E-Book, Spanisch, Band 72, 212 Seiten
Reihe: El Ojo del Tiempo
Nissim La bondad insensata
1. Auflage 2013
ISBN: 978-84-15803-54-6
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
El secreto de los justos
E-Book, Spanisch, Band 72, 212 Seiten
Reihe: El Ojo del Tiempo
ISBN: 978-84-15803-54-6
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Gabriele Nissim (Milán, 1950) es periodista, ensayista e historiador italiano y se ha ocupado siempre de la realidad cultural y política de Europa oriental. En 1982 fundó la revista L'Ottavo Giorno. Ha realizado documentales sobre la oposición clandestina al comunismo, sobre los problemas del postcomunismo y sobre la situación de los judíos en el Este.De su obra pueden destacarse El jardín de los justos, Ebrei invisibili (en colaboración con Gabriele Eschenazi) y L'uomo che fermò Hitler.
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II
Tipología de los justos
Al margen de cualquier esquema
Los justos –tal y como lo entendía Yad Vashem en 1953– no pertenecen a ningún campo político, social, económico o militar privilegiado. Pueden ser tanto nazis como antinazis, comunistas o anticomunistas, fundamentalistas islámicos o antifundamentalistas, carceleros en una prisión o en un campo de concentración o víctimas y prisioneros, miembros del ejército de ocupación de un país como de la resistencia contra ese mismo ejército, pueden ser tanto ladrones, canallas, prostitutas como personas honestas e irreprochables.
Son esos que en un determinado punto de la vida, frente a la injusticia o la persecución de seres humanos, son capaces de acudir valerosamente en ayuda de los que sufren, interrumpiendo así, con un acto inesperado en su espacio de responsabilidad, la cadena del mal de la que son testigos.
Esquemáticamente podemos dividirlos en tres categorías: los salvadores de vidas humanas, los defensores de la verdad y de los derechos humanos, y los que mantienen la propia dignidad, aunque, con frecuencia, las circunstancias de la vida producen multitud de nuevas figuras y experiencias no fácilmente clasificables.
Los primeros son los individuos capaces de un acto de altruismo en relación con los perseguidos por su propia nacionalidad, por un motivo político o por sus ideas. Es típico el comportamiento de quien salva vidas en situaciones extremas, como los genocidios o las situaciones de guerra, en las que se cometen crímenes contra la humanidad.
Los segundos son los que aparecen en la escena pública para defender la verdad y la libertad en los regímenes y en las realidades en las que se niegan la democracia, la pluralidad humana y el derecho del individuo a ser artífice de su propio destino. Es peculiar, en el régimen comunista, la figura del disidente o del opositor que tiene el valor de defender la verdad contra la mentira del régimen. Lo recuerda con una metáfora Elena Bonner: «Cuando todos estaban obligados a afirmar una falsedad y a decir que la alfombra es roja, había, sin embargo, un alma solitaria que tenía el valor suficiente para salir del coro y gritar el verdadero color, consciente de las consecuencias de su gesto. Mi marido, Andrei Sajarov, se puso así en peligro el mismo día en que comenzó a luchar por la democracia»1.
Hoy es particularmente significativa la defensa de los derechos humanos, tanto en las dictaduras como en los regímenes fundamentalistas islámicos, por parte de los que luchan contra la misoginia impuesta por la tradición y en defensa de la libertad.
La tercera categoría está representada por cuantos tienen la fuerza de defender la propia dignidad en circunstancias extremas o en condiciones en las cuales la persona está obligada por una imposición política a sofocar su propia individualidad.
Primo Levi y Varlam Shalamov cuentan que en los campos de concentración nazis y en el gulag los prisioneros tenían que hacer un tremendo esfuerzo para mantener el respeto consigo mismos y preservar su humanidad frente al frío, el hambre y la despiadada competencia por la vida. Es un enorme desafío no convertirse en un delator en el gulag, no denunciar, en aras de la propia supervivencia, a otros prisioneros, no robar un trozo de pan a los otros. Resistir como seres humanos frente a los verdugos es la más problemática de las cuestiones existenciales. Nada puede hacerse para cambiar el estado de las cosas, lo único que se puede hacer es intentar desesperadamente no dejarse corromper.
Por eso Primo Levi, en una de sus más conmovedoras páginas, escribe con vergüenza que en los campos nazis la mayoría de las veces sobreviven los peores: «Los salvados del lager no eran los mejores, los predestinados al bien, los portadores de mensaje. Todo cuanto yo había visto y vivido demostraba exactamente lo contrario. Sobrevivían preferentemente los peores, los egoístas, los violentos, los insensibles, los colaboradores de la zona gris, los espías. No se trataba de una regla absoluta (ni había ni hay, en las cuestiones humanas, reglas absolutas), pero era, sin embargo, una regla»2.
La defensa de la propia dignidad no solo está relacionada con situaciones límite en las que se lucha cotidianamente contra la muerte. En las dictaduras y en los países totalitarios la moralidad de una persona no depende exclusivamente del comportamiento con respecto a los demás, sino de la actitud en relación consigo mismo. Un individuo vive siempre en un campo de batalla: dejarse homologar y permanecer en silencio o, por el contrario, mostrar el valor de levantar la cabeza.
La organización de la disidencia de Praga, Charta 77, nace de una gran intuición en el clima de apatía y resignación que se vive en Praga en los años oscuros de la normalización, tras la intervención de los tanques soviéticos. De hecho, la población hacía ya mucho tiempo que había perdido la confianza en cualquier tipo de cambio y ya no había nadie que se atreviera a reivindicar la vuelta a un sistema político democrático. Por el contrario, el que suscribe la Carta decide salir del anonimato y exponerse en primera persona, manifestando así la voluntad de no agachar la cabeza frente al poder totalitario. Con su firma, el ciudadano de Praga asume la primera tarea del hombre en relación consigo mismo: el deber de defender «la humanidad en su propia persona», tal y como afirmaba Kant en su «Doctrina de la virtud», sin la que nada sería posible.
Jan Pato?cka lo anuncia en el primer documento de la disidencia checoslovaca3.
«La Carta recuerda de manera explícita lo que ya se había subrayado hace 180 años en un preciso análisis conceptual: todos los deberes morales consisten en lo que puede definirse como que, entre otras cosas, incluye el deber de defenderse contra cualquier arbitrariedad llevada a cabo en relación con él.»
Pato?cka define la defensa de la propia humanidad como una , a la que el individuo debe someterse si quiere volver a ser un ciudadano activo y convertirse así en ayuda real para una transformación de la sociedad4. Se trata de un imperativo que emplaza al hombre al encuentro con su autoestima, que ha dejado de aceptar, en nombre de una vida tranquila, mentirse a sí mismo y renunciar a su autenticidad; que ha dejado de establecer una relación con los demás como un ser inferior y redescubre, por el contrario, el placer de saberse finalmente igual; que ha dejado de comportarse como un esclavo respecto del poder y está obligado a suprimir su sufrimiento.
Pero el filósofo checo lanza un mensaje que va más allá de la ética de Kant: el hombre en cuanto hombre tiene derechos jurídicos reconocidos a nivel internacional, como la libertad de expresión, el derecho a la información, el derecho de asociación o la libertad religiosa. Cuando estos derechos no se respetan, el hombre tiene respecto de sí mismo el deber de luchar para obtener su aplicación.
Así nace en Praga, en 1977, la extraordinaria idea de una solidaridad activa entre hombres que reivindican, en voz alta, el deber de luchar todos juntos en defensa de la propia humanidad.
Y empieza una gran fiesta: Pato?cka define Charta 77 como «una manifestación de la alegría de los ciudadanos»5.
Los jóvenes de Praga con los que me encuentro en el Puente Carlos en los años ochenta, mientras cantan y recuerdan la, para las autoridades, aborrecida figura de John Lennon, tienen un rostro sonriente; están contentos de mostrar sin miedo su autenticidad: se han encontrado a sí mismos6. Es el punto de partida para empezar de nuevo, luego llegará la Revolución de terciopelo.
El justo imperfecto
Existe una categoría especial de justos cuyo comportamiento nace de cuestionar su propio ser, cuando no, digamos, de un auténtico arrepentimiento. En cierto modo actúan porque sienten el deseo de purificarse y llevan a cabo actos morales que inciden en la realidad de una manera sorprendente. De hecho, en los regímenes totalitarios o en circunstancias extremas, ha sucedido que representantes del poder o funcionarios empleados en trabajos sucios, cuando se han planteado interrogantes morales acerca de sus atribuciones, han tenido más posibilidades que otros de modificar el curso de los acontecimientos y de ayudar a otras personas.
Esas iniciativas han tenido en ocasiones un resultado positivo porque el puesto que ocupaban les ofrecía unas posibilidades de maniobra de las que otros carecían. Pero hay algo más que no suele ser suficientemente apreciado: el deseo de redención ha movido fibras ocultas y ha hecho aparecer un coraje que nadie hubiera imaginado. A pesar de todo, sus historias, con frecuencia complicadas y ricas en claroscuros, nunca encuentran el debido reconocimiento. En el juicio de la gente, lo que cuenta es su pertenencia, su discutible pasado, el legado de sus itinerarios políticos, más que el valor de una inesperada acción que alborota los papeles.
En cierto modo, se trata de una situación paradójica. El que vive en un régimen dictatorial o ve amenazada su propia vida, más que esperar una intervención del exterior, confía siempre en que exista algún funcionario que, en el último momento, se arrepienta y escuche su grito de dolor. Confía en que haya alguien al otro lado que se acuerde de que es un hombre7.
Sucede, sin embargo, que cuando...