E-Book, Spanisch, 392 Seiten
Reihe: ESPECIALES
Neihardt Alce Negro habla
1. Auflage 2019
ISBN: 978-84-120830-2-6
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Historia de un Sioux
E-Book, Spanisch, 392 Seiten
Reihe: ESPECIALES
ISBN: 978-84-120830-2-6
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
John G. Neihardt. Sharpsburg (EE.UU.), 1881 - Columbia (EE.UU.), 1973. Escritor, poeta, historiador aficionado y etnógrafo, Neihardt nació en el seno de una familia pobre. Aunque sus padres le transmitieron el interés por la lectura y la creatividad, el pequeño John mostró signos de ser un niño precoz. A los once años, durante una enfermedad, tuvo una experiencia mística que lo convenció de su vocación como poeta. En 1897, con solo dieciséis años, se graduó en la Nebraska Normal School, e inmediatamente comenzó a escribir poesía. En 1900, publicó The Divine Enchantment y The Wind God's Wooing, obras que no tuvieron mucho éxito, pero que son indicios tempranos de la fascinación de Neihardt por la espiritualidad y por otras culturas diferentes a la europea y estadounidense. Durante esta época vivía con su madre en Nebraska, cerca de una reserva de Omaha, lo que probablemente le proporcionó su primer contacto con los nativos americanos, comunidades por las que sentiría un interés creciente con los años y que darían lugar a textos inolvidables como Alce Negro habla (1932). Neihardt fue profesor de Poesía en la Universidad de Nebraska, editor literario en San Luis, y poeta residente y profesor de la Universidad de Misuri en Columbia. Fue nombrado primer poeta laureado de Nebraska y también primer poeta de la nación por el Centro Nacional de Poesía en 1936.
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Prefacio
a la edición de 1932
La primera vez que fui a hablar con Alce Negro sobre los sioux oglalas lo encontré sentado, solo, bajo un techo hecho de ramas de pino cerca de su cabaña situada en una colina pelada a unos tres kilómetros al oeste de la oficina postal de Manderson.
Me habían dicho que Alce Negro era familia del gran jefe Caballo Loco y que lo había conocido íntimamente; así que fui a verle, acompañado de mi hijo y de un intérprete, sin más esperanza que la de conversar un rato con quien había conocido, en profundidad, a tan insigne personaje. No estaba muy seguro ni siquiera de poder llegar a hablar con él, pues, de camino, el intérprete me dijo que había llevado esa misma mañana allí a una escritora sin ningún tipo de éxito. «Puedo ver que eres una mujer muy hermosa —remarcó el anciano— y percibo también tu bondad; mas no deseo contarte esas cosas».
A mí Alce Negro no me dedicó ningún cumplido, pero estuvo hablando toda aquella tarde de agosto, a excepción de cuando se quedaba en silencio —lo cual era frecuente— meditabundo, sentado con los codos apoyados en las rodillas, mirando el suelo con ojos medio ciegos.
Y no es que hablara precisamente de asuntos terrenales, más bien al contrario, hablaba de cosas que le parecían sagradas y «de la oscuridad en los ojos de los hombres». Aunque yo estaba familiarizado con la conciencia india debido a más de treinta años de contacto personal con ellos, el mundo interior[1] de Alce Negro, revelado con imperfecciones, a fogonazos, durante aquel día, se me asemejó extraño y a su vez maravilloso.
También me impresionó el alcance de las experiencias por las que tuvo que pasar en todos aquellos años. Además de haber vivido, como toda su gente, en los viejos tiempos de plenitud y también en los años trágicos y heroicos de su derrota final y posterior degradación, Alce Negro, desde su primera juventud, había vivido en un mundo de valores superiores[2] a los de la mera supervivencia, y aquellos años los había dedicado apasionada y devotamente a esos valores que él mismo había concebido. Como cazador, guerrero, chamán practicante y visionario, Alce Negro parecía representar la conciencia de los indios de las llanuras con mayor exactitud que a nadie que hubiera conocido antes; cuando conocí ya en profundidad todo su mundo interior, supe que estaba en lo cierto.[3]
Al año siguiente repetí la visita, con más tiempo, a casa de Alce Negro, en compañía de mis hijas, Enid y Hilda, para que pudiera relatarme la historia de su vida y así cumplir con un deber que él mismo pensaba que le correspondía.[4] La naturaleza de dicho deber tal como él lo concebía resultará evidente para aquellos lectores que se acerquen no con el ánimo condescendiente de la persona civilizada que pueda llegar a sentir, en mayor o en menor medida, curiosidad por la mentalidad «salvaje» sino para aquellos que alberguen la humilde voluntad de entender, sin más, a otro ser humano y tal vez incluso aprender de él, en un mundo en el que el conocimiento cada vez es más complicado. Para lectores así la conciencia de Alce Negro ofrece motivos para la reflexión profunda, en especial teniendo en cuenta el actual estado de los valores humanos según los ha tratado nuestra civilización.
Pero incluso aquellos que tan solo desean un mero entretenimiento no deben hacer oídos sordos a las enseñanzas de Alce Negro. A él le ha tocado ser testigo y parte implicada en sucesos de máxima trascendencia, tanto en el plano físico como en el espiritual, y los narra con una sencillez poco afectada hasta el punto de convertirlos en una agradable lectura. Si tal vez podamos coincidir en que en ocasiones su percepción y su carácter lírico se acercan a lo sublime, habrá que dar por supuesto también que en esas ocasiones su sentido del humor es lo suficientemente vivo como para poder mantenerse en contacto con sus lectores.
En su vida cotidiana, íntima, familiar, se podría describir justamente a Alce Negro como un santo en el sentido profundo del término, como una extraña especie de genio. Los miembros de su familia y sus amigos así lo consideran, y la devoción mostrada por aquellos que lo conocen bien es impactante. Aun siendo un hombre profundamente melancólico, siempre se muestra afable en el contacto humano e irradia una sensación de amabilidad incluso en los momentos en que se queda pensativo con un gesto angustiado en el rostro; un gesto, por otra parte, que despierta todo el amor, al menos, de este hombre blanco. Ansía, eso sí, que llegue el momento en el que pueda entrar en el «mundo del más allá»,[5] pero, sin embargo, durante nuestras prolongadas visitas a él y a sus amigos, nunca tardaba en lograr que mis hijas sonrieran y siempre se acordaba de algún chiste o alguna historia graciosa para levantar nuestros ánimos en los momentos más sombríos. De hecho, enseguida estaba dispuesto a jugar con alegría infantil a alguna competición de puntería con la lanza o a bailar con nosotros toda la noche bajo las estrellas siguiendo el ritmo de los tambores y cantando hermosas y extrañas melodías que conocía de sus años mozos.
Cuando conocí a Alce Negro estaba ya casi ciego.[6] Ahora la ceguera es total, hecho del cual me informó sin darle apenas importancia y sin ningún sentimiento aparente de tristeza. ¿Pensará acaso que así se ha liberado ya «de la oscuridad de los ojos» y está un poco más cerca del mundo real de sus visiones?
Alce Negro es analfabeto,[7] pero los lectores más atentos me concederán que no por ello es un hombre menos educado en el sentido más vital del término, un sentido que parece ir perdiéndose en esta época excesivamente progresista. Pues ¿cómo podríamos describir a un hombre educado, aparte de decir que en su conciencia la experiencia racial ha sido recapitulada hasta lograr construir una personalidad apabullante? Y sin duda en Alce Negro podemos hallar la cultura de un pueblo en todo su esplendor.
Creo que este libro le puede resultar atractivo no solo a personas que tengan un interés relativo sobre otros seres humanos, sino que debiera ser tenido en cuenta, sobre todo, por estudiantes de ciencias sociales, de la historia de la religión y por investigadores de las facultades psíquicas. También quienes pudieran estar interesados en el significado de algunas visiones, en especial en la Gran Visión, verán recompensados sus esfuerzos por la lectura de este libro.
Querría mostrar mi agradecimiento a aquellos amigos que me ayudaron, de muy diferentes maneras, entre los sioux oglalas, por su amabilidad, aunque muchos de ellos nunca lleguen a saberlo. En especial estoy en deuda con Benjamin,[8] hijo de Alce Negro, por sus servicios eficientes y concienzudos como intérprete durante tantos días y con mi hija, Enid, por sus registros como taquígrafa de todas las conversaciones que han dado lugar a este libro, que es un verdadero acto de amor. Los funcionarios gubernamentales también se han comportado con generosidad ofreciéndome su ayuda, por lo que quiero mostrar mi agradecimiento al secretario de Interior, Ray Lyman Wilbur; al secretario del Consejo de Comisarios Indios, Malcolm McDowell; a Flora Warren Seymour, miembro de dicho consejo; y a B. G. [W. B.] Courtright, agente al cargo de Pine Ridge.
JOHN G. NEIHARDT
Branson (Misuri)
[1] Neihardt utiliza la expresión «mundo interior» solo en este prefacio. Fue él, al fin, quien conceptualizó las creencias y prácticas tradicionales de temática religiosa de Alce Negro como «todo un sistema de conocimientos representados en su visión», conocimientos que guardó para sí después de aceptar la religión del hombre blanco y entrar a formar parte de la Iglesia católica. Sixth Grandfather, p. 28.
[2] La exploración de dichos «valores superiores» fue un motivo central en la biografía de Neihardt, Poetic Values: Their Reality and Our Need of Them.
[3] Para el relato de Neihardt sobre su primer encuentro con Alce Negro, escrito poco después de que tuviera lugar, Sixth Grandfather, pp. 27-28.
[4] H. Neihardt, Black Elk and Flaming Rainbow: Personal Memories of the Lakota Holy Man and John Neihardt, para una memoria íntima de la relación entre Neihardt y Alce Negro. Para las entrevistas de 1931, Sixth Grandfather, pp. 101-296.
[5] La expresión «mundo del más allá» solo aparece en una ocasión en la transcripción de las conversaciones entre Neihardt y Alce Negro (Sixth...




