E-Book, Spanisch, Band 271, 174 Seiten
Reihe: Historia
Muñoz Y Camargo / Vázquez Chamorro Historia de Tlaxcala
1. Auflage 2010
ISBN: 978-84-9953-168-7
Verlag: Linkgua
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, Band 271, 174 Seiten
Reihe: Historia
ISBN: 978-84-9953-168-7
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Diego Muñoz Camargo (1529-1599). México. Sus padres eran un español y una indígena perteneciente a la nobleza de Tlaxcala. Diego Muñoz vivió en la ciudad de México y fue intérprete oficial. Hacia 1550 se mudó a la ciudad de Tlaxcala.
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LIBRO II
Capítulo I. Que trata de los prodigios que se vieron en México y Tlaxcalla antes de la venida de los españoles
Dejando, como dejamos remitido, a los cronistas de esta tierra las cosas más graves que tienen escritas acerca de los grandes acontecimientos del discurso de la Conquista, iremos pasando en suma en todas las cosas que vamos refiriendo. Diremos en este lugar las señales que hubo en esta Nueva España antes de la venida de los españoles.
Como el demonio, enemigo del género humano, se vive tan apoderado de estas gentes, siempre las traía engañadas y jamás las encaminaba en cosas que acertasen, sino con cosas con que se perdiesen y se desatinasen. Y como nuestro Dios y sumo bien tuviese ya piedad y misericordia de tanta multitud de gentes, comenzó con su inmensa bondad de enviar mensajeros y señales del cielo para su venida, las cuales pusieron gran espanto a este Nuevo Mundo.
Fue [el primero] que diez años antes que los españoles viniesen a esta tierra, hubo una señal, que se tuvo por mala abusión, agüero y extraño prodigio, y fue que apareció una columna de fuego muy flamífera della más muy encendida, de mucha claridad y resplandor, con unas centellas que centelleaba en tanta espesura que parecía polvoraba centellas; de tal manera, que la claridad que de ellas salía hacía tan gran resplandor que parecía la aurora de la mañana. La cual columna parecía estar clavada en el cielo, teniendo su principio, desde el suelo a la tierra de do[nde] comenzaba, de gran anchor, de suerte que desde el pie iba adelgazando, haciendo punta que llegaba a tocar el cielo en figura piramidal. La cual aparecía a la parte del mediodía y de media noche para abajo hasta que amanecía, y era de día claro, que con la fuerza del Sol y su resplandor y rayos era vencida. La cual señal duró un año, comenzando desde el principio del año que cuentan los naturales de Doce Casas, que, verificada en nuestra cuenta castellana, acaeció el año de 1516.
Cuando esta abusión y prodigio se veía hacían los naturales grandes extremos de dolor, dando grandes gritos, voces y alaridos en señal de gran espanto y dándose palmadas en las bocas, como lo suelen hacer. Todos estos llantos y tristezas iban acompañados de sacrificios de sangre y de cuerpos humanos, como solían hacer en viéndose en alguna calamidad y tribulación. Ansí como era el tiempo y la ocasión que se les ofrecía, ansí crecían los géneros de sacrificios y supersticiones. Con esta tan gran alteración y sobresalto, acuitados de tan gran temor y espanto, tenían un continuo cuidado e imaginación de lo que podría significar tan extraña novedad, procuraban saber por adivinos y encantadores qué podría significar una señal tan extraña en el mundo jamás ni vista ni oída. Háse de considerar que diez años antes de la venida de los españoles comenzaron a verse estas señales, mas la cuenta que dicen de Diez Casas fue el año de 1516, tres años antes que los españoles llegasen a esta tierra.
El segundo prodigio, señal, agüero o abusión que los naturales de México tuvieron fue que el templo del demonio se abrasó y quemó, el cual le llamaban templo de Huitzilopuchtli, sin que persona alguna le pegase fuego, que estaba en el barrio de Tlalcateco. Fue tan grande y tan repentino este incendio que se salían por las puertas de dicho templo llamaradas de fuego, que parecía llegaban al cielo. Y en un instante se abrasó y ardió todo. Sin poderse remediar cosa alguna, quedó deshecho. Lo cual, cuando esto acaeció, no fue sin gran alboroto y alterna gritería, llamando diciendo las gentes: «¡Ea mexicanos! Venid a gran prisa y con presteza con cántaros de agua a apagar el fuego». Y ansí, las más gentes que pudieron acudir al socorro vinieron. Cuando se acercaban a echar el agua y querer apagar el fuego, que a esto llegó multitud de gentes, entonces se encendía más la llama con gran fuerza, y ansí, sin ningún remedio, se acabó de quemar todo.
El tercer prodigio y señal fue que un rayo cayó en un templo idolátrico que tenía la techumbre pajiza, que los naturales llamaban xacal, el cual templo los naturales llamaban Tzonomosco, que era dedicado al ídolo Xicctecuhtli, lloviendo una agua menuda, como una mollisma, cayó del cielo sin trueno ni relámpago alguno sobre el dicho templo. Lo cual, ansimismo, tuvieron por gran abusión, agüero y prodigio de muy mala señal, y se quemó y abrasó todo.
El cuarto prodigio fue que siendo de día y habiendo Sol, salieron cometas del cielo por el aire y de tres en tres por la parte de Occidente, que corrían hasta el Oriente, con tanta fuerza y violencia que iban desechando y desapareciendo de sí brasas de fuego o centellas por donde corrían hasta el Oriente, y llevaban tan grandes colas que tomaban muy gran distancia su largor y grandeza. Y al tiempo que estas señales se vieron, hubo alboroto y, ansímismo, muy gran ruido y gritería y alarido de gentes.
El quinto prodigio y señal fue que se alteró la laguna mexicana sin viento alguno, la cual hervía y rehervía y espumaba en tal manera que se levantaba y alzaba en gran altura, de tal suerte, que el agua llegaba a bañar a más de la mitad de las casas de México y muchas de ellas se cayeron y hundieron; y [el agua] las cubrió y del todo se anegaron.
El sexto prodigio y señal fue que muchas veces y muchas noches se oía una voz de mujer que a grandes voces lloraba y decía, anegándose con mucho llanto y grandes sollozos y suspiro: «¡Oh hijos míos!, del todo nos vamos ya a perder». Y otras veces decía: «Oh hijos míos, ¿a dónde os podré llevar y esconder?»
El séptimo prodigio fue que los laguneros de la laguna mexicana, nautas y piratas o canoístas cazadores, cazaron una ave parda, a manera de grulla, la cual incontinente la llevaron a Motheuzoma para que la viese, el cual estaba en los Palacios de la Sala Negra, habiendo ya declinado el Sol hacia el Poniente, que era de día claro. La cual ave era tan extraña y de tan gran admiración que no se puede imaginar ni encarecer su gran extrañeza, la cual tenía en la cabeza una diadema redonda de la forma de un espejo muy diáfano, claro y transparente por la que se veía el cielo y los mastelejos y estrellas que los astrólogos llaman el signo de Géminis. Y cuando esto vio Motheuzoma... a ver y examinar y admirar por la diadema y cabeza del pájaro vio grande número de gentes, que venían marchando desparcidas y en escuadrones de mucha ordenanza, muy aderezados y a guisa de guerra, y batallando unos contra otros escaramuceando en figura de venados y otros animales, y, entonces, como viese tantas visiones y tan disformes, mandó llamar a sus agoreros y adivinos, que eran tenidos por sabios. Habiendo venido a su presencia, les dijo la causa de su admiración: «Habéis de saber, mis queridos sabios amigos, cómo yo he visto grandes y extrañas cosas por una diadema de un pájaro que me han traído por cosa nueva y extraña, que jamás otra como ella se ha visto ni cazado, y por la misma diadema, que es transparente como un espejo, he visto una manera de unas gentes que vienen en ordenanza y porque lo veáis, vedle vosotros y veréis lo propio que yo he visto.» Y queriendo responder a su señor de lo que les había parecido cosa tan inaudita para idear sus juicios, adivinanzas y conjeturas o pronósticos, luego, de improviso, se desapareció el pájaro, y ansí no pudieron dar ningún juicio ni pronóstico cierto y verdadero.
El octavo prodigio y señal de México fue que muchas veces se aparecían y veían dos hombres unidos en un cuerpo, que los naturales los llaman tlacanctzolli. Y otras veían cuerpos con dos cabezas procedentes de solo un cuerpo, los cuales eran llevados al Palacio de la Sala Negra del gran Motheuzoma, en donde, llegando a ella, desaparecían y se hacían invisibles todas estas señales y otras que a los naturales les pronosticaban su fin y acabamiento, porque decían que había de venir el fin y que todo el mundo se había de acabar y consumir y que habían de ser creadas otras nuevas gentes y venir otros nuevos habitantes del mundo. Y ansí, andaban tristes y despavoridos que no sabían qué juicio sobre esto habían de hacer, sobre cosas tan raras, peregrinas, tan nuevas y nunca vistas ni oídas.
Sin estas señales hubo otras en esta provincia de Tlaxcalla antes de la venida de los españoles, muy poco antes. La primera señal fue que cada mañana se veía una claridad que salía de las partes de oriente, tres horas antes que el Sol saliese, la cual claridad era a manera de una niebla blanca muy clara, la cual subía hasta el cielo y, no sabiéndose qué pudiera ser, ponía gran espanto y admiración.
También veían otra señal maravillosa, y era que se levantaba un remolino de polvo, a manera de una manga la cual se levantaba desde encima de la Sierra Matlalcueye, que llaman agora la Sierra de Tlaxcalla, la cual manga subía a tanta altura que parecía llegaba al cielo. Esta señal se vio muchas y diversas veces más de un año continuo, que, ansimismo, ponía espanto y admiración, tan contraria a su natural y nación.
No pensaron ni entendieron sino que eran los dioses que habían bajado del cielo. Y ansí, con tan extraña novedad, voló la nueva por toda la tierra en poca o en mucha población. Como quiera que fuese, al fin se supo de la llegada de tan extraña y nueva gente, especialmente en México, donde era la cabeza de este imperio y monarquía.
Sabida y divulgada no sin gran temor y espanto, las gentes se turbaron no por temor de perder sus tierras, reinos y señoríos, sino por entender que el mundo era acabado, que todas las generaciones de él habían de perecer y que era llegado el fin, pues los dioses habían bajado del cielo y no...