E-Book, Spanisch, 168 Seiten
Pagès Queda una voz
1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-254-4865-2
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Del silencio a la palabra
E-Book, Spanisch, 168 Seiten
ISBN: 978-84-254-4865-2
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
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Anna Pagés Santacana (Barcelona, 1965) es doctora en Ciencias de la Educación por la Universitat Autònoma de Barcelona, profesora titular en la Facultat de Psicologia i Ciències de l'Educació i de l'Esport (FPCEE) Blanquerna, de la Universitat Ramon Llull y miembro del Grupo de Investigación en Pedagogía Social y Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (PSITIC). Es autora de numerosos artículos sobre hermenéutica filosófica y transmisión cultural. Ha publicado Al filo del pasado (2006), Sobre el olvido (2012) y Cenar con Diotima (2018), los tres en Herder Editorial.
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2. ¿Quién habla?
Rara vez se dice en voz alta lo que debe decirse en un arrullo.
ERNST BLOCH
En este capítulo llevamos a pasear un poco, para que le dé el aire, la cuestión de la voz. ¿Qué es la voz? ¿Dónde ubicarla? ¿En qué situaciones y en qué contextos? ¿Qué pasa entre los filósofos y la voz? ¿Por qué a veces no suena la filosofía?
La voz es el pistoletazo de salida del auténtico pensar, la forma que tenemos de hacer escuchar qué pensamos verdaderamente. Al fin y al cabo, nuestra manera de pensar en voz alta es eso.
«La voz de su amo», decía el anuncio del gramófono. El perro se inclinaba para oler el interior del aparato, pensando que ahí estaba el hombre, su mejor amigo. La fidelidad acompaña la voz del otro, lo más profundo del objeto de amor o de admiración. Sócrates habló del amor con la voz de Diotima. La hizo existir, y con ella su idea sobre Eros, el inacabable deseo de alcanzar lo bello.
Cuando en la infancia articulamos las primeras palabras, no solo aprendemos a hablar. También aprendemos a saber de nosotros por cómo sonamos hacia el exterior.
Una voz indica la procedencia. ¿Quién habla? Como cualquier pregunta sobre un tema, surge ordenando el discurso, organizando las palabras. En el control de la entrada del concierto, al cruzar el umbral del control de seguridad del aeropuerto, en el acceso al juzgado se nos pide: «identifíquese». Pero el documento que presentamos no dice nada sobre qué somos. La voz, en cambio, constituye una condición vital que atraviesa una historia biográfica. A Frank Sinatra lo llamaban así: the voice (la voz). No querían decir que tuviera buena voz, sino que no había otra como la suya. Él era su voz, su cuerpo en ser. Ese epígrafe resumía la pasión de su propia aventura en el mundo. La voz no solo canta: también inscribe algo único, singular e irremplazable en la mundanidad del mundo inmundo. La voz era él, cantando Chicago, my kind of town. Cuando resonaba, su fuerza y su determinación reunían a la vez la intensidad del ser ahora con la promesa de futuro.
La voz siempre está anudada al pensamiento original. Los grandes autores de la filosofía han permanecido en el tiempo por su propia voz —la voz de los clásicos, decimos—. Esto significa que preservamos sus ideas hoy, pero también que son una constante novedad. Quiere decir que siguen hablando para el presente, en conversación perenne. Que todavía tienen algo que decir que no han dicho del todo bien. Leemos Platón y está aquí. Subrayamos una frase de Nietzsche y está aquí. Escuchamos lo que dicen, tan claro y alto como si estuvieran sentados en nuestra butaca, mientras huelen el café humeante que sostenemos en la mano y apoyan la suya en nuestro antebrazo, en la sala de estar, al lado de la chimenea.
Diotima, ausente en la cena de la casa de Agatón, es una voz contada en el diálogo platónico El Banquete. Sócrates le prestó su voz y le dio cuerpo. Voz es un vocablo corto que se pronuncia casi sin respirar, más bien expirando, sacando el aire. Aunque podamos comernos las palabras, la voz no es masticable. Emana de un lugar, condición de su propia existencia: la cavidad bucal, la garganta, el diafragma. En hebreo se dice ruah, el aliento que Dios insufló al ser para que fuera humano. En griego se dirá pneuma —alma, inspiración—. Viene de afuera para entrar: surge de lo más hondo para expresarse. Doble dirección del aire que motiva las palabras del ser viviente.
Aristóteles dijo en la Poética que la voz distingue a los humanos de los animales, cuyos sonidos naturales no son articulados en una lengua, aunque muchos tengan lenguaje para comunicarse. También Rousseau dijo que hay una voz de la lengua no articulada, que se traduce en el balbuceo, el canto, el grito. La voz es el supuesto de la lengua como conjunto de signos organizados y combinados. Saussure dijo: en la lengua no hay más que diferencias. La voz, en cambio, es única e intransferible. Hoy en día los logopedas enseñan a algunas personas trans a feminizar su voz. Pero eso no resuelve el problema de qué voz desean tener al ser otras. Ni tampoco resuelve cómo apropiarse de esa otra voz para que suene también por dentro.
La filosofía ha considerado la posibilidad de construir su propia historia con las voces de los autores del canon. Otras voces quedaron excluidas y se perdieron. En particular las de las mujeres. Sin embargo, la voz, como trayectoria vital, como una idea audible, ha sido engullida por la teoría filosófica, el sistema, el pensamiento y la obra. Más logos, menos voz. En el mundo actual, después del batacazo filosófico de Marx, Freud y Nietzsche, el logos quedó tocado. Y entonces la voz regresa como categoría para ayudar a pensar que la filosofía se declina en plural. Así habló Zaratustra es una historia sobre la voz del que guía, del maestro, del sabio. «Así habló» significa: esta es su voz, su mensaje, esto es lo que dijo. Es una manera de decir: «así sonó Zaratustra».
La filosofía se hace, a veces, barruntando en voz baja un montón de cosas sin decir. Otras, a grito pelado. Es el alarido de la Medusa, el canto de las sirenas, el dulce murmullo de las ninfas, la voz profética del ángel del Señor, el aullido de Antígona envuelta en la tormenta, frente al cadáver de su hermano. Es la voz poética de Safo, hundida en la arena del desierto, desvelada por la arqueología, en fragmentos incompletos. Es la voz en off de Diotima, ausente en la cena de Agatón y transcrita por Sócrates. Es la voz perdida del mismísimo Sócrates, malogrado maestro llorado por Platón. La voz de la Callas, horrorizada por perderla. La voz de Joachim Ziemsen en La montaña mágica, acercándose alegremente a su primo Hans en la estación de Davos-Platz, en el cantón de los Grisones, avisándole de que debe bajarse del tren. La voz de Siri, nuestra amable ayudante digital que pregunta siempre lo mismo: «¿en qué puedo ayudarte?», para repetir después «lo siento, no he entendido tu pregunta».
La voz es persona, historia, anécdota, mito y leyenda, rapsodia o cuento. Se yergue impávida en el tiempo, modula el eco múltiple de lo que no entendimos bien. En parte, la voz es el camino para una comprensión de uno mismo, la posibilidad misma del quién, del aquí, del ahora. Decimos el eco de las voces del pasado: resuenan y llegan hasta nosotros, nos hacen sufrir, nos angustian, nos atemorizan.
La diosa Hera castigó duramente a la ninfa Eco. Se pasó un poco. Cuando los dioses griegos se enfadaban, la cosa se ponía muy fea. La ninfa entretenía a la diosa para que no descubriera la infidelidad de su esposo Zeus. Pero Hera descubrió el pastel. Castigó a Eco a perder la voz poco a poco. El sonido se fue haciendo cada vez más bajo hasta quedar convertido en un lejano susurro y desaparecer. El eco de la voz reverbera cuando gritamos desde lo alto de una montaña para terminar diluyéndose a lo lejos. Al final, la voz desaparece en el aire, se esfuma. Es el eco de nuestra voz, una repetición sin sentido. No dice nada: tono redundante y neurótico. Juntamos nuestras manos recubriendo los labios para que suene más fuerte, en ondas que se pierden a lo lejos.
La contraparte de Eco en la mitología es Narciso, de quien la ninfa se enamoró perdidamente. Sin embargo, Narciso no tenía ojos más que para sí mismo. Preguntó: «¿quién anda ahí, en medio del bosque?». Eco respondió, pero su voz no surtió efecto en la ensimismada vida de Narciso, condenado a hundirse en su propia imagen. Eco murió en el susurro de una cueva. Se ocultó bien adentro para que nadie la viera nunca más.
Al rescatar la voz como experiencia o como acto, la filosofía modifica su tarea de amar la sabiduría. La verdad se convierte entonces en una pequeña voz, escondida en la caverna alegórica de Platón, cuyos prisioneros, atados de pies y manos, no alcanzaron a escuchar, duros de oído y de mollera. A veces la voz de la verdad o de la sabiduría no suena lo bastante alto.
El platonismo desea contemplar el Bien: tener una visión. Se dice que filosofar es ver algo más que la realidad perceptible, aunque al fin y al cabo se trata de ver. No obstante, Hans Blumenberg se refirió al «absolutismo de la realidad» para señalar la dictadura de la mirada. También Lacan dijo que la pretensión del filósofo era verse viendo. En nuestra época, tiempo de pantallas, de influencers y youtubers, de Twitter y Facebook, ¿qué hacemos? Básicamente: ver. ¿Y si hubiera una voz, quebrada por los avatares del tiempo, que pudiera hacerse escuchar? En ese caso, la filosofía debería cambiar el tono y adoptar otro enfoque, sonar más y mejor, abandonando la pulsión escópica que la habita. De tanto mirar sin ver le dolerá la vista. Volvamos a Homero, a la oralidad de las historias contadas por un rapsoda ciego. Hagamos una filosofía sonora. No será el pájaro de Minerva que alza el vuelo al anochecer, sino el canto del gallo, en su aguda incursión matutina, despertando al menos pintado.
* * *
Se supone un sujeto a la voz: ¿quién habla? Esta podría ser la pregunta filosófica por excelencia. Donde hay humo, hay fuego. Sirve para localizar la subjetividad. Se escribe una vida con un halo de deseo. El deseo no es lo mismo que las ganas de vivir. La vitalidad se pega como una pareja de enamorados en una sesión de tarde, cuando dan su película preferida, en el momento del sonido estéreo retumbando en la sala de proyección. Biografía es buscar una...




