E-Book, Spanisch, 296 Seiten
Reihe: Salto de Fondo
Seguró Mendlewicz La seducción del encanto
1. Auflage 2025
ISBN: 978-84-254-5346-5
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Una alternativa a la sociedad del desánimo
E-Book, Spanisch, 296 Seiten
Reihe: Salto de Fondo
ISBN: 978-84-254-5346-5
Verlag: Herder Editorial
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Miquel Seguró (1979) es doctor con mención europea en Filosofía y licenciado en Humanidades. Ha realizado diversas estancias de investigación en universidades europeas. Es profesor de Filosofía, director de la revista Argumenta Philosophica y de la colección Pensamiento Herder. Ha publicado cuatro monografías y coordinado tres obras colectivas. Su último libro es Vulnerabilidad (2021). Ha tenido secciones de filosofía en radio y televisión, y colabora habitualmente con diferentes medios de comunicación.
Autoren/Hrsg.
Weitere Infos & Material
érase una vez el mundo
Estas suelen ser las palabras con las que se recibe a los recién nacidos y conmigo no fue una excepción. Al menos eso me dijo mi madre porque yo no me acuerdo. Hay quien dice que se puede recordar el momento del nacimiento, pero también hay quien opina que almacenar un recuerdo así es poco menos que absurdo. Nacer es el trauma fundacional de nuestra vida psíquica, según sugería Otto Rank, y puesto que a este trauma se le sumarán otros, ¿para qué afanarse en retenerlo?
Cuando «llegué al mundo» (¿desde dónde?) la historia y la cultura estaban en pleno ajetreo. En Irán el ayatolá Jomeini lideró la revolución islámica, en la China de Deng Xiaoping se pasaba por un período de cierto liberalismo económico, el Reino Unido abrazó como nunca antes el neoliberalismo y la Unión Soviética terminó la década invadiendo Afganistán. A nivel cultural, el libro más importante de la posmodernidad se publicó también en 1979, de Jean-François Lyotard, y ese mismo año la banda de rock Pink Floyd lanzó su famoso álbum .
Ese 1979 fue un año movido, según dice la hemeroteca. Luego, a medida que fui creciendo, no tardé en constatar que al mundo siempre lo estamos zarandeando y que no hay años tranquilos. Sin embargo, no olvido que mi madre repetía que quien nace al mundo llega a un lugar que también ofrece experiencias de belleza y de bondad, porque vivir tiene, a pesar de los pesares, su encanto.
era un término utilizado por los antiguos latinos para calificar algo como elegante y bello. A diferencia de lo inmundo, que todavía hoy sigue siendo un calificativo indeseado, que era la traducción de la palabra griega , se empleaba cuando se quería dejar constancia del orden y de la agradable organización de las cosas.
Levantarse por la mañana y tratar de enterarse de lo que pasa no viene a confirmar que el mundo es completamente bello y elegante. Más allá de que la industria de la comunicación parezca querer dar más protagonismo a lo negativo, lo cierto es que es fácil imaginar otro mundo. Tampoco era el mejor mundo posible en la época en que estas palabras se acuñaron, porque de guerras, destrucciones y violencias de todo tipo el ser humano es triste protagonista desde el mismo momento en que apareció. Repasar la historia es también asistir al extenso catálogo de los horrores humanos. Aun así, los antiguos griegos, y por extensión los latinos que les sucedieron, pensaron que la estructura del universo permitía referirse a él como algo bello y limpio. Bastaba con alzar la mirada y contemplar la belleza de un atardecer, el ciclo perfecto de la naturaleza o el milagro de que las cosas permanezcan. Que el sol no se nos caiga encima o que el mar no se rebase a sí mismo eran muestras de que las cosas ocupaban el lugar que les tocaba. Incluso había quien atisbaba detrás del los designios de una bondadosa inteligencia superior.
Nuestra perspectiva es diferente. Si uno se toma el primer café de la mañana mientras escucha la radio o mira en la televisión el primer informativo del día es posible que en algún momento quiera volver a la cama y bajar la persiana. Hay días en los que buscar razones para creer que nuestro mundo sigue siendo un parece simplemente cinismo.
Sigue habiendo experiencias personales de sublime belleza y bondad que nos impregnan de calidez y recogimiento. Y siempre que las tengo resuena en mí la voz vital de mi madre. Pero a veces eso no es suficiente. No podemos maravillarnos del cielo estrellado sobre nuestras cabezas, como le sucedía al filósofo Immanuel Kant, sin dejar de constatar que no hay ningún imperativo que evite que la destrucción y la injusticia se rían en nuestra cara. El cosmos puede ser todo lo bello que se quiera, y en efecto lo es, pero esto no esconde su otra cara. El hábitat mundano que modulamos los está lejos de ser el mejor y el óptimo. Al mundo lo vamos desangrando herida a herida.
«»
El monólogo interior trata de protegernos del escándalo. Sabemos que el mundo va a trancas y barrancas, pero con tanta precariedad, desconfianza, soledad y otras «delicias» sentimos que tenemos más que suficiente. Aunque estemos en el «primer mundo», la primera división de nuestro planeta y de nuestros mundos, casi nada es lo que tendría que ser. En «Occidente» se habla de sociedad del miedo, de sociedad del cansancio, de sociedad líquida, de sociedad tecnológica, pero difícilmente de sociedad de la esperanza y aún menos de sociedad de la alegría.
No hace mucho sí hubo esperanzas (e incluso fundadas expectativas) de llegar a vivir mejor. En Occidente se creía que después de 1945 la cosa iría a mejor. El mundo, de la mano del ser humano, podía ser un lugar mejor para él y para el resto de los seres vivos. En Europa habíamos aprendido la lección, y sabíamos al menos por dónde no ir. «¡Nunca más!», se gritó.
Hoy lo principal es no empeorar las cosas. Además, por mucho que se lo llame «progreso», no siempre lo que ha traído ese «progreso» se ha traducido en una vida mejor de forma transversal y general. A lo mejor es por eso también que el tono cultural es el que es. En la posmodernidad 2.0 en la que seguimos instalados en Occidente todo es todavía más . Posverdades, posilustraciones, poshumanismos, pospolítica… Parece que todo se reduce a hacer y postureos. Como si estuviéramos en la sociedad del post-encanto, sin más opción que ver cómo el mundo se hunde con nosotros dentro.
es un verbo latino compuesto por el prefijo in- (hacia el interior) y el verbo , frecuentativo de , cantar.
El concepto de hace referencia a una antigua fórmula que se recitaba o se cantaba con la voluntad de ocasionar un hechizo. A través de esa invocación las cosas ordinarias se transformaban misteriosamente y pasaban a un estado de excepcionalidad que solo ese encantamiento podía lograr o mantener.
Actualmente decimos que estamos encantados cuando experimentamos una profunda sensación de armonía en la que cada cosa ocupa su lugar. Cuando nos visita el encanto, emerge una experiencia sinfónica en la que todo se acompasa y suena de un modo inconfundible. Todo va. Cuando llega, el encanto le da a la cotidianidad otro tono, otro aire, incluso otra fragancia que la hace mucho más apetecible. El encanto regenera el ambiente con un aroma que lo impregna todo. A veces con esencias más elegantes, otras más pomposas, y hasta las hay que son austeras o casi imperceptibles, pero todas ellas son inconfundibles.
Al encanto le somos fieles. Cuando el encanto nos sale al encuentro ya no hay más dudas: se sabe de inmediato que ese es el lugar en el que se quiere morar. El encanto le da a la vida su alegría. Una alegría que es más decisiva que el placer, dice el filósofo Henri Bergson en porque el placer es un artificio mientras que la alegría revela que la vida ha triunfado sobre la pesadumbre. El encanto alegra el paso de la existencia y aligera el peso de la fatiga. A diferencia de la fascinación, que es admirativa y volcada hacia fuera, cuando irrumpe el encanto son las entrañas las que se conmueven. Algo nos puede fascinar pero no encantar, pero si algo nos encanta, difícilmente nos moveremos de ahí. Hemos dado en el clavo.
El encanto es casi inefable, por eso todo esto lo sostengo con la boca chica. Al encanto no se lo puede definir, o al menos yo no me siento capaz de hacerlo. No es ni una palabra ni un lenguaje ni tampoco un mecanismo. Menos aún un envoltorio de cintas y purpurina. Nada en el encanto es manufacturable, por eso se esfuma apenas se lo intenta imitar. El encanto es anárquico, incluso caprichoso, y para un mundo tan controlador y que tiene que rentabilizar todo, procurarle un lugar al encanto supone un cortocircuito sistémico. Con todo, y esa es la fuerza del encanto, si algo queremos en nuestra vida es encontrarle encanto a las cosas.
¡Ay, el encanto! El encanto no se puede inventar y menos aún forzar, y tan pronto puede aparecer como desaparecer. El encanto nos descoloca, aunque por eso mismo nos arrebata. La película argentina (2020) narra una de esas historias en la que las idas y venidas del encanto amoroso va a su aire, retorciendo la trama a su antojo, pero ni por esas el encanto llega a perder su poder de seducción. Su razón de ser es tan sencilla como imbatible: el encanto ensancha la trama existencial como ningún otro evento y amplía el campo de lo posible hasta casi el infinito. El encanto es lo que le permite al tiempo arañar la eternidad.
Sin encanto la existencia deviene un proceso tedioso, monótono y sin apenas destellos ni chiribitas en los ojos. Con encanto, en cambio, la vida se despereza y se muestra exuberante. Encanto y magia se miran mutuamente porque también la magia juega con los límites de la existencia. Ahí donde algo no puede pasar, la magia hace que pase. Ambos, encanto y magia, hablan el idioma de lo que no se ve pero puede llegar a estar, aquello...




