Precht | ¿Por qué hay todo y no nada? | E-Book | sack.de
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E-Book, Spanisch, Band 4, 136 Seiten

Reihe: Las Tres Edades / Nos Gusta Saber

Precht ¿Por qué hay todo y no nada?

E-Book, Spanisch, Band 4, 136 Seiten

Reihe: Las Tres Edades / Nos Gusta Saber

ISBN: 978-84-15937-33-3
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)



Se dice que los niños son los verdaderos filósofos. Tienen una curiosidad inconte­nible y sus preguntas hacen titubear muchas veces a los adultos. ¿Cómo explicar el mundo a los niños? El reconocido filósofo Richard David Precht paseó por Berlín durante un verano con su hijo Oskar. Fueron, entre otros sitios, al zoo, al Museo de Ciencias Naturales o a los restos del famoso muro. Durante esas visitas, ­Precht respondió a numerosas preguntas como «¿Soy yo realmente yo?», «¿Por qué los ­seres humanos tienen preocupaciones?» o «¿Qué es belleza?».Este es un libro de filosofía para niños y jóvenes que quieren saber más sobre los grandes temas que nos mueven a todos en la vida, sin importar la edad que tengamos.
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En el Aquarium
¿De dónde les vienen sus nombres a los animales? Nuestra segunda estación en Berlín es siempre el antiguo gran acuario del zoo. Fue fundado por Alfred Brehm, al que llamaban «padre de los animales», y su aspecto es bastante antiguo e imponente. En las paredes de la fachada hay unos relieves con figuras de dinosaurios. Y dentro también hay algunas criaturas espantosas. El tiburón alfombra, por ejemplo, tiburones martillo cabeza de pala, un tiburón guitarra y nuestra vieja amiga peligrosa, la dama tiburón tigre de arena, «Nicki». También esta vez visitaremos primero el Aquarium. Comprobamos si nuestros escamosos amigos siguen en las grandes piscinas de agua marina. Luego vamos a los acuarios de agua dulce. En estos nos interesan especialmente las numerosas especies de peces con trompa eléctricos, de los que tenemos toda una colección en nuestra casa de Colonia. De todos los animales del mundo estos son los que tienen el cerebro más grande en relación con su masa corporal y, sin duda, son realmente muy inteligentes. Hoy había peces con trompa nuevos, los peces trompa tamanduá de África oriental. En la naturaleza esos peces nadan en el río Congo y alcanzan su presa con un apéndice táctil eléctrico que parece una trompa. Pero los peces tamanduá, además del apéndice táctil, tienen una pequeña trompa. Su apariencia es como la de los delfines, o más bien como la de coatís que nadan o, efectivamente, como la de osos hormigueros. El oso hormiguero al que más se parecen es el tamanduá de la selva tropical suramericana. Los tamanduás no tienen una trompa tan larga como sus parientes más famosos, los grandes osos hormigueros, y no son de color marrón grisáceo, como sus grandes primos, pues en su piel aparecen manchas blancas y negras. Y eso mismo sucede con el pez trompa tamanduá: tiene una nariz de mediana longitud y manchas marrones y blancas en la piel. Después de explicarle todo esto, Oskar me preguntó de repente: –Papá, ¿de dónde les vienen sus nombres a los peces? –Pero, Oskar, te lo acabo de explicar, el pez trompa tamanduá se llama así porque su aspecto es parecido al de un... –No, papá, no me refiero a eso. –¿No? –No,quiero saber por qué cuando se descubre un pez se sabe que se llama así. –¿Que se llama así? ¿Qué quieres decir? –Quiero decir que, cuando se descubre un nuevo pez, ¿cómo se averigua cuál es su verdadero nombre? ¿Cómo se sabe que no se llama de otro modo? –¿De otro modo? ¿Qué quieres decir? –Sí, que en realidad no se llama de otro modo, por ejemplo, en lugar de pez trompa tamanduá, ¿por qué no quajakougou o algo parecido...? En ese momento entendí lo que quería decir Oskar. Piensa que todo animal –y quizá también una planta y todo lo demás, una roca, etc.– debería tener un nombre propio, un nombre que quizá no tenga nada que ver con cómo llaman a las cosas los seres humanos... ¿De dónde les vienen sus nombres a los animales? Ya en la Biblia se dice que Adán puso nombre a los animales. Y eso no es completamente falso. Los nombres que tienen los animales se los han puesto los hombres. En todas partes del mundo los habitantes de cada país dan nombres a los animales que viven en él. Pero los investigadores de otros países a menudo han llamado a los animales con nombres nuevos y diferentes. De modo que la gran mayoría de los animales tienen muchos nombres muy diferentes. A las suricatas los alemanes las llaman Erdmännchen («hombrecillos de tierra»). Los ingleses las llaman Meerkat, que por su origen holandés significa propiamente «gato de agua» (en latín se llaman cercopithecus) y resulta muy equívoco, pues las suricatas no pertenecen a los monos, como los cercopithecus, sino a las civetas, como por ejemplo los mungos. Esto sucede muchas veces porque las personas que dieron nombre a los animales no supieron hacerlo bien. Tampoco el hipopótamo es un caballo, sino que está emparentado con los cerdos. Pero los antiguos griegos que vieron por primera vez a esos animales los llamaron hippopótamos, y eso en griego significa «caballo de río». Sucede lo mismo con el oso hormiguero, que no está emparentado con los osos, sino que junto con el perezoso o el pangolín pertenece a la familia de los «desdentados» porque su largo hocico trompa no tiene dientes. Respecto a otros animales, por el contrario, resulta fácil lo del nombre. La serpiente cascabel, que repiquetea con el final de la cola cuando siente peligro, en casi todas las leguas se llama así, más o menos. También los pingüinos se llaman así en muchas lenguas, aunque su nombre sea un tanto absurdo. La palabra penguin proviene de Gales y significa «cabeza blanca». Y quien haya visto de cerca alguna vez un pingüino sabe que los pingüinos no tienen cabezas blancas. El nombre de pingüino fue originariamente el nombre de otra ave, a saber, del alca gigante, que ya ha desaparecido. Y esta sí tenía una gran mancha blanca en la cabeza. Cuando los primeros pingüinos llegaron a Gran Bretaña la gente de mar se acordó del alca gigante. Pensaron que esas aves tenían que estar emparentadas con el alca. Y así fue como el pingüino llegó a tener ese nombre. Algunos nombres de animales, por el contrario, no solo están mal elegidos, sino que no tienen ningún sentido. Un ejemplo divertido es el glotón (en alemán Vielfrass). Es la mayor marta del mundo y tiene la estatura de un perro fuerte de tamaño mediano. Los glotones viven en el norte de Europa. Y en el lenguaje de los lapones se los llama fjellfräs. La palabra fjell significa «monte» o «roca», y la palabra fräs significa «gato». Y fjellfräs significa, pues, «gato de roca» o «gato montés». Está claro que los investigadores alemanes, que dieron su nombre al glotón (Vielfrass), no entendieron bien la palabra. Y como en el juego de los «susurros» (whispers), en el que unos susurran palabras al oído de otros, y al final resulta una cosa completamente diferente, el fjellfräs se convirtió en Vielfrass, es decir, el gato montés o de roca se convirtió en el glotón. En Inglaterra, por otra parte, al glotón se le llama de modo completamente diferente, wolverine, porque a los investigadores ingleses les recordaba a un lobo (wolf), a pesar de que el glotón no se parece en nada al lobo. Pero el glotón no es el único animal cuyo nombre se basa en un malentendido. Otro ejemplo famoso es el aye-aye. Se trata de un camarada muy extraño, que trepa de noche cautelosamente por los bosques tropicales de Madagascar, cazando insectos y gusanos en la corteza de los árboles con sus largos dedos. De todos los animales es el que más se parece a un alienígena, a un ser extraterrestre. Durante mucho tiempo no estuvo nada claro cómo ese animal llegó a llamarse aye-aye. Algunos libros antiguos afirmaban que el nombre provenía de los sonidos estridentes que emitía en sus excursiones nocturnas y que se asemejaban a un ay-ay. Pero ninguno de los diferentes sonidos que emite este animal suena así. Es más probable que su nombre tenga un origen completamente diferente. Mucho más convincente es la siguiente historia: cuando en 1863 los primeros exploradores europeos recorrían la selva tropical de Madagascar en busca de animales desconocidos, uno de sus guías nativos señaló de repente al ramaje y gritó: «¡Aiee! ¡Aiee!». Se trataba de un grito de alegría y sorpresa y significaba algo así como «¡mirad allí!». Pero los exploradores pensaron que ese era el nombre del animal. Y desde entonces se llama aye-aye. Otra historia cuenta que los nativos de Madagascar creían que el aye-aye poseía poderes mágicos. El animal teje coronas de ramaje como cama y los habitantes de la isla cuentan que no solo lo hace para sí mismo, sino que a veces desliza esa cama también bajo la cabeza de una persona mientras duerme. Cuando eso sucede, dicen, significa que el afortunado se va a hacer muy rico en poco tiempo. Pero si el aye-aye coloca su cama bajo los pies del durmiente, quiere decir que esa persona está poseída por poderes malignos y que morirá pronto. Por eso los nativos no quisieron revelar a los exploradores el nombre del aye-aye. Y cuando estos vieron por primera vez ese animal y preguntaron qué clase de extraño ser era, los nativos contestaron «heh heh», que significa «ni idea». Los investigadores creyeron que era el nombre del animal, y como no entendían bien las palabras eso se convirtió en «aye-aye». Así pues, el aye-aye se llama propiamente «¡mirad!» o «ni idea». Pero no todo nombre exótico de animal, que suene extraño, se basa en una confusión. El emú, un ave corredora australiana, parecida al avestruz, recibió ese nombre porque en la época de celo los machos gritan: «eeemuu». Y al tiburón alfombra, que vive en el Aquarium de Berlín y cuyo hábitat natural se encuentra propiamente en los mares alrededor de Australia, se le llama también wobbegong, que en la lengua de los aborígenes, los habitantes originarios de Australia, significa «barba áspera». El nombre es muy apropiado a causa de las muchas pestañas que el tiburón alfombra tiene en su boca y con las que...


Reguera, Isidoro
Isidoro Reguera (León, 1947), catedrático de filosofía en la universidad de Extremadura, es traductor e introductor de Wittgenstein en España. Entre sus numerosas publicaciones, cabe destacar La miseria de la razón (1980), La lógica kantiana (1989), El feliz absurdo de la ética (1994), El tercer mundo popperiano (1995)

o Ludwig Wittgenstein (2002).

Precht, Richard David
Richard D. Precht (Solingen, Alemania, 1964). Filósofo, periodista y escritor, estudió filosofía, filología alemana e historia del arte en la Universidad de Colonia, donde se doctoró en filosofía en 1994. Ha trabajado para diferentes periódicos (Die Zeit, Chicago Tribune) y emisoras de radio. Entre sus libros de divulgación puede destacarse ¿Quién soy y… cuántos? Un viaje filosófico, un best seller en Alemania que ha sido traducido a numerosos idiomas.

Richard D. Precht (Solingen, Alemania, 1964). Filósofo, periodista y escritor, estudió filosofía, filología alemana e historia del arte en la Universidad de Colonia, donde se doctoró en filosofía en 1994. Ha trabajado para diferentes periódicos (Die Zeit, Chicago Tribune) y emisoras de radio. Entre sus libros de divulgación puede destacarse ¿Quién soy y… cuántos? Un viaje filosófico, un best seller en Alemania que ha sido traducido a numerosos idiomas.


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