E-Book, Spanisch, 366 Seiten
Reihe: Narrativa
Mañach Robato / Espinosa Domínguez Las intenciones de Hilario Casas
1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-9897-259-7
Verlag: Linkgua
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 366 Seiten
Reihe: Narrativa
ISBN: 978-84-9897-259-7
Verlag: Linkgua
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Jorge Mañach y Robato (Sagua la Grande, 1898-San Juan de Puerto Rico, 25 de junio de 1961). Cuba. Escritor, periodista, ensayista y filósofo, autor de una biografía de José Martí y de numerosos ensayos filosóficos. Se graduó de Filosofia y Letras por la Universidad de Harvard (1920) en la que trabajó, amplió sus estudios en París (Universidad de Droit, 1922) y regresó a La Habana en 1924, terminando allí sus doctorados en Derecho Civil y en Filosofía y Letras. Colaboró con la revolución de 1933 y en la resistencia contra Batista. Vivió en Cuba en 1959, y en 1960 se fue a vivir a Puerto Rico, inconforme con los postulados de la Revolución de Fidel Castro.
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Introducción
Los textos recopilados en este volumen corresponden a dos actividades que Jorge Mañach realizó en su juventud: la creación literaria y la traducción. Una vez que superó esa etapa de su vida, nunca más volvió a ellas.
En el caso de la primera, conviene anotar que, además de la narrativa, incursionó también en la escritura para la escena. En 1928 dio a conocer la comedia Tiempo muerto, con la cual obtuvo el segundo premio en el Concurso Teatral de Obras Cubanas convocado por la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes. Entonces se publicó y además fue representada en México por la compañía de la actriz argentina Camila Quiroga. Trata de un tema típico de esa época, la preocupación de la sociedad habanera por el qué dirán. Y en opinión de Natividad González Freire, «el diálogo está escrito con ese estilo sobrio y elegante, a pesar del mal teatralismo, que hace de Mañach uno de los mejores prosistas cubanos».1 En realidad, se trataba de la segunda incursión de Mañach en la literatura dramática. En 1925 había aparecido en la revista El Fígaro una pieza breve titulada La intransigencia, no exenta de cierta gracia.
Más tempranamente manifestó Mañach su interés por la prosa de ficción. Se dio a conocer en 1916, cuando él cursaba estudios en el Cambridge High and Latin Schools, en Boston. En la revista de esa institución docente publicó un cuento titulado «Little Diego», presumiblemente escrito en inglés. A partir de entonces, mantuvo un ritmo de producción regular hasta 1928. En total, los bocetos y fragmentos de novelas, los cuentos y relatos que vieron la luz en esos años no suman muchas páginas, pero sí evidencian una constancia en la escritura. Así hasta que a fines de esa década abandonó finalmente aquella afición juvenil.
Desde los primeros artículos que dio a conocer en el Diario de la Marina, se ponía de manifiesto una clara propensión a incorporar elementos característicos de la prosa de ficción. Está, en primer lugar, el papel de narrador en primera persona que adopta, y que en ocasiones se identifica desde las primeras líneas: «De La Coruña, la linda ciudad asomada al mar, me he venido esta mañana en automóvil ómnibus, a esta ilustre y medioeval Santiago, cuyo húmedo misterio aprendí a amar de niño».2 Incluye también hechos y acciones, así como personajes y personas reales. En la etapa del Decano (1922-1924), en sus textos aparecía con frecuencia una interlocutora sin nombre, una mujer imaginaria e inteligente de edad madura, cuya participación era más bien alusiva: «Ya se imaginará usted, mi siempre bien querida amiga, con cuánto gozo he leído y releído su carta, mosaico de sus sensaciones en esa sensacional Nueva York, donde ahora disfruta de ricos e intensos ocios».3
Posteriormente, cuando pasó a colaborar regularmente en El País, ese personaje pasó a ser reemplazado por otra mujer, esta sí con nombre: Dulce. Interviene más activamente y en varias columnas adquiere voz y sostiene conversaciones animadas con el glosador. Eso incorpora otro ingrediente propio de la narrativa como lo es el diálogo. A esos años corresponde la creación de otro personaje, Luján, quien protagonizó las impresiones habaneras publicadas en ese diario entre julio y agosto de 1925 y recopiladas después en el libro Estampas de San Cristóbal (1926). Mañach lo bautizó como «el último de los criollos», y con él mantiene una charla ininterrumpida, mientras ambos pasean por La Habana. Luján es procurador, pobre de recursos, pero opulento en salud y buenos humores. Ha llegado a la vejez soltero, sin familia ni ahorros, y vive en una casa de huéspedes. Otros elementos propios de la narrativa que están presentes en los artículos son el espacio o marco y el tiempo o momento concreto en que transcurre lo que se cuenta. Y en resumen, hasta mediados de los años treinta el periodismo de Mañach está muy permeado de narratividad. Pero cuando volvió a escribir regularmente en el Diario de la Marina, sus trabajos de Mañach adquirieron otro tono y otro estilo, más propios de los textos de opinión que a partir de entonces pasó a redactar.
La producción narrativa de Mañach ha recibido muy escasa atención por parte de los críticos e investigadores. En los manuales e historias de nuestra literatura ni siquiera se menciona. Solo en los últimos años Marta Lesmes Albis y Víctor Fowler se han acercado a esa faceta de su ejecutoria.4 En esto debe haber influido el hecho de que, a excepción de Belén el ashanti, todos los demás textos aparecieron en diarios y revistas, lo cual hace que el acceso a ellos sea difícil. Y algo debe de haber también de la generalizada reticencia a reconocer un único mérito a quienes son acreedores de ser reconocidos por otros.
Lo cierto es que, en su momento, Mañach recibió como narrador algunas valoraciones positivas. Con uno de sus cuentos, el titulado «O. P. N° 4», fue premiado en el concurso convocado por el Diario de la Marina. Compartió ese galardón con Alfonso Hernández Catá, quien dominó la cuentística nacional en las dos primeras décadas del siglo pasado y fue el primer triunfador internacional de nuestra literatura. Mañach fue además uno de los autores que la revista Social invitó a redactar uno de los capítulos de la novela colectiva Fantoches 1926. Los otros fueron Carlos Loveira, Alberto Lamar Schweyer, Federico de Ibarzábal, Guillermo Martínez Márquez, Arturo A. Roselló, Rubén Martínez Villena, Enrique Serpa, Max Henríquez Ureña, Emilio Roig de Leuchsenring y Hernández Catá.
Aunque la escritura ficcional de Mañach fue una actividad de su juventud que ha quedado orillada, en conjunto posee valores más que suficientes para ser tomada en cuenta. A excepción de los dos proyectos de novela que no llegó a concluir, está integrada por cuentos, si bien hay algunos, como Belén el ashanti y Las intenciones de Hilario Casas, que exceden la extensión habitual. En ese aspecto, conviene apuntar que Mañach demuestra un dominio instintivo de ese género: se ciñe a la forma insular que lo distingue y cumple la misión narrativa con la máxima economía de recursos. Son textos más o menos breves cerrados sobre sí mismos.
Sabe además escoger una materia argumental idónea para crear una buena ficción. Eso hace que la lectura se siga con avidez por el interés de lo que cuenta. En ese mosaico de historias, hallamos una surtida vidriera de personajes y situaciones. Asimismo, son unos textos escritos con una encomiable voluntad de estilo, y este está en armonía con lo que se cuenta. En Mañach no se da la extraña ambigüedad que Ambrosio Fornet señala a otros cuentistas de ese período: excelentes prosistas, son, sin embargo, narradores mediocres.5 Las suyas son narraciones que se ciñen a los patrones del realismo, pero no se dejan tentar por el costumbrismo y el color local, ni tampoco por la denuncia o la propaganda. Ya son además modernas por su espíritu y, en algunos casos, por su temática. Y comparadas con las de otros escritores latinoamericanos, no son anacrónicas, pues han sabido ir más allá del modernismo.
Me referiré ahora a algunos de esos textos en concreto. Comenzaré con Belén el ashanti, que aunque fue el único que vio la luz como libro, es el menos representativo de la prosa de ficción de Mañach. En la primera versión, editada en la revista Bohemia, este lo llama «cuento de antaño». Y en efecto, por su temática remite a la narrativa antiesclavista del siglo XIX. ¿Qué lo llevó a tratarla, cuando ya era extemporánea, puesto que la trata y la esclavitud llevaban varias décadas de haber sido abolidas?
Enrique Gay-Calbó hizo notar que Belén el ashanti fue escrito por Mañach durante su etapa estudiantil en Cambridge, cuando «el recuerdo de la patria llenaba largas horas que los libros no podían colmar por entero». Eso lo lleva a conjeturar que «es probablemente una reminiscencia de relatos familiares y rememoración en el destierro».6 Y opina que aunque está bien escrito, con la sencillez necesaria para ser acogido por una revista que debe contar con el público, no tiene mayor significación dentro de la obra de Mañach. A este es justo reconocerle, no obstante, el no cargar las tintas en la denuncia y concentrarse más en la devoción que el esclavo tiene por la Niña Cuca. Asimismo, deja en cierto enigma el motivo de sus visitas nocturnas, así como la misteriosa enfermedad que aqueja a la adolescente tras la muerte de Belén, «como si ella misma estuviera embrujada».
Resulta difícil leer Las intenciones de Hilario Casas y pasar por alto las referencias autobiográficas incorporadas por Mañach a su protagonista. Este tiene veintitrés años y ha pasado cinco en Estados Unidos, de donde regresó hace solo un mes. Ahora se prepara para viajar de nuevo, esta vez a París. Allí espera completar su tesis sobre los dos Heredia. Permanecerá, a lo sumo, un año. Tras eso, planea regresar a Cuba, para revalidar su doctorado e incluso, quién sabe, obtener por oposición una cátedra en la universidad. Quiere que sus aspiraciones para el porvenir se materialicen en su patria. Vino decepcionado de «la tosquedad insufrible de la vida yanqui, tan pobre de emociones, tan mundanamente dinámica y pugnaz». Por supuesto, hay un despliegue...




