Majfud | Silicona 5.0 | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 320 Seiten

Majfud Silicona 5.0


1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-18699-22-1
Verlag: Baile del Sol
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 320 Seiten

ISBN: 978-84-18699-22-1
Verlag: Baile del Sol
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Un día, recuperándose de un infarto en su apartamento de Daytona Beach, Facundo Walsh Ocampo descubre que le han robado la identidad y decide cruzar la frontera de México para encontrarse con su substituto. En la búsqueda del falsificador, descubrirá una falsificación mayor, la suya propia. La despiadada competencia por el éxito económico han convertido al protagonista en un robot altamente efectivo, sin memoria y sin identidad propia. De la misma forma, las robots provistas de inteligencia artificial que él mismo vende en Asia sustituyen no solo el sexo sino también el amor y la comprensión de su dueño en un mundo corrompido por la fiebre del consumo y la destrucción del adversario. Con Silicona 5.0 el autor de Crisis vuelve con un contrapunto entre el presente colectivo y la memoria individual, entre la identidad y sus sustitutos, entre la excitación del consumo y la pérdida del factor humano, entre la muerte del presente y el renacimiento del pasado como forma de rescate y redención.

Jorge Majfud (Tacuarembó, Uruguay, 1969). Escritor uruguayo estadounidense, autor de numerosos libros de ensayos y novelas. Su último libro El mismo fuego fue premiado por Orizzonte Atlantico, Italia, como la mejor novela publicada en 2019.
Majfud Silicona 5.0 jetzt bestellen!

Autoren/Hrsg.


Weitere Infos & Material


De vuelta al apartamento de Daytona


De regreso a la soledad del apartamento no se puso a investigar lo del robo de identidad. No sacó a Silvanna de su caja. Sabía que si lo hacía debería cortarle cada uno de sus miembros y repartirla una noche en distintos contenedores de basura de la ciudad.

No pudo evitar la depresión. El doctor Menéndez le había advertido que la tristeza era un efecto esperable durante el plazo de convalecencia. Esas cosas nunca cambian y se controlan con una pastilla. Al fin y al cabo, pensó, mientras se tiraba la primera en la boca, no dejamos de ser máquinas inteligentes.

Facundo no dejó de tomar la nitroglicerina ni otra pastilla amarilla, o rosada, pero eso que el doctor había llamado, tan poéticamente, tristeza, para él no era menos que una depresión. Si somos máquinas previsibles, su tristeza no se debía únicamente a la debilidad muscular de su corazón herido. La casi ausencia de Elena no lo había dejado dormir por varios días. Nadie mejor que una mujer para hacerte sentir culpable de algo, sea que tiraste las dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki o que te comiste el último pedacito de chocolate.

Al menos en los hechos, Elena ya no era su esposa, seguramente ya no lo quería (seguramente no; seguro), pero cualquiera hubiese visitado a un amigo más de una vez y por más de diez minutos. Tampoco los amigos habían concurrido desesperados, se dijo, irónico. El último día estuvo Henry Rodríguez, Jeff Al Ferro y Roxane, la secretaria de Robertson. Para cada uno, tal vez a excepción de Roxane, se había tratado de un trámite. Las sonrisas, las bromas optimistas, eran las mismas que Facundo conocía como vendedor de primera división. El que más tiempo había estado era Ernesto, el insoportable Ernesto, pero eso probablemente se debió a que su cuñado tenía un horario flexible en el college y a que disfrutaba más conversando gratis que en sus clases.

Alexa, la jovencita que Elena había adoptado como una mascota, sin papeles y sin otros compromisos, no fue a verlo. ¿Por qué habría de sorprenderle? Desde mucho antes, Facundo sospechaba que alguien le había dicho a la chica que nunca se quedase en la casa cuando no estaba Elena, como si todo hombre fuese un depravado en potencia. Si fue su madre, podía entenderlo. Si fue Elena... Alexa no le caía mal, pero evidentemente la chica le tenía terror y Facundo nunca se ocupó de aclarar el asunto. Nunca le importó, aunque tal vez fue demasiado inconsciente, porque, por su profesión, sabía que no pocas jovencitas como ella apenas fracasaban en sus intentos de tocar la gloria del modelaje, se agarraban de cualquier cosa que pudiese ser interpretado como abuso por un buen abogado. Material y viejos babosos no faltaban tampoco.

Elena sentía la falta de una hija mucho más que él (al menos él nunca tuvo tiempo de pensar en eso, hasta ese momento), y Alexa le había caído del cielo en un momento delicado. Era una niña en su primera juventud, traída por su madre de Venezuela a los siete años. Elena la había conocido en un casting para una publicidad de Publix, cadena de productos alimenticios de buena calidad donde eligen rubiecitas tipo Barbie para poner las compras en las bolsas y ofrecerse a acompañar a los clientes hasta el automóvil. Pero Alexa no había sido elegida para el anuncio por su inglés defectuoso. Para hablar mal inglés o inglés con acento español tenían a una modelito more latina, con cara de mexicana de Oaxaca. Unos meses después la volvió a encontrar en el concurso de Nuestra belleza Latina de Univisión, y no se clasificó por esos misterios que tienen los concursos de belleza y que solo los jueces o los organizadores saben. Por entonces tenía catorce años y Elena la adoptó como su protegida. A los diecisiete, la niña se encontraba en un momento de exploración de sus atractivos de mujer. Tal vez Elena la estaba preparando para ser modelo y, también por razones obvias, no quería recibir ninguna ayuda de Facundo. Alexa era una joven con un tipo que calzaba perfectamente en el canon de la industria de la belleza (alta, delgada, ojos claros, labios gruesos, cuerpo sensual, rostro inexpresivo), pero era indocumentada, por lo que Facundo no le veía a Elena ninguna posibilidad de explotar aquel diamante en bruto.

Volvió a hundirse en el sillón y en el whisky proscrito que ya comenzaba a perder todo gusto. Volvió a recordar aquel 27 de febrero de 1977 que lo había ido a visitar en el hospital. Luego derivó en el 25 de noviembre de 2005, otro momento de agonía familiar. Las fechas pertenecían a mundos totalmente diferentes. Imaginó la suya: 22 de abril de 2019. Bebió la última gota de whisky y se dio unos años más: 16 de agosto de 2021. Su tío Ernesto, el hermano de José, también había muerto de un infarto, aunque había sobrevivido casi tres años a una serie de cirugías, bypass, y varias internaciones en el CTI del Hospital Ramos Mejía. Así que, aparte de su vida de mierda, tan llena de éxitos, el problema le venía por un invisible espermatozoide de su padre.

Luego se acercó un poco más a sí mismo. Cuando empezó a sentirse mal, la pasada noche del 17 de marzo, escuchó como si la misma Elena estuviese allí diciéndole que Los hombres son muy guapos hasta que una los abandona y entonces lloran y agonizan como una está acostumbrada a llorar por años, sin que su hombre la entienda, porque los hombres dejan de entender a sus mujeres a los pocos años de casados. O por lo menos no se conmueven como antes, cuando estaban enamorados, cuando enamoraban a su mujer con solo conmoverse por sus problemas, tratando de escucharlas, como un hombre de verdad sabe escuchar.

Esa noche, nueve días después de su infarto, después de recuperar alguna fuerza y de permitirse el exceso de dos whiskies, abrió una de las cajas de cartón que se acumulaban en un rincón del apartamento, buscó el libro de economía de Schumpeter y, finalmente, dio con la página 271, donde todavía estaba aquella nota al margen, escrita un verano, probablemente el verano del 86, uno de esos veranos en donde no cabe tanta juventud y se parece tanto a la eternidad de los poetas.

Recordaba el momento exacto en que escribió esas palabras. En realidad, habían sido la expresión de un fuerte momento de escepticismo, aunque no de tristeza. Recordaba un velero con la bandera de Australia, con una nitidez exagerada, más considerando que no recordaba mucho más de esa tarde. Ni qué día ni qué año era, ni cómo había llegado hasta allí. Seguramente era una playa cercana a la casa del tío Alberto, cerca de la Rambla de los Argentinos, en Piriápolis.

Las lagunas en su memoria, había dicho el doctor Menéndez, eran la consecuencia de haber estado con su corazón detenido por un tiempo excesivo. La falta de oxígeno, inevitablemente, había causado cierto daño en su cerebro, muy probablemente reversible, ya que el cerebro, se sabía ahora, es un órgano muy plástico y se regenera. Claro que eso de la memoria es un misterio. Si bien las habilidades, como la de moverse, pensar, hablar o recordar pueden ser recuperadas gracias a nuevos enlaces, incluso por nuevas neuronas, sería imposible que se pueda recuperar alguna información de las neuronas que murieron. Un derrame cerebral borra años enteros, verdaderos trozos de vida, como un tsunami arrasa con una antigua ciudad en la costa. Pero también era posible que el olvido solo sea consecuencia de una desconexión. De otra forma, no se entendería cómo la gente normalmente recupera recuerdos después de muchas décadas, sobre todo cuando se están muriendo. Cuando Elena lo visitó en el hospital parecía apurada. Tal vez esa había sido la primera vez que Facundo había recordado el partido de Argentina contra Hungría, en 1977, después de cuarenta años de no visitar ese rincón tan importante de su existencia.

Lo cierto era que el primer signo de preocupación había llegado antes del infarto. Una tarde había vuelto a la casa de Ponte Vedra antes de lo habitual y no pudo recordar la clave de la alarma, aquellos cuatro simples números que apretaba cada día para ir al trabajo y de nuevo al volver: 0211. Lo había tipeado Elena, el día que el técnico de ADT había programado la alarma. ¿Por qué elegiste esos números?, le había preguntado Facundo una noche cuando llegaron a la casa. No sé, había dicho ella, se me ocurrieron cuatro números cualquiera, al azar. Pero Facundo sabía que las claves y los PIN rara vez son elegidos al azar. Mucho menos cuando un maldito técnico, siempre apurado, te urge a elegir uno. Siempre se refieren a algo que existe en el presente o persiste en el pasado. No era la fecha en que se conocieron, ni cuando tuvieron su primera relación, ni cuando se casaron. Podía ser alguna otra fecha de su intimidad no compartida con él, una de esas cosas que, sabía, nunca llegaría a saber y que, tal vez, tampoco tenía derecho a hacerlo. 11 de febrero, en español, o 2 de noviembre, en inglés. Imposible adivinar qué ocultaba ese numerito que debió aprenderse de memoria y que una tarde olvidó, de repente. Razón por la cual comenzó a sonar la alarma, primero, y el teléfono, después. Una agente de ADT le preguntó si había algún problema, a lo cual Facundo, todavía atónito por el olvido y el ruido insoportable de la alarma, dijo, dudando, que no había ningún problema. La mujer le preguntó por el PIN y Facundo no supo contestar. 0221, dijo. Luego se corrigió, mientras intentaba tipear con el dedo índice un tablero imaginario en el aire: No, disculpas: 0122... La mujer colgó y a los cinco minutos llegó el patrullero que...



Ihre Fragen, Wünsche oder Anmerkungen
Vorname*
Nachname*
Ihre E-Mail-Adresse*
Kundennr.
Ihre Nachricht*
Lediglich mit * gekennzeichnete Felder sind Pflichtfelder.
Wenn Sie die im Kontaktformular eingegebenen Daten durch Klick auf den nachfolgenden Button übersenden, erklären Sie sich damit einverstanden, dass wir Ihr Angaben für die Beantwortung Ihrer Anfrage verwenden. Selbstverständlich werden Ihre Daten vertraulich behandelt und nicht an Dritte weitergegeben. Sie können der Verwendung Ihrer Daten jederzeit widersprechen. Das Datenhandling bei Sack Fachmedien erklären wir Ihnen in unserer Datenschutzerklärung.