E-Book, Spanisch, 320 Seiten
Jones Perdiendo el Edén
1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-122364-0-8
Verlag: Gatopardo ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Por qué necesitamos estar en contacto con la naturaleza
E-Book, Spanisch, 320 Seiten
ISBN: 978-84-122364-0-8
Verlag: Gatopardo ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Hoy, más que nunca, vivimos confinados en espacios interiores. Según las estadísticas, pasamos hasta un 90 por ciento de nuestra vida entre cuatro paredes, totalmente desconectados de la naturaleza. No obstante, esta sigue estando profundamente enraizada en nuestro lenguaje, nuestras tradiciones y nuestra conciencia. Durante siglos, las sociedades se han guiado por la intuición de que vivir en armonía con el entorno es fundamental para el ser humano. En pleno siglo XXI, coincidiendo con nuestro alejamiento de la naturaleza, ha empezado a emerger un fascinante campo de investigación científica que confirma esta intuición ancestral y demuestra la importancia del contacto con la naturaleza para nuestro bienestar psicológico o el desarrollo de nuestras facultades cognitivas y afectivas. Lucy Jones nos abre las puertas de la vanguardia de la biología humana, la neurociencia y la psicología, y descubre nuevas formas de entender (y reparar) nuestra relación disfuncional con la naturaleza. A caballo entre la investigación periodística y la confesión autobiográfica, la autora emprende un viaje apasionante desde las escuelas forestales del este de Londres hasta el Svalbard Global Seed Vault, pasando por bosques primitivos, los laboratorios más punteros de California y el sofá de algún que otro ecoterapeuta. La crítica ha dicho «Perdiendo el Edén muestra la evidencia de cómo la naturaleza nos vuelve más serenos, sanos, felices e incluso amables.» Times Literary Supplement «Un estudio muy bien escrito y con una gran cantidad de investigaciones sobre cómo la naturaleza nos ofrece bienestar. Jones desentraña la ciencia con una escritura accesible y conmovedora.» The Guardian «Al terminar el primer capítulo, había decidido llevar a mi hijo al bosque todas las tardes durante el invierno. Tras leer el texto, quería sacar a los presos de sus celdas y llevarlos a los páramos cubiertos de musgo. Perdiendo el Edén habla de manera rigurosa y convincente del valor de la naturaleza para el espíritu humano.» Amy Liptrot «Un ensayo oportuno que ofrece un rayo de esperanza.» The Objective «Esta autora británica nos recuerda que la naturaleza no es un lujo estético para urbanitas sino un factor indispensable para nuestro bienestar.» El Salto
Es una escritora y periodista residente en Hampshire, Inglaterra. Anteriormente trabajó en NME y en el Daily Telegraph, y sus escritos sobre cultura, ciencia y naturaleza se han publicado en BBC Earth, BBC Wildlife, The Sunday Times, The Guardian y The New Statesmen. Su primer libro, Foxes Unearthed, obtuvo el Premio Roger Deakin de la Sociedad de Autores en 2015. Perdiendo el Edén ha sido seleccionado para el Premio Wainwright y ha sido premiado por la Society of Authors.
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1. Viejos amigos Olorosa orquídea, mariposa: en sus alas se quema incienso. Matsuo Basho Hasta los treinta y dos años no utilicé por primera vez un rastrillo y no hundí mis manos en los terrones de tierra. En 2016, tres semanas después del nacimiento de mi hija, nos mudamos desde Londres a una ciudad en la campiña británica y, por primera vez en mi vida adulta, viví en una casa con jardín. Poco después, por un golpe de suerte, quedó libre una parcela de un huerto comunitario cercano. Para empezar por lo fácil, plantamos unas patatas viejas y pachuchas de nuestra despensa que habían comenzado a echar brotes verdes. Unos meses más tarde, arranqué las plantas, que habían crecido hasta alcanzar el medio metro, y empecé a cavar. Surcos de tierra negra dejaron a la vista una luna tras otra de luminosas patatas. De modo que planté más cosas: perejil color verde ácido en abundancia, un toque del rosa brillante de los rábanos y las trompetas de las flores de calabaza que se desparramaban revolcándose aquí y allí. Al pasar más y más tiempo al aire libre, pronto observé dos cosas. Primero, a mi hija, que apenas andaba aún, parecía gustarle comer tierra. Segundo, durante y después de los ratos que pasaba en el huerto o en el jardín, me sentía feliz, animada, menos estresada y más positiva en general. Al principio, lo atribuí al ejercicio físico, a que tenía más tiempo para mí, a la curiosa magia de la botánica, otro hito en mi renovada relación con el mundo natural. De hecho, posiblemente existía también un motivo biológico, al menos en parte. En un grupo de Facebook para padres vi un póster que decía: «Ensúciate. Exponerse a las bacterias del suelo Mycobacterium vaccae tiene un efecto antidepresivo natural, activa las células cerebrales que mejoran el humor, reducen la ansiedad y facilitan el aprendizaje». Uno de los usuarios del grupo había preguntado al resto de los miembros «¿Verdad o fantasía?». La mayoría respondió con anécdotas personales, y, aunque predominaba el escepticismo, alguien escribió que, hacia 1760, se creía que la tierra tenía un efecto curativo sobre las enfermedades mentales. En 2004, Mary O’Brien, una oncóloga del hospital Royal Marsden, en el condado inglés de Surrey, descubrió accidentalmente una cosa fascinante.34 Creó un suero que contenía M. vaccae, un tipo de bacteria que se encuentra en la tierra. En las fotografías con aumento, las colonias de este microbio parecen tumores mohosos, moteados y amarillentos. Quería averiguar si esta bacteria era capaz de reforzar el sistema inmunitario de sus pacientes de cáncer de pulmón, prolongando su vida gracias a sus efectos inmunorreguladores, descubiertos en la década de los noventa.35 No logró que viviesen más tiempo pero, curiosamente, aquellos a los que se les suministró esta sustancia dijeron sentirse más felices. Por su lado, el doctor Christopher Lowry, un neurocientífico que trabajaba en la Universidad de Bristol, estaba estudiando los efectos similares a un antidepresivo de la bacteria M. vaccae.36 Oyó hablar del descubrimiento de O’Brien y elaboró la hipótesis de que la respuesta inmune a la M. vaccae hace que el cerebro produzca más serotonina, esa sustancia química de la felicidad que estimulan los medicamentos antidepresivos. Para comprobarlo, inoculó a ratones con la M. vaccae. Según su informe, los ratones vacunados presentaban una respuesta ante la bacteria que podía comunicarse al cerebro, activando un grupo de neuronas productoras de serotonina en el núcleo dorsal del rafe, una estructura situada en la línea central del tronco cerebral. Dentro de este núcleo, las células productoras de serotonina se hallan directamente conectadas con el sistema límbico, donde se generan las emociones. Se cree que este sistema tiene un papel crucial para el control del estrés. Comprobó los niveles de estrés de los ratones arrojándolos a una pequeña piscina. Los ratones felices nadan; los ratones estresados, no, según había demostrado una investigación anterior; y a estos ratones con M. vaccae les gustó el chapuzón. En su momento, Lowry manifestó a la BBC: «Estos estudios nos ayudan a entender cómo se comunica el cuerpo con la mente y por qué poseer un sistema inmunitario sano es importante para la salud mental […]. También nos obligan a plantearnos si no deberíamos dedicarnos más a jugar con el barro». Desde entonces, Lowry lleva años estudiando el efecto de M. vaccae en sus aplicaciones clínicas. Desviando su centro de atención desde las alergias a los desórdenes psicológicos, Lowry y su equipo se preguntaron si M. vaccae podría suprimir la inflamación inadecuada de las células, previniendo así los efectos negativos de determinados síndromes derivados del estrés y del trastorno del estrés postraumático (TEPT). Y así fue.37 Los ratones inoculados con la bacteria mostraron menos comportamientos asociados con la ansiedad o el miedo, y la frecuencia de la colitis producida por el estrés se redujo en un 50 por ciento. En la actualidad, Lowry está probando los efectos de las bacterias inmunorreguladoras sobre personas con TEPT, para comprobar si pueden amortiguar los efectos de situaciones que generan altos niveles de estrés, como el combate. La pregunta del millón, tal como lo expresó él durante nuestra conversación, es saber exactamente cómo actúan las bacterias del tipo de M. vaccae sobre el cerebro para incrementar la resiliencia ante el estrés. A fin de saber más, los científicos estaban estudiando las vías sensoriales. Una posibilidad es que M. vaccae altere el fenotipo (las propiedades y características físicas) de las células inmunitarias que migran al cerebro y regulan el comportamiento emocional. Lowry y su equipo también identificaron una pequeña molécula en esta bacteria que, inyectada, podría prevenir el asma alérgico. «Sospechamos que esta es solo una bacteria entre cientos —manifestó—. Si uno piensa en cuál es la escala de nuestro microbioma, resulta inimaginable cuántas moléculas como esta debe de haber.» Seguramente, en tu cuerpo hay más células microbiales que células humanas. Organismos simbióticos colonizan diversas zonas del cuerpo —boca, piel, vagina, páncreas, ojos y pulmones— y muchas de ellas se alojan en la microbiota intestinal. Sin duda en tu rostro viven cientos de ácaros microscópicos, que se aparean, ponen huevos y, al final de su vida, explotan, sin que tengas la menor idea de ello.38 Posiblemente hayas oído decir que los microbios que residen en tu cuerpo superan a las células humanas en una proporción de diez a uno. Se cree ahora que esta proporción es solo de tres a uno o algo similar, pero sigue siendo asombrosa.39 La mayoría tienen aspecto de frijoles saltarines en miniatura o pastillas Tic Tac a escala muy reducida. Estos organismos no son simples parásitos gorrones: constituyen intrincadas redes entrelazadas e interconectadas, que influyen sobre tu salud y tu bienestar a través de complejos procesos ecológicos.40 Participan en el funcionamiento del sistema inmunitario, el eje intestinos-cerebro, la protección contra los organismos nocivos e, indirectamente, están relacionados con nuestra salud mental. Cada vez que respiramos, inhalamos varias especies de microorganismos en nuestro cuerpo. Hay estudios que apuntan a que en el aparato respiratorio superior de cualquier individuo sano es normal encontrar cincuenta especies distintas de microbacterias, que se abren paso hacia los dientes, la cavidad bucal y la faringe.41 Tu entorno puede parecer puro y vacío, pero, según dónde te encuentres, es un hervidero de organismos microscópicos. Cuanto más diversa sea nuestra microbiota, más sana será, y la diversidad de la microbiota se ve favorecida por un entorno lleno de organismos, lo que es más habitual al aire libre que en interiores. Imaginamos que nuestra piel y nuestro cuerpo son una especie de armadura, un caparazón impenetrable frente al exterior, y que de algún modo hemos logrado trascender nuestro origen biológico. Pero, tal como apuntó Paul Shepard, el ya fallecido ecologista estadounidense, la epidermis humana se parece más bien a la superficie de un estanque o al suelo de un bosque.42 Aunque aún no comprendamos o desconozcamos con exactitud la forma en que, a través de nuestra exposición a la naturaleza, muchos de los microorganismos que abundan en nuestro cuerpo han llegado hasta él —ni sabemos tampoco cómo afectan a nuestra salud física y mental—, nuestra vinculación con la tierra, y con los ecosistemas en general, es mayor de lo que creemos. Lo más significativo es que estos «viejos amigos» con los que hemos evolucionado son capaces de tratar o de bloquear la inflamación crónica. Existen dos tipos de inflamación: una de tipo normal, buena, protectora, gracias a la cual el sistema inmunitario responde frente a una herida con fiebre, hinchazón o rojeces; pero también existe una de tipo crónico, sistémico, que es perjudicial. Se trata de una inflamación larvada, de baja intensidad y larga duración dentro del cuerpo que puede provocar enfermedades cardiovasculares, afecciones inflamatorias, merma de la...