E-Book, Spanisch, Band 58, 704 Seiten
Reihe: El Ojo del Tiempo
Jodorowsky / Costa Metagenealogía
1. Auflage 2015
ISBN: 978-84-16396-57-3
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
El árbol genealógico como arte, terapia y búsqueda del Yo esencial
E-Book, Spanisch, Band 58, 704 Seiten
Reihe: El Ojo del Tiempo
ISBN: 978-84-16396-57-3
Verlag: Siruela
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Alejandro Jodorowsky(Tocopilla, Chile 1929), artista múltiple, poeta, novelista, director de teatro y cine de culto (El Topo o La Montaña Sagrada), actor, creador de cómics (El Incal o Los Metabarones), tarólogo y terapeuta, ha creado dos técnicas que han revolucionado la psicoterapia en numerosos países. La primera de ellas, la Psicogenealogía, sirvió de base para su novela Donde mejor canta un pájaro, y la segunda, la Psicomagia, fue utilizada por Jodorowsky en El niño del jueves negro. Su autobiografía, La danza de la realidad, desarrolla y explica estas dos técnicas.
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En la primavera de 1979 comenzó una de las más intensas aventuras de mi vida, aventura que me llevó a crear un sistema terapéutico y artístico basado en el estudio del árbol genealógico. En esa época yo tenía 50 años. Es necesario que regrese brevemente a mi pasado, anterior a esa fecha. Mi formación juvenil fue rica y compleja, libresca y autodidacta. Los maestros y la intuición personal se sucedieron, así como los periodos de estudio y los periodos de experimentación. Sobre esta suma de actividades basé las teorías y las prácticas que serán presentadas en este libro.
En 1947, después del bachillerato, decidí inscribirme en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Me atraían la filosofía y la psicología. Asistí a diferentes cursos durante dos años, logrando obtener un diploma en Filosofía de las Matemáticas y otro en Historia de la Cultura. Participando en un curso en el que un profesor norteamericano nos incitaba a aprender cómo adaptar a los hombres a la conducta de las máquinas, abandoné escandalizado la universidad para dedicarme a los títeres... Convertí mis representaciones en un psicodrama: creé muñecos que representaban a mi padre, a mi madre, a mi hermana y a gran parte de mi familia. Después de presentar varias obras, comencé a interesarme por la expresión corporal. Pensé que si los sentimientos provocaban posturas corporales, una postura corporal podría provocar emociones. Creé un método de expresión que se iniciaba con una angustiada posición fetal (deseos de morir) y que terminaba con un ser humano realizado, con los brazos abiertos y unido al cosmos (alegría de vivir). Al comienzo, mi finalidad era encontrar un lenguaje físico que me permitiera contar historias. Pero a medida que me centré en descubrir los mecanismos de la expresión corporal –practicando danzas, meditaciones y masajes–, me di cuenta de que en nuestro cuerpo se anidan recuerdos de la infancia –incluso del periodo fetal–, aceptaciones, rechazos, residuos psíquicos de diferentes miembros de nuestra familia... Me apoyé para esto en un texto descubierto en el tratado de René Descartes , publicado en París en 1649:
…es fácil imaginar que las extrañas aversiones de algunos, que les impiden soportar el olor de las rosas o la presencia de un gato, y otras cosas parecidas, provienen solamente de que, en los comienzos de su vida, han sido molestados en gran manera por alguno de estos objetos, o bien porque han participado en el sentimiento de su madre, que ha sido molestada por ellos estando embarazada. Porque es cierto que hay relación entre los movimientos de la madre y del niño que está en su vientre, de modo que lo que le es contrario al uno daña al otro. Y el olor de las rosas puede haberle producido dolor de cabeza a un niño estando aún en la cuna; o bien, un gato le puede haber asustado mucho, sin que nadie se haya dado cuenta de ello, ni él mismo haya vuelto después a acordarse, aunque la idea de la aversión que experimentó entonces hacia esas rosas o ese gato quede impresa en su cerebro hasta el fin de su vida (parte II, art. CXXXVI, trad. Eugenio Frutos, Planeta, Barcelona 1989).
Ciertos movimientos despertaban mi rabia contra el padre, la pena de la emigración legada por mis abuelos, la angustia de haber querido ser eliminado mientras estaba en el vientre materno, y muchas otras cosas. Los ensayos de los mimodramas se convirtieron en terapias colectivas. El contraste era tan fuerte entre estas prácticas en las se revelaba el auténtico ser de cada uno y el mundo exterior estructurado por los prejuicios y las apariencias, que no tardó en abrirse paso en mi conciencia una constatación: los límites y las enfermedades sociales nos sumergen en una jaula mental. Desde aquel momento (yo no tenía más de veinte años) el arte se me convirtió en una actividad orientada hacia mi liberación espiritual.
Esa búsqueda, a pesar del éxito que coronaba las representaciones de mi compañía de mimo, me hizo irme de Chile. Abandoné el taller donde ensayábamos, los trajes, los decorados, los objetos, los libros, todo. Llegué a París decidido a trabajar con el mimo Marcel Marceau, a participar activamente en el grupo surrealista que dirigía André Breton y a asistir como alumno libre a los cursos que el filósofo Gaston Bachelard impartía en la Universidad de la Sorbona.
Practicar pantomima con Marceau me incitó a investigar en el yoga tántrico y sus chakras, en la medicina china y sus meridianos, en la Cábala y sus sefirots aplicados al cuerpo. Aunque probablemente esas biologías son imaginarias, a quien tiene fe en ellas le permiten sanar y desarrollar su conciencia. Con los surrealistas, el practicar innumerables «cadáveres exquisitos», dejando de lado la racionalidad para escribir dictados automáticos sin pensar, permitió que me familiarizase con mi inconsciente y dejara de considerarlo un peligro, para darme cuenta de que era un eficaz aliado. Como consecuencia de esto comencé a leer fervientemente las obras de Sigmund Freud, lo que me condujo a estudiar a Sándor Ferenczi, Melanie Klein, Wilhelm Stekel, Georg Groddeck y Wilhelm Reich. Los cursos de Bachelard, por sus análisis de los elementos primordiales como el agua, el fuego, el aire, la tierra y el espacio, me condujeron a la Alquimia. En el libro , de Carl Gustav Jung, encontré un buen guía. En esta época juvenil, aunque de forma primaria, mi mente comenzó a comprender la estrecha relación que existía entre arte y terapia. Veía por un lado a los artistas, enfrascados en la exaltación de su ego, considerado como isla aparte de la humanidad y buscando ante todo ser reconocidos y admirados, y por otro la devoción del terapeuta poniéndose como meta el servicio a la salud mental y física de los otros.
Realizado mi aprendizaje en Europa, emigré a México para crear una escuela de pantomima. Muy pronto derivé hacia la dirección teatral. Puse en escena, en diez años, un centenar de espectáculos, principalmente teatro del absurdo. Di a conocer obras de Samuel Beckett, Eugène Ionesco, Jean Tardieu, Fernando Arrabal, August Strindberg, Leonora Carrington, Michel de Ghelderode, Federico García Lorca, Franz Kafka, Nikolái Gógol y mías. Cansado de crear espectáculos con actores recitando delante de espectadores pasivos, decidí eliminar las obras escritas para el teatro y suplantarlas con libros filosóficos o psicoanalíticos. Comencé adaptando en 1970 para la escena , de Friedrich Nietzsche, con actores a los que hice intervenir desnudos. Tratando de ir aún más lejos en mis búsquedas experimentales, ese mismo año realicé una adaptación de de Eric Berne, libro fundador del análisis transaccional, que quería simplificar el argot psiquiátrico para permitir que paciente y analista tuvieran un lenguaje común, junto con de Wilhelm Reich. Fue mi primer intento de teatro terapéutico. Por sus predicciones advirtiendo de los peligros ecológicos y por sus juegos de roles entre niños, padres y «adultos» (el estado del ser sano, que ha elegido vivir plenamente en el presente) mi obra, , tuvo un éxito inmediato y desde su estreno –hace casi cuarenta años– hasta hoy nunca ha dejado de ser representada por diferentes grupos de estudiantes.
Este deseo de encontrar métodos de sanación artísticos me hizo abandonar los teatros para dar espectáculos improvisados en cualquier sitio: academias de pintura, cementerios, asilos de ancianos, autobuses en marcha, plazas públicas, etc., ya no con actores queriendo disolverse en un personaje, sino con seres humanos sintiéndose desviados de su esencia real por la familia, la sociedad y la cultura, buscando dejar de ser personajes para encontrar su verdadera personalidad, su ser esencial. Para ello, con sorprendentes improvisaciones, mostraban a los atónitos espectadores sus obsesiones mentales, emocionales, sexuales y sus terrores materiales. Creé una veintena de efímeros pánicos, destacando los de la Academia de Artes Plásticas de San Carlos (México, 1963) y el del II Festival de Expresión Libre (París, 1965), que dieron origen a la Psicomagia: técnica terapéutica que consiste en escenificar en la vida cotidiana un acto curativo, semejante a un sueño, para liberarse de un bloqueo inconsciente.
Con estos actos me opuse a esa actitud psicoanalítica de transformar el lenguaje del inconsciente (sueños, actos fallidos, sincronicidades) en lenguaje articulado y explicaciones racionales y opté por enseñar al intelecto el lenguaje del inconsciente, compuesto en su mayor parte de imágenes y acciones que desafían a la lógica. La palabra revela un problema, pero no lo cura. Las únicas palabras sanadoras que entiende el inconsciente son los rezos y los encantos. Para convertirlo en aliado protector es necesario seducirlo por medio de actos de naturaleza teatral o poética. Así como el inconsciente acepta los placebos, también acepta los actos metafóricos. Las pulsiones no se resuelven sublimándolas sino realizándolas de forma simbólica.
Me di cuenta de que debía enriquecer mi actividad artística no yendo a libar donde otros artistas, sino contactando con fuentes puramente espirituales. Por eso en 1968, con el deseo de practicar meditación zen, visité al monje japonés Ejo Takata, afincado en Ciudad de México desde hacía cuatro años. En...




