E-Book, Spanisch, 296 Seiten
Levithan Ryan y Avery
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-19680-74-7
Verlag: NOCTURNA
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, 296 Seiten
ISBN: 978-84-19680-74-7
Verlag: NOCTURNA
Format: EPUB
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David Levithan (Nueva Jersey, 1972) ganó el reconocimiento de la crítica con su primera novela juvenil, Chico conoce a chico (Nocturna, 2018), que obtuvo el premio Lambda. Desde entonces, ha publicado muchas novelas de gran éxito, como Cada día (2012), Dos chicos besándose (Nocturna, 2016) y El sueño de Tiny Cooper (2015), además de varias en colaboración con otros escritores, entre ellos John Green -Will Grayson, Will Grayson (2010)- y Rachel Cohn -Nick y Norah (2006)-. En Ryan y Avery (Nocturna, 2024) retorna con dos personajes de Dos chicos besándose para desarrollar la historia autoconclusiva de su relación. Por su trayectoria literaria ha ganado el premio Margaret Edwards, concedido por la Asociación de Bibliotecas de Estados Unidos. Además de escritor, es editor de Scholastic, donde ha publicado series como Los juegos del hambre.
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Castigado
(la sexta cita)
Ryan está castigado. Cuando llega a casa después de su aislamiento nocturno con Avery por la nieve, recibe una reprimenda casi sin precedentes por parte de sus padres y el resultado es que solo puede salir de casa para ir al colegio o para trabajar, sin especificar hasta cuándo o, mejor dicho, hasta que «aprenda la lección». Todos los días, al llegar, tiene que dejar las llaves en la encimera de la cocina. Además, todos los días su padre o su madre llaman a casa quince minutos después de que Ryan acabe las clases o el turno de trabajo para cerciorarse de que ha vuelto.
Eso cabrea a Ryan por diversas razones. No está seguro de cuál es la lección que debe aprender: ¿a conducir en condiciones peligrosas y sin visibilidad por la nieve? ¿A no poner a su madre en situaciones como esa, en la que tuvo que justificar su irracionalidad por teléfono ante la madre de Avery? ¿O quizá a que no hay lugar en su vida para un chico hasta que escape a la universidad?
Luego está el asunto de las llaves del coche. Sus padres no aportaron un céntimo para la compra de la camioneta. A él siempre le ha parecido bien, porque eso implica que el vehículo es solo suyo. Sus padres no tienen derecho a pedirle las llaves; sin embargo, se las piden y deciden cuándo devolvérselas.
Sus padres son conscientes de lo lejos que vive Avery, saben que no es un trayecto corto que pueda recorrer a escondidas después del colegio. Aun así, el padre de Ryan no evita mencionar las cámaras que ahora tienen en la puerta principal y en el garaje, que se pueden controlar desde los móviles de ambos progenitores. La casa se ha convertido en cómplice de sus padres.
Si queda algún resquicio por donde escapar, es que todavía conserva el teléfono. Tal vez sus padres sepan que semejante incautación sería la gota que colma el vaso. Tal vez comprendan que él cumplirá con el castigo siempre que ellos le dejen una ventana abierta. Aunque tal vez su padre haya convertido el móvil de Ryan, en secreto, en un dispositivo de localización. A Ryan no le extrañaría nada.
La primera reacción de Avery al enterarse del castigo es mucho peor que la de Ryan, por la sencilla razón de que Ryan tiene que reaccionar frente a sus padres, mientras que Avery lo hace por teléfono.
—No es justo —insiste Avery—. No es nada justo.
Ryan admira el concepto de justicia tan elevado que tiene Avery, como si fuera una norma en la naturaleza y no una búsqueda imposible. ¿Cómo ha encontrado Ryan a un chico de pelo rosa que cree que el universo hace lo correcto?
Ryan se oye a sí mismo asegurarle a Avery:
—Estaré bien. Te lo prometo. Ya se nos ocurrirá algo.
—De acuerdo —contesta Avery—. Pero ojalá…
—¿Qué?
—Ojalá aún fuera ayer. Ojalá siguieras aquí.
—Ojalá.
Ryan sabe que no puede despojarse de una realidad: mereció la pena. Aunque esté castigado. Aunque él y Avery tengan que estar separados un poco más de lo previsto. Mereció la pena pasar la noche en sus brazos. Merecerá la pena alcanzar otra noche donde eso pueda volver a pasar.
Estar castigado sería un placer si también pudiera quedarse en casa sin ir al instituto. Pero no es así. Al día siguiente de volver a casa, al día siguiente de que lo castiguen, las carreteras se despejan, los hornos se encienden y el colegio reabre.
Escribió a su mejor amiga, Alicia, para contarle lo sucedido. Ella lo espera junto a la taquilla a primera hora de la mañana con gesto compasivo y un cruasán de chocolate que ha comprado en la panadería de Kindling, el único sitio del pueblo en el que merece la pena parar antes de clase.
Ryan se alegra de que Alicia haya conocido a Avery. Hace que su compasión parezca más auténtica.
—Tienes peor pinta de lo normal —comenta ella. Es su forma de darle los buenos días.
—Pues tú tienes pinta de llevar aquí toda la vida —contesta él mientras agarra el cruasán con gratitud y le arranca un trozo.
Alicia suspira.
—Tú al menos disfrutaste del día de nieve. Yo me quedé de canguro.
—¿Dónde estaba tu padre?
—Fuera, quitando porquería a palazos.
Ahora le toca a Ryan soltar un compasivo «qué mierda».
Alicia se encoge de hombros sin ganas de seguir con el tema.
—Cuéntame más cosas sobre el tiempo que pasaste con tu novio.
Ryan le cuenta cómo fue dormir en casa de Avery y lo agradables que fueron sus padres. Sabe que su amiga se alegra y también que se entristece al llegar a la parte del castigo. Él percibe todo eso, pero durante toda la conversación también siente que está respondiendo a la pregunta con engaños, porque ¿no le acaba de preguntar Alicia por su novio? ¿Es Avery de verdad su novio?
Para Ryan ese es un territorio inexplorado; sabía que era algo que existía en los mapas de otras personas, pero es la primera vez que él sobrepasa los confines de su parcela ordinaria para descubrirlo.
Durante todo el día, es en lo único que piensa. ¿Pueden ser novios sin haber tenido una conversación sobre ser novios? ¿Es demasiado pronto incluso para usar esa palabra? ¿Hay algún número de citas determinado antes de plantear la cuestión? Porque cinco citas son pocas, ¿no?
Pero ¿qué pasa con las sensaciones? Porque cuando está con Avery, cuando está a su lado, parece que son novios.
O al menos a él se lo parece. ¿Qué siente Avery?
No es algo que Ryan pueda preguntarle en un mensaje.
«Hola, oye, me preguntaba… ¿Somos novios?».
«Resulta que he estado hablando con Alicia y ha dicho que eras mi novio. ¿Tú cómo lo ves?».
«Cuando hablas de mí, ¿qué palabra usas? ¿Una que empieza por N y acaba por O?».
No puede hacer eso. Y se queda atascado en la misma idea una y otra vez.
Solo sale del atolladero a sexta hora, cuando le toca clase de Historia Americana con el señor Castor. No es su asignatura favorita, porque Ryan no tiene asignaturas favoritas, ya que todas compiten por el último puesto. Pero el señor Castor es el único profesor que le importa, el único que se ha molestado en conectar con él en un plano humano. Muchos otros profesores de Historia se centran en lugares y fechas, pero al señor Castor le gusta hablar de cosas como, por ejemplo, que la palabra «depresión» tiene tres significados: económico, emocional y físico. Dice que todos ellos van de la mano y, muchas veces, Ryan se da cuenta de que está inmerso en los tres a la vez. Se siente atrapado porque depende de sus padres para mantenerse. Eso le entristece mucho, estar rodeado de gente que apenas le entiende. Y físicamente es como si hubiera un agujero en la tierra, como si su vida fuera algo por donde tuviera que trepar para llegar a algún sitio, a algo mejor.
Nunca le ha contado nada de esto al señor Castor. Pero, cuando hablan, Ryan tiene la extraña sensación de que es algo que comparten de forma tácita. El señor Castor siempre lo trata como si algún día fuera a irse, como si fuera a largarse de allí. Cuando Ryan se tiñó el pelo de azul, varios de los profesores hicieron cometarios despectivos (la palabra «exagerado» salió mucho a relucir) y otros fingieron no darse cuenta, pero el señor Castor le dio el visto bueno. Al día siguiente de teñírselo, al entrar en clase, el señor Castor se desvió para comentarle lo bien que le quedaba. A Ryan le avergonzó que otros chicos oyeran el cumplido, pero también se alegró de recibirlo.
Ahora el señor Castor empieza a hablar de la Work Progress Administration y, aunque Ryan no toma apuntes, presta atención. Sabe que no tiene que ver con lo que se está hablando, pero sueña despierto que los contratan, a Avery y a él, para hacer un mural juntos en alguna ciudad tranquila donde ninguno ha estado antes. En su mente, el mural está en una gran iglesia que se ha convertido en un centro juvenil queer —está soñando despierto, ¿por qué no?—. Ryan no es un gran artista, pero comienza a esbozar el mural. En un momento dado, el señor Castor pasa por su lado, ve el dibujo y sonríe. Ryan está seguro de que cualquier otro profesor le habría regañado y le habría instado a dejar de soñar.
Ryan tiene ganas de hablarle de todo eso a Avery. Vuelve a preguntarse si los convierte en novios el hecho de que sea la persona a quien quiere contarle sus cosas en cuanto les pone palabras.
Cuando por fin acaban las clases, Alicia intenta convencerle de que no quebrantará ninguna regla si ella lo acompaña a casa para hacerle compañía, pero Ryan está casi seguro de que a sus padres no les hará gracia, porque interferiría con el aislamiento y el sufrimiento que pretenden infligirle.
Su idea se refuerza cuando llega a casa y recibe la llamada de comprobación rutinaria.
—¿Estás ahí? —pregunta su padre, una pregunta curiosa, dado que Ryan acaba de contestar el teléfono fijo.
A Ryan se le vienen a la mente mil respuestas sarcásticas, pero consigue emitir un simple:
—Sí, ya estoy en casa.
—Muy bien. No puedes salir y no tienes permiso para recibir visitas, ¿entendido?
—Sí.
—Tu madre llegará a la hora de siempre. Querrá que la casa esté limpia.
—Entendido.
—¿Cómo dices?
Quizás haya asomado cierto sarcasmo en su voz. Lo elimina al contestar:
—Que sí, que lo he entendido.
—Vale.
Su padre cuelga y Ryan va a su...