E-Book, Spanisch, 180 Seiten
Reihe: Nórdica Infantil
Parr Oskar y yo
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-10200-89-0
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 180 Seiten
Reihe: Nórdica Infantil
ISBN: 978-84-10200-89-0
Verlag: Nórdica Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
(Fiskå, 1981). Escritora noruega. De pequeña ya era una narradora entusiasta, y mantenía despiertos a sus tres hermanos hasta altas horas de la madrugada con sus cuentos. Parr comenzó a escribir historias en la escuela. Estudió Lenguas y Literatura Nórdicas en la Universidad de Bergen. Actualmente es profesora a tiempo parcial en la escuela secundaria en Vanylven. Los libros de Maria Parr han ganado muchos premios, entre ellos el Luchs, el Premio Brage, el Silbernen Griffel y el Prix Sorcière. Su trabajo también ha sido publicado en numerosos países con mucho éxito.
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EL ARMARIO O QUE TE APORREEN LA CABEZA CON EL GLOBO TERRÁQUEO
En nuestro pueblo, al final de una cuesta, hay una casa roja y grande. Está un poco vieja y descuidada porque a mis padres no se les da muy bien eso de arreglar y mantener las cosas, pero está pegada al bosque y, por la noche, sale de las ventanas una acogedora luz amarilla. Yo misma lo he visto al volver de los entrenamientos de fútbol.
En la casa vivimos dos niños, Oskar y yo, que compartimos un dormitorio en el sótano. Yo duermo en la litera de arriba y soy la jefa. Oskar duerme en la de abajo y cree que él es el segundo a bordo, pero en realidad lo decido todo yo. Decido cuándo apagamos la luz y decido que Oskar se levante a apagarla. Decido si abrimos las ventanas o si mantenemos la puerta entornada. Y decido cuándo charlamos y cuándo nos dormimos. También querría decidir que Oskar deje de roncar porque, cuando se pone, suena como una aspiradora escacharrada. Pero la única manera de que pare es despertarlo y eso no contribuye al silencio, por decirlo así.
Nuestro cuarto es grande, está hecho un desastre y sería perfecto si no fuera porque Oskar cree que tenemos un monstruo viviendo en el armario. Lo cree sobre todo cuando oscurece. Solo que los monstruos no existen y, si existieran, desde luego no vivirían en un armario ropero. ¿Qué iban a comer ahí metidos?
—Calcetines —dijo Oskar una noche que se lo pregunté.
Tiene cinco años y aún cree en esas cosas. Yo le saco tres y estoy más enterada. Miré por encima del borde de la cama y eché un vistazo a nuestro cuarto.
—¿Calcetines? —dije—. Pues entonces tenemos todo el suelo lleno de comida para monstruos.
Había por lo menos diez pares de calcetines tirados. Tenemos la costumbre de quitárnoslos cuando vamos a jugar al circo en las literas. Había unos cuantos calcetines sobre el escritorio. Otros dos asomaban por debajo de la cama. Y uno de los de Oskar había aterrizado sobre la lámpara de balón de fútbol.
—¿Crees que habría tantas golosinas por el suelo si tuviéramos en el cuarto un monstruo que come calcetines? —le pregunté.
—No —dijo Oskar después de pensárselo un rato.
—Pues eso —dije—. Apaga la luz.
Oskar corrió hasta el interruptor, que está junto a la puerta, y apagó la luz.
—Pero, Ida, imagínate que el monstruo no come calcetines —dijo al cabo de un rato.
—Seguro que sí —le dije muy convencida—. Y además los monstruos no existen.
—Vale —dijo Oskar.
Al poco oí sus familiares ronquidos en la litera de abajo. Ya no tenía miedo y se había quedado dormido.
Monstruos, me dije resignada.
Miré hacia el armario. Ahora que habíamos apagado la luz, parecía una torre alta y oscura. A cualquiera que, como Oskar, tuviera algo de imaginación le costaría poco figurarse que ahí adentro había un monstruo escondido. En el armario hay sitio de sobra. Sobre todo, en la parte donde cuelga la ropa de vestir. Oskar y yo nos hemos escondido allí mil veces.
Si yo fuera ladrona, me colaría en la casa mientras los habitantes estuvieran cenando en la cocina y luego me escondería en un armario como ese. Y cuando la casa se quedara tranquila, y todo el mundo se hubiera dormido, saldría de puntillas y robaría cosas.
Me volví hacia la pared para no ver más el armario. Qué rabia que se me ocurriera esto del ladrón justo en el momento en que me iba a dormir. Los monstruos no existen, así que es una tontería preocuparse por ellos. Pero los ladrones sí. Eso lo sabe todo el mundo.
¿Estaría cerrada la puerta del armario? Pues no, la verdad es que estaba entornada. Pero hacía un momento estaba cerrada, ¿no? Observé el oscuro resquicio de la puerta. En realidad, ¿cómo podía estar segura de que no había nadie ahí adentro? ¿No era un poco raro que la puerta se hubiera abierto así de pronto?
Cerré los ojos con fuerza e intenté pensar en otra cosa. Oskar roncaba, el río murmuraba, la ventaja crujía y mis padres se paseaban por la planta de arriba. Todos los sonidos eran los de siempre, pero cabía la posibilidad de que hubiera un ladrón en el armario. Más callado que un muerto.
En ese momento me enfadé. La verdad es que pasaba de estar ahí tumbada preocupándome. No me quedaba más remedio que ir a mirar dentro del armario.
Me bajé de la litera haciendo tan poco ruido como pude. Sobre el escritorio estaba el Atlas, que es un libro grande y pesado y, en la portada, tiene un dibujo del globo terráqueo. Esto puede servir para aporrear a la gente en la cabeza, me dije, y lo levanté sin hacer ruido.
Luego dirigí la mano que me quedaba libre hacia el pomo de la puerta del armario, ¡pero justo en ese momento oí un ruido en el pasillo! Alguien se había tropezado con el tendedero en el que tendemos la ropa mojada. ¡El ladrón ya había salido! ¡Por eso estaba entornada la puerta! Aterro-rizada, me metí corriendo en el armario, pero allí me recibieron los brazos de un monstruo despellejado. Me revolví como una loca, moviendo los brazos y las piernas, hasta que por fin entendí que era el mono-pijama de Oskar y logré respirar de nuevo.
Pero ¿por qué estaba todo de pronto tan silencioso? ¿Me habría oído el ladrón? El corazón me latía con tanta fuerza que era como si tuviera una pelota elástica en el pecho.
¡Y en ese momento alguien agarró el pomo por fuera! ¡Y la puerta se abrió de par en par!
—¡No! —grité y aporreé al intruso con el Atlas.
Le atiné en medio de la frente y cayó redondo al suelo.
Oskar se despertó bruscamente en la cama.
—¡Monstruo! —gritó.
Y también yo grité con todas mis fuerzas, mientras el intruso se lamentaba en el suelo. Mi padre bajó corriendo las escaleras como una avalancha.
—¿Qué pasa? —exclamó y encendió la luz.
Y en ese momento todos dejamos de gritar.
Oskar estaba sentado en la cama, más blanco que un muerto. Mi padre estaba en la puerta, con la sartén más grande que tenemos en la mano. Y en el suelo, entre todos los calcetines, estaba tirada mi madre, sujetándose la frente. Tenía una gran marca roja donde yo le había arreado con el Atlas.
—Por todas las fiestas de cuervos rabiosos, Ida —dijo mi madre, incorporándose—. ¿Qué haces metida en el armario?
—Quería comprobar que no hubiera nadie —dije a media voz.
Oskar se quedó boquiabierto.
—¿Ahí adentro? ¡Pero si me has dicho que los monstruos no existen!
—No me refería a un monstruo, hombre.
De verdad que espero que mi familia entendiera que no me había levantado para comprobar si había un monstruo en el armario.
—Me refiero a otra gente —dije.
—¿Otra gente? —preguntó mi padre—. ¿En el armario?
—Sí. Es que la puerta estaba medio abierta.
No me resultaba nada fácil explicarlo ahora que la luz estaba encendida.
—Si os empeñáis en que os dé explicaciones, os diré que quería comprobar que no había un ladrón en el armario —dije bastante enfadada.
En ese momento mi padre sonrió un poco. Mi madre también. Y entendí lo que estaban pensando. Pensaban que era exactamente tan infantil como Oskar. En ese momento empezaron a arderme las mejillas y eso fue peor, porque ahora encima iban a pensar que me daba vergüenza. Y no me daba vergüenza, lo que estaba era enfadada.
Hay una gran diferencia entre los ladrones y los monstruos. Los primeros existen y los segundos no. Mis padres deberían alegrarse de que yo asuma responsabilidades. Seguro que no les haría mucha gracia perder todas sus riquezas solo porque nadie se toma la molestia de comprobar, de vez en cuando, si se han colado ladrones en la casa.
Salí desfilando del armario y me subí a la litera sin mirarlos.
—¿Y tú qué pensabas? —dijo mi madre mirando a mi padre con su sartén—. ¿Monstruo o ladrón?
—¿Yo? —dijo mi padre—. Pues…
Y movió un poco la sartén como para que pareciera más natural que se paseara por un dormitorio con una sartén en la mano. No pareció más natural.
* * *
Oskar se alteró tanto con todo el jaleo que mi madre tuvo que meterse en la cama con él para tranquilizarlo. Mi hermano se movía como un gatito, mientras mi madre lo acunaba y le cantaba. Seguro que incluso le acariciaba la espalda.
De pronto sentí deseos de ser yo la pequeña de la casa y de tener una cama lo bastante ancha para que cupieran padres. También me habría gustado no saber que existen los ladrones. Habría preferido creer en los monstruos.
—¿Ida? ¿Quieres bajarte aquí con nosotros? —preguntó mi madre.
Estuve a punto de decir que no, pero al final bajé por la escalera de mano y me acurruqué junto a mi madre. Cabía por los pelos. Oskar ya estaba roncando.
—Es diferente creer en monstruos que creer en ladrones —dije, porque estaba claro que había que decirlo.
Mi madre asintió con la cabeza.
—Pero, de todos modos, tener miedo siempre es tener miedo —dijo—. Cuando eras pequeña, te daba miedo la escobilla del baño. ¿Te acuerdas?
En realidad no me acuerdo, pero me hacía gracia pensarlo.
—Ahora puedes reírte de eso —dijo mi madre—. Pero, en aquella época, la escobilla del baño te daba tanto miedo como ahora le dan los monstruos a...