E-Book, Spanisch, 320 Seiten
Reihe: TBR
Quintas Garciandía Lady Marian
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-19621-50-4
Verlag: TBR Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 320 Seiten
Reihe: TBR
ISBN: 978-84-19621-50-4
Verlag: TBR Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Alba Quintas Garciandia (Madrid, 1994) es autora de novela, poesía y teatro, graduada en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid. Su introducción en la literatura juvenil fue de la mano del Premio Internacional Jordi Sierra i Fabra con la novela Al otro lado de la pantalla (SM), que salió en 2012 y posteriormente se tradujo al alemán. Un año después publicó Globe y en 2015 consiguió el Premio Extraordinario en el certamen de La Caixa/Plataforma Editorial por La chica del león negro (Plataforma Neo). En 2017 publicó La flor de fuego (Nocturna), sobre la matanza de Columbine.
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PRÓLOGO
Aquella capilla era el edificio más extraño de todos cuantos Sophie había visto en Alstreim.
Los muros ruinosos eran incapaces de contener el viento del anochecer, que se colaba con libertad entre las grietas y hacía tiritar a la joven. El espacio era pequeño, pero distaba mucho de resultar acogedor. Apenas habían sobrevivido una mesa sencilla que hacía las veces de altar y un par de bancos de madera vieja con detalles en hierro forjado. En la pared del fondo, en lugar de un retablo como los que Sophie había estudiado en los archivos históricos, había pintada una enorme cruz cristiana en negro, con rudos brochazos que no acababan de disfrazar el mal estado del muro. El resto era piedra desnuda y un suelo de baldosas rotas.
Sophie Adler jamás había visto un edificio con paredes de piedra. En Tesla, la mayoría estaban hechos de ladrillo recubierto de fibra de carbono para protegerlos de los terremotos, con cristaleras que muchas veces ocupaban fachadas enteras.
Los ecos del pasado marcaban la atmósfera decadente y sombría de Alstreim, y aquella capilla, de entre todos los lugares que Sophie había visitado dentro del Lady Marian, se llevaba la palma.
Barrió la sala con la mirada y contuvo la respiración al darse cuenta de que no estaba sola. Sentada en el extremo de uno de los bancos, murmurando una plegaria, había una figura menuda vestida con un hábito de monja. No se volvió cuando los pasos de Sophie se aproximaron, aunque estaba segura de que la había oído llegar. Cualquier buen actor veía todo lo que ocurría encima del escenario, aunque no estuviera mirando en esa dirección.
La muchacha se sentó, dejando un par de metros de separación entre ambas, y esperó con paciencia a que los rezos concluyeran. Llevaba demasiado tiempo buscando respuestas, buscándola a ella, como para estropear aquel momento.
La hermana Helen.
Uno de los mayores misterios del Lady Marian. El eterno interrogante.
Pero Helen era solo un personaje. Quien estaba detrás, quien lo hacía real gracias a su talento, a sus impulsos, a su sensibilidad siempre única e inimitable, era la gran actriz de origen francés Monique Dumont.
Si la hermana Helen era para Sophie una puerta hacia la resolución del Lady Marian, Monique Dumont constituía una meta en sí misma. Años atrás, se hubiera cortado una mano con tal de tener la oportunidad de hablar y trabajar con aquella mujer a la que tanto admiraba.
La examinó. Debía de ser, a lo sumo, cinco o seis años mayor que ella. La toca dejaba escapar algunos bucles castaños que enmarcaban un rostro redondo de facciones dulces, aunque también tristes. Había visto una y otra vez aquellos rasgos en algunas de las producciones más populares de Tesla. Sus ojos oscuros se escondían detrás de unas gafas anticuadas que eran parte de la caracterización del personaje.
Pero Sophie tenía que dejar de pensar en ella como en la actriz que había admirado: las respuestas que buscaba las tenía el personaje.
La monja se santiguó lentamente y, entonces sí, clavó los ojos en su acompañante.
-Pensé que te unirías a mis oraciones -fue lo primero que dijo. Su voz suave parecía enrollarse con delicadeza en las columnas de piedra, disfrazando su desolación con una pizca de calidez.
Sophie sonrió con amabilidad.
-Me temo que yo tengo fe en cosas distintas que usted, hermana.
La hermana Helen asintió, comprensiva. Su pulcra imagen parecía fuera de lugar en aquella capilla oscura, como si la suciedad y la ruina del lugar pudieran sepultarla en cualquier momento.
Pero detrás de toda aquella gentileza no había en absoluto una mujer indefensa, se dio cuenta la joven. La rectitud de su espalda y la mirada brillante que jamás bajaba hacia el suelo se lo confirmaron. Sophie no era la única que estudiaba la situación con cuidado.
Y las siguientes palabras de la hermana no hicieron sino confirmárselo:
-Tú eres Sophie Adler, ¿no es así?
El respingo de la muchacha al oír aquello pareció servirle de confirmación.
-Te espero desde que vi que habías pegado aquel salto en el ranking, que habías pasado a ser la número uno -continuó-. Solo había una manera de avanzar tanto, y era encontrándome.
«Aquel salto en el ranking».
Ese era un detalle que Sophie no podía pasar por alto. Implicaba demasiadas cosas, ya que ninguno de los demás actores del Lady Marian había abandonado su personaje hasta ese momento. Por crítica que fuera la situación, se aferraban a su papel como si les fuera la vida en ello.
-No estás... actuando.
La monja se echó a reír. La joven no hubiera sabido decir por qué, pero había algo en aquella situación que no le encajaba.
-¿Estás tan acostumbrada a jugar al Lady Marian que no sabes cómo mantener una conversación sincera, Sophie Adler? A lo mejor es que ves la realidad como un guion ya escrito, y no sabes qué hacer cuando una actriz lo abandona.
Sí: había algo raro en todo aquello, y no solo eran las palabras de la hermana Helen. El personaje que tenía ante ella reconocía que estaban dentro de un juego, sí, pero no parecía la Monique Dumont que Sophie recordaba de los reportajes y entrevistas. Su acento la había abandonado. Su voz era más aflautada, sus gestos más afables. Estaba demasiado cómoda en aquel hábito, y acariciaba de vez en cuando la pequeña cruz que llevaba al cuello como haría cualquier religiosa.
-Sabes quién soy, ¿verdad? -dijo al fin.
La monja se rio cariñosamente.
-Oh, querida... Tu mejor amigo era uno de los actores protagonistas y tu expareja también forma parte del reparto. Todo el mundo aquí sabe quién eres.
Helen había sido el personaje más buscado de todos, por la creencia, aparentemente fundamentada, de que tenía la clave para resolver el misterio. La localización del resto de personajes siempre había estado marcada en el mapa del juego, pero a ella había que encontrarla a través de un camino de pistas muy bien ocultas. Un camino que había consumido los días previos a aquel encuentro de Sophie.
Y ahora se encontraba a alguien que no parecía estar actuando, como si perteneciera por completo a aquel lugar.
De alguna manera u otra, la hermana Helen pareció adivinar en qué dirección viajaban sus pensamientos.
-Quizá te sorprenda oírme hablar así -le dijo-, o puede que no tanto. Tengo la sospecha de que, desde el principio, sabes algo que el resto desconoce... Dime, Sophie: ¿quieres ganar el Lady Marian?
Aquella era la pregunta que más temía escuchar la joven desde hacía días.
«Más que nada en el mundo».
Podría responder aquello. Era lo que todos esperaban que dijera, lo que la mayoría de los habitantes de Tesla deseaba en esos momentos.
Pero no estaba preparada para ser tan brutalmente sincera consigo misma. Todavía no. Por ello, optó por contestar lo que habría sido la verdad en el pasado:
-Jamás pedí jugar a la versión beta del Lady Marian pensando en ganar. Quiero averiguar lo que le pasó a Elías... o, mejor dicho, a Rasvan -se dio cuenta de que era la primera vez que admitía aquello en voz alta en Alstreim, la primera que pronunciaba el nombre de su amigo. Algo que pesaba demasiado amenazó una vez más con hundir su pecho, pero Sophie se obligó a continuar-. Supongo que conoces la relación que tenía con él: trabajamos juntos durante mucho tiempo, le conocía como conozco a pocas personas. Y lo que han dicho sobre su muerte..., ni una sola de las cosas que afirman parece referirse a mi mejor amigo. La versión oficial no encaja, y los rumores que aparecieron luego sobre Rasvan tampoco.
Decir aquello le produjo un agotamiento que nada tenía que ver con su cuerpo ni con las horas de insomnio que acumulaba. Se revolvió el pelo, en un intento por esconder la desesperación que sabía que había invadido su rostro, y miró a su interlocutora.
Quería creer que por fin había dado con alguien que la podía ayudar.
Helen pareció entender su angustia, porque se acercó un poco más a ella y sonrió. Su expresión traslucía un cariño que Sophie nunca había esperado ver en Alstreim, y que no parecía posible en aquella ciudad de edificios semiderruidos y callejones llenos de sombras que no habían dejado de perseguirla. Aquella sonrisa consiguió relajarla un poco.
-Realidad... -dijo la monja-. Has escogido una palabra curiosa. ¿Crees que la realidad es única? ¿Crees que este lugar es... una falsificación? ¿Es solo un juego?
A eso sí que podía responder, pues eran preguntas que llevaba demasiado tiempo haciéndose.
-Creo que es la mejor fábula que alguien podía inventar....