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E-Book, Spanisch, 200 Seiten

Juul Líderes de la manada

Cómo guiar a la familia con ternura
1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-254-3850-9
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

Cómo guiar a la familia con ternura

E-Book, Spanisch, 200 Seiten

ISBN: 978-84-254-3850-9
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection



Hay un hecho que no deja lugar a dudas ni debates: para poder hallar su camino en el laberinto de la vida, los niños necesitan la guía de los adultos. No hay mayor suerte para un niño que tener unos padres que ejerzan con ternura su papel de líderes de la manada, que tomen decisiones claras, que impongan aquellas que resultan fastidiosas y den un sentido real a la idea de autoridad. Desde la premisa de que 'el liderazgo crea confianza', el experto terapeuta familiar Jesper Juul anima a madres y padres a poner en práctica un nuevo estilo de liderazgo que nos permitirá crecer a todos: al niño, al adolescente y, no menos importante, a los propios padres. ¿Cómo podemos ejercer nuestro liderazgo? La respuesta es sencilla y complicada a la vez. Se trata de conocer a nuestros hijos, de conocer sus límites, de tratarlos con respeto y de mostrarnos ante ellos, en la medida de lo posible, tal y como realmente somos.

Jesper Juul (1948), terapeuta familiar danés, es autor de más de 40 libros y DVD para padres y profesionales, traducidos a diferentes idiomas. Desarrolla sus actividades como conferenciante, terapeuta y educador en más de una quincena de países. Considerado uno de los terapeutas familiares más innovadores de Europa, en 2004 fundó los talleres para familias 'Family-lab International, organización que ofrece seminarios, talleres y asesoramiento tanto a familias como a empresas públicas y privadas.
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Introducción


Nuestro mundo está cambiando con más rapidez que nunca. Todos intentamos desesperadamente seguir el ritmo y encontrar para nosotros y para nuestros hijos diferentes modos de adaptarnos a los cambios. La buena noticia es que muchas veces lo logramos. Los teléfonos inteligentes, las tabletas, las aplicaciones para móviles y demás aparatos electrónicos que circulan actualmente entre nosotros, así como su influencia en la vida de cada individuo y de la familia en general, son claros ejemplos de ello. Atrás ha quedado la actitud crítica, preocupada y defensiva que predominaba hasta hace diez años ante la gran cantidad de innovaciones tecnológicas. Hemos llegado a un punto en el que se anima a los escolares a apuntarse a días o semanas sin electrónica, y en el que las familias idean medios y maneras interesantes y provechosas de limitar el tiempo que cada uno puede pasar con la mirada clavada en su pantalla. Hay muchos que vuelven a descubrir el valor de las interacciones personales y, cuando los padres se atreven a establecer nuevas normas, los hijos las siguen gustosos.

Desde hace más de una generación la sociedad en su conjunto, así como la mayoría de sus miembros a nivel individual, intenta procesar el hecho de que hoy en día cada uno de nosotros –independientemente de su edad– es notablemente más fuerte, competente e independiente de lo que antes parecía posible. Mi generación puso en marcha cambios importantes en el campo del cuidado de los mayores, pero hoy las guarderías y las escuelas se sienten obligadas a cambiar el rumbo de sus modelos de pensamiento y actuación, y también el matrimonio y otros tipos de relaciones amorosas entre adultos exigen un enfoque diferente.

La búsqueda de un equilibrio saludable entre nuestro deseo de cooperación y adaptación, por un lado, y la necesidad de integridad y límites personales, por otro, despierta hoy más interés que nunca. ¿Nos hemos vuelto demasiado individualistas y egocéntricos o todavía nos permitimos procesos de socialización que impliquen también preocupaciones y decepciones? Esta búsqueda es un gran desafío vital, y muchos niños a los que sus padres mimaron y convirtieron en el centro absoluto de su mundo están buscando ahora –ya como personas adultas– formas de contribuir al bienestar de los demás. Tanto ellos como todos nosotros sabemos que actualmente la mayoría de los niños sigue necesitando apoyo y estímulo para poder desplegar todo su potencial.

Educadores, pedagogos y otros profesionales como yo discutimos acerca de muchos temas, pero todos estamos de acuerdo sobre un hecho que no deja lugar a dudas ni debates: los niños necesitan la guía de los adultos. Lo sabemos porque los niños que crecen sin ella no están bien, ya vivan solos, en compañía de otros niños o con padres que no quieren o no pueden servirles de guía. Una madre me escribió una vez contándome que su hija de dos años no quería ir a la guardería por las mañanas. Una vez que llegaba allí, todo iba estupendamente, pero a la hora de salir se negaba a subir al coche. Un día la madre encontró tres o cuatro golosinas en el coche y le dijo: «Si subes, te daré los ositos de gominola». En el momento en que la madre me escribió la carta, su hija le exigía al menos 200 gramos de gominolas para acceder a subir al coche, y la madre preguntaba: «¿Qué hago yo ahora?». Todos sabemos que en pocos meses las golosinas habrán dejado de funcionar. ¿Cómo podemos ejercer nuestro liderazgo en un caso así? Bien mirado, la respuesta es sencilla y complicada a la vez. Se trata de conocer a nuestros hijos, de conocer sus límites, de tratarlos con respeto y de mostrarnos ante ellos, en la medida de lo posible, tal y como realmente somos. Ese es el tema de este libro.

Para poder hallar su camino en el laberinto de la vida, los niños necesitan que sus padres actúen como líderes de la manada. Necesitan padres que de vez en cuando –no se puede decir con qué frecuencia exactamente– envíen señales claras. Hoy en día vemos muchas familias en las que los padres tienen tanto miedo de lastimar u ofender a sus hijos que estos últimos se convierten en los jefes de la manada, mientras que los padres vagan desorientados por el bosque. Mi generación todavía pensaba que el asunto era muy sencillo. Creíamos que, con hacer exactamente lo contrario de lo que hicieron nuestros padres, ya estaba todo solucionado. Pero no era así, y los hombres y las mujeres que se convierten hoy en día en padres y madres también saben muy poco de cómo convivir en familia de manera que todos conserven sus derechos. Cada miembro puede traer consigo un sistema de valores muy arraigados, procedentes de su familia o del entorno, de su país o de su cultura, pero no existe un repertorio común de valores alemanes, bávaros o daneses. Naturalmente, esto hace la vida más complicada. Hay que decidir entre tener una vida familiar en la que haya un conflicto tras otro, generando una gran demanda de soluciones a la que no es posible dar respuesta, o pararse a pensar y reflexionar. Es necesario hablar con los demás y preguntarse: ¿Cuáles quiero que sean las bases de mi familia?, ¿sobre qué fundamentos deseo que se construya nuestro hogar?, ¿qué cosas tienen para mí suficiente valor como para querer transmitírselas a mis hijos, pues pienso que dentro de 20 o 50 años les seguirán siendo útiles? Son preguntas fáciles de formular, pero difíciles de responder. Al igual que todas las crisis, esta conlleva dolor, pero también alberga un potencial de crecimiento y transformación.

La familia es la estructura fundamental de cualquier sociedad. Independientemente de la diversidad de constelaciones familiares y de la gran cantidad de separaciones, se trata de relaciones que se construyen sobre la base del amor. En Europa podemos observar cómo se está pasando paulatinamente de lo que yo llamo «familia-nosotros» a la «familia-yo». Hoy en día, cada miembro de la familia puede acceder a las infinitas oportunidades que ofrece el mundo global y, con ello, tiene la posibilidad de hacer elecciones trascendentales para toda la vida. La calidad de estas elecciones depende en gran parte de la autoestima y de los valores fundamentales que, a lo largo del desarrollo, puede que sean sustituidos por otros o que permanezcan estables. Existen gran cantidad de factores –de tipo económico, social, psicológico y demográfico– que impulsan este proceso de transformación.

Entre tanto, en algunos países comienzan a verse signos de que las personas buscan nuevas formas de reajustar la familia y el yo para poder involucrarse de un modo nuevo en la familia amplia, en la comunidad, en grupos de personas migradas o en otros colectivos sociales. Las circunstancias económicas conducen a que tengamos que ocuparnos más a fondo del cuidado de las personas mayores, y todos estos esfuerzos nos obligan a mirar más allá de conceptos como los de donante y receptor. Se trata de optar por nuevos caminos que incluyan en nuestras formas de pensar y en nuestros comportamientos, valores y principios como la dignidad humana, los límites personales, la autenticidad y la empatía.

En uno de los textos de este libro (véase capítulo 7) se plantea la pregunta de si estamos luchando realmente por fomentar la fuerza y la salud de nuestros hijos. Y lo mismo puede decirse sobre los adultos. La agenda política europea exige que seamos productivos, competentes e individualistas, lo cual, como sabemos, es sumamente perjudicial para los niños para los adultos. Si no queremos adaptarnos automáticamente a estas normas sociales, necesitamos valores claros y precisos. Cuando se alteran los fundamentos de una sociedad, los viejos conceptos deben ser sometidos a revisión y, en su caso, ser redefinidos: la autoridad personal, la responsabilidad individual (capítulo 1), la paradoja del poder (capítulo 8). ¿Cómo decidimos cuáles son las máximas que determinarán nuestra vida? ¿De quién son las ideas que nos sirven de guía en nuestra vida? Dicho de manera informal: ¿Quién decide aquí?

Desde que con la evolución del movimiento antiautoritario y la lucha por la igualdad de derechos de la mujeres durante los años setenta comenzó a disolverse la tradicional familia nuclear occidental, la idea de los padres como líderes pasa por una especie de crisis de identidad. Antes la cosa estaba clara: el patriarca mandaba sobre la familia, el jefe dirigía la empresa y el profesor decidía lo que se hacía en la escuela. Sin duda alguna, era imprescindible rebelarse contra el estilo de dirección autoritario de los jefes de Estado, los gobiernos, los burócratas, los profesores, los padres y demás autoridades. Esta rebeldía tuvo múltiples efectos positivos, tanto sobre la sociedad como sobre el individuo, pero, sobre todo, se consiguió que se mirara con lupa y se pusiera en tela de juicio la lógica interna de la idea de poder. Cuando este movimiento de naturaleza política siguió evolucionando a través de las reflexiones de personas cuyas funciones no tenían solo un carácter político, sino que estaban marcadas también por aspectos psicológicos y existenciales –por ejemplo, maestros y padres que eran responsables del buen desarrollo de niños y jóvenes–, surgieron muchas preguntas al respecto y se generó una gran incertidumbre. Durante las décadas de los ochenta y los noventa se hizo patente que la alternativa política a la autocracia –la democracia– constituía un compendio constructivo de valores, pero que esto no bastaba para dotar a las personas que estaban en el poder de pautas, valores y modos de actuar nuevos y mejores.

Lo que ocurrió después fue que tanto el debate público como las reflexiones...



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