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E-Book, Spanisch, 704 Seiten

Prus Faraón


1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-350-4947-4
Verlag: EDHASA
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, 704 Seiten

ISBN: 978-84-350-4947-4
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Desde el Antiguo Epigto del siglo XI a.C. surge la figura de Ramsés XIII como protagonista absoluto de una historia extraordinaria. La formación del joven príncipe incluirá muy pronto en la conciencia exacta de su posición en la escala del poder y los primeros enfrentamientos con una casta sacerdotal dispuesta a conservar su fuerza milenaria. Ramsés habrá de esperar a que llegue su hora para vengar antiguos agravios, reforzar la autoridad del faraón y llevar adelante su particular visión de la sociedad y el Estado. Un enfrentameinto tan duro sinuoso y eterno como el país del Nilo, y en el que la religión se configura como arma primordial que esgrimir en la lucha política.

Boleslav Prus es el nombre literario del escritor polaco Aleksander Glowacki (Hrubieszów 1847-Varsovia, 1912). Durante sus años de universidad tomó parte en el levantamiento polaco contra las fuerzas rusas y fue encarcelado por las autoridades zaristas. Una vez liberado y tras obtener su graduación, quiso estudiar ciencas naturales, pero una serie de problemas financieros lo obligaron a desempeñar diversos trabajos. A los veinticinco años comienza su carrera como periodosta y escritor, de la que surgirán sus cartro novelas más importantes: El puesto avanzado, La muñeca, Los emancipados y faraón, su única novela histórica.
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Introducción

En el rincón noreste de África se encuentra Egipto, cuna de la más antigua civilización del mundo. Hace tres, cuatro e incluso cinco mil años, cuando en la Europa Central los bárbaros se cubrían con pieles sin curtir y se refugiaban en cuevas, ya Egipto poseía una avanzada organización social, agricultura, artesanía y literatura. Pero, sobre todo, realizaba magnas obras de ingeniería y elevaba colosales edificaciones cuyos restos despiertan la admiración de los técnicos contemporáneos.

Egipto es una fértil quebrada entre el desierto libio y el desierto arábigo. Su profundidad alcanza unos cuantos cientos de metros, su longitud doscientos diez kilómetros y su anchura media apenas llega a un kilómetro y medio. Desde el oeste, las dóciles, pero desnudas elevaciones libias; desde el este, las abruptas y cuarteadas rocas árabes componen las paredes de ese pasillo en cuyo fondo fluye un río: el Nilo.

Siguiendo la corriente del río, hacia el norte, las paredes de la quebrada descienden y a una distancia de cuarenta kilómetros del mar Mediterráneo divergen bruscamente y el Nilo, en vez de fluir dentro del angosto pasillo, se expande en varias ramificaciones sobre un extenso llano de forma triangular. Este triángulo, llamado Delta del Nilo, tiene como base la costa del mar Mediterráneo y en su vértice, donde el río sale de la quebrada, se encuentra la ciudad de El Cairo, así como también las ruinas de la secular capital: Menfis.

Si alguien pudiera elevarse unos treinta kilómetros y contemplar desde allí Egipto, vería la extraña forma del país y los singulares cambios de su colorido. Desde esa altura, sobre el fondo de las blancas y anaranjadas arenas, Egipto semejaría una serpiente que con enérgicas ondulaciones se desplazase a través del desierto en dirección al mar Mediterráneo para sumergir en él su cabeza triangular, ornamentada por los dos ojos: el izquierdo Alejandría, el derecho Damieta.

En el mes de octubre, cuando el Nilo sumerge a todo Egipto, esta larga serpiente tendría el color azul celeste de sus aguas. En el mes de febrero, cuando la vegetación primaveral ocupa el lugar de las aguas que han retrocedido, sería verde con una franja de color azul pálido a lo largo de todo su cuerpo y un sinnúmero de venitas azuladas en su cabeza, debido a los canales que cruzan el Delta. En marzo, la franja azul se estrecharía y el color del cuerpo de la serpiente, como resultado de la maduración de los cereales, adquiriría un color dorado. Finalmente, en los comienzos de junio, la banda del Nilo sería muy fina y el cuerpo de la serpiente se tomaría de color grisáceo, como si estuviese cubierto por un cendal, debido a la sequía y al polvo.

La propiedad básica del clima egipcio es el calor: en enero la temperatura llega a ser de unos l0°C sobre cero y en agosto alcanza los 27°C; a veces incluso llega a los 47°C, lo que en nuestra tierra corresponde a la temperatura de un baño romano. Además, en la vecindad del mar Mediterráneo, donde está el Delta, apenas si llueve unas diez veces al año y en el Alto Egipto. una vez cada diez años.

Sometido a tales condiciones y sin las aguas del sagrado Nilo que cada año lo resucita, Egipto —en vez de cuna de la civilización— sería una hondonada desértica, semejante a muchas de las que abundan en el Sahara. Desde finales de junio a finales de septiembre, el Nilo aumenta sus aguas e inunda Egipto casi por completo; desde finales de octubre hasta finales de mayo del siguiente año descienden sus aguas y gradualmente descubren cada vez más tierra apta para el cultivo. Las aguas del río están tan saturadas de partículas minerales y orgánicas que su color adquiere un tono parduzco y, por lo tanto, a medida que las aguas bajan, se va depositando en las tierras inundadas el fecundo limo que sustituye a los mejores fertilizantes. ¡Ese limo y ese clima caliente permiten que un egipcio aislado entre desiertos pueda lograr hasta tres cosechas en un solo año, y alrededor de trescientos granos por uno solo sembrado!

Pero Egipto no es una llanura uniforme, sino un país ondulado; algunas de sus tierras solamente beben las benditas aguas durante dos o tres meses y otras no las ven durante todo el aito, ya que las crecidas no alcanzan a algunas zonas. Independientemente de esto, a veces hay años en que el caudal es pobre y entonces una parte de Egipto no recibe el fructífero limo. En fin, como resultado de los calores, la tierra se seca muy rápidamente y hay que regarla como la de las macetas.

Todas estas circunstancias determinaban que el pueblo que viviera en el valle del Nilo debía perecer si era débil o controlar las aguas si poseía el ingenio para ello. Los antiguos egipcios tenían ese ingenio y, por lo tanto, crearon una civilización.

Hace ya seis mil años que se percataron de que el Nilo crece cuando el sol aparece por debajo de la estrella Sirio y comienza a disminuir cuando el sol se acerca a la constelación de Libra. Estos fenómenos los condujeron a las observaciones astronómicas y a la medición del tiempo.

Para disponer de agua durante todo el año excavaron una larguísima red de canales de unos cuantos miles de kilómetros. Por otra parte, para protegerse contra las crecidas demasiado grandes erigieron soberbias presas y excavaron depósitos, como el lago artificial Moeris, de trescientos kilómetros cuadrados de superficie y con una profundidad de unos doce pisos. Finalmente, a lo largo del Nilo y los canales construyeron muchísimos y sencillos, pero eficaces, ingenios hidráulicos con cuya ayuda se podía recoger agua y verterla sobre campos situados a un nivel más alto, es decir, de uno o dos pisos de altura. Y como complemento de todo ello cada año era necesario extraer el limo de los canales, mejorar las presas y construir vías situadas en zonas altas para que las tropas pudieran desplazarse cuando fuera necesario.

Estos enormes trabjos exigían, además de conocimientos sobre astronomía, agrimensura, mecánica y construcción, una formidable organización. Aunque se tratase del reforzamiento de un dique o de la limpieza de los canales había que hacer las obras y en un plazo de tiempo determinado, por grande que fuera la extensión de la superficie. De aquí surgió la necesidad de formar una especie de ejército de obreros que contase con decenas de miles de cabezas y actuara con un propósito definido y bajo un mando único. Este ejército debía integrarse por una gran cantidad de pequenos y grandes jefes, un enorme número de brigadas que realizaran trabajos muy diversos y que estuvieran dirigidos a la obtención de un resultado homogéneo; tal ejército necesitaba muchas vituallas, medios y fuerzas auxiliares.

Egipto alcanzó a formar ta1 ejército de trabajadores y a él le debe sus memorables obras.

Todo da a entender que los planes y objetivos de este ejército fueron elaborados por los sacerdotes, es decir, por los sabios, ya que su formación fue ordenada por los reyes, o sea, por los faraones. Como consecuencia de esto, el pueblo egipcio, en los tiempos de su grandeza, formaba algo semejante a una sola persona en la cual el estamento sacerdotal desempeñaba el papel del pensamiento, el Faraón, la voluntad y el pueblo —el cuerpo y la obediencia—, el cemento.

Con este sistema, la propia naturaleza, que exigía un enorme, continuo y sólido trabajo, formó el esqueleto de la organización social de ese país: el pueblo trabajaba, el Faraón dirigía y los sacerdotes trazaban los planes. Y como estos tres factores se dirigían uniformemente hacia los objetivos señalados por la naturaleza, la comunidad podía florecer y crear sus obras perdurables por siglos.

El apacible, alegre y ciertamente no belicoso pueblo egipcio se dividía en dos clases: los agricultores y los artesanos. Entre los agricultores debía de haber algún que otro propietario de pequeñas áreas de tierra cultivable, pero por lo general eran arrendatarios de tierras que pertenecían a1 Faraón, a los sacerdotes y a la aristocracia. Los artesanos, productores de vestidos, de muebles, vasijas y herramientas, eran independientes; los que trabajaban en grandes construcciones formaban una especie de ejército del trabajo.

Cada una de esas especialidades, principalmente la de la construcción, exigía fuerzas de tracción y máquinas: alguien tenía que recoger agua de los canales por espacio de días enteros o trasladar piedras desde las canteras hasta los sitios donde fueran necesarias. Los trabajos más duros de índole mecánica y, sobre todo, los traba os en las canteras, eran realizados por delincuentes condenados por la justicia o prisioneros de guerra que habían sido esclavizados.

Los nativos de Egipto tenían la piel de color cobrizo, de lo que se vanagloriaban y al mismo tiempo despreciaban a los negros etíopes, a los amarillos semitas y a los blancos europeos. Era el color de su piel lo que les permitia diferenciar a los suyos de los foráneos y contribuía a mantener la unidad nacional más eficazmente que la propia religión, que se puede adoptar, o el idioma, que se puede aprender.

Sin embargo, con el transcurso del tiempo, cuando la estructura del estado comenzó a resquebrajarse, llegaron al país cada vez más extranjeros. Éstos debilitaron la cohesión, explotaron a los nativos y, por último, inundaron y disolvieron en su seno a los habitantes autóctonos del país.

Faraón gobernaba el país con ayuda de un ejército permanente y de la milicia o policía, así como también con la ayuda de una grau cantidad de funcionarios, de entre los cuales se fue creando paulatinamente una aristocracia nativa. Por derecho propio, el Faraón...



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