E-Book, Spanisch, 448 Seiten
Reihe: Ensayo
Slobodian Globalistas
1. Auflage 2021
ISBN: 978-84-122594-8-3
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
El fin de los imperios y el nacimiento del neoliberalismo
E-Book, Spanisch, 448 Seiten
Reihe: Ensayo
ISBN: 978-84-122594-8-3
Verlag: Capitán Swing Libros
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark
Historiador canadiense especializado en la Alemania moderna e historia internacional, Slobodian es profesor asociado en el Wellesley College desde 2015. Estudió Historia en Lewis & Clark College y se doctoró en la Universidad de Nueva York en 2008. Es un historiador centrado en las políticas Norte-Sur, los movimientos sociales y la historia intelectual del neoliberalismo. Además de su libro Globalistas. El fin de los imperios y el nacimiento del neoliberalismo (2018), es también autor de Foreign Front: Third World Politics in Sixties West Germany (2012), editor de Comrades of Color: East Germany in the Color World War (2015) y coeditor (con Dieter Plehwe y Philip Mirowski) de Nine Lives of Neoliberalism. Slobodian ha publicado más de veinte artículos y capítulos en prestigiosas revistas de historia como Journal of Global History, American Historical Review y Journal of Contemporary History. También ha escrito para el New York Times, New Statesman, The Baffler y Dissent. Sus investigaciones han recibido el apoyo de becas del National Endowment for the Humanities, el American Council of Learned Societies, la Fundación Volkswagen y la Fundación Andrew Mellon. Actualmente está trabajando en un libro sobre el capitalismo de extrema derecha. Como en su investigación, la enseñanza de Slobodian a sus estudiantes se caracteriza por situar historias de la Europa moderna en la historia del mundo en general.
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INTRODUCCIÓN
Pensar en órdenes mundiales
«Un país puede engendrar
sus propios invasores bárbaros».
WILHELM RÖPKE, 1942
A finales del siglo XX era habitual creer que la ideología del libre mercado había conquistado el mundo. En el tira y afloja de la economía mundial, la importancia de los Estados estaba disminuyendo. En 1995, en el Foro Económico Mundial de Davos —un lugar emblemático de aquella época—, Bill Clinton, el presidente de los Estados Unidos, observó que «los mercados de veinticuatro horas pueden responder a una velocidad cegadora y, en ocasiones, con crueldad».[1] El canciller Gerhard Schröder citó las «tormentas de la globalización» al anunciar una importante reforma del sistema de protección social de la Alemania reunificada. Afirmó que había que modernizar la economía social de mercado o esta, de lo contrario, terminaría «modernizada por las fuerzas desenfrenadas del mercado».[2] La política había adoptado la voz pasiva: el único agente era la economía mundial. Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, lo expresó en 2007 con total franqueza al hacer esta declaración: «Poco importa quién vaya a ser el próximo presidente. El mundo se rige por las fuerzas del mercado».[3] Para sus detractores, aquello parecía un nuevo imperio en el que «la globalización sustituía al colonialismo».[4] A juicio de sus defensores, era un mundo en el que las mercancías y el capital, aunque no las personas, fluían de acuerdo con la lógica de la oferta y la demanda, lo que generaba prosperidad —o, al menos, oportunidades— para todos.[5] Sus detractores calificaron esa filosofía del gobierno de las fuerzas del mercado como «neoliberalismo». Se nos explicó que los neoliberales creían en la política de no intervención a nivel mundial: mercados autorregulados, Estados reducidos y la restricción de la motivación humana al interés propio, racional y unidimensional del Homo economicus. Se afirmaba que los globalistas neoliberales fusionaban el capitalismo de libre mercado con la democracia y fantaseaban con un mercado mundial único sin fronteras.
Mi relato enmienda esa línea argumental. Muestra que los autodenominados neoliberales no creían en los mercados autorregulados como entidades autónomas. Democracia y capitalismo no les parecían sinónimos. No creían que la única motivación de los humanos fuese la racionalidad económica. No buscaban ni la desaparición del Estado ni la de las fronteras. Y no observaban el mundo solo desde el prisma del individuo. De hecho, se puede comparar la percepción neoliberal fundamental con la de John Maynard Keynes y Karl Polanyi: el mercado ni se cuida ni puede cuidarse solo. La esencia de las teorías neoliberales del siglo XX trata sobre lo que llamaron las condiciones metaeconómicas o extraeconómicas capaces de salvaguardar el capitalismo a nivel mundial. En este libro muestro que el proyecto neoliberal estaba centrado en diseñar instituciones que, en vez de liberar los mercados, los aprisionaran, que vacunaran al capitalismo contra la amenaza de la democracia, que crearan una infraestructura que contuviese el comportamiento humano —que a menudo es irracional— y reordenaran el mundo tras el fin del imperialismo como un espacio de Estados rivales en el que las fronteras juegan un papel necesario.
¿Cómo podemos desentrañar el neoliberalismo? Y ¿podemos utilizar ese término, siquiera? Muchos llevan años afirmando que prácticamente carece de significado. «A efectos prácticos», la teoría neoliberal como tal «no existe», aseguró recientemente cierto académico.[6] Sin embargo, en 2016, el Fondo Monetario Internacional (FMI) acaparó los titulares internacionales al identificar el neoliberalismo como una doctrina coherente y preguntar, además, si no se había «alabado en exceso» el paquete de medidas de privatización, desregulación y liberalización.[7] Por aquel entonces, Fortune informó de que «hasta el FMI reconoce ahora el fracaso del neoliberalismo».[8] La revista incurría en una pequeña imprecisión al sugerir que aquello era algo nuevo. Las políticas asociadas al neoliberalismo se venían cuestionando desde hacía dos décadas (al menos, en el plano retórico). Uno de los primeros en expresar sus dudas, tras la crisis financiera asiática de 1997, fue Joseph Stiglitz.[9] Stiglitz, ganador del Premio Nobel de Economía y economista jefe del Banco Mundial entre 1997 y 2000, se convirtió en un crítico acérrimo de la globalización neoliberal. A finales de la década de 1990 surgieron otras voces discrepantes que declararon que el libre mercado mundial no regulado era «la última utopía» y, hasta cierto punto, las instituciones financieras internacionales se mostraron de acuerdo.[10] Cejaron en su doctrinaria oposición a los controles de capital, que era precisamente de lo que trataba el artículo de 2016 publicado en Fortune. La Organización Mundial del Comercio (OMC) se sometió a un lavado de cara similar. Después de que las protestas obligaran a suspender la cumbre de 1999, el organismo dio un giro para incidir en el lado humano de la globalización.
Aunque las medidas descritas como neoliberales se venían criticando desde hacía mucho tiempo, la importancia del informe del FMI radicaba en su reconocimiento de la etiqueta «neoliberalismo». Parece que el término estaba listo para saltar a la cultura popular y salió en The Financial Times, The Guardian y otros periódicos.[11] También en 2016, el Instituto Adam Smith, fundado en 1977, que había servido de guía para Margaret Thatcher, «se declaró neoliberal» —según sus propias palabras— y se deshizo de su calificativo anterior, «libertario».[12] Uno de los principios que se le atribuían era su «perspectiva globalista». En 2017, el director del Instituto Walter Eucken de Alemania defendió públicamente el honor de lo que llamó el «neoliberalismo clásico», que reivindicaba «un Estado fuerte que se imponga a los intereses de los grupos de presión».[13] Parecía que tanto sus detractores como sus partidarios por fin podían nombrar «el movimiento que no se atrevía a pronunciar su propio nombre».[14] Aquel fue un avance esclarecedor. Ponerle una etiqueta al neoliberalismo nos ayuda a entenderlo como una corriente de pensamiento y un modelo de gobernanza entre muchos otros: como una forma o variedad de regulación en lugar de lo contrario.
En la última década, se han hecho esfuerzos extraordinarios por historiar el neoliberalismo y sus propuestas para la gobernanza mundial, así como por transformar la «palabrota política» o el «eslogan antiliberal» en un tema de investigación archivística rigurosa.[15] Mi relato entreteje dos líneas de estudio que han estado extrañamente desconectadas entre sí. La primera consiste en rastrear la historia intelectual del movimiento neoliberal.[16] La segunda, en el estudio de la teoría globalista neoliberal por parte de los investigadores de ciencias sociales, no de los historiadores.
Los académicos han demostrado que el término «neoliberalismo» se acuñó en 1938 en el Coloquio Walter Lippmann, en París, para describir el deseo de los economistas, sociólogos, periodistas y líderes empresariales allí reunidos de «renovar» el liberalismo.[17] Como sostiene cierto académico, una de las formas más justificables de estudiar el neoliberalismo es como «un grupo organizado de individuos que intercambian ideas dentro de un marco intelectual común».[18] Los historiadores se han centrado, sobre todo, en la Sociedad Mont Pèlerin, fundada en 1947 por, entre otros, F. A. Hayek, como un grupo de intelectuales y legisladores de ideas afines que se reunían periódicamente para debatir sobre asuntos mundiales y sobre la condición contemporánea de la causa política con la que estaban comprometidos. Aquel grupo no estuvo exento de desavenencias internas, como han demostrado las obras citadas. Sin embargo, al margen de la política monetaria y de la economía del desarrollo, estas historias han descuidado de manera sorprendente la cuestión de la gobernanza internacional y mundial.[19] Aunque aquellos pensadores tuvieran sus diferencias, yo sostengo que en sus textos y en sus actos se aprecian las mimbres de una propuesta coherente de orden mundial. Su proyecto de pensar en órdenes mundiales, que globalizaba el principio ordoliberal de «pensar en órdenes», ofrecía un conjunto de propuestas...




