E-Book, Spanisch, 288 Seiten
Reihe: Gran Angular
Lozano Garbala Donde surgen las sombras
1. Auflage 2010
ISBN: 978-84-675-4322-3
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, 288 Seiten
Reihe: Gran Angular
ISBN: 978-84-675-4322-3
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David Lozano nació en Zaragoza en 1974. Es licenciado en Derecho y tiene estudios de Filología Hispánica. Durante un tiempo ejerció como abogado, aunque dejó el mundo de las Leyes a un lado para ser profesor de bachiller en su ciudad natal y escritor. También posee un Master de Comunicación por la Universidad Miguel Hernández. Ha participado como actor en diversos cortometrajes y colabora con la cadena de televisión ZTV: durante dos años dirigió y presentó el programa Depredadores, y después se hizo cargo del programa divulgativo En pocas palabras. 'Soy nervioso, impaciente para todo. Suelo implicarme en muchos proyectos, ya que estoy convencido de que hay que vivir con intensidad aunque, eso sí, paladeando cada momento. Desde muy pequeño me ha apasionado contar historias. Me encanta conocer gente, cuanto más distinta mejor, y ambientes diferentes al mío', ha declarado el escritor. Entre sus gustos, están el cine de terror, el humor negro, el género fantástico, la naturaleza, el teatro...
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2
DÍA CERO
En plena noche, el viento gemía. Balanceaba las ramas de los árboles como amenazadoras extremidades de fantasmas borrosos, que se quejaban rechinantes, mientras intentaban alcanzar a los incautos visitantes. A Mateo siempre le habían inquietado los bosques cuando la luz del día desaparece; y, a pesar de su edad, no podía evitar caminar nervioso hacia donde debía encontrarse con Gabriel y Lucía. Por si fuera poco, el resplandor de la luna, que colaboraba al ambiente tenebroso con su luz pálida cuando la vegetación no lo impedía, multiplicaba las sombras que se retorcían a su alrededor. Él se consideraba un simple tipo de ciudad. Desde luego, con sus ojos azules, su ropa recién planchada, sus mejillas imberbes y su delgadez, no daba el tipo de curtido explorador. Aceleró el paso y por fin alcanzó la explanada en la que habían quedado a pesar del frío.
-Ya era hora.
Mateo identificó la voz grave de Gabriel, y en su tono intuyó un leve reproche. ¿Tan serio era el asunto? Encima de que le dejaba las llaves del chalé de sus padres para que pudiesen estar allí pronto...
-Ya os dije que no me venía bien la hora de la reunión -se defendió el recién llegado-. Además, había quedado para jugar al Camelot y al final he tenido que faltar a la sagrada partida de los viernes. Así que no te quejes tanto.
Gabriel gruñó, murmurando algo inaudible sobre el carácter insoportable de los pijos y de aquella panda de viciosos del rol por ordenador, entre los que también se encontraban Lucía y Raquel, la novia del desaparecido Álex.
Mateo reparó entonces en que Lucía no había podido acudir a la cita, pues su amigo se encontraba solo. Sin hacer ningún comentario, se sentó en una silla con una manta mientras el otro, agachado y en cuclillas, intentaba encender una vela muy gruesa. Cuando lo hubo conseguido, se apresuró a depositarla en medio de los dos, en un rincón protegido que mitigase las ráfagas de aire. Un matiz amarillento que danzaba al son del viento tiñó sus rostros.
-Supongo que te preguntas por qué he convocado esta reunión, que he preferido no aplazar aun con la ausencia de Lucía.
De nuevo hablaba Gabriel, serio tras unas gafas negras de pasta que le daban un aspecto intelectual que no distaba de la realidad. De hecho, a pesar de pasar bastantes horas ayudando en la cafetería de sus padres, siempre había sido un auténtico devorador de libros, gracias a lo cual podía presumir ahora de una cultura asombrosa y una forma de hablar que impresionaba. Algo grueso y muy despistado, Mateo le admiraba, aunque tuviese que soportar sus frecuentes bromas acerca de los pijos. Y es que los padres de Mateo tenían mucho dinero.
-¿Te lo preguntas o no, tío?
El aludido volvió de sus cavilaciones:
-Perdona, me he distraído un momento. ¿Qué decías?
Gabriel hizo una mueca.
-Que si te ha extrañado lo de esta reunión.
Mateo asintió, muy consciente de que desde la marcha de Álex los encuentros periódicos de aquel peculiar grupo de amigos que formaban no habían vuelto a producirse.
-No me la esperaba. Como ya no estamos todos...
-Sí -reconoció el primero, continuando-, yo también estoy pensando en Álex. De hecho, él es la causa de que estemos aquí.
-No sé -opinó Mateo, con un repentino hastío-. Creo que deberíamos ir pensando en disolver este grupo. Ya no tiene mucho sentido seguir, solo somos tres. Hoy, ni siquiera eso.
Gabriel le miró con detenimiento.
-No es cuestión de número, Mateo. Aunque falte Álex, el resto seguimos siendo amigos, ¿no? ¿Vamos a permitir que su decisión destruya lo que tenemos? Su salida nos afecta mucho a todos, pero eso no es motivo para que nuestras vidas se vean arrastradas por ella; al contrario, hemos de unirnos más que nunca. Estoy convencido de que este grupo merece la pena. ¿Acaso echarías por la borda estos cuatro años? Estás resentido con Álex, eso es todo.
El aludido reflexionó unos instantes, recordando la cantidad de momentos geniales que habían compartido juntos. Curiosa unión la suya, teniendo en cuenta lo distintos que eran a pesar de tener todos la misma edad, cosecha del ochenta y siete: Gabriel, el camarero intelectual; Lucía, la informática repleta de energía; Mateo, el pijo vago, con un físico envidiable y una portentosa red de contactos. Y, claro, luego estaba Álex, el aventurero optimista. Vaya «patrulla» de adultos recientes.
-Eso es verdad, Gabriel -acabó conviniendo Mateo-. Al menos defendamos lo que queda, está bien. A fin de cuentas, nosotros estamos aquí, ¿no? Si Álex no va a volver, por mucho que duela, tenemos que acostumbrarnos a ello. Además, peor para él.
Gabriel se encogió de hombros, atento a la llama temblorosa de la vela.
-Comenzamos una nueva etapa -se volvió hacia Mateo-. Bueno, ya tendremos tiempo de hablar con más calma y organizamos. Ahora será mejor que vayamos al grano: hay algo importante que decir y mañana tengo que madrugar mucho.
-Sí, entremos en materia. ¿A qué viene todo esto? -adoptó un gesto suspicaz-. ¿Qué has querido decir con eso de que Álex es la causa de esta reunión? ¿No se supone que hemos de pasar de él?
Gabriel no contestó enseguida, sino que se entretuvo observando la arboleda negra que se extendía brevemente a espaldas de su amigo, y el perfil confuso de la casa cincuenta metros más allá. Durante bastante tiempo se habían reunido allí cada semana, formando una suerte de club donde la confianza era absoluta, razón, por otra parte, que justificaba lo mal que les había sentado la maniobra de Álex. Cuántas cosas habían vivido en aquel chalé... aunque ninguna como la que se proponía comunicarles, desde luego. Gabriel suspiró.
-Ha costado -comenzó-, pero ya estamos aceptando el giro que han dado nuestras vidas a raíz de la desaparición de Álex, ¿verdad? Hemos asumido su incomprensible fuga.
A Mateo le llamó la atención aquella introducción, y por primera vez se percató de que algo serio de verdad pasaba por la cabeza de Gabriel. Asintió sin interrumpirle, arrebujándose en su manta.
-Ayer encontré mi móvil en la conserjería del club Helios -continuó el otro-. Como recuerdas, lo extravié el mismo día en que Álex se fue de casa, la última vez que acudí a nadar allí. ¿Y sabes qué? -le miró a los ojos con intensidad, como calibrando por última vez sus pensamientos-. Tenía llamadas perdidas suyas de la misma noche de la desaparición.
Su interlocutor se puso en pie de un respingo.
-¿Te dejó Álex algún mensaje de voz? ¿De texto? ¿Sabes dónde está?
Apesadumbrado, Gabriel meneaba la cabeza hacia los lados.
-Me temo que no -con un gesto, le instó a que se sentara de nuevo-. Tranquilízate, la cosa no es para tanto. O a lo mejor -añadió, intrigante- sí que lo es.
Volviendo a su silla, Mateo hizo un esfuerzo por serenarse. Reparó en que, desaparecido Álex, que había sido en cierto modo el líder del grupo, de alguna manera Gabriel estaba adoptando el papel de nuevo cabecilla. Lo vio natural: ni Lucía ni él mismo valían para eso, aunque le asombró la facilidad con que el reajuste se había producido. Aquellos mecanismos automáticos de adaptación solo eran posibles entre clanes de auténtica confianza, de verdadera amistad. No, no debían permitir que aquel pequeño grupo desapareciese. Sin ser muy conscientes de ello, durante los cuatro años anteriores habían construido algo que valía la pena.
Gabriel cortó las reflexiones de su amigo volviendo a suspirar, lo que produjo la impresión de que necesitaba reorganizar sus ideas. La expectación había llegado a su punto culminante.
-Te escucho -susurró Mateo.
-Álex me llamó cinco veces -reconoció al fin Gabriel, provocando un gesto anonadado frente a él-. Pero eso no es todo.
El silencio había pasado a hacerse blindado. Hasta el viento parecía haberse detenido. Mateo permanecía quieto como un fósil, con los ojos muy abiertos.
-Además, las cinco llamadas se produjeron -terminó Gabriel, solemne- en un lapso de tiempo de cuatro minutos. Desde la una y cinco hasta la una y nueve de la madrugada. Alucinante, ¿eh? ¿Qué conclusión sacas de ello?
La respuesta no se hizo esperar:
-Está claro que Álex tenía mucho interés en hablar contigo. No se trata de simples llamadas perdidas.
Gabriel sonrió, al tiempo que rechazaba con la mano tal hipótesis.
-Mateo -advirtió-, hemos de ser más rigurosos. No es que Álex tuviese interés en hablar conmigo, es que necesitaba hacerlo. Que no es lo mismo. Y tenía que conseguirlo justo en aquel momento, no más tarde. Solo así se puede justificar semejante ritmo de llamadas.
-Y que no volviera a intentarlo más tarde -completó Mateo, acariciándose la nariz sin poder disimular su desconcierto-. No entiendo nada.
Gabriel estuvo de acuerdo:
-Es que no tiene mucho sentido. ¿Por qué una persona que decide marcharse en secreto de casa por voluntad propia, y que tiene toda la noche para hacerlo, de improviso necesita contactar con un amigo al que ha decidido mantener al margen de su plan, y con el que, para colmo, solo precisa hablar entre la una y cinco y la una y nueve de la madrugada? Tampoco os llamó a vosotros ni a Raquel, su reciente novia. Es absurdo.
-Es absurdo -los dos se sobresaltaron al oír...