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E-Book, Spanisch, 656 Seiten

Reihe: ENSAYO

Loewen Patrañas que me contó mi profe

En qué se equivocan los libros de historia de los Estados Unidos
1. Auflage 2019
ISBN: 978-84-120830-0-2
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

En qué se equivocan los libros de historia de los Estados Unidos

E-Book, Spanisch, 656 Seiten

Reihe: ENSAYO

ISBN: 978-84-120830-0-2
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Los estadounidenses han perdido el contacto con su historia y el profesor James Loewen nos muestra por qué. Tras examinar doce de los principales libros de texto de la enseñanza secundaria estadounidense, concluyó que ninguno consigue hacer que esta sea mínimamente interesante o memorable para los estudiantes. Marcados por una embarazosa combinación de patriotismo ciego, optimismo sin sentido, pura desinformación y mentiras descaradas, estos manuales omiten casi toda la ambigüedad, pasión, conflicto y dramatismo del pasado de los Estados Unidos. Para Loewen, la historia debe enseñarse como un análisis del contexto y las causas de los hechos. Mas allá del caso particular estadounidense, reflexiona sobre cómo narramos y enseñamos la historia de nuestros países desde el sistema educativo, y el peligro de caer en la trampa del relato único. Un texto imprescindible sobre la importancia de la historia como materia lectiva y la forma en la que esta se imparte en las escuelas.

Sociólogo, historiador y autor estadounidense. Estudió en el Carleton College. En 1963, en su tercer año, pasó un semestre en Misisipi, una experiencia en una cultura diferente que lo llevó a cuestionar lo que le habían enseñado sobre la historia de los Estados Unidos. Estaba intrigado por aprender sobre ese lugar único donde se asentaron los inmigrantes chinos del siglo XIX y sobre sus descendientes en la cultura de Misisipi, considerada birracial. Después obtuvo un doctorado en Sociología en la Universidad de Harvard que partió de su investigación sobre los estadounidenses de origen chino de Misisipi. Enseñó por primera vez en Misisipi en el Tougaloo College, un colegio históricamente negro fundado por la American Missionary Association después de la guerra civil estadounidense. Durante veinte años, ha enseñado sobre racismo en la Universidad de Vermont, donde actualmente es profesor emérito de Sociología. Desde 1997, ha sido profesor visitante de Sociología en la Universidad Católica de América en Washington D. C. En 2012, la Asociación Americana de Sociología le otorgó el Premio Cox-Johnson-Frazier por 'servicios a la justicia social'. Es la primera persona blanca que ha ganado este premio. En ese mismo año, el Consejo Nacional de Estudios Sociales otorgó a Loewen su premio Spirit of America, anteriormente recibido por grandes personalidades como Jimmy Carter, Rosa Parks y Fred Rogers, entre otras.
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Introducción:


algo ha fallado, y mucho

Sería mejor saber menos cosas que saber tantas que no son.

JOSH BILLINGS[12]

La historia de los Estados Unidos es más prolongada, extensa, variada, hermosa y terrible de lo que nadie haya podido decir sobre ella.

JAMES BALDWIN[13]

La ocultación de la verdad histórica

es un crimen contra el pueblo.

GENERAL PETRO G. GRIGORENKO,carta en forma de samizdat,?dirigida a una revista de historia,c. 1975, URSS[14]

Los que no recuerdan el pasado están condenados

a repetir undécimo curso.

JAMES W. LOEWEN

Los alumnos de enseñanzas medias odian la historia. Cuando señalan sus asignaturas favoritas, la historia siempre aparece la última. Les parece que la historia es «la más irrelevante» de las veintiuna asignaturas que normalmente se imparten en los centros de secundaria. Aburridísima es el adjetivo que utilizan para calificarla. Cuando pueden, la evitan, aunque la mayoría saque mejores notas en historia que en matemáticas, ciencias o inglés.[15] Incluso cuando se les obliga a recibir clases de historia, reprimen lo que aprenden, de manera que cada año o cada dos años hay otro estudio que se queja de lo que no saben nuestros alumnos de diecisiete años.[16]

Hasta los chicos de familias blancas acomodadas piensan que la historia, tal como se enseña en secundaria, es demasiado «repulida y de color de rosa».[17] Los estudiantes afroamericanos, amerindios y latinos tienen una especial aversión a la historia. Y la aprenden especialmente mal. Los de color solo van ligeramente peor que los blancos en matemáticas. Si se me permite expresarlo así, los estudiantes no blancos van bastante peor en inglés y donde peor les va es en historia.[18] Aquí ocurre algo misterioso: seguramente la historia no sea más difícil para las minorías que la trigonometría o Faulkner. Los alumnos ni siquiera saben que están alienados, solo que «no les gustan los estudios sociales» o que «no se les da nada bien la historia». En la universidad, la mayoría de los alumnos de color rehúye los departamentos de historia.

Muchos profesores de historia perciben esa escasa motivación en clase. Si tienen mucho tiempo, pocas responsabilidades domésticas, recursos suficientes y un director flexible, algunos acaban abandonando los sobrecargados libros de texto y reinventan los cursos de historia de los Estados Unidos. Demasiados docentes se desaniman y se conforman con menos. Ligeramente conscientes, como mínimo, de que sus alumnos no comparten su amor por la historia, esos profesores no ponen toda la carne en el asador en sus clases. Poco a poco terminan cubriendo el expediente y, anticipándose a lo que preguntarán los chavales sobre el libro, solo dan la materia que entrará en el próximo examen.

En la mayoría de las disciplinas, los profesores universitarios se contentan con que los alumnos hayan tenido bastante contacto con la materia antes de la enseñanza superior. Los de historia no. Los profesores universitarios de historia menosprecian sistemáticamente los cursos de historia de secundaria. Un colega mío ha bautizado su curso con el nombre de «Iconoclasia I y II», porque considera que su labor es sacar a los alumnos de los errores que han aprendido en el instituto para así hacer sitio para información más precisa. Esto no ocurre en ninguna otra materia. Por ejemplo, los profesores de matemáticas saben que la geometría no euclidiana no suele enseñare en secundaria, pero no dan por hecho que la euclidiana se haya enseñado mal. Los de literatura inglesa no presuponen que Romeo y Julieta se malinterpretara en el instituto. Realmente, la historia es la única materia en la que, cuantos más cursos estudia un alumno, más estúpido se vuelve.

Quizá yo no necesite convencerles de la importancia de la historia de los Estados Unidos. Más que ninguna otra materia, esta trata de nosotros. Independientemente de que consideremos que nuestra sociedad actual es maravillosa, horrible o ambas cosas, la historia pone de relieve cómo hemos llegado a este punto. Para poder comprendernos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea, es esencial comprender nuestro pasado. Tenemos que conocer nuestra historia y, según el sociólogo C. Wright Mills, sabemos que es así.[19]

Fuera de las aulas, los estadounidenses muestran un gran interés por la historia. Las novelas históricas, ya sean de Gore Vidal (Lincoln, Burr y las demás) o Dana Fuller Ross (Idaho!, Utah!, Nebraska!, Oregon!, Missouri! y así casi hasta el infinito) suelen convertirse en superventas. El Museo Nacional de Historia Americana es una de las tres grandes atracciones de la Smithsonian Institution. La serie The Civil War [La Guerra Civil] atrajo a la televisión pública a gente que nunca la había frecuentado. Las películas basadas en sucesos o temas históricos no dejan de suscitar fascinación, desde El nacimiento de una nación hasta Lo que el viento se llevó, pasando por Bailando con lobos, JFK y Salvar al soldado Ryan. Lo que les corta el rollo a los estudiantes no es la historia, sino los cursos tradicionales de historia de los Estados Unidos.

La situación es la siguiente: la historia de los Estados Unidos está llena de historias fantásticas e importantes con capacidad para cautivar al público, aunque se trate de difíciles alumnos de séptimo. Esas mismas historias muestran a qué se ha dedicado el país y tienen una relación directa con la sociedad actual. Los públicos estadounidenses, aunque sean jóvenes, necesitan y quieren conocer el pasado nacional. Sin embargo, se duermen en las clases que se lo muestran.

¿Qué ha fallado?

Empezaremos a comprender el problema si apuntamos que los libros de texto dominan los cursos de historia de los Estados Unidos mucho más que los de ninguna otra materia. Cuando me topé por primera vez con ese descubrimiento en las investigaciones sobre educación me quedé boquiabierto. Me lo habría creído casi de cualquier otra materia: de la geometría plana, por ejemplo. Después de todo, a los estudiantes les resultaría difícil preguntar a los residentes mayores de su comunidad sobre esa materia o aprenderla con libros de la biblioteca, en las hemerotecas o en los miles de fotografías y documentos de la página web de la Biblioteca del Congreso. Todos esos recursos y otros son relevantes para la historia de los Estados Unidos. Sin embargo, es en las clases de historia, no en las de geometría, donde los alumnos se pasan más tiempo leyendo manuales, contestando a las cincuenta y cinco aburridas preguntas del final de cada capítulo, leyéndolas en alto y cosas así.[20]

Arropados por cubiertas de papel satinado, los manuales de historia de los Estados Unidos están llenos, demasiado llenos, de información. Son volúmenes muy gruesos. Los ejemplares de mi colección original, compuesta por una docena de los más difundidos, pesaban una media de dos kilos y medio, y tenían un promedio de 888 páginas. Para mi asombro, durante los últimos doce años se han vuelto todavía más voluminosos. En 2006 examiné seis nuevos libros (debido a las fusiones editoriales, ya no hay doce). Tres son nuevas ediciones de «manuales históricos», descendientes de libros publicados por primera vez hace medio siglo; tres son «absolutamente nuevos».[21] ¡Esos seis libros nuevos tienen un promedio de 1150 páginas y pesan casi tres kilos! Nunca pensé que pudieran ser todavía más gordos. Yo pensaba —¿esperaba?— que la profusión de fuentes en Internet dejaría patente la obsolescencia de esos mamotretos. Internet no existía cuando surgió el primer conjunto de manuales. En esos tiempos tenía cierto sentido que los manuales de historia fueran tan gruesos: los alumnos, pongamos por caso, de Bogue Chitto (Misisipi) o Beaver Dam (Wisconsin) no disponían de muchos más recursos sobre historia de los Estados Unidos que sus libros de texto. Pero ya no es así: hoy en día, cualquier centro escolar tiene conexión telefónica con Internet, donde los alumnos pueden consultar cientos de miles de fuentes primarias, entre ellas artículos de prensa, el censo, fotografías históricas y documentos originales, así como interpretaciones secundarias de expertos, ciudadanos, otros estudiantes, y granujas y mentirosos. Ya no hay necesidad de proporcionarles nueve meses de lectura encuadernados, escritos o compilados por un...



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