Kolu | Los Bandídez | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 208 Seiten

Reihe: Nórdica Infantil

Kolu Los Bandídez


1. Auflage 2017
ISBN: 978-84-16830-75-6
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 208 Seiten

Reihe: Nórdica Infantil

ISBN: 978-84-16830-75-6
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Lisa va de vacaciones en el coche familiar con sus padres y hermana.Y espera que sean algo aburridas. De repente, una furgoneta les corta el paso y nuestra protagonista es secuestrada. Sus raptores son unos estrafalarios ladrones de chuches y chocolates, botín que prefieren al dinero con el que no saben muy bien que hacer. Junto a ellos, Lisa descubrirá otro tipo de familia y otra forma de vivir, nada convencial, pero llena de risas y mucho amor.

Autora Siri Kolu (Kouvola, Finlandia, 1972). Es dramaturga, escritora y profesora de teatro. Su primera novela, La oscuridad del bosque, fue publicada en 2008. Por Los Bandídez recibió el Premio Junior de Finlandia en 2010 y sus derechos se han vendido a dieciocho países. También se hizo una exitosa película sobre este libro. Siri Kolu ama los perros, las películas sobre catástrofes, el arte experimental, los edificios abandonados y las tierras baldías.
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Me robaron la segunda semana de junio. ¡Qué bien! El verano tenía toda la pinta de ser un aburrimiento. Íbamos a hacer una excursión en bicicleta, pero nos quedamos en casa porque estaba chispeando, y eso que chispeaba muy poco. Pensábamos ir de acampada, pero a papá se le presentó un inesperado asunto de trabajo y al final no fuimos. «Algo bonito para toda la familia», decía siempre papá cuando hacía planes, y jamás nos preguntaba a nosotras lo que nos apetecía. De todos modos, los planes nunca se hacían realidad, así que ya no me creía ninguna promesa de vacaciones de verano con tantas cancelaciones.

Aquel cálido día de verano nos habíamos apiñado los cuatro en el coche nuevo de papá y estábamos de camino a casa de la abuela. De todos los posibles proyectos para las vacaciones de verano, ése era precisamente el más aburrido de todos, por lo menos para mi hermana Vanamo y para mí. Desde el primer momento estábamos de mal humor y en el coche no parábamos de pelearnos por la bolsa de caramelos. Vanamo siempre se apoderaba de las gominolas de regaliz con forma de cochecitos alegando el derecho que le daba ser la hermana mayor, aunque sabía que ésos eran los únicos que yo quería. Sólo los cochecitos de regaliz. Pero como era habitual en ella, siempre tenía que fastidiarme. Esto es lo que ocurría en el coche:

—Basta ya de peleas ahí detrás, o una de vosotras sale volando antes de llegar a la pizzería —amenazó papá.

Vanamo me sacó la lengua, y por allí se asomaba un cochecito de regaliz.

—En serio, obedeced a vuestro padre —lo intentó mamá, aunque nadie le hacía caso. Mamá no nos miraba, tenía que mantener la vista en la carretera o se mareaba—. Vilja, hija, no se debe robar. Es de mala educación y está feo.

Como siempre, yo cargaba con todas las culpas y Vanamo se salía con la suya.

—Ladrona —continuó Vanamo.

—Halcón hipócrita —dije, como nadie se ponía de mi parte.

Para el asalto no nos encontrábamos en absoluto preparados. Estábamos simplemente de vacaciones y peleándonos.

Y justo en ese momento nos abordó la bandidofurgona.

Con el tiempo, después de haber vivido varios abordajes, pude fácilmente imaginarme lo que en ese instante había ocurrido en la furgoneta de los bandidos. El coche objetivo, es decir, nuestro coche, había sido detectado mediante una investigación con prismáticos y se acercaba tras una curva. La bandidofurgona aceleró a la velocidad de ataque. Un brazo telescópico izó la bandera de los bandidos a través de la ventanilla de ventilación del techo, y la bandera comenzó a ondear al viento. Hilda Bandídez cortó la curva elegantemente sin bajar la velocidad. De todos los conductores sin escrúpulos, ella era seguramente la más descarada. En general, se sentaba al volante en bikini o con una camiseta sin mangas, porque lo giraba con toda la fuerza de sus hombros y le entraba calor.

Dentro de la furgoneta el resto de los Bandídez estaban preparados para la acción. El jefe, Kaarlo el Feroz, se agarraba a uno de los tiradores, con sus magníficas trenzas de bandido oscilando al viento en contra. Pete Dientesdeoro se aferraba a otro de los tiradores y ensayaba su espeluznante mueca para atracos.

—Ya soy lo suficientemente mayor como para asaltar con vosotros, de veras —daba la lata Kalle—. He afilado este cuchillito.

—Anda, pero si eres tú el que tenía el cuchillo de pelar —dijo mamá Hilda con la mirada fija en la carretera.

—Sí, claro, pero cuando estés junto al coche y tengas que decir «arriba las manos», te pondrás a lloriquear —afirmó Hele, quien sin preocuparse por la velocidad se pintaba las uñas de los pies, cada una de un color diferente. Hele tenía doce años y un supertalento para todo, y por eso era la bandida más peligrosa de la familia, tan peligrosa y feroz que no le permitían participar en los abordajes a no ser que despertar auténtico terror fuera estrictamente necesario. Hele estaba sentada en el asiento de atrás con los dedos de los pies en alto y mantenía un equilibrio perfecto, aunque la parte trasera de la furgoneta coleaba cuando Hilda pisaba el acelerador.

—¡Venga, escucha a tu padre! Él sabe lo que es mejor —afirmó Pete Dientesdeoro. Sus dorados incisivos brillaban cuando, agarrado a uno de los tiradores, intentó sonreír a Kalle. A ojos de desconocidos, aquello hubiera parecido una mueca de tigre, de un tigre con dos dientes de oro—. Cuando tu padre diga que estás preparado, entonces es que estás preparado.

—Ya, claro —contestó Kalle—. Algún día, cuando se jubile.

Kaarlo el Feroz, aún aferrado al tirador, se balanceó hasta situarse justo delante de la nariz de Kalle.

—Escucha, renacuajo. Yo no pienso en ab-so-LU-to jubilarme. ¡Repítelo!

Kalle, con sus nueve años, sintió miedo y risa al mismo tiempo.

—Bueno, pues no piensas en ab-so-LU-to jubilarte. Jamás. Vale, vale.

—¡Soy aerodinámico, doy miedo y tengo un cuerpo de acero!

Mamá Hilda llevó la bandidofurgona con elegancia cerca de nuestro BMW, la atravesó en la carretera y comenzó la cuenta atrás para el ataque. La cuenta atrás era importante para que todos pudieran actuar al mismo tiempo.

—Aparcar… ahora. Contacto… ahora. Cinco-cuatro-tres-dos, tiradores preparados. ¡Tiradores!

Durante la cuenta atrás ocurría lo siguiente. Con «aparcar» se escuchaba el crujido de los frenos cuando la velocidad bajaba a cero. La furgona se tambaleaba al detenerse. Al grito de «contacto», se abrían ruidosamente las puertas delanteras. Durante la cuenta atrás, Kaarlo el Feroz y Pete Dientesdeoro se posicionaban bien en la puerta y, apoyados en los tiradores, se concentraban para colocarse de un gran salto delante del coche objetivo, exactamente al tiempo que se oía la orden «tiradores».

—No dejéis testigos —chilló Hele, mientras Kaarlo el Feroz y Pete Dientesdeoro se precipitaban fuera de la furgoneta asidos de los tiradores para conseguir la mejor posición de ataque. Delante de nuestras narices.

Fue rápido. Vanamo creyó que se trataba de un reality de la tele y se sintió bastante decepcionada cuando Kaarlo el Feroz nos agarró a la bolsa de caramelos y a mí del asiento de atrás.

—¡Eh, oye, no te lleves a Vilja, yo soy mucho mejor candidata!

Sólo tuve tiempo de hacer una cosa. Cuando una mano peluda se acercaba a mí, agarré el único objeto que tenía algún significado: mi libreta de tapas rosa sin la cual no iba a ningún sitio.

Durante el asalto no hubo resistencia. Nos saquearon el coche a velocidad de vértigo. Papá sólo se puso nervioso por si el coche sufría algún arañazo, en ese caso le quitarían las bonificaciones del seguro. Después de que los bandidos se alejaran a todo gas, pasó un tiempo antes de que mi familia se percatara de que yo no iba con ellos en el coche.

—¡Bueno! —dijo Kaarlo el Feroz satisfecho ya de vuelta en la furgoneta con su botín bajo el brazo.

El balanceo colgada del tirador me revolvió el estómago. Nunca me han gustado los cacharros de los parques de atracciones.

—Tiradores dentro… ¡ahora! —ordenó Hilda—. Puertas… ¡ahora! —Dos portazos—. A todo gas… ¡ahora!

Con un sonoro derrape la bandidofurgona arrancó. Sólo cuando el vehículo se hubo puesto en marcha, me di cuenta de que, sin la menor duda, me encontraba en el vehículo equivocado y de camino hacia un lugar desconocido.

—Cochecitos de regaliz, queridos bandidos y demás presentes —vociferó Pete Dientesdeoro y arrojó la bolsa al asiento de atrás—: alguien tiene buen gusto en lo que respecta a las golosinas.

—¿Qué es esto? —preguntó Hele con los ojos echando chispas, y me miró.

Intenté arañar y gritar cuando me pusieron en el asiento de atrás. Digo yo que si a uno le roban, por lo menos tendrá que armar algo de barullo, pero es que nadie me prestaba atención. Todos parecían toquetear el botín del robo para adivinar su valor, las cosas de Vanamo, de papá, de mamá y las mías. Entre el botín se encontraban los pantalones cortos con bolsillos a los lados de papá y su guía sobre las bayas de Finlandia con los bordes de las páginas doblados de tanto leerla, el bikini favorito de mamá, que Hilda se estaba probando, el esmalte de brillo de Vanamo y sus adornos para las uñas que Hele consideró útiles y los metió en su propio cajón. El botiquín de viaje de mamá, donde había de todo, desde pomada de cortisona hasta hidratante de ojos. Pobre mamá, sin su cortisona, las picaduras de mosquito le causarían unas ronchas espantosas. Me di cuenta de que a mí no me habían robado nada. Lo único familiar era mi forro polar gris con capucha, que había llevado para las noches frescas de verano y que ahora resultaba ser de la talla de Kalle.

—Eh —intenté conseguir que me prestaran atención.

Únicamente el chico de mi edad parecía observarme curioso. Apartó la sudadera, como si hubiese sentido culpabilidad por el botín. Por mi parte intenté mostrar que aquello no me importaba tanto.

—Eh, escuchadme —mi voz era sólo un susurro de lo más pequeñito que surgía del fondo de la garganta.

Como Hilda intentaba conducir a todo gas y miraba hacia atrás en lugar de concentrarse en la carretera como debía, la furgoneta se tambaleaba aún más de un lado a otro.

—Kaarlo, ¿qué-es-eso? —preguntó en un tono que convirtió la furgoneta en un lugar más gélido que un frigorífico.

—Ah, ¿a qué te refieres? —intentó disimular...



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