E-Book, Spanisch, Band 2, 620 Seiten
Reihe: Transition
Simmel / Pinna Schopenhauer y Nietzsche
1. Auflage 2017
ISBN: 978-88-99508-03-6
Verlag: Pieffe Edizioni
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
Schopenhauer und Nietzsche
E-Book, Spanisch, Band 2, 620 Seiten
Reihe: Transition
ISBN: 978-88-99508-03-6
Verlag: Pieffe Edizioni
Format: EPUB
Kopierschutz: 0 - No protection
En breve, con unas muy justas palabras del filósofo y psicosociólogo francés Georges Palante, el libro 'Schopenhauer und Nietzsche' de Georg Simmel se desenvuelve en un marco de pensamiento más largo de lo que habitualmente se mueven los estudios histórico-críticos de este género. Por Simmel, no se trata simplemente de estudiar con detalle la obra de Schopenhauer y de Nietzsche, más bien de hacer el balance de la cultura moderna tomando como tipos de esa cultura las dos grandes figuras filosóficas en la que se resumen sus oposiciones esenciales.
Así como en Schopenhauer, la consideración de un universo movido por la voluntad de un fin y sin embargo privado de fin también es el punto de partida de Nietzsche. Pero entre Schopenhauer y Nietzsche hay Darwin...
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I. Schopenhauer y Nietzsche y su posición en la Historia del espíritu
El valor definitivo de la vida y el cristianismo. — La filosofía de la voluntad de Schopenhauer como expresión del estado de ánimo interior del presente.— Pérdida del fin absoluto de la vida y subsistencia de la necesidad de él. — Substitución nietzscheana del fin absoluto por el relativo de la elevación del proceso mismo de la vida. — El «superhombre» como fórmula de la evolución de la humanidad más alta de todo estudio posible. — La relación entre ambas doctrinas como resultado de esta diferencia fundamental partiendo del mismo punto. 8
Paradójicamente, toda elevación de la cultura de nuestra especie consiste en que, a medida que crece, necesitamos ir a nuestros fines por caminos cada vez más complicados y más ricos en estaciones y rodeos. El hombre es el ser indirecto, y esto tanto más cuanto más cultivado esté. El animal y el hombre incultivado alcanzan aquello que su voluntad se propone, apoderándose de ello de un modo directo o empleando tan solo un número escaso de medios sencillos. La multiplicidad y complicación crecientes que la elevación de la vida trae consigo no permite esta trinidad de la serie: Deseo, medio, fin, sino que transforma al miembro intermedio en pluralidad, en la que el medio propiamente eficaz resulta producido por otro medio, y este por otro a su vez, hasta que aparece aquella complicación incalculable, aquel encadenamiento de la actividad práctica en que vive el hombre de culturas maduras. Basta pensar en la adquisición de los alimentos, en la simplicidad del procedimiento, que era suficiente — claro que con frecuencia no lo era — para procurarse el pan en las culturas primitivas y en la ramificación de tan innumerables operaciones, aparatos, medios de transporte que son necesarios para que el hombre moderno encuentre el pan en su mesa. Por esta prolongación de las series de fines que hace de la vida un problema técnico, con frecuencia nos es imposible tener en la conciencia en cada momento el último miembro de cada serie; en parte porque no podemos abrazarla toda, en parte porque el paso inmediato, de transición, exige la concentración de todas las energías de nuestra alma; la conciencia queda en los medios, y los últimos fines, de los cuales recibe sentido y significación toda la cadena, desaparecen de nuestro horizonte visible. La técnica, es decir, la suma de los medios que para la existencia cultivada son precisos, se convierte en el propio contenido de los esfuerzos y valoraciones, hasta que el hombre se encuentra rodeado por todas partes de empresas e instituciones que corren en todos sentidos, y a todas las cuales les faltan los fines definitivos que les dan valor. En esta situación de la cultura es cuando se siente la necesidad de un fin último para la vida en general. Mientras la vida se llena con series cortas de fines, satisfactorias cada una de por sí, le falta el desasosiego que tiene que producirse al darse cuenta de que se encuentra presa en una red de medios, rodeos, soluciones provisionales. Solo desde el momento en que comprendemos el carácter de medios que tienen de innumerables actividades e intereses, en los que nos habíamos concentrado como en valores definitivos, se despierta el problema punzante de la significación y objeto del todo. Por encima de los fines singulares, que ya no son un último, sino un penúltimo y antepenúltimo, se levanta el problema de una unidad verdadera en que hallen su madurez y su descanso todos aquellos impulsos inacabados, que saque al alma de la confusión de las soluciones incompletas. Parece que por primera vez en la historia del mundo que conocemos, las almas se encontraron en esta disposición en la cultura del mundo grecorromano. Los sistemas de fines deja vida habían devenido tan complicados, tan variadas las series del hacer y del pensar, y los intereses y movimientos de la vida tan amplios y dependientes de tantas condiciones, que lo mismo en los impulsos seguros de la masa que en la reflexión de la conciencia filosófica, se despertó una busca inquieta del objetivo y sentido general de la vida. El que el carpe diem le cortaba al hombre sensual, la cuestión era precisamente la prueba de su existencia. Las alegrías sensuales del momento tenían sin duda su fin en sí mismas, y al escindir la vida en una serie de momentos singulares acentuados, la libertaba violentamente de la necesidad de una unidad absoluta. El misticismo de los cultos orientales importados, inclinación cada vez más a todo género de supersticiones, y por otra parte, al mismo tiempo, la lucha contra la idolatría, prueban que el mundo había dejado de hallar sentido en la amplitud de la vida confusa. En esta situación, quizás la más desesperada interiormente en que se haya encontrado la Humanidad, fue el cristianismo el que trajo la salvación. El cristianismo dio a la vida el fin absoluto que ansiaba, después de que la había hecho perderse en un laberinto de meros medios y relatividades. La salud del alma y el reino de Dios se ofrecían a los hombres como el fin absoluto más allá de todo lo singular, lo fragmentario e insensato de la vida. Y de este fin ha vivido hasta que en los últimos siglos perdió para incontables almas su poder. Pero al perderse la fe no se perdió con ella el ansia de un fin último de la vida, sino al contrario. Como las necesidades se hacen más firmes y arraigan más cuando han estado satisfechas por largo tiempo, la vida había conservado un ansia profunda hacia un fin absoluto, aun después de haber desaparecido el contenido que antes había tomado este fin último. Esta ansia es la herencia del cristianismo, que ha dejado tras sí la necesidad de un definitivo de los movimientos de la vida, que sigue subsistiendo como un impulso vacío hacia un fin que ha devenido inalcanzable. La filosofía de Schopenhauer es la expresión absoluta, filosófica, de este estado interior del hombre moderno. El punto central de su teoría es que la esencia propia metafísica del mundo y de nosotros mismos, posee su expresión general y decisiva en nuestra voluntad. La voluntad es la substancia de nuestra vida subjetiva, porque el absoluto del ser es un impulso incesante, un continuo ir más allá de sí mismo, que está condenado, precisamente por ser el fundamento agotador de todas las cosas, a quedar eternamente insatisfecho. Pues la voluntad no puede hallar nada fuera de sí en que pudiera satisfacerse, no puede encontrarse más consigo misma en miles de disfraces distintos, y es impulsada en un camino eterno a continuar adelante tras de cada punto de descanso aparente. De esta manera se expresa en una concepción general del mundo la demanda de un fin último para la existencia, y al propio tiempo su imposibilidad; el absoluto de la voluntad, que es idéntico con la vida, no le deja llegar a aquietarse en nada que esté fuera de ella, porque fuera de ella nada existe, y de esta manera expresa la situación de la cultura del momento, llena de ansia hacia un fin último de la vida, que siente como desaparecido para siempre o como ilusorio. Y este mundo, impulsado por la voluntad de fines y privado de fines, es el punto de partida de Nietzsche. Pero entre Schopenhauer y él está Darwin. Mientras que Schopenhauer se detiene en la negación de la voluntad del fin final, y, por tanto, no puede sacar como consecuencia necesaria de ello más que la negación de la voluntad de vivir, Nietzsche encuentra en el hecho de la evolución del género humano la posibilidad de un fin que hace que la vida queda afirmarse. Para Schopenhauer la vida está condenada en última instancia a la carencia de valor y de sentido, por ser en sí misma voluntad: por eso es lo que en absoluto no debiera ser. En el disgusto ante la vida se expresa en él aquel terror que ciertas naturalezas sienten ante el hecho del ser, al contrario de otras a las que el ser, como forma, como tal, independientemente del contenido que pueda ofrecer, llena con la felicidad de un éxtasis sensual o religioso. Schopenhauer no tiene comprensión para el sentimiento que penetra plenamente a Nietzsche, para el sentimiento de la solemnidad de la vida. Nietzsche, en oposición a Schopenhauer, ha sacado del pensamiento de la evolución un concepto completamente nuevo de la vida: el de que la vida es en su ser más íntimo y propio, intensificación, aumento, concentración cada vez mayor de las fuerzas ambientes en el sujeto. Por medio de este impulso, puesto inmediatamente en ella, por el cual logra la elevación, el enriquecimiento, la vida puede devenir su propio fin, y con eso queda suprimido el problema de un fin último que estuviese colocado más allá de su proceso natural. Esta representación de la vida — la absolutización poético-filosófica de la idea darwiniana de la evolución, cuya influencia ha despreciado demasiado Nietzsche en su última época —, esta representación me parece ser el resultado de aquel sentimiento general de la vida, decisivo en última instancia para toda filosofía, y en el que se basa la diferencia más profunda y necesaria entre Nietzsche y Schopenhauer. La vida en su sentido más fundamental, que está todavía más allá de la oposición entre la existencia espiritual y la corporal, aparece como una suma incalculable de fuerzas o posibilidades, que están dirigidas en sí mismas a la elevación, intensificación y aumento de eficacia del proceso vital; pero no es posible describir analíticamente este fenómeno mismo, que en su unidad es el último fenómeno fundamental de nuestro ser. La vida efectiva será tanto más «evolución» cuanto mayor número de los elementos que sirven al fortalecimiento de su propio ser lleguen a desarrollarse. De manera que el que un...




