E-Book, Spanisch, 248 Seiten
Reihe: Salto de Fondo
Sadin Hacer disidencia
1. Auflage 2023
ISBN: 978-84-254-4988-8
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Una política de nosotros mismos
E-Book, Spanisch, 248 Seiten
Reihe: Salto de Fondo
ISBN: 978-84-254-4988-8
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
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Escritor y filósofo, Éric Sadin es actualmente uno de los más importantes pensadores sobre tecnologías digitales. Dicta conferencias en varios países del mundo y sus libros se han traducido a diversos idiomas. Colabora regularmente en tribunas de opinión en periódicos como Le Monde, Libération, El País, Página/12, Corriere della Sera, Die Zeit, entre otros. Ha publicado varios libros, entre ellos «La Vie algorithmique», «Critique de la raison numérique» (2015); «La silicolonisation du monde. L' irrésistible expansion du libéralisme numérique»(2016; trad. cast. 2017) ; «L'intelligence artificielle ou l'enjeu du siècle. Anatomie d'un antihumanisme radical» (2018; trad. cast. 2020); «L'ère de l'individu tyran»«La fin d'un monde commun» (2020; trad. cast. 2022).
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LAS VIRTUDES DESAPROVECHADAS DE NUESTRA VEJEZ
«Aquellos a quienes llamamos antiguos eran verdaderamente nuevos en todas las cosas y formaban propiamente la infancia de los hombres; y como nosotros hemos unido a sus conocimientos la experiencia de los siglos que les han seguido, es en nosotros donde se puede encontrar esa antigüedad que honramos en ellos».1 El presente constituye el tiempo más maduro, en cuanto es el resultado de experiencias, de descubrimientos y de saberes acumulados. Este pensamiento de Blaise Pascal evoca los de sus predecesores, René Descartes y Francis Bacon, quienes a su vez habían señalado la excesiva veneración a las grandes figuras del pasado que, en realidad, eran aún vírgenes e ignorantes de muchos fenómenos: «No hay motivo alguno para inclinarse delante de los Antiguos por razón de su antigüedad, más bien somos nosotros los que deberíamos ser llamados los Antiguos. El mundo es más viejo que antes, y tenemos una mayor experiencia de las cosas».2 Cada generación es capaz de aprender de los dramas y avances de la historia y de sacar provecho de los conocimientos legados por todas las que le han precedido. Esos análisis contribuirán a hacer germinar el espíritu de la Ilustración, invitándonos a captar la riqueza de la herencia transmitida por nuestros mayores y a utilizar nuestro juicio a fin de estar plenamente capacitados para rectificar situaciones y emprender con más confianza nuevas empresas. Ese sería, en teoría, el único y verdadero progreso. Aprender de los errores cometidos, esforzarnos por perfeccionar nuestras cualidades y buscar la armonía, en todos los ámbitos de la vida, para explorar de nuevo, y siempre, los caminos inciertos de la realidad.
En esta década de 2020, somos los más viejos de la humanidad. Como lo eran nuestros padres o abuelos al acabar la guerra. No obstante, a diferencia de nuestros predecesores más cercanos, que decidieron tomar nota de todas las tragedias y sufrimientos padecidos, no hemos conseguido aprender todas las lecciones de ese medio siglo pasado que tantas cosas nos ha enseñado, casi siempre a pesar nuestro. Porque nuestra madurez no es la de una conciencia aguda, una lucidez crítica, como la que forjaron nuestros mayores. No, al contrario, nuestra vejez está marcada por una doble característica. Es una vejez desilusionada, agotada, sin vitalidad ni esperanza, pero a la vez persiste en hacerse ilusiones que no deberían alimentarse, teniendo en cuenta todas las penas y decepciones sufridas. Muy lejos de la sabiduría que nuestros antepasados tenían derecho a esperar de nosotros. Como una vejez que no sirve para nada. En cambio, si supiéramos extraer su savia, podría servirnos de brújula, ofrecernos instrumentos —incluso armas— para enfrentarnos en mejores condiciones a la dureza de los tiempos. Y también para guiar a nuestros hijos, que corren el riesgo de convertirse en breve ante nuestros ojos en ancianos demacrados. Parece que no tenemos edad, ni punto de referencia fiable, ya que no hemos sabido mejorar. Es como si estuviéramos malviviendo en una condición intemporal, a pesar de la aceleración de los acontecimientos del mundo, a la que asistimos bastante inertes y atónitos.
DESPUÉS DEL TSUNAMI: UN PAISAJE DE DESOLACIÓN
Sin embargo, el panorama de las realidades pasadas y presentes que tenemos ante nosotros es muy completo, detallado y elocuente. Asistimos, bastante impotentes, a la formación de una inmensa ola, aparentemente inexorable, que siguió creciendo y ganando fuerza para acabar arrasándolo todo a su paso. Estaba constituida por tres sustancias que le proporcionaron toda su fuerza. En primer lugar, una visión del mundo. Basada en una dinámica autoorganizada de sus componentes, convierte en caduco cualquier intervencionismo que inevitablemente conduce a la inercia y es innecesariamente costoso para la colectividad. En segundo lugar, poderosos intereses. Estos han sabido utilizar todos los medios necesarios para imponerse y crecer sin obstáculos en todas partes. Por último, procedimientos sofisticados de creación de opinión. Implementados por muchas entidades y actores expertos en imponer un orden de los discursos y de las cosas, aparentemente implacable sin duda, pero del que tarde o temprano, y en grados diversos, la mayoría podría sacar provecho.
Nada, ni nadie, resistió a esta ola devastadora, a la que dotamos de una apariencia de laguna turquesa destinada a todas las buenas voluntades. Tampoco los responsables políticos —supuestamente preocupados por el interés general— que apoyaron con presteza estos desarrollos, y ni siquiera aquellos que habríamos podido pensar que se mostrarían más reticentes y que, sin embargo, se plegaron dócilmente a sus dogmas. Pero sabemos que toda gran promesa con acentos categóricos, sea cual sea su naturaleza, en cuanto pretende ser exclusiva e imponerse a toda costa, se convierte inevitablemente en una pesadilla. Nuestro estado presente es un paisaje hecho jirones, según la reciente constatación casi unánime de la magnitud de los efectos devastadores provocados por las medidas cada vez más enloquecidas aplicadas desde el giro ultraliberal de principios de la década de 1980. Tal como lo precisamente inverso, en cierto modo, del fracaso confirmado medio siglo antes del comunismo autoritario, cuyas últimas quimeras se encargó de disipar categóricamente el testimonio de Aleksandr Solzhenitsyn en Archipiélago Gulag,3 publicado en 1973.
Hoy estamos destrozados. Nuestros cuerpos y nuestros espíritus han sido vencidos por tantos extravíos y desmesuras. Pero es también porque estamos pagando el precio de nuestra indolencia, de no habernos enfrentado más, como deberíamos haber hecho, ni haber defendido, en conciencia, lo que nuestros abuelos y bisabuelos habían obtenido en dura lucha. Renunciamos a ello, así como a mostrarnos inventivos y audaces para imaginar vías divergentes, capaces de expresar mejor nuestras cualidades y hacernos más presentes en la vida. Podría decirse, por supuesto, que las fuerzas en juego estaban muy determinadas y dotadas de una gran habilidad para hacer triunfar sus puntos de vista. Nos invadió el desánimo. No obstante, pronto, cabe esperarlo, personas y programas salvadores vendrán a liberarnos. Ya que, pese a todas las crueles experiencias y desengaños sufridos, seguimos creyendo que manteniendo casi idénticos ciertos cuadros y eligiendo otras figuras, supuestamente más virtuosas, las cosas acabarán tomando un rumbo mejor. Casi a nuestro pesar, y bastante perdidos, confiamos en viejas recetas —cuyas insuficiencias nos cuesta comprender—, que más bien exigirían un replanteamiento completo de los términos. Si la sabiduría de la edad consiste en haber llegado a formarse una conciencia aguda y mostrarse responsable, entonces probablemente no vemos hasta qué punto nos hemos vuelto inmaduros, o seniles, incapaces de movilizar nuestros recursos físicos y mentales para sacar todas las consecuencias de la visión global que ahora tenemos.
En este sentido, sería ingenuo, siguiendo una aspiración muy de moda actualmente, pensar en un retorno del «Estado del bienestar» como la panacea de casi todos nuestros males. Existe, sin duda, una necesidad urgente de intervención de los poderes públicos, muy avivada por la crisis del COVID, cuyas consecuencias provocarán quiebras, despidos masivos y un empeoramiento de la precariedad y de la pobreza. Es hora de un espíritu de restauración, algo nostálgico, que podría actualizarse, puesto que ya está adornado con una indispensable preocupación ecológica y el deseo de ver florecer por todas partes «convenciones ciudadanas» destinadas a «revitalizar la democracia». Se produciría entonces el cambio de época, o del «mundo de después». Surgiría un nuevo espíritu luminoso, más consciente de sí mismo, solidario y respetuoso de la biosfera. Una auténtica postal sobre un fondo de cielo eternamente primaveral, sin desgarrones, con algunas nubes aborregadas como complemento realista, o discreto reverso negativo, a la perfección del decorado. Ahora bien, ese postulado se caracteriza por ser a la vez incierto e inapropiado. Incierto, porque muchos protagonistas e imperios desmontarán sin ningún reparo esos bellos ensueños, no solo manteniendo las estructuras existentes sino incluso consolidándolas, dado nuestro estado actual de desorientación y de vulnerabilidad. E inapropiado, porque todos esos mecanismos, aunque se instauren, dejarán muchos problemas cruciales fuera de lo que normalmente se supone que compete a la política, y que sin embargo pertenece más que nunca por derecho propio a esta categoría.
ÓRGANOS DE PODER DE UN NUEVO TIPO
Como si el mundo siguiera siendo igual —?aunque se ha vuelto mucho más complejo?—, se han creado fuertes vínculos de connivencia entre gobernantes y poderes económicos, y ha surgido una caterva de actores dotados de formas inéditas de autoridad, que contribuyen a redefinir el mapa habitual de la distribución de los poderes. Sobre todo gracias a la evolución de la técnica, que ya no se encarga tan solo de realizar tareas definidas estrictamente, sino que ahora es capaz de interpretar toda clase de situaciones y de formular instrucciones. Ha nacido un nuevo tipo de industria, con intenciones hegemónicas, que pretende inmiscuirse en todos los aspectos de la vida humana y orientar de un modo u otro los comportamientos, por ejemplo, a través de procedimientos de organización algorítmica del trabajo. Y también, como fenómeno importante de nuestro tiempo, a través de sistemas y aplicaciones elaboradas por una...




