E-Book, Spanisch, Band 271, 290 Seiten
Reihe: Las Tres Edades
Ray El bucanero de Bombay
1. Auflage 2018
ISBN: 978-84-17454-35-7
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, Band 271, 290 Seiten
Reihe: Las Tres Edades
ISBN: 978-84-17454-35-7
Verlag: Siruela
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Satyajit Ray (Calcuta, India, 1921-1992) escritor, ilustrador, crítico cinematográfico y un prolífico director de cine, dirigió treinta y siete películas a lo largo de su vida, que comprenden largometrajes, documentales y cortos. Estudió Bellas Artes en la Visva-Bharati University. Recibió los más importantes premios del cine, incluyendo un Óscar honorífico en 1992.
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El bucanero de Bombay
I
Una caja de dulces en manos de Lalmohan Ganguly, alias Jatayu, me sorprendió. Normalmente, cuando viene a visitarnos no trae más que un paraguas. Es verdad que trae un paquete de libros siempre que sale una de sus novelas de misterio, pero eso solo pasa dos veces al año. Lo de hoy era una caja de cartón blanco, de las de 25 rupias, de la nueva confitería de Mirzapur Street, Kallol Mishtanna Bhandar, con una cinta dorada alrededor y unas letras azules que decían, por uno y otro costado: «Kallol-Surtido Cinco Delicias». Al abrir la caja se veían cinco departamentos, cada uno con dulces de una clase; y en el del centro, siempre, la invención de Kallol, la Diamonda, en forma de diamante y con papel de plata.
¿Por qué traía Lalmohan Babu una de aquellas cajas? ¿Y por qué aquella sonrisa ufana de conquistador?
Apenas hubo entrado y, dejando la caja encima de la mesa, tomado asiento, Feluda le dijo:
—¿Así que acaba de recibir la buena noticia de Bombay?
El asombro de Lalmohan Babu no llegó a borrarle la sonrisa de la cara; se limitó a alzar las cejas.
—¿Cómo lo ha adivinado?
—Porque hace una hora que dieron las cinco..., pero según su reloj son las tres y cuarto. Eso solo puede significar que, en el primer arrebato de alegría, no se ha acordado de mirarlo. ¿Qué es, que se le ha roto el muelle o simplemente que se ha olvidado de darle cuerda?
Lalmohan Babu recogió el chal azul que traía a rastras y se lo echó sobre el hombro izquierdo como si fuera una toga romana.
—Yo había pedido veinticinco —dijo—, y esta mañana, nada más despertarme, la criada me dio un telegrama. Aquí está.
Sacó del bolsillo un telegrama color de rosa y nos lo leyó.
—«Productor ofrece diez por Bucanero, ruego telegrafíe conformidad». Yo he respondido: «Conforme vender Bucanero por diez, cordialmente».
—¡Diez mil! —A Feluda, a pesar de su flema habitual, se le abrieron de par en par los ojos—. ¡Ha vendido usted una historia por diez mil rupias!
Jatayu sonrió con una sonrisa modesta de satisfacción.
—El dinero no lo tengo todavía. Lo cobraré en cuanto llegue a Bombay.
—¿Se va a Bombay? —Y los ojos de Feluda se volvieron a desorbitar.
—No solo yo; ustedes dos también. Invitados por mí. Esta historia no habría podido escribirse sin su ayuda.
Eso es verdad, según puedo explicar.
Desde hacía muchos años era el sueño de Jatayu que uno de sus libros fuera llevado al cine. Como las películas bengalíes no dan dinero, se había hecho la ilusión de una película hindi. Estaba decidido a escribir una historia que pudiera ser un exitazo del cine hindi. Tenía un amigo en los círculos cinematográficos de Bombay, un hombre llamado Pulak Ghoshal, que en cierta época había vivido en Garpar, dos casas más allá de la de Lalmohan Babu. Trabajó como ayudante de dirección en tres películas rodadas en los estudios Tollygunge de Calcuta, y luego, en un súbito arranque de valentía, se fue a Bombay. Por lo visto había llegado a ser uno de los directores más cotizados de allí.
Cuando Lalmohan Babu se atascó en el tercer capítulo de aquella historia, acudió a Feluda en busca de auxilio. Feluda leyó los capítulos y dijo:
—Pues menos mal que se quedó usted atascado a la mitad. Esto habría sido mucho trabajo para nada. En Bombay no lo habrían querido jamás.
Lalmohan Babu se rascó la cabeza y dijo:
—Pues dígame usted qué es lo que pueden querer. A mí se me ocurrió ir a ver unos cuantos éxitos del momento antes de escribir esto. Estuve haciendo cola para sacar entrada en dos ocasiones. La primera vez me robaron la cartera. La segunda tardé una hora y quince minutos en llegar a la taquilla, y ya no había localidades. Claro que afuera las estaban vendiendo al doble de su precio. Pero el temor de gastarme doce rupias para salir con dolor de cabeza me hizo desistir.
Al final Feluda le había dicho que él le daría un esquema.
—Ya sabrá usted que lo que ahora hace furor son los papeles dobles.
Pero Lalmohan Babu ni sabía lo que era un papel doble.
—¿No ha visto que en la película salen dos personajes que parecen el mismo? —le preguntó Feluda.
—Ah, ¿quiere decir gemelos?
—Bueno, pueden ser gemelos; o puede ser que no tengan ningún parentesco, y aun así parezcan el mismo. Tienen el mismo aspecto, pero uno es bueno y el otro es malo, o uno es listo y hábil, mientras que el otro es un inútil. El segundo es plebeyo. Lo podría usted mejorar añadiendo otro elemento: dos papeles dobles en lugar de uno. El héroe número uno hace pareja con el malo número uno, y el héroe número dos con el malo número dos, y la existencia de la segunda pareja se mantiene en secreto al principio. Luego...
Al llegar ahí Lalmohan Babu lo había interrumpido:
—¿No será demasiado complicado?
Feluda negó con la cabeza.
—Amigo mío, necesita usted material para tres horas. Últimamente hay una norma nueva, y es que todas las peleas son pocas. Así que hay que plantear la historia de otra manera. Hora y media para construir el misterio, y otra hora y media para desenredarlo.
—¿Y usted cree que con el papel doble ya está?
—¿Por qué eso solo? Hay muchas otras cosas. Tome nota.
Lalmohan Babu había sacado prestamente un cuadernito rojo y un lápiz dorado del bolsillo de la chaqueta.
—Atienda: tiene que haber contrabando, de oro, de diamantes, de marihuana, de hachís, de lo que sea; cinco canciones, una de ellas devota; dos números de baile; dos o tres secuencias de persecución, en una de las cuales por lo menos debe salir un coche caro cayendo por una pendiente; tiene que haber una escena de incendio; la novia del héroe debe ser la heroína, y la novia del malo tiene que ser la vampiresa; tiene usted que meter un policía insobornable; algunas escenas con el héroe en flashback; momentos de humor; acción rápida y cambios de ambiente para que la historia no se haga pesada; si puede, trasladar la acción a la montaña o a una playa, para que los actores no tengan que estar rodando todo el rato en la atmósfera cerrada de los estudios... ¿Lo ha apuntado todo?
Lalmohan Babu, que había estado escribiendo a velocidad supersónica, asintió.
—Y por último, esto es imprescindible, el final tiene que ser feliz. Y, si antes ha conseguido hacer llorar, mucho mejor.
Aquello había bastado para que Lalmohan Babu se pusiera a escribir furiosamente, tanto que en los dos meses siguientes de forcejeo con la historia se le hicieron ampollas en dos dedos de la mano derecha. Por fortuna, en ese tiempo Feluda no tuvo ocupaciones fuera de Calcuta. Lo más lejos que tuvo que ir fue a Barrackpore, a investigar la misteriosa muerte de Kadar Sarkar. Lalmohan Babu venía sin falta dos veces por semana. Con todo y con eso, El bucanero de Bombay, que hacía el número trigesimosegundo entre las novelas de aventuras de Jatayu, no se publicó hasta justo antes de la puja. Y el argumento era tal que trasladado al cine no tenía por qué dar dolor de cabeza. Reunía, eso sí, todos los ingredientes de una película hindi taquillera, pero sin los excesos insoportables del género.
Lalmohan Babu ya le había enviado a Pulak Ghoshal una copia del manuscrito. Hace ahora diez días llegó una carta diciendo que la historia había sido aceptada, y que Pulak Babu quería poner manos a la obra enseguida. Él mismo había escrito el guion. Los diálogos en hindi los estaba escribiendo Tribhuban Gupta, de quien se suponía que cada frase era una daga apuntada al corazón del espectador, capaz de provocar las más intensas reacciones. Lalmohan Babu había respondido a esa carta pidiendo 25.000 rupias, sin consultar siquiera a Feluda. El telegrama de hoy era la contestación. A mí no me cabía duda de que Lalmohan Babu se había dado cuenta de que pedir 25.000 rupias era pasarse.
Ahora, tras tomar un sorbo de té y emitir un murmullo de satisfacción con los ojos entornados, Lalmohan Babu dijo:
—El joven Pulak me ha escrito que no está introduciendo muchos cambios en la historia: que en conjunto queda como yo o, mejor dicho, nosotros la escribimos.
Feluda alzó una mano.
—Le agradecería que no pluralizase.
—Pero...
—¡Vamos, hombre! El mismísimo Shakespeare empleó argumentos de otros. Pero ¿alguna vez se le oyó decir «nuestro Hamlet?». Jamás. Yo puedo haber aportado algunos de los ingredientes, pero el cocinero ha sido usted. ¿Voy a presumir yo de tener su toque maestro?
Lalmohan Babu sonrió complacido de oreja a oreja.
—Gracias, señor. Como le iba diciendo, no se ha hecho más que un cambio de pequeña importancia en el argumento.
—¿Cuál?
—No se lo va usted a creer: es una coincidencia asombrosa. Seguro que dirá que ha sido telepatía. Ya sabe que hay un traficante que se llama Dhundhiram Dhurandhar; pues bien, yo ponía que vivía en un rascacielos de cuarenta y tres pisos. Usted me ha dicho siempre que prestara atención a los detalles, así que le di nombre a ese edificio: Torre Shivaji. La acción se desarrolla en Bombay. Por eso me pareció apropiado que el edificio llevara el nombre del mayor héroe del estado de Maharashtra15. ¿Querrá usted creer... que Pulak me escribe diciendo que hay realmente un edificio que se llama así, y que el productor de esta película vive en él? ¿Qué otra cosa es...