Mèlich | Lógica de la crueldad | E-Book | www.sack.de
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E-Book, Spanisch, 264 Seiten

Mèlich Lógica de la crueldad


1. Auflage 2014
ISBN: 978-84-254-3257-6
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection

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ISBN: 978-84-254-3257-6
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Joan-Carles Mèlich prosigue en esta obra la reflexión filosófica sobre la condición humana que ha desarrollado previamente en Filosofía de la finitud y Ética de la compasión, centrándose ahora en la moral. A diferencia de la ética, que es la respuesta que damos a la interpelación del otro en una situación imprevisible, la moral es una metafísica que rige nuestra vida cotidiana, nos dice quiénes somos, si lo que hacemos es normal, si lo que pensamos es perverso o si nuestra vida tiene valor. Se trata de un conjunto de categorías, marcos, normas y procedimientos basado en principios absolutos e indudables. La lógica moral organiza nuestro modo de ser en el mundo y protege a los que quedan bajo su 'ámbito de inmunidad', pero, al mismo tiempo, ignora y desprecia a los que no son considerados personas, a los que no poseen dignidad. A estos se los puede eliminar sin tener sentimiento de culpa. Por eso, en toda moral opera una lógica de la crueldad. 'Lo interesante de la propuesta de Mèlich es el haber ahondado en el carácter eminentemente indigente de la condición humana; no somos perfectos sino seres llenos de ausencias que solo colmamos con la presencia de los otros.' Cultura/s, La Vanguardia

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INTRODUCCIÓN


El aire está lleno de nuestros gritos. Pero la costumbre ensordece.

(Samuel Beckett, Esperando a Godot)

No hay moral sin lógica, no hay lógica sin crueldad. Muchas veces, de forma imperceptible, escondida tras un velo de naturalidad y de normalidad, y sin apenas dramatismos, la crueldad aparece en nuestro lenguaje, irrumpe y permanece sutilmente en la forma de organizar el mundo. Es una lógica que nos administra. Heredamos una gramática: un modo de ver compartido, una forma de crear y de crearnos, de establecer fronteras y límites entre lo que vale y lo que no, entre lo que es digno de ser respetado y lo que no merece nuestra atención, entre lo que es verdad y lo que no resulta más que una ficción o una mera apariencia. En esta visión, en este modo heredado de ver el mundo nacido en el propio mundo, la moral domina y, con ella, una lógica de lo que somos, una forma de relacionarnos con los demás y con nosotros mismos, de integrar y de excluir, de respetar y de exterminar. En toda moral opera una lógica de la crueldad.

Está claro que puede existir crueldad en nuestros actos, pero de lo que trataremos no es de eso sino de algo muy distinto, de la crueldad que vive inscrita en nuestro modo de ser y de pensar, pero no tanto en lo que hacemos sino sobre todo en la manera que tenemos de justificarlo y analizarlo, en sus dispositivos, en sus categorías, en sus procedimientos legales y legítimos. Advierto desde ahora que voy a centrarme única y exclusivamente en reflexionar sobre esta lógica y, en especial, sobre sus dimensiones ontológicas, epistemológicas e imperativas, sobre sus aspectos morales, esto es, sobre sus horizontes de significado y sus normas de decencia. Este será, en pocas palabras, un ensayo sobre la lógica moral.

* * *

Tomo el término lógica en un sentido kantiano. En el apartado dedicado a la «lógica trascendental», en la segunda parte de la Crítica de la razón pura, Kant sostiene que la lógica se ocupa de «las reglas del entendimiento en general».1 En este sentido, en lo que sigue se tratará de indagar cómo opera una lógica cruel en el seno de la moral, una lógica que adopta básicamente dos formas. La primera —que ha sido sin duda la dominante en la cultura occidental y de la que ya se ocuparon algunos de los mayores autores del siglo XIX y principios del XX, como Dostoievski, Nietzsche y Freud— es la mala conciencia. Empezaré comentando algunas de sus tesis, sin ánimo, por supuesto, de realizar un estudio exhaustivo de ellas —algo que está fuera del alcance de quien esto escribe—. Lo que pretendo es considerar su importancia en relación con el vínculo entre moral, culpa y crueldad, y estudiar cómo la primera deja de ser algo externo al propio yo para convertirse en una parte de este, en una parte que Freud llamará Über-ich (superyó), el heredero, según él, del complejo de Edipo, y que, en tensión con el yo, generará un sentimiento de culpa imposible de ser erradicado. Reflexionaré sobre algunos pasajes de Crimen y castigo, de Dostoievski, sobre ciertos aforismos de La genealogía de la moral, de Nietzsche y, finalmente, sobre el capítulo que trata de las «servidumbres del yo» de El yo y el ello, de Freud.

Pero existe una segunda operación básica que no debe olvidarse y de la que confío poder dar cuenta, una operación en la que la moral resulta todavía, si cabe, más radical, más intensa, más cruel: la buena conciencia, porque es aquí el lugar en el que la lógica moral campa a sus anchas. Sin la buena conciencia, sin toda una serie de procedimientos y de mecanismos dedicados a crear «sinvergüenzas», para muchos la vida sería invivible, porque la culpa sería insoportable. Ahora bien, en este caso, como ya se verá, la conciencia moral deberá ser educada, deberá formarse para configurar así un modo de ser, un lenguaje y una topología, para generar un espacio de acción, para evitar que la vergüenza, el correlato de la culpa, haga su aparición. El sinvergüenza no nace, se hace. La vergüenza, como señaló Emmanuel Levinas, es la presencia ante nosotros mismos. No revela nuestra nada, sino todo lo contrario, revela la totalidad de nuestra existencia, nuestra extrema desnudez.2 La vergüenza surge en el momento en que uno se descubre clavado a sí mismo, en el momento en que no puede huir de sí, es la presencia irrevocable del yo en uno mismo, es la visión de nuestro ser total, en su plenitud. Lo que la lógica moral de la buena conciencia crea es una especie de «túnica» que oculta la vergüenza no solo a los demás sino también a uno mismo, una túnica que justifica y legitima el propio yo, una «túnica desculpabilizadora». Pero la cuestión no es sencilla. Hay que aprender a no sentir vergüenza, es necesario que uno aprenda a no sentirse culpable, a no descubrirse solidificado en su propio yo. Por eso será necesario retomar la filosofía de Sade, habrá que leer sus novelas para reflexionar sobre una cuestión que me ocupa desde hace tiempo, porque quizá el problema no sea tanto si se puede aprender la compasión sino si se puede desaprender. Esta es una tesis mayor que se desprende de la lectura de las obras del marqués, tanto de Juliette como de Justine. Esto es lo que nos enseña Sade, lo que hay que educar no es la compasión sino la crueldad, lo hay que formar es una lógica de la crueldad que bloquee la compasión para evitar así la mala conciencia, la culpa y la vergüenza.

Acto seguido, en el capítulo central de este ensayo, voy a dedicarme a estudiar los procedimientos de la crueldad, a analizar algunos de los mecanismos que forman las normas de decencia de esta lógica moral. Hay que reflexionar sobre los dispositivos que se dedican a fabricar una buena conciencia. ¿Qué significa esto? Podría decirse, en pocas palabras, que toda moral —al menos en su sentido moderno— es, de forma más o menos explícita, una trama categorial, un ámbito de inmunidad, una gramática, un marco sígnico y normativo que establece y clasifica a priori quién tiene derechos y quién deberes, quién debe ser tratado como «persona» y quién no, de quién podemos o debemos compadecernos y frente a quién tenemos que permanecer indiferentes. Más allá de sus «efectos negativos» (castigo, represión….) toda moral también es, ante todo y sobre todo, una gramática que (me) protege de la vergüenza y que, como tal, incluye y excluye, esto es, (me) ordena y (me) clasifica, distingue lo bueno de lo malo, lo correcto de lo incorrecto, lo que debe hacerse de lo que tiene que olvidarse.

Pero todavía hay algo más, algo decisivo: para poder ejercer su función balsámica la lógica moral tiene que ser ontológica. ¿Qué quiere decir esto? Significa que lo que la moral afirma es que hay «seres» que deben ser alabados y «seres» que no. La moral establece por adelantado qué debe hacerse con ellos, cómo hay que tratarlos, afirma que hay «seres» que merecen ser tomados como modelos por su comportamiento ejemplar y «seres» que tienen que ser descalificados por atentar contra las buenas costumbres, la moral dicta —a través de marcos sígnico-normativos— el que va a ser y el que no va a ser considerado humano. Los «no-humanos» no serán objeto de respeto moral, y, entonces, se situarán fuera de la protección de la ley. El resto, los que sí se hallen bajo su manto protector, no tendrán ninguna obligación (moral) respecto a la vida y a la muerte de los demás, y podrán vivir con la conciencia tranquila y evitar la vergüenza. Para que este mecanismo sígnico-normativo funcione, la moral deberá operar según una lógica construida alrededor de una serie de categorías, de principios, de puntos de apoyo: universalidad, persona, bien, fidelidad, significado, asco, reconocimiento… Todos estos procedimientos tienen como cometido la construcción de unas normas de decencia, unas normas que son necesarias para que determinadas acciones queden justificadas, para que una serie de actos quede legitimada. Así, los «actores» podrán tener la conciencia tranquila, porque marcos normativos adecuados —legítimos y no solo legales— les darán cobijo. Insisto, pues, la lógica moral es una «fábrica» de buena conciencia.

La moral crea, justifica, explica, significa y, sobre todo, legitima. Su problema (y su peligro) no radica tanto en las acciones que promueve —porque lo que uno hace lo hace de todas maneras— sino en la justificación, es decir, en su poder de legitimación, porque, a diferencia del derecho, la moral no habita en el ámbito de lo legal sino en el de lo legítimo. Como tendremos ocasión de comprobar a lo largo de este ensayo, la legitimación moral es «superior» a la jurídica, porque esta es, a lo sumo, legal. Si la legitimación moral es de mayor alcance lo es porque habla desde lo alto, desde la totalidad, desde lo Absoluto, desde la universalidad, desde lo sagrado. Sartre, siguiendo a Dostoievski, decía que si Dios había muerto todo estaba permitido. La lógica moral es cruel porque nos descubre que si Dios no ha muerto todo está legitimado.

* * *

Lo primero que uno debería tener en cuenta es que no hay que confundir «moral» con «ética». Aunque no voy a detenerme aquí en este tema, porque ya lo he desarrollado en otros lugares, no se ha de olvidar esta distinción para poder comprender lo que se va a desarrollar en las páginas que siguen.3 La moral,...



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