E-Book, Spanisch, 384 Seiten
Reihe: TBR
Schaeffer Jaula de sueños
1. Auflage 2024
ISBN: 978-84-19621-52-8
Verlag: TBR Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
E-Book, Spanisch, 384 Seiten
Reihe: TBR
ISBN: 978-84-19621-52-8
Verlag: TBR Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Toda pesadilla empieza soñando. El Espectro Pesadilla anda suelto. Pero en Newham hay cosas aún peores. Indefensa ante una realidad letal, Ness no sabe qué hacer para sentirse segura. Quizá la solución sea pedirle al Espectro que la convierta en un monstruo... O quizá debe aprender a confiar de una vez en quienes la rodean. Ha llegado la hora de que Ness arranque los temores que la recubren como una segunda piel... y se despida del miedo.
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UNO
Antes, mi mayor miedo era quedarme dormida y despertarme convertida en Pesadilla, con el cuerpo y la mente transformados en un monstruo retorcido e irreconocible que asesinaría a todos mis seres queridos.
Ahora hay veces que sueño con ser un monstruo; así, al menos, dejaría de asustarme por todo.
Me agazapo tras la barra del bar clandestino en el que llevo trabajando un mes, mientras una tormenta de disparos resuena a mi alrededor. Ha estallado una reyerta entre bandas porque alguien ha mirado de mala manera a otra persona, o porque alguien ha hecho un comentario sobre las inminentes elecciones a la alcaldía, u otra tontería por el estilo. Los clientes del bar se pasan la vida enzarzándose en peleas, y siempre acaban liados a tiros.
La barra está fabricada con materiales a prueba de balas, por supuesto; por eso me he escondido detrás de ella, como una buena cobarde. Aquí solo me acompañan las botellas de alcohol variado, que también se guardan dentro de la barra blindada. Si un disparo alcanza a un camarero, se puede contratar a otro nuevo, pero la bebida es lo que genera dinero. Y Dios no quiera que le pase algo al bebercio.
El chaleco almidonado del uniforme se me clava en el costado cuando me hago un ovillo. Soy terriblemente consciente de que mi cuerpo es muy frágil, de que una bala podría atravesarme con facilidad y hacerme papilla los órganos.
Pero no pasa nada. Detrás de la barra estoy a salvo.
Normalmente me traigo una novela barata al trabajo por si suceden cosas así, porque estos tiroteos pueden durar un buen rato. Por desgracia, ya me terminé el último libro y todavía no he comprado otro.
Por lo tanto, mis pensamientos son mi única distracción.
Y no se me ocurre un acompañante peor.
Los Amigos del Alma Sosegada siempre me explicaban que la paz estaba en mi interior, y que las respiraciones y la meditación reposada podían tranquilizarme incluso en las situaciones más estresantes.
Sin embargo, dicha organización resultó ser una secta que captaba a las personas con promesas de ayuda y luego las secuestraba. Así que últimamente no me tomo sus enseñanzas muy en serio.
A veces trato de analizar todo el asunto de los Amigos con un enfoque más positivo. Vale, a mí también pretendían secuestrarme, pero escapé antes de que lo consiguieran. Y encima, les gorroneé comida y alojamiento gratis durante años. A la hora de la verdad, ¿quién timó a quién?
Ellos a mí. No hay duda: la víctima soy yo.
Nunca lo admitiría delante de nadie, pero hay una pequeña y desesperada parte de mí que anhela volver con los Amigos. Una parte de mí que sueña con mi habitacioncita y sus ásperas paredes de ladrillo. Una parte de mí que añora la paz y la seguridad que sentía cuando me acostaba en mi cama y cerraba los ojos, con la certeza de que el mundo exterior no podía hacerme daño, de que estando allí encerrada me encontraba a salvo.
Sé que todo era mentira, que en realidad nunca estuve protegida. No era más que una ilusión. Soy consciente de ello, de verdad que sí.
Pero en ocasiones como esta, en las que los tiros retumban a mi alrededor y me veo obligada a tirarme al pegajoso suelo de un bar clandestino, con un sueldo de mierda, un horario terrible y el riesgo constante de perder la vida o una extremidad... Qué queréis que os diga, la ilusión vuelve a parecerme atractiva.
El estrépito de los disparos cambia de tono cuando las pistolas se giran hacia un nuevo objetivo. La gente empieza a gritar, y oigo cómo alguien golpea a los miembros de las bandas con un objeto pesado. A continuación, los cuerpos de los liantes se estrellan contra el suelo uno tras otro, como un ritmo macabro hecho de balazos.
Un momento después, los disparos y los golpes cesan, y el silencio cae sobre el lugar.
No soy tan tonta como para sacar la cabeza y mirar al otro lado de la barra. Ya vendrá alguien a buscarme cuando pase el peligro. No pienso jugarme el pellejo solo por satisfacer mi curiosidad. Es más, no tengo ningún inconveniente en pasarme la noche entera escondida. Incluso podría quedarme a vivir aquí, acurrucada tras este mostrador a prueba de balas que me protege de las amenazas del mundo. La idea no suena nada mal.
Una cabeza se asoma por encima de la barra y me mira.
–¡Hola, Ness!
Pestañeo y observo a mi amiga Priya, que esboza una sonrisa tan resplandeciente como su cabello degradado en negro y turquesa neón. Tiene cuerpo de atleta, con una altura imponente y piernas largas, y siempre va vestida como si estuviera preparada para luchar. O para irse de fiesta. O para las dos cosas a la vez, a ser posible. Hoy, eso significa que lleva una panoplia de armas muy ilegales colgadas de su cinturón de lentejuelas, unos pantalones de cuero, unas botas militares, un ajustado jersey rojo de cuello alto y un chaleco negro.
–No me habías contado lo emocionante que es tu trabajo –añade con alegría mientras se sienta en el mostrador, dejando caer las piernas por el borde–. ¿Esto pasa todas las noches?
–Casi todas –confieso sin salir de mi escondrijo.
–Parece divertido –comenta mi amiga con cordialidad, y yo pongo cara de exasperación.
Priya y yo opinamos cosas muy distintas sobre qué es la diversión. Yo tengo miedo de casi todo, y ella de casi nada.
–¿Ha pasado el peligro ya? –pregunto.
–Ah, sí –responde ella, haciendo un gesto distraído con la mano–. He acabado con los pistoleros. No me ha costado demasiado.
Claro que no. Priya se desvive por el subidón de adrenalina que le produce dar caza y matar a Pesadillas descontroladas, desde lagartos de diez pisos de altura que destruyen edificios de oficinas a serpientes marinas que devoran barcos. Supongo que, para ella, enfrentarse a un puñado de pandilleros es pan comido.
Me encantaría ser como mi amiga... Ella sabe pasar a la acción, pelear contra las criaturas que acechan entre las sombras y hacerlo con una sonrisa en la cara.
Yo, por mi parte, me escondo y fantaseo con regresar a una secta corrupta.
¿Cómo puede ser tan valiente Priya en un mundo tan desquiciado? ¿Y por qué no puedo ser yo así también?
Me levanto y me sacudo el polvo de la ropa. Como me arrastré por el suelo para meterme detrás de la barra, mi camisa blanca se ha vuelto tan gris como mi chaleco.
Priya se sienta en un taburete de un salto, ignorando el montón de mafiosos inconscientes que yace a su espalda. Bueno, espero que solo se hayan quedado inconscientes, aunque me daría igual que estuvieran muertos.
–Ponme un twist newhamita, por favor. Con hielo –me pide.
Empiezo a preparar el cóctel mientras los otros empleados sacan a rastras los cuerpos. Algunos dejan una estela de sangre en el suelo, y uno de mis compañeros se encarga de limpiarlas con la fregona. Los tiroteos entre bandas siempre lo dejan todo perdido. Esta vez, por lo menos, hay una clienta en la barra, así que tengo una excusa para librarme de limpiar los restos de cerebro de la pared.
El único inconveniente de no llevar los cuerpos al callejón del bar es que no podré registrarles los bolsillos. A la persona encargada de sacarlos se le permite robarles todo lo que llevan. De hecho, por lo menos la mitad de nuestro salario procede de esa triquiñuela.
Inclino la coctelera sobre la copa con cuidado y vierto la bebida. Esta meticulosidad me ayuda a camuflar el leve temblor de mis manos, que es el único vestigio de lo sucedido hace cinco minutos, cuando la muerte ha recorrido el edificio.
Le paso el cóctel a Priya, que se lo bebe de un trago y deja la copa en la barra de golpe.
–Ponme otro.
–Sabes que esto lleva bastante alcohol, ¿no? –le recuerdo con una ceja enarcada.
–Esa es la gracia.
Me encojo de hombros y le preparo el cóctel.
Se lo vuelve a beber de un trago.
–¿Estás bien? –inquiero con los ojos entornados.
–¿Qué pasa? ¿Te piensas que no sé beber? –me pregunta, como si esa posibilidad la ofendiera.
–No –respondo despacio, tratando de encontrar las palabras adecuadas para expresar mi preocupación–. Pero es que no sueles hacerlo tan deprisa. ¿Te ha sucedido algo hoy?
Priya se deja caer en el asiento.
–La verdad es que no –admite–. Todos los días han sido iguales desde que empecé a trabajar para Defensa contra Pesadillas. Por la mañana entrenamos, y luego nos sentamos a esperar que nos avisen de algún ataque. Pero nunca recibimos ninguna llamada. Por la tarde entrenamos otra vez, y después nos vamos a casa. Y vuelta a empezar. –Agita la copa vacía–. Es solo que... Esto no es como me lo imaginaba. Me enrolé para luchar contra Pesadillas peligrosas, para hacer estallar a dinosaurios asesinos y decapitar zombis voladores –concluye con cara de amargura.
–A ver –comento con...




