E-Book, Spanisch, 160 Seiten
Reihe: GP Actualidad
Laguna Matute Jesús, la misericordia conflictiva del reino
1. Auflage 2016
ISBN: 978-84-288-3050-8
Verlag: PPC Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, 160 Seiten
Reihe: GP Actualidad
ISBN: 978-84-288-3050-8
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Pepe Laguna es teólogo y músico. Estudió teología en la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid) y en el Centre Sèvres (París). Es DEA en Derechos Fundamentales por la Universidad Carlos III (Getafe, Madrid). Miembro de Cristianismo y Justicia donde ha publicado diversos cuadernos en torno al diálogo fe-justicia. Más información en cristianismeijusticia.net
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JESÚS, LA MISERICORDIA CONFLICTIVA DEL REINO
En enero de 2016, tres bomberos españoles fueron detenidos en la isla griega de Lesbos acusados de tráfico de personas. Su «delito», rescatar inmigrantes sirios que naufragaban a pocas millas de la costa. Desde su embarcación, estos cooperantes sevillanos prestaban auxilio a hombres, mujeres (muchas de ellas embarazadas) y niños hacinados en pateras a la deriva, y a otros muchos que nadaban exhaustos tratando de no morir ahogados en el Egeo. Una ayuda que, hasta el momento de su detención, había librado del cementerio marino a más de cinco mil personas.
Sorprendentemente, en lugar de agradecer su labor humanitaria, las autoridades europeas les hacían responsables de un presunto delito de tráfico de personas. La bondad incuestionable de su obra de misericordia pasaba a interpretarse bajo el prisma conflictivo de una infracción penal al violar la ley de extranjería, que castiga la ayuda a inmigrantes «ilegales».
A mi juicio, esta dinámica paradójica y perversa que transmuta la bondad de una ayuda compasiva en actividad delictiva caracteriza de manera singular el ejercicio de la misericordia de Jesús. Sus acciones en favor de enfermos y pecadores activaron las alarmas de los «guardacostas imperiales», que vieron en las obras de misericordia del Galileo una amenaza para sus leyes de extranjería.
La sociedad suele recompensar a las personas e instituciones que se dedican a ayudar a los demás. Los Premios Princesa de Asturias tienen sus categorías de «Cooperación internacional» y de «Concordia», o los Premios Nobel la suya de «la Paz». A quien ejerce la misericordia se le premia, no se le crucifica; a no ser, claro está, que el ejercicio concreto de la compasión revista dimensiones conflictivas de tal envergadura que movilice los mecanismos punitivos de los órdenes políticos, económicos y religiosos imperantes. Ese es el dinamismo transgresor que encontramos tras la mayoría de las acciones misericordiosas de Jesús. Sin llegar a establecer una relación de causalidad necesaria entre sus acciones a favor de los excluidos y la sentencia de su condena a muerte, no hay duda de que Jesús ejerció la misericordia de un modo conflictivo.
En este año en el que la Iglesia católica, a través del papa Francisco, anima a todos los creyentes a practicar obras de misericordia corporales y espirituales?1, conviene volver la vista al Maestro para caer en la cuenta de que, en su seguimiento, acoger al forastero o enseñar al que no sabe son actos tan loables como transgresores.
¿Qué misericordia?
La misericordia no es patrimonio del cristianismo; muchas tradiciones religiosas, filosóficas y humanistas llevan inscrito en su ADN ético el imperativo de comportarse misericordiosamente con el prójimo. Es precisamente esa pluralidad de motivaciones la que aconseja definir la singularidad de la misericordia cristiana. Cuando el papa Francisco alienta a la práctica de la misericordia, no está haciendo una llamada genérica a ejercer la filantropía; desde su condición de líder de una religión que confiesa como Dios a un hombre condenado a morir en una cruz, su recomendación caritativa ha de confrontarse necesariamente con la praxis de ese crucificado.
Quien define al cristianismo como «la religión del amor» sin relacionar este con el perdón a los verdugos pronunciado desde un patíbulo corre el peligro de reducir el amor cristiano a un caldo espeso en el que caben todos los significados, desde los más sublimes y heroicos hasta los más cursis y perversos. Parafraseando el texto evangélico sobre el amor a los enemigos, en el que Jesús reclama a sus discípulos un plus sobre las acciones bondadosas de los publicanos («Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos?», Mt 5,46), el ejercicio de la misericordia que pide Jesús también va más allá del imperativo ético de socorrer al prójimo –exigencia que compartimos con toda la humanidad– y reclama el plus de una misericordia cómplice con la suerte de los crucificados del sistema y combativa contra las causas estructurales que generan su exclusión; una misericordia cristiana inevitablemente conflictiva.
No se equivocan quienes se refieren a Jesús como el hombre de la misericordia, aquel que sentía compasión por las multitudes (misereor super turbam, cf. Mc 8,2); basta abrir cualquier evangelio para encontrarlo curando enfermos, dando de comer, calmando la sed, perdonando, etc. Sin embargo, paradójicamente, el retrato robot que surge de esas acciones no es el de un modelo de vida virtuosa. Las más de las veces, sus actos de misericordia, lejos de concitar el aplauso unánime de los presentes, culminaban con sonoros enfrentamientos con los representantes de la autoridad. Aplicarle, por tanto, la definición genérica de «hombre misericordioso» es quedarse en una superficialidad homogeneizadora que asimila al Nazareno con cualquier mecenas altruista. No se trata de negar el carácter directamente bondadoso de las acciones de Jesús, haciendo de él un enfant terrible que buscaba epatar a su audiencia con cada una de sus acciones, pero, si eliminamos el desafío religioso y político que generaron sus actos de misericordia, quedarían sin justificar las razones históricas de su condena a muerte. ¿Por qué y cómo aquel profeta galileo que alababa la belleza de los lirios, curaba dolencias y jugaba con los niños llegó a convertirse en un agitador político acusado de un delito de Estado?
Las «rutas» de la misericordia bíblica: Éxodo y Reino
Dar de comer al hambriento es una acción caritativa que toda sociedad valora positivamente. Aplacar con maná del cielo el hambre de un pueblo prófugo que huye de la esclavitud es provocar la ira del faraón.
Aguardar un banquete celestial en el que toda la humanidad quedará saciada es una bella utopía a la que todos nos adherimos sin dificultad. Afirmar que los primeros puestos de ese convite estarán ocupados por prostitutas, ciegos y lisiados es irritar a los convidados más circunspectos.
Todas las acciones y sentencias recogidas en la Biblia están referidas en última instancia a uno de sus dos grandes trayectos: la ruta del Éxodo del Antiguo Testamento y la del Reino de Dios del Nuevo. Dos horizontes que marcan necesariamente la interpretación de la misericordia bíblica.
En la Biblia, la misericordia no es un concepto genérico ni universal; dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, enseñar al que no sabe, consolar al triste y demás obras de misericordia no se presentan como un código moral válido para toda persona y época. Fuera del metarrelato del Éxodo, que Yahvé alimente a su pueblo con «pan caído del cielo» (Ex 16,4) podría interpretarse desde la óptica providencialista de una divinidad que responde a los problemas de intendencia de una humanidad hambrienta; desde la perspectiva de la liberación de un pueblo esclavizado que ha salido al desierto detrás de una promesa divina constituye además un desafío al poder del faraón. Como se encargan de resaltar Moisés y Aarón, Yahvé hace llover pan del cielo para demostrar al pueblo que él es el Señor que los ha sacado de Egipto (cf. Ex 16,6).
El maná de Yahvé es el alimento alternativo a las ollas de la esclavitud. Dar de comer al hambriento no se reduce, por tanto, a la necesidad de llenar los estómagos (cuestión, por cierto, mejor resuelta por la seguridad de las ollas faraónicas que por la precariedad del maná del desierto), sino que implica fundamentalmente la decisión de optar entre dos señores y dos caminos: el Dios del maná y la libertad del desierto o el faraón de las ollas y la esclavitud de Egipto; es entonces cuando la neutralidad asistencialista de dar comer al hambriento se confronta con la decisión cómplice de alimentar al prófugo.
Una misericordia en el horizonte del Reino
La función catalizadora del relato del Éxodo en el Antiguo Testamento es retomada por el anuncio del Reino de Dios en los evangelios. El anuncio de la intervención de Dios como soberano de la historia, al que Jesús se dedicó en cuerpo y alma, marcan la clave interpretativa de sus obras de misericordia. Para entender la verdadera naturaleza de la misericordia de Jesús es esencial situarla en el horizonte del Reino de Dios.
Se explicite o no, el Reino de Dios constituye el referente último de todos los relatos evangélicos. La expresión: «El reino de Dios se parece a…» o sus equivalentes: «¿A qué compararemos el reino de Dios?», «el reino de los cielos es como…»?2, con las que se inician muchas parábolas, podría encabezar cualquiera de los actos o dichos de Jesús recogidos en el Nuevo Testamento. Los evangelios pueden considerarse metaparábolas sobre el Reino.
Es en el contexto del Reino donde las acciones milagrosas de Jesús cobran todo su significado. Curar enfermos, resucitar muertos o liberar endemoniados son signos de la presencia del Reino de Dios: «Si yo, por el Espíritu de Dios, echo fuera a los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el...




