moreras). Los osages fabricaban arcos y cachiporras con sus ramas; sus troncos, dotados de un fungicida natural, sujetaron los primeros cables de telégrafos, y sus raíces proporcionaron tinta para confeccionar los insulsos uniformes verde oliva de los soldados de infantería. Ahora los naranjos de los osages desaparecían para que tractores de mayor tamaño pudieran arar surcos más largos.

En High Hill, dos niños volaban vistosas cometas con forma de mariposa cuyas cuerdas se tensaban con fuerza por efecto del viento. Sin cuerdas no hay vuelo. High Hill, una población asombrosamente llana cuya única calle principal de edificios de las postrimerías del siglo XIX discurría en paralelo a la autopista interestatal, descansaba bañada por un rayo dorado de sol que se colaba entre ellos. No había ni un alma en la calle, y todas las cosas estaban tan quietas y eran tan viejas que el pueblo parecía un diorama de museo.

Recorridos unos ciento veinte kilómetros, la lluvia empezó a martillear el parabrisas y la carretera se convirtió en faros...



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