E-Book, Spanisch, 114 Seiten
Reihe: 100XUNO
Ratzinger Mirar a Cristo
2. Auflage 2018
ISBN: 978-84-9055-867-6
Verlag: Ediciones Encuentro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Ejercicios de Fe, Esperanza y Caridad
E-Book, Spanisch, 114 Seiten
Reihe: 100XUNO
ISBN: 978-84-9055-867-6
Verlag: Ediciones Encuentro
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Joseph Ratzinger nació en Marktl am Inn (Alemania) en 1927, y fue ordenado sacerdote en 1951. Es Doctor en Teología desde 1953, y ha sido catedrático, entre los años 1959 y 1977, en las Facultades de Teología de Bonn, Münster, Tubinga y Ratisbona. En 1972 fundó, junto con Urs von Balthasar y Henri de Lubac entre otros, la revista sobre teología Communio. Posteriormente, en 1977, fue nombrado arzobispo de Munich y cardenal. Desde 1981 fue Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe y Presidente de la Pontificia Comisión Bíblica y de la Comisión Teológica Internacional, hasta que el 19 de abril de 2005 fue elegido Papa y tomó el nombre de Benedicto XVI. Tras ocho años de pontificado, renunció al ministerio papal el 28 de febrero de 2013.
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1. Optimismo moderno y esperanza cristiana
En la primera mitad de los años setenta, un amigo de nuestro grupo hizo un viaje a Holanda. Allí la Iglesia siempre estaba dando que hablar, vista por unos como la imagen y la esperanza de una Iglesia mejor para el mañana, y por otros como un síntoma de decadencia, lógica consecuencia de la actitud que había asumido. Con cierta curiosidad esperábamos el relato que nuestro amigo hiciera a su vuelta. Como era un hombre leal y un preciso observador, nos habló de todos los fenómenos de descomposición de los que ya habíamos oído algo: seminarios vacíos, órdenes religiosas sin vocaciones, sacerdotes y religiosos que en grupo daban la espalda a su propia vocación, desaparición de la confesión, dramática caída de la frecuencia en la práctica dominical, etc., etc. Por supuesto nos describió también los experimentos y novedades, que no podían, a decir verdad, cambiar ninguno de los signos de decadencia, y más bien la confirmaban. La verdadera sorpresa del relato fue, sin embargo, la valoración final: a pesar de todo, una Iglesia grande, porque en ninguna parte se observaba pesimismo, todos iban al encuentro del futuro llenos de optimismo. El fenómeno del optimismo general hacía olvidar toda decadencia y toda destrucción; era suficiente para compensar todo lo negativo.
Yo hice mis reflexiones particulares en silencio. ¿Qué se habría dicho de un hombre de negocios que escribe siempre cifras en rojo, pero que en lugar de reconocer sus pérdidas, de buscar las razones y de oponerse a éstas con valentía, se presenta ante sus acreedores únicamente con optimismo? ¿Qué habría que pensar de la exaltación de un optimismo simplemente contrario a la realidad? Intenté llegar al fondo de la cuestión y examiné diversas hipótesis. El optimismo podía ser sencillamente una cobertura, detrás de la que se escondiera precisamente la desesperación, intentando superarla de esa forma. Pero podía tratarse de algo peor: este optimismo metódico venía producido por quienes deseaban la destrucción de la vieja Iglesia y que, sin ruido, con la excusa de la reforma, querían construir una Iglesia completamente distinta, a su gusto, pero que no podían empezarla para no descubrir demasiado pronto sus intenciones. Entonces el optimismo público era una especie de tranquilizante para los fieles, con el fin de crear el clima adecuado para deshacer, posiblemente en paz, la misma Iglesia, y conquistar así el dominio sobre ella. El fenómeno del optimismo tendría por tanto dos caras: por una parte supondría la felicidad de la confianza, aunque más bien la ceguera de los fieles, que se dejan calmar con buenas palabras; por otra consistiría en una estrategia consciente para un cambio en la Iglesia, en el que ninguna otra voluntad superior —voluntad de Dios— nos molestara, inquietando nuestras conciencias, y nuestra propia voluntad tendría la última palabra. El optimismo sería finalmente la forma de liberarse de la pretensión, ya amarga pretensión, del Dios vivo sobre nuestra vida. Este optimismo del orgullo, de la apostasía, se habría servido del optimismo ingenuo, más aún, lo habría alimentado, como si este optimismo no fuera sino esperanza cierta del cristiano, la divina virtud de la esperanza, cuando en realidad era una parodia de la fe y de la esperanza.
Reflexioné igualmente sobre otra hipótesis. Era posible que semejante optimismo fuera sencillamente una variante de la fe liberal en el progreso perenne: el sustituto burgués de la esperanza perdida de la fe. Llegué incluso a concluir que todos estos componentes trabajaban conjuntamente, sin que se pudiera fácilmente decidir cuál de ellos, cuándo y dónde predominaba sobre los otros.
Poco después mi trabajo me llevó a ocuparme del pensamiento de Ernst Bloch, para quien el «principio esperanza» es la figura especulativa central. Según Bloch, la esperanza es la ontología de lo aún no existente. Una buena filosofía no debe pensar en estudiar lo que es (sería conservadurismo o reacción), sino en preparar lo que aún no es, ya que lo que es, es digno de perecer; el mundo verdaderamente digno de ser vivido todavía debe ser construido. La tarea del hombre creativo es por tanto la de crear el mundo bueno que aún no existe; para esta tarea tan elevada la filosofía debe desempeñar una función decisiva: es el laboratorio de la esperanza, la anticipación del mundo del mañana en el pensamiento, anticipación de un mundo razonable y humano, que ya no se forma por casualidad, sino que es pensado y realizado por medio de nuestra razón. Teniendo como telón de fondo estas experiencias, lo que me sorprendió fue el uso del término «optimismo» en este contexto. Para Bloch (y para algunos teólogos que le siguen) el optimismo es la forma y la expresión de la fe en la historia, y por tanto es necesario para una persona que quiera servir a la liberación, la evocación revolucionaria del mundo nuevo y del hombre nuevo [17]. La esperanza es por tanto la virtud de una ontología de lucha, la fuerza dinámica de la marcha hacia la utopía.
Mientras leía a Bloch pensaba que el «optimismo» es la virtud teológica de un Dios nuevo y de una nueva religión, la virtud de la historia divinizada, de una «historia» de Dios, del gran Dios de las ideologías modernas y de sus promesas. Esta promesa es la utopía, que debe realizarse por medio de la «revolución», que por su parte representa una especie de divinidad mítica, por así decirlo una «hija de Dios» en relación con el Dios-Padre «Historia». En el sistema cristiano de las virtudes la desesperación, es decir la oposición radical contra la fe y la esperanza, se califica como pecado contra el Espíritu, porque excluye su poder de curar y de perdonar, y se niega por tanto a la redención [18]. En la nueva religión el «pesimismo» es el pecado de todos los pecados, y la duda ante el optimismo, ante el progreso y la utopía, es un asalto frontal al espíritu de la edad moderna, es el ataque a su credo fundamental sobre el que se fundamenta su seguridad, que por otra parte está continuamente amenazada por la debilidad de aquella divinidad ilusoria que es la historia.
Todo esto me vino a la mente de nuevo cuando saltó el debate sobre mi libro Rapporto sulla fede, publicado en 1985. El grito de oposición que se levantó contra este libro sin pretensiones, culminaba con una acusación: es un libro pesimista. En algún lugar se intentó incluso prohibir la venta, porque una herejía de este calibre sencillamente no podía ser tolerada. Los detentadores del poder de la opinión pusieron el libro en el índice. La nueva inquisición hizo sentir su fuerza. Se demostró una vez más que no existe peor pecado contra el espíritu de la época que convertirse en reo de una falta de optimismo. La cuestión no era: ¿es verdad o no lo que se afirma?, ¿los diagnósticos son justos o no? Pude constatar que nadie se preocupaba en formular tales cuestiones fuera de moda. El criterio era muy simple: o hay optimismo o no, y ante este criterio mi libro era, sin duda, una frustración. La discusión, encendida artificialmente, sobre el uso de la palabra «restauración», que no tenía nada que ver con lo que se decía en el libro, era solamente parte del debate sobre el optimismo: parecía ponerse en cuestión el dogma del progreso. Con la cólera que sólo un sacrilegio puede evocar se atacaba a aquella negación del Dios Historia y de su promesa. Pensé en un paralelismo en el campo teológico. El profetismo ha sido visto por muchos unido por una parte a la «crítica» (revolución), y por otra al «optimismo», y de esta forma se ha convertido en el criterio central de la distinción entre verdadera y falsa teología.
¿Por qué digo todo esto? Creo que es posible comprender la verdadera esencia de la esperanza cristiana y revivirla, únicamente si se mira a la cara a las imitaciones deformadoras que intentan insinuarse por todas partes. La grandeza y la razón de la esperanza cristiana vienen a la luz sólo cuando nos liberamos del falso esplendor de sus imitaciones profanas. Antes de iniciar la reflexión positiva sobre la esencia de la esperanza cristiana, me parece importante precisar y completar los resultados que hemos alcanzado hasta el momento. Habíamos dicho que existe hoy un optimismo ideológico que se podría definir como un acto de fe fundamental de las ideologías modernas. Añado ahora tres elementos importantes:
1. El optimismo ideológico, este sustituto de la esperanza cristiana, debe distinguirse de un optimismo de temperamento y de disposición. Este es sencillamente una cualidad natural psicológica que puede ir unida a la esperanza cristiana, lo mismo que al optimismo ideológico, pero que de por sí no coincide con ninguno de los dos. El optimismo de temperamento es algo hermoso y útil ante la angustia de la vida: ¿quién no se regocija ante la alegría y confianza natural que irradia de una persona? ¿Quién no lo desearía para sí mismo? Como todas las disposiciones naturales, semejante optimismo es sobre todo una cualidad moralmente neutra; como todas las disposiciones debe ser desarrollado y cultivado para formar positivamente la fisonomía moral de una persona. Ahora bien, puede crecer mediante la esperanza cristiana y convertirse en algo más puro y profundo; al contrario, en una existencia vacía y falsa puede decaer y convertirse en pura fachada. Es importante para nuestra reflexión no confundirlo con el optimismo ideológico, pero también es importante no identificarlo con la esperanza cristiana, que (como ya se ha dicho) puede crecer sobre él, pero que como virtud teológica es una cualidad humana de otro nivel, mucho más profundo e...