E-Book, Spanisch, Band 397, 540 Seiten
Reihe: Nuevos Tiempos
Sittenfeld Una perfecta educación
1. Auflage 2018
ISBN: 978-84-17308-45-2
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
E-Book, Spanisch, Band 397, 540 Seiten
Reihe: Nuevos Tiempos
ISBN: 978-84-17308-45-2
Verlag: Siruela
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
Curtis Sittenfeld (Cincinnati, 1975) es autora de varias y exitosas novelas, traducidas a más de veinte idiomas. El unánime reconocimiento de público y crítica alcanzado con Sin compromiso la ha consolidado como una de las narradoras estadounidenses más deslumbrantes de nuestros días. Actualmente vive en Saint Louis con su familia.
Weitere Infos & Material
2
Fuera del colegio también
hay que seguir las normas
Invierno de primero
Tras la recogida, cuando Madame Broussard terminó de pasar lista, solo nos quedamos en la sala común Dede, Amy Dennaker, que estaba en el locutorio, y yo; Amy no paraba de reír y de decir «¡Ay, cállate!».
Miré el cuaderno.
—Vale —le dije a Dede—. ¿Cuál es el modelo reproductivo del protista Euglena?
—Fisión binaria —dijo Dede.
—Bien. —Y repetí por dentro: «fisión binaria, fisión binaria, fisión binaria».
Me parecía asombroso que Dede, quien parecía emplear casi toda su energía en ponerse guapa y en intentar congraciarse con los que eran más populares que ella, retuviera tanta información sin ningún esfuerzo mientras que yo tenía una media de suficiente en biología. No tenía muy claro cómo había llegado a esta situación tan crítica con las notas, porque antes de venir a Ault nunca había bajado de notable alto en ninguna asignatura. O bien Ault era mucho más difícil que mi instituto o me estaba volviendo tonta… Tenía la sensación de que era por una mezcla de las dos cosas. Aunque no me estuviera atontando en sentido literal, sí era consciente, al menos, de que había perdido el fulgor que te rodea cuando los profesores te tienen por una de las listas y responsables, ese halo que se va volviendo cada vez más brillante cuando levantas la mano en clase para dar la respuesta exacta o cuando se te acaban las hojas del cuadernillo azul del examen y tienes que pedir otro. Incluso dudaba de que en Ault me fuera a hacer falta nunca un segundo cuadernillo porque me había cambiado hasta la forma de escribir: antes tenía una letra desordenada y llena de vida, y, en cambio, ahora mi caligrafía estaba encogida y contraída.
—¿Y qué pasa con las bacterias? —dije—. ¿Cómo se denomina su modelo reproductivo?
—En el caso de las bacterias, hablamos de fisión binaria y conjugación. Puede ser…
—Chicas, ¿qué estáis haciendo? —Amy Dennaker había salido del locutorio y nos miraba con más interés de lo normal. El mes anterior, en febrero, Amy había marcado un triplete en el partido de hockey sobre hielo contra el St. Francis, y luego, en el tercer tiempo, se rompió la nariz. Después de eso, me parecía aún más temible—. Si estáis estudiando para mañana, ni os molestéis —dijo Amy.
Dede y yo nos miramos.
—Tenemos examen de biología —repuse.
—No, no lo tenéis. —Amy sonrió entre dientes—. Yo no os he dicho nada, pero mañana es el festivo sorpresa.
—¿Y eso qué es? —dije yo.
—Pero eso es genial. ¿Estás segura? —respondió Dede al mismo tiempo.
Me volví hacia Dede.
—¿Qué es eso del festivo sorpresa? —dije.
—¿Cómo lo sabes? —le preguntó Dede a Amy.
—No puedo revelar mis fuentes, y nunca se puede estar segura del todo. A veces, si el señor Byden sospecha que lo saben demasiados alumnos, lo cancela. Pero mira: no puede ser un miércoles, por los partidos; tampoco suele ser los lunes ni los viernes, porque sería un rollo que estuviera pegado al fin de semana; y casi siempre es antes de las vacaciones de primavera. Eso nos deja el martes y el jueves, pero han pasado el partido de baloncesto de los chicos contra el Overfield al martes que viene. El próximo jueves va a venir no sé qué redactor de discursos del presidente para hablar a cuarta hora. Y la otra semana es justo antes de las vacaciones. No es seguro hasta que no aparece la chaqueta verde, pero, por descarte, tiene que ser mañana.
Dede asentía. Al parecer, ya había oído hablar de la chaqueta verde.
—Y aún hay más —dijo Amy—. Alex Ellison tiene que presentar un trabajo de historia mañana, pero en la cena ha dicho que aún no se había puesto.
—¿Y eso qué más da?
—Alex comparte habitación con Henry Thorpe y, como Henry es delegado de cuarto, seguro que lo sabe. Los delegados son los únicos alumnos que lo saben antes. Y está claro que Henry se lo diría a Alex.
—¿Y Henry podría contarlo? —pregunté. Dede y Amy se volvieron a mirarme, como si hasta ese momento se hubieran olvidado de mi presencia.
—No —dijo Amy—. Pero ¿y qué? —De pronto, pareció acordarse de a quién tenía delante: una pringada de primero a la que apenas conocía y su compañera de habitación, que solo era un poquito más guay que la primera. Estaba claro que no había tenido la intención de ser tan generosa ni con su tiempo ni con su información—. Haced lo que queráis —dijo—. Podéis pasar la noche estudiando si os hace felices.
Esperé a que desapareciera escaleras arriba y me dirigí a Dede:
—Bueno, ¿me lo vas a explicar o no?
Dede todavía no me caía especialmente bien, pero era la persona de la que me sentía más cerca en Ault. En diciembre, después de hablar con Madame Broussard, le dieron a Little Washington veinticuatro horas para que se marchara; cuando nos reunimos en la sala común para la recogida, se notaba que había algo diferente, un hueco nuevo. Little se había marchado (sus padres habían venido a por ella y, en un abrir y cerrar de ojos, su habitación quedó vacía) y, con ella, la incertidumbre de quién había estado robando o de cuándo volvería a pasar. Esa noche, a eso de las dos de la mañana, me dolía tanto el estómago que tuve que ir al baño, me senté en el suelo junto al retrete y me metí el dedo en la garganta. No salió nada, tuve un par de arcadas y me eché sobre la taza para examinar el retrete desde ese ángulo, con el agua en calma y la porcelana en curva. Cuando debía de llevar allí unos veinte minutos, Dede abrió la puerta de la cabina, que estaba sin el pestillo. «¿Me puedes dejar sola?», dije, y ella respondió: «Has hecho lo correcto. No te quedaba otra opción».
Ahora, en la sala común, Dede me contó:
—El festivo sorpresa es una tradición de Ault. Una vez al año, suspenden las clases y nos dan el día libre.
Pensé en mi suficiente en biología y no tuve muy claro si merecía un día libre.
—Si en el pase de lista aparece alguien con la chaqueta verde, es que es el día —siguió diciendo Dede—. Puede que el señor Byden suba a hacer un aviso y que, al quitarse la chaqueta, lleve otra verde debajo, o que alguien salga de debajo de la mesa de los delegados con ella puesta. Algo así.
—¿Así que no hay examen?
—Supongo que no. Por lo menos, hasta el viernes.
—Entonces no hace falta seguir estudiando.
—Bueno. —Dede se mordió el labio—. Lo mejor sería hacerlo, por si acaso.
—Estoy cansada —dije.
—Si estudiamos ahora, no tendremos que hacerlo mañana.
La miré, qué responsable era. Era como estar viendo una versión de mí misma un año atrás, la versión que había convencido a mis padres para que me dejaran venir a Ault, a pesar de todos sus reparos, diciéndoles que iba a recibir una educación de primera. Ahora era otra persona, una que no se parecía a Dede. Ella podía estudiar porque abordaba su vida sin ambages. Yo, sin embargo, estaba viviendo la mía de soslayo. No actuaba como quería ni decía lo que pensaba, y estar tan reprimida y tensa todo el tiempo me tenía agotada; hiciera lo que hiciera, siempre me imaginaba haciendo algo diferente. Las notas no me importaban demasiado, pero el verdadero problema era que nada me importaba demasiado.
—Me voy a la cama —anuncié, y dejé a Dede en la sala común, con la mirada clavada en los apuntes de biología.
En el desayuno, Hunter Jergenson nos contó que había soñado con extraterrestres, Tab Kinkead le preguntó si, en lugar de un sueño, no habría sido una abducción de verdad; luego, Andrea Sheldy-Smith, la compañera de habitación de Hunter, nos relató con todo lujo de detalles cómo había utilizado por error el cepillo de dientes de la primera, a lo que Tab repuso: «Eso es como si os hubierais enrollado, ¿no?». No dejaba de sorprenderme lo absurdos que eran los temas de los que hablaban los demás, especialmente las otras chicas, y me sorprendía en igual medida el gran interés que despertaban aquellas tonterías; aunque, tal vez, el sentido de todo estuviera precisamente en que fueran así, en la forma en que no transmitían la dolorosa sensación de que había algo en juego.
Como en la mesa nadie hizo mención al festivo sorpresa, empecé a sospechar que o bien Amy se había equivocado (la idea me había asaltado en mitad de la noche) o nos había tomado el pelo. En la capilla, mientras el señor Byden hablaba de lo importante que es la humildad, yo examinaba su expresión en busca de algo que dejara entrever que no iba a haber clases. Nada. Por norma general, me gustaba la capilla, con las desvencijadas sillas de anea, la luz tenue, los techos arqueados de una altura imposible, el sonido del órgano cuando cantábamos himnos y el muro con los nombres de los chicos de Ault que habían muerto en alguna guerra grabados en piedra. Pero aquel día mi cabeza estaba en otra parte.
En el pase de lista, se respiraba en el ambiente la expectación y una especie de euforia parlanchina. En lugar de estudiar, como solían hacer antes de los avisos y durante ellos, estaban todos hablando en las mesas y se oían risas por todas partes. Aspeth Montgomery, la chica rubia y antipática a la que Dede servía de acólito, estaba sentada sobre el regazo de Darden Pittard, que era el chico negro guay de nuestro curso. Darden era bueno en baloncesto, venía...




