E-Book, Spanisch, 602 Seiten
Reihe: Ensayo
Pearce G.K. Chesterton
1. Auflage 2011
ISBN: 978-84-9920-655-4
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Sabiduría e inocencia
E-Book, Spanisch, 602 Seiten
Reihe: Ensayo
            ISBN: 978-84-9920-655-4 
            Verlag: Ediciones Encuentro
            
 Format: EPUB
    Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Joseph Pearce (Londres, 1961), escritor inglés que desde 2005 es Escritor Residente y Profesor de Literatura en la Universidad Ave Maria en Naples (Florida). Anteriormente ocupaba un cargo similar en el Ave Maria College en Ypsilanti (Michigan). Se convirtió al catolicismo en 1989, lo cual le influye decisivamente a la hora de escribir sus obras desde una perspectiva católica. Es también co-editor de The Saint Austin Review y editor de Sapientia press. Es conocido por escribir un gran número de biografías de literatos como Tolkien, Lewis, Chesterton o Wilde. Entre sus obras destacan: Shakespeare: una investigación de Joseph Pearce,Oscar Wilde, La verdad sin máscaras, Tolkien: hombre y mito o G. K. Chesterton: sabiduría e inocencia.
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PRÓLOGO
El editorial de la Sunday Telegraph’s Review del 28 de mayo se titulaba «¿Un santo entre los periodistas?». Estaba motivado por una carta que había recibido el cardenal Hume de Westminster desde Argentina, firmada por políticos, diplomáticos y un arzobispo. Pedían que «se inicien los trámites necesarios para conseguir la canonización de Gilbert Keith Chesterton».
Sin entrar a considerar el que Chesterton merezca ser canonizado, lo cierto es que la carta sirvió de oportuno recordatorio de la influencia que sigue teniendo en todo el mundo. En efecto, sesenta años después de su muerte, se ha producido un notable resurgir del interés por su vida y su obra. Existen asociaciones chestertonianas en Canadá, Japón, Australia, Francia, Polonia, Noruega y Gran Bretaña, así como otras independientes repartidas por Estados los Unidos. En Canadá aparece trimestralmente una revista especializada (Chesterton Review) y la Ignatius Press de San Francisco está publicando actualmente sus Obras Completas.
Muchos consideran a Gilbert Keith Chesterton como uno de los gigantes de la literatura del siglo veinte. Podía competir en ingenio con Bernard Shaw, H. G. Wells y multitud de escritores más. Un ejemplo es la acertada repuesta que dio a la afirmación de Oscar Wilde de que no podemos apreciar las puestas de sol porque no se pueden pagar: «Oscar Wilde podría pagarlas si no fuera Oscar Wilde»1; de manera similar, después de pronunciar un discurso en América sobre «La cultura y el peligro venidero» le preguntaron si tal peligro podía ser Bernard Shaw y Chesterton respondió: ¡No, hombre, no! Es un placer que desaparece»2. Shaw, a su vez, decía que Chesterton era «un genio colosal»3.
Ahora bien, su genialidad no reside en la rapidez de su ingenio, sino en la profundidad de su filosofía. Fue un pensador radical en el sentido literal de la palabra; se retrotraía hasta la misma raíz del tema en cuestión para comprenderlo: «El hombre moderno es semejante al viajero que olvida el nombre de su destino y tiene que regresar al lugar del que partió para averiguar incluso dónde se dirigía»4. Ronald Knox menciona esa facultad:
Uno de los principios favoritos de Chesterton defendía que se puede examinar cualquier cosa una y otra vez, hasta que se convierte en algo manido de puro familiar y después, de repente, se comprende por primera vez... Pensaba que la verdad se puede percibir del mismo modo, que es posible captar algo como es realmente, tras haber echado previamente novecientas noventa y nueve ojeadas que sólo han servido para obtener una idea convencional y no para que uno se percate de la verdad esencial5.
Según se deduce de la explicación anterior, lo que Chesterton reprochaba fundamentalmente a Oscar Wilde no era que no apreciara las puestas de sol, sino que ni siquiera era capaz de percibirlas. Consciente de la ceguera de los demás, Chesterton expresaba continuamente su agradecimiento por la visión que le había sido dada:
Dame ojos milagrosos para ver mis ojos,
 circulantes espejos vivos en mí,
 cristales tremendos, más increíbles
 que todas las cosas que ven6.
Con esos espejos circulantes de tremendos cristales se abrió camino entre los tópicos y descubrió el sentido común: «Yo soy el hombre que con suprema osadía descubrió lo que ya estaba descubierto»7. De este modo percibía el milagro el milagroso.
Decía monseñor Knox en el panegírico que pronunció en el funeral de Chesterton, celebrado en la catedral de Westminster: «Podemos asegurar casi con toda certeza que será recordado como profeta de una era de falsos profetas»8. Cincuenta años después, Malcon Muggeridge sostenía la misma opinión:
Sentía un profundo e instintivo disgusto por la manera en que transcurría el siglo veinte y eso le convirtió en todo un profeta en los primeros años de pesimismo: «Los serios librepensadores —escribía en 1905— no deberían preocuparse tanto por las persecuciones del pasado; antes de que la idea liberal muera o triunfe, veremos guerras y persecuciones cual jamás el mundo ha contemplado». Stalin, un joven de veintiséis años en aquel entonces, y Hitler, diez años menor, junto con otros, iban a hacer que se cumplieran esas palabras hasta un extremo increíble. Es sorprendente de algún modo que aun cuando se ha demostrado tantas veces lo acertado de sus juicios, siga estando menos considerado que otros contemporáneos suyos que se equivocaban casi invariablemente, como Wells o los Webb9.
Sus dotes de profeta se hicieron patentes en la conferencia que dio en Toronto en 1930 sobre «La cultura y el peligro venidero»; explicó que el peligro no era el bolchevismo, pues ya se había experimentado y «la mejor manera de destruir una Utopía es instituirla. La consecuencia más clara del bolchevismo es que el mundo moderno no lo copiará». El peligro venidero tampoco consistía en una nueva guerra, aunque la próxima tendría «lugar cuando Alemania intente juguetear con la frontera de Polonia». El peligro que se acercaba era «la superproducción intelectual, educacional, psicológica y artística que, al igual que el exceso de producción en el terreno económico, suponen una amenaza para el bienestar de la civilización contemporánea. La sociedad está inundada, cegada y ensordecida por una riada de exteriorizaciones vulgares y de mal gusto, que paraliza intelectualmente al hombre y no le deja tiempo libre para el ocio, el pensamiento o la creación desde su propio interior10.
Chesterton demuestra una asombrosa sagacidad en este discurso pronunciado tres años antes del estallido de la guerra y muchos años antes del derrumbamiento del comunismo. Revela igualmente su aferramiento a la realidad; desde este punto de vista debe entenderse la introducción que Richard Ingrams escribió en 1992 para la reedición de su Autobiografía:
El nuevo lector de Chesterton se verá sorprendido por dos puntos: en primer lugar, por lo absolutamente contemporánea que resulta su figura... En la Autobiografía, así como en sus otros libros, descubrimos que las cuestiones que le obsesionaban tanto a él como a su generación, atraen nuestra atención en la actualidad: imperialismo, pacifismo, darwinismo, ortodoxia religiosa (¡le habría fascinado el obispo de Durham!) y, sobre todo, el «distributismo», credo político que abrazaron Belloc, cuyo eco perdura en el interés que suscita hoy en día el autoabastecimiento, así como la teoría de Schumacher («Lo pequeño es hermoso»)...
Y en segundo lugar, por lo alentador y persuasivo que resulta para aquellos de nosotros que, educados como cristianos, dudamos y vacilamos acerca de nuestras creencias. Yo mismo caigo en la cuenta cada vez que releo su obra, lo que hago con regularidad11.
Es interesante la relación que establecía Ingram entre la relevancia actual de Chesterton y su fe cristiana ya que él mismo, hacía hincapié en ella, en su Autobiografía: «La primera cosa sobresaliente, y característica de la nota moderna, es un cierto efecto de tolerancia que se manifiesta por la timidez. La libertad religiosa podría significar que todo el mundo es libre de discutir de la religión. En la práctica, significa que casi nadie tiene permiso para mencionarla»12.
El estudioso de Chesterton debe carecer de dicha timidez; comprender su fe es primordial para entenderle, de la misma manera que la religión fue absolutamente primordial en su vida. Su lema podría ser casi credo, ergo sum. Así lo entendía Hilaire Belloc, su amigo y compañero de armas, cuando escribió: «La relación de Chesterton con la fe es ciertamente el aspecto más importante de su vida literaria y merece una consideración más detallada que cualquier otra de sus actividades»13.
Étienne Gilson, historiador francés y renombrado especialista en santo Tomás de Aquino comentó en una ocasión que «lo que está en juego con Chesterton es algo más que literatura. Aquí le apreciamos por encima de todo como teólogo»14. El elogio de Gilson de la biografía de santo Tomás de Chesterton ejemplifica su valoración: «Creo que es el mejor libro que se ha escrito jamás sobre santo Tomás, sin comparación posible. No podría explicarse un logro semejante si anduviera escaso de genialidad»15.
Rara vez se considera la filosofía como un pasatiempo; sin embargo, Chesterton no sólo lo creía sino que además le parecía un pasatiempo divertido. Una vez afirmó que «el secreto de la vida reside en la risa y en la humildad»16; Christopher Hollis opinaba que «lo primero que consiguió fue que las bromas se volvieran contra los escépticos. Así como el General Booth se negó a que el diablo se quedara con las mejores melodías, Chesterton se negó igualmente a dejarle las broma mejores y declaró que también les estaba permitido divertirse a los que tenían fe»17.
La clave de su atractivo y del éxito que alcanzó como defensor del cristianismo se encuentra en su original combinación de la diversión y la filosofía, de la lógica con la risa; gracias a ella muchas personas lograron desembarazarse del agnosticismo y del ateísmo: C. S. Lewis, Evelyn Waugh y...




