E-Book, Spanisch, 528 Seiten
Macho Arrebatar la vida
1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-254-4291-9
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
El suicidio en la Modernidad
E-Book, Spanisch, 528 Seiten
ISBN: 978-84-254-4291-9
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
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Thomas Macho (Viena 1952) es científico y filósofo austríaco. Desde 1993 hasta 2016 fue profesor de Historia cultural en la Universidad Humboldt. Sus principales áreas de investigación son la historia del calendario y de la cronología, la historia cultural de las relaciones entre hombres y animales, la muerte y los cultos a los muertos, la religión en la Modernidad, la historia de los rituales, la estética de lo monstruoso o la ciencia ficción. Publica regularmente ensayos y reseñas en la Neue Zürcher Zeitung, Die Zeit y otros medios de prensa y colabora con el Foro Cultural Austríaco en Berlín. Actualmente, dirige el Centro de Investigación Internacional de Ciencias Culturales en Viena.
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Introducción
El suicidio se presenta de este modo como la quintaesencia de la Modernidad.
WALTER BENJAMIN1
1
En las últimas décadas se han publicado diversas caracterizaciones de la época contemporánea, algunas bastante grandiosas. Según ellas, vivimos en una época de la ira y la impaciencia,2 en un mundo del cansancio y el agotamiento,3 de la aceleración y la precipitación,4 de las nuevas guerras y de la lucha de culturas,5 en una sociedad del miedo,6 del narcisismo7 o del desasosiego.8 A la hora de describir la signatura de la época moderna, tampoco se descarta recurrir a los conceptos más antiguos de secularización —últimamente en discordia con el regreso de las religiones, del que también se afirma que se produce—, de posmodernidad o de revolución digital. Y sin embargo, también habría que considerar que una de las inflexiones mayores y de más graves consecuencias que se han producido en los siglos XX y XXI es un cambio que, aunque se ha investigado y discutido bajo diversos aspectos, rara vez se ha tematizado desde una perspectiva abarcadora: la valoración radicalmente nueva del suicidio. Durante muchos siglos el suicidio se consideró un pecado mortal, incluso un «doble asesinato» (del alma y del cuerpo), un crimen que había que castigar severamente, no solo mutilando y dando mal entierro a los cadáveres, sino, por ejemplo, también confiscando los bienes familiares; un crimen que, como mínimo, se calificaba como consecuencia de un estado de demencia y como enfermedad. Mientras que en la Antigüedad el suicidio todavía se podía asociar con el honor, como muy tarde desde el encumbramiento del cristianismo como religión dominante pasó a considerarse una ignominia y un fracaso definitivo. En una carta a Carl Schmitt fechada el 27 de abril de 1976, pero publicada hace solo unos pocos años, Hans Blumenberg se lamentaba «de que hemos desplazado a una lejanía inalcanzable la sacramentalización pagana del suicidio. Pero no hay que pensar solo en Séneca, sino también en Masada y en Varsovia. Lo más sorprendente es que este rasgo de la “modernidad” todavía no ha sido descrito jamás en ninguna parte».9 Únicamente Walter Benjamin había comentado ya en sus estudios sobre Baudelaire que la Modernidad está «bajo el signo del suicidio», el cual «sella una voluntad heroica»: el suicidio sería sin más «la conquista de la modernidad en el complejo ámbito de las pasiones».10
La cuestión del suicidio es un motivo central de la Modernidad. Desde el fin de siècle, o como muy tarde desde el final de la Segunda Guerra Mundial, se ha producido un cambio radical en la valoración del suicidio —por un lado, como proceso conducente a acabar con un tabú, y, por otro lado, como difusión de una emancipadora «tecnología del yo»— en varios campos culturales: como protesta en la política, como estrategia de ataque y atentado en nuevas formas de manifestación de los conflictos armados, como tema fundamental en la filosofía y en las artes, en la literatura, la pintura y el cine. El suicidio y el intento de suicidio han sido despenalizados, aunque en el Reino Unido solo a partir de 1961. Diversas formas de eutanasia y suicidio asistido se han liberalizado jurídicamente en la praxis médica. También en las ciencias se ha producido una nueva valoración del suicidio. Con la edición, en 1897, de la obra de Émile Durkheim El suicidio, a menudo comparada con La interpretación de los sueños de Sigmund Freud (1900), el tema se incorporó a las ciencias sociales. Tratamientos desde la crítica sociocultural, como el que había presentado Tomáš Garrigue Masaryk —que luego llegaría a ser presidente de Checoslovaquia—, con El suicidio como fenómeno social de masas en la civilización moderna (1881), fueron cediendo cada vez más terreno a argumentaciones basadas en estadísticas y datos empíricos. Durkheim distinguía entre cuatro tipos elementales de suicidio: el egoísta, el altruista, el anónimo y el fatalista, y formulaba una teoría de la «muerte social» como correlación entre los suicidios y las fuerzas cohesionantes de una comunidad. Uno de los pioneros de la investigación psiquiátrica sobre el suicidio fue Jean-Étienne Esquirol, un discípulo de Philippe Pinel. En su obra Las enfermedades mentales, editada en alemán bajo el título Las enfermedades mentales en relación con la medicina y la farmacología estatal (1838), distinguía entre el suicidio por pasión y el suicidio tras un asesinato, mencionaba como posibles causas de suicidio las estaciones, el clima, la edad y el género, y proponía medidas preventivas y terapéuticas.11 Rara vez basaba Esquirol su exposición en cifras. Más bien se basaba predominantemente en casos reales. Y en cierto sentido eso ha seguido siendo así hasta hoy: los sociólogos interpretan estadísticas y los psicólogos comentan casos reales. Lo único que no se ha logrado del todo hasta hoy es tender el puente entre la estadística y el caso real.
La investigación sobre el suicidio no se consolidó como disciplina autónoma hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Todavía en 1938 —un año antes de la muerte voluntaria de Sigmund Freud tras la sedación terminal que le administró su médico personal y amigo Max Schur—,12 el psiquiatra y psicoanalista Karl Menninger se lamentaba, en El hombre contra sí mismo, de que esta cuestión fuera tabú en las ciencias. En vista de las elevadas cifras de suicidios,
cabría suponer que hay un interés muy difundido en este tema, que hay en marcha muchas investigaciones y proyectos de investigación, que nuestras revistas médicas y nuestras bibliotecas tienen libros sobre el tema. Pero no es así. Hay un montón de novelas, teatros y leyendas que se ocupan del suicidio: suicidio en la imaginación. Pero la bibliografía científica sobre el tema es sorprendentemente escasa. Me parece que esto es una nueva prueba de que sobre este tema pesa un tabú. Un tabú que tiene que ver con emociones fuertemente reprimidas. A los hombres no les gusta reflexionar en serio y con realismo sobre el suicidio.13
En 1948 el psiquiatra y psicólogo individual Erwin Ringel fundó en Viena uno de los primeros centros del mundo para la prevención del suicidio. En aquella época, este consultorio patrocinado por la Cáritas vienesa se llamaba simplemente «Asistencia a los cansados de vivir». Tuvo como precursor el «Centro para los cansados de vivir» de la «Comunidad Ética Vienesa», que Wilhelm Börner había fundado en 1928 y que dirigió hasta 1939, contando con numerosos colaboradores y colaboradoras honoríficos, entre ellos August Aichhorn, Charlotte Bühler, Rudolf Dreikurs o Viktor Frankl.14 En 1975 el centro de «Asistencia a los cansados de vivir» de Erwin Ringel se transformó en un centro de intervención en casos críticos adaptado a los tiempos e independiente de la Iglesia, y así ha seguido hasta hoy.15 La diferencia entre ambos conceptos de «asistencia a los cansados de vivir» e «intervención en casos críticos» refleja un cambio de mentalidad que es necesario interpretar: el «cansancio vital» designa un estado psíquico de ánimo que se va alcanzando progresivamente al final de un largo proceso y en el que difícilmente se puede influir desde fuera. Por el contrario, el concepto de «crisis» se introdujo en la terminología médica ya en la Antigüedad griega, como término procedente de la jerga jurídica —krísis significaba originalmente la resolución, la sentencia—. Se denominaba «crisis» al punto de inflexión alcanzado en determinados días cuando, en el curso de una enfermedad, se producía una alteración que conducía a la sanación o desembocaba en la muerte. En este sentido, en el primer libro de las Epidemias Hipócrates insistía en que «las crisis conducirán a la vida o a la muerte, o acarrearán cambios decisivos para mejor o para peor».16 En una crisis se puede intervenir, mientras que la asistencia se asocia más bien con un apoyo afectivo. El concepto antiguo de «crisis» se refería a personas y a su asistencia y cuidado a cargo de «adyuvantes», mientras que el concepto reciente podría abarcar muchos tipos de situaciones delicadas: crisis políticas, económicas o estructurales como momentos decisivos de un desarrollo. Una pregunta por resolver es por qué tantas palabras precedidas del prefijo «ad-» han desaparecido de nuestro vocabulario cotidiano o se han cargado de connotaciones peyorativas. ¿Por qué palabras como «adyuvante», e incluso otras del mismo campo semántico, como «valedor» o «intercesor», son tan poco usadas? ¿Quizá porque se asocian con tutelaje, paternalismo o incapacitación?
En 1960 se fundó la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio (IASP), en 1968 la Asociación Norteamericana de Suicidología (AAS) en los Estados Unidos, y cuatro años más tarde la Sociedad Alemana para la Prevención del Suicidio (DGS). Mientras que en el ámbito de habla alemana Erwin Ringel tuvo un papel dirigente como primer presidente de la...