E-Book, Spanisch, 432 Seiten
Santiago / Oro Pradera / Gopegui Amor & Hate
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-1182-414-9
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 432 Seiten
ISBN: 978-84-1182-414-9
Verlag: Ediciones SM España
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Roberto Santiago nació en Madrid en 1968. Estudió Imagen y Sonido en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Complutense de Madrid y Creación Literaria en la Escuela de Letras de Madrid.Ha sido guionista de televisión, redactor para agencias publicitarias de Madrid, realizador de vídeo clips y ha publicado varias novelas. Entre otras, la colección Los Futbolísimos, un fenómeno editorial que se ha convertido en una de las colecciones de literatura infantil más vendidas en nuestro país en los últimos años, y que ha sido traducida a varios idiomas. Su primera novela, El ladrón de mentiras, fue finalista del Premio El Barco de Vapor. Y ganó el Premio Edebè de Literatura Infantil con Jon y la máquina del miedo. Recientemente ha comenzado la saga Los forasteros del tiempo.Ha escrito y dirigido, entre otras, las películas El penalti más largo del mundo (nominado al Goya al Mejor Guión), El club de los suicidas (basada en la novela de Robert Louis Stevenson), Al final del camino (rodada íntegramente en el camino de Santiago), la coproducción internacional El sueño de Iván (patrocinada por Unicef por su valores para la infancia), o la comedia de terror independiente La Cosecha (premio al mejor film en el Festival de Terror de Oregón). Su cortometraje Ruleta participó en la Sección Oficial del Festival de Cannes. Además, ha colaborado como director y guionista en varias series de televisión.En teatro ha escrito las adaptaciones de Ocho apellidos vascos y El otro lado de la cama (premio Telón al Autor Revelación). Así como los textos originales Share 38 (premio Enrique Llovet), Desnudas (accésit Premio Sgae), La felicidad de las mujeres, Topos, El lunar de Lady Chatterley o Adolescer 2055.
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1.
ERIK
Un disparo.
Solo uno.
Es la primera vez en mi vida que voy a usar una pistola.
Puedo sentir el frío del metal en el bolsillo.
Un solo disparo.
No te dará tiempo a más.
Apunta bien.
Solo uno.
Jamás he disparado.
Ni siquiera en un videojuego.
Soy malísimo para esas cosas.
Solo tengo que apretar el gatillo.
Estoy rodeado de miles de personas.
La música retumba en el pabellón.
El humo.
Las palmas.
La euforia contagiosa.
Ella está en el escenario.
Cantando.
Los bailarines la llevan en volandas sobre la plataforma circular.
Las cámaras de televisión vuelan a su alrededor.
Una grúa sube y baja.
Los atrecistas empujan el decorado a toda velocidad.
El show está en el momento álgido.
Tres minutos donde se lo juega todo.
Ciento ochenta segundos y se acabará.
Cuando dispare, habrá gritos, empujones, carreras, caos.
Los del pinganillo se abalanzarán sobre mí.
Caeré de bruces.
Me inmovilizarán.
Apretarán sus rodillas sobre mi cuerpo.
Me dolerá.
Lo mereceré.
Habrá sufrimiento, acusaciones, reproches.
Los servicios de seguridad privados, la Policía Nacional, la Guardia Civil...
Todos intervendrán.
Habrá declaraciones gruesas.
El festival repulsa cualquier acto de violencia.
Este tipo de actitudes son intolerables.
Y otras cosas parecidas.
Sacarán un perfil de mi vida, de mi familia, de mi instituto.
Se culpará al sistema.
A la educación que he recibido.
A la pérdida de valores y referentes.
Habrá debates.
Mogollón de hashtags.
Tendencias.
Polémica.
Al final, el viento lo barrerá todo y solo quedará el silencio.
Eso del viento y el silencio no se me ha ocurrido a mí. Es de una canción, como casi todas las cosas buenas.
Ella no acabará su canción.
Yo no sé dónde terminaré.
Ha llegado el momento.
Respiro hondo.
Me abro paso entre la gente.
Atravieso la pista.
La gente cree que solo intento coger mejor sitio.
Algunos protestan.
Hay codazos.
El sudor pegajoso.
Sigo avanzando.
Estoy a punto.
Ella canta como si el mundo se fuera a acabar, como si fuera la última vez que entona esa melodía.
Se ha convertido en un himno.
Sus mechones azules vuelan.
La luz recorre sus tatuajes en cuello y brazos.
Tiene nombre de diosa griega, de destello luminoso, de titán.
La gente, enloquecida, corea su nombre.
Selene.
Selene.
Selene...
El palacio de deportes estalla.
Una descarga de emoción recorre las gargantas de miles de personas.
El estribillo resuena como si fuera un volcán a punto de entrar en erupción, escupiendo notas musicales.
Vale.
Lo del volcán que escupe notas tampoco es mío, lo he sacado de otra canción.
Tengo ganas de brincar.
De unirme a aquel estribillo.
Es todo lo que quiero,
todo lo que te quiero,
todo lo que me quiero.
Todo lo que te meto,
todo lo que me meto,
todo lo que merezco.
Lo-que-te-me-me-me-to,
lo-que-me-me-me-me-to.
Acaricio el gatillo.
La gente baila.
Se empujan, se agarran, se abrazan, se besan.
Eufóricos.
Desde la grada A, en la parte superior del pabellón, alguien me observa.
Es la única que no canta, que no aplaude, que no tiene los ojos clavados en la actuación.
Es Ras.
La chica del autobús.
Siento su mirada siguiendo mis pasos entre la multitud.
Lo-que-te-me-me-meee-to,
lo-que-me-me-me-meeeee-to.
Del techo caen miles de estrellas.
Sobre el escenario, Selene canta, salta y...
¡Arde!
Su traje dorado se envuelve en llamas.
Espectacular.
Agita los brazos como si fueran dos alas incandescentes.
Un arnés la eleva varios palmos sobre el suelo.
Es el clímax total.
Lo-que-te-me-me-meeeeeee-to,
lo-que-me-me-me-meeeeeeeeeee-to.
Una locura.
El público levanta las manos con las palmas extendidas.
En éxtasis.
Miles de bocas y manos y almas sincronizadas.
Ella canta con todo el cuerpo.
La voz sale de su estómago.
Recorre el pecho.
Atraviesa la garganta.
Y un aullido imparable revienta el corazón de todos.
Es lo más puto flipante que he vivido.
Dos ojos me atraviesan desde el escenario.
Es Nil.
El bailarín dos.
No deja de moverse, siguiendo la coreografía, cadera, brazo, brazo, giro, giro, rodilla, cadera, al suelo, arriba...
Suda.
Se entrega.
Su mirada me sigue.
Continúo.
Nada ni nadie me detiene.
Estoy a pocos metros de las vallas que protegen el escenario.
La música atronadora.
Las luces estroboscópicas.
Selene hipnotiza al público.
La expresión rota de su rostro.
Las llamas se han convertido en humo.
Los bailarines la envuelven.
La voz en cascada lo revienta todo.
Aterriza.
Y explota.
LO-QUE-TE-ME-ME-ME-TO,
LO-QUE-ME-ME-ME-MEEEEEEEEE-TO.
Ya está.
Último empujón.
Estoy.
Levanto la vista.
La tengo delante.
Selene sube a la torre humana que han ido formando los bailarines.
Nil está apoyado sobre las manos, al borde del escenario, sosteniendo al resto.
Me busca otra vez. Me encuentra. Me mira.
Ras se asoma desde la grada, agarrada con fuerza a la barandilla.
No me queda mucho tiempo.
Quiero asegurarme.
Me doy la vuelta.
Última comprobación.
En la silver room, al otro extremo del palacio de deportes, la veo.
Allegra está de pie sobre los sillones blancos.
Su vestido brillante refleja los focos.
Ella también me mira.
Allegra tiene unos ojos increíbles.
Todo en ella es increíble.
Durante un segundo, se traza un hilo invisible de miedo y complicidad entre los cuatro.
Nil.
Ras.
Allegra.
Y yo.
No hay vuelta atrás.
Selene despega los labios.
HARTA DE QUE ME DIGAS,
HARTA DE QUE ME DIGAN,
HARTA DE HARTARME.
LO-QUE-TE-ME-ME-MEEEEEEE-TO,
LO-QUE-ME-ME-ME-MEEEEEEEEEEEE-TO.
Es el final.
De la canción.
De la gala.
De todo.
Empuño la pistola.
Tembloroso, la apunto.
Ella me ve.
Y no solo ella.
Alguien a mi lado grita algo que no es la letra.
«¡Tiene una pistola!».
De repente, siento que tengo más espacio a mi alrededor.
Es demasiado tarde.
Tengo que hacerlo.
Ya.
Todo lo que he...