L. Armentrout | Onyx (Saga LUX 2) | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, Band 2, 424 Seiten

Reihe: Saga LUX

L. Armentrout Onyx (Saga LUX 2)


1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-15880-30-1
Verlag: Plataforma Neo
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, Band 2, 424 Seiten

Reihe: Saga LUX

ISBN: 978-84-15880-30-1
Verlag: Plataforma Neo
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Por fin la segunda entrega de la saga de extraterrestres que ha arrasado en Estados Unidos. Katy y Daemon descubrirán que nada es lo que parece. 'Diálogos chispeantes, personajes irrepetibles y una trama fascinante son los ingredientes perfectos para esta apasionante historia que te atrapará hasta el fi nal.' Silvia Hervás, escritora y bloguera

Jennifer L. Armentrout vive en Martinsburg, West Virginia. Su sueño de ser escritora empezó en las clases de álgebra, lo que también explica sus malas notas en matemáticas. Actualmente, escribe novelas románticas, de fantasía y de ciencia ficción para jóvenes, y obras de adulto bajo el pseudónimo de J. Lynn.
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CAPÍTULO 1

Transcurrieron diez segundos desde que Daemon Black se sentó hasta que me propinó un toquecito en la espalda con el dichoso boli. Diez segundos enteros. Me di la vuelta en la silla y aspiré aquel aroma a aire libre que lo caracterizaba.

Daemon apartó la mano y se dio golpecitos en la comisura de los labios con la tapa del bolígrafo. Unos labios que yo conocía perfectamente.

–Buenos días, gatita.

Me obligué a dirigir la mirada a sus ojos. Eran de un verde intenso, como el tallo de una rosa recién cortada.

–Buenos días, Daemon.

Unos mechones rebeldes de pelo oscuro le cayeron sobre la frente cuando ladeó la cabeza.

–No te olvides de que tenemos planes para esta noche.

–Lo sé. Estoy impaciente –respondí con tono seco.

Daemon se inclinó hacia delante, empujando el pupitre hacia abajo, y el jersey se le tensó sobre los anchos hombros. Oí cómo mis amigas Carissa y Lesa ahogaban una exclamación. Toda la clase nos observaba. Daemon levantó la comisura de sus labios, como si estuviera riéndose por dentro.

No pude soportar más aquel silencio.

–¿Qué pasa?

–Tenemos que deshacernos de tu rastro –dijo lo bastante bajo para que solo yo pudiera oírlo.

Gracias a Dios. No me apetecía nada intentar explicar a la gente normal lo que era ese rastro. «Bueno, es un residuo alienígena que se les pega a los humanos y los ilumina como si fueran un árbol de Navidad y actúa como una especie de faro para una malvada raza extraterrestre. ¿Quieres un poco?»

Ni de coña.

Cogí mi bolígrafo y me planteé clavárselo.

–Sí, ya me lo imaginaba.

–Y se me ha ocurrido una manera muy divertida de conseguirlo.

Ya suponía en qué consistía esa manera tan divertida: pegarnos el lote. Sonreí y sus ojos verdes brillaron.

–¿Te gusta la idea? –murmuró bajando la mirada hasta mis labios.

Una abrumadora oleada de deseo me provocó un estremecimiento por todo el cuerpo, y tuve que recordarme que el repentino cambio de actitud de Daemon tenía más que ver con el efecto que sus extrañas habilidades alienígenas tenían en mí que conmigo misma. Desde que Daemon me curó tras la batalla con los Arum, estábamos conectados, y aunque a él eso parecía bastarle para meterse en una relación, a mí no.

No era real.

Yo quería lo que habían tenido mis padres: amor eterno. Intenso y auténtico. No me conformaría con esa locura de vínculo extraterrestre.

–Ni lo sueñes, chaval –dije al fin.

–Es inútil que te resistas, gatita.

–Tan inútil como tus encantos.

–Ya veremos.

Puse los ojos en blanco y me volví hacia la parte delantera del aula. Daemon estaba como un tren, pero a veces me entraban ganas de matarlo, lo que hacía que me olvidara de lo guapo que era. Aunque no siempre.

Nuestro anciano profesor de Trigonometría entró arrastrando los pies y aferrando un grueso fajo de papeles mientras esperaba a que sonara la campana, que ya se retrasaba.

Daemon me dio otro toquecito con el boli.

Apreté los puños y pensé en ignorarlo, pero sabía que él seguiría insistiendo, así que me volví y lo fulminé con la mirada.

–¿Qué quieres, Daemon?

Se movió veloz como un rayo. Con una sonrisa que me provocó una sensación extraña en el estómago, me pasó los dedos por la mejilla mientras me sacaba una pelusilla del pelo.

Me quedé mirándolo.

–Cuando terminen las clases…

Se me pasaron por la cabeza todo tipo de locuras cuando su sonrisa adquirió un aire pícaro, pero no pensaba seguir con ese jueguecito. Puse los ojos en blanco y me di la vuelta. No me dejaría llevar por mis hormonas… ni por el modo en que aquel chico me sacaba de mis casillas.

Durante el resto de la mañana noté un ligero dolor detrás del ojo izquierdo, del que hice completamente responsable a Daemon. Cuando llegó la hora de la comida, me sentía como si me hubieran dado un buen mamporro en la cabeza. El ruido constante de la cafetería y la mezcla del olor a desinfectante y comida quemada hicieron que me entraran ganas de salir corriendo de allí.

–¿Vas a comerte eso? –Dee Black señaló el requesón con piña que seguía intacto en mi plato.

Negué con la cabeza y le pasé la bandeja. El estómago se me revolvió cuando mi amiga empezó a zamparse mi comida.

–Pareces un saco sin fondo. –En los oscuros ojos de Lesa se reflejó claramente la envidia mientras observaba a Dee. No la culpaba. Una vez vi a Dee comerse un paquete entero de galletas Oreo de una sentada–. ¿Cómo lo haces?

Dee encogió sus delicados hombros.

–Supongo que tengo un metabolismo rápido.

–¿Qué habéis hecho el fin de semana? –preguntó Carissa frunciendo el ceño mientras se limpiaba las gafas con la manga de la camisa–. Yo he estado rellenando solicitudes para la universidad.

–Pues yo he estado dándome el lote con Chad todo el fin de semana –soltó Lesa con una amplia sonrisa.

Las dos chicas nos miraron a Dee y a mí, esperando que explicáramos a qué habíamos dedicado el fin de semana. Supuse que no sería apropiado comentar lo de matar a un alienígena psicópata y casi morir en el intento.

–Quedamos y vimos películas malas –contestó Dee, quien me dirigió una leve sonrisa mientras se colocaba un mechón de reluciente pelo negro detrás de la oreja–. Nos aburrimos bastante, la verdad.

Lesa resopló.

–Pero qué sosas sois.

Empecé a esbozar una sonrisa, pero entonces noté un cálido hormigueo en la nuca. El sonido de la conversación se desvaneció a mi alrededor y, unos segundos después, Daemon ocupó el asiento situado a mi izquierda. Me colocó delante un vaso de plástico lleno de batido de fresa (mi preferido). Me dejó completamente asombrada recibir un regalo de Daemon, más aún tratándose de una de mis bebidas favoritas. Mis dedos rozaron los suyos cuando cogí el vaso y sentí que un chispazo de electricidad me recorría la piel.

Aparté la mano y di un sorbo. Estaba riquísimo. Quizá consiguiera que se me pasara el malestar. Y quizá pudiera acostumbrarme a ese nuevo Daemon que hacía regalos. Era mucho mejor que su otra versión, la que actuaba como un cretino.

–Gracias.

Sonrió a modo de respuesta.

–¿Y los nuestros? –bromeó Lesa.

Daemon se rió.

–Solo me dedico a complacer a una persona en particular.

Las mejillas me ardían mientras apartaba un poco la silla.

–No haces nada para complacerme.

Daemon se inclinó hacia mí, anulando la distancia que yo acababa de conseguir.

–Todavía no.

–¡Por el amor de Dios, Daemon, que estoy aquí! –exclamó Dee con el ceño fruncido–. Vas a hacer que pierda el apetito.

–Como si eso fuera posible –repuso Lesa poniendo los ojos en blanco.

Daemon sacó un bocadillo de la mochila. Todas las chicas de la mesa, salvo su hermana, se habían quedado mirándolo. Y algunos chicos también. Impasible, le ofreció una galleta de avena a Dee.

–¿No tenemos que hacer planes? –preguntó Carissa con las mejillas coloradas.

–Así es –respondió Dee sonriéndole a Lesa–. Grandes planes.

–¿Qué planes son esos? –Me pasé una mano por la frente húmeda.

–Dee y yo hemos estado hablando en clase de Inglés de montar una fiesta dentro de dos semanas –me informó Carissa–. Algo…

–Bestial –intervino Lesa.

–Pequeño –la corrigió Carissa con cara seria–. Solo algunas personas.

Dee asintió con la cabeza y el entusiasmo se reflejó en sus brillantes ojos verdes.

–Nuestros padres van a estar fuera el viernes, así que es perfecto.

Miré a Daemon. Me guiñó un ojo y sentí que mi estúpido corazón daba un vuelco.

–Es genial que vuestros padres os permitan dar una fiesta en casa –dijo Carissa–. A los míos les daría un infarto si les sugiriera algo así.

–Nuestros padres son bastante guays. –Dee se encogió de hombros y apartó la mirada.

Me obligué a poner cara de póquer mientras sentía una punzada de dolor en el pecho. Estaba segura de que Dee deseaba que sus padres estuvieran vivos más que nada en este mundo. Y probablemente Daemon también. De ese modo no tendría que cargar con la responsabilidad de...



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