E-Book, Spanisch, Band 338, 202 Seiten
Reihe: Espiritualidad
Smith El camino de la paradoja
1. Auflage 2022
ISBN: 978-84-277-2909-4
Verlag: Narcea Ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
La vida espiritual según el maestro Ekchart
E-Book, Spanisch, Band 338, 202 Seiten
Reihe: Espiritualidad
ISBN: 978-84-277-2909-4
Verlag: Narcea Ediciones
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)
CYPRIAN SMITH. Graduado por la Universidad de Manchester en Lengua y Literatura Francesa, fue monje benedictino de la abadía de Ampleforth (Inglaterra) y maestro de novicios.Con grandes dotes en el terreno de los idiomas, la poesía y la música es autor de varios libros de espiritualidad. Falleció en abril de 2019 y una de las constantes de su vida fue la búsqueda de la verdad hasta el final.
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Luz en la oscuridad
El objetivo de este libro es muy sencillo. Trata de expresar, de forma clara e inteligible, los principales elementos de la enseñanza de Eckhart sobre la vida espiritual para que el lector de hoy pueda captarlos y utilizarlos. ¿Hay necesidad real de hacerlo? Creo que sí. Aunque Eckhart fue condenado ya en vida y casi completamente olvidado en los siglos posteriores, nunca llegó a desaparecer por completo del panorama, y durante los últimos cien años ha crecido el interés por él, llegando, de nuevo, a emerger su figura.
Sus escritos tienen una fascinación y un atractivo únicos para gran número de personas muy diferentes entre sí. Protestantes y católicos, creyentes y no creyentes, budistas e hindúes, sin mencionar al gran experto en la mente humana, el psicólogo C. G. Jung; todos han sentido el magnetismo de Eckhart y han respondido a su manera. Hay algo en él que atrae a los habitantes del mundo moderno; hay una necesidad ampliamente sentida que parece capaz de responder. ¿Qué es?
Vivimos hoy en una era de transición, en la que las formas tradicionales de pensar y vivir están desapareciendo, pero aún no se han encontrado nuevas formas de reemplazarlas. Esto genera dudas y confusión y, sobre todo, una sensación de profunda insatisfacción. ¿No es eso, más que pura malicia y destructividad, lo que subyace a mucha violencia contemporánea: la violencia a menudo esporádica e inútil de los terroristas o la de los jóvenes en las calles de las ciudades? Cuando una sociedad y una cultura han envejecido, automáticamente se genera inquietud y un deseo de cambio radical, incluso, si es necesario, por medios violentos y despiadados... No es necesario que un profeta o un visionario reconozca que el Apocalipsis está flotando en el aire, que la convicción de que la sociedad y la cultura tal como la conocemos está llegando a su fin, que su tiempo se acaba.
Este tema aparece constantemente en películas, pintura, poesía y, especialmente, en novelas, sobre todo en algunas de ciencia ficción, y no falta en trabajos más serios y reflexivos como Esa horrible fuerza de C.S. Lewis. Cualquiera que se haya movido en círculos eclesiales ha visto cómo la gente, de inmediato, presta atención cuando se leen las profecías amenazantes del Libro del Apocalipsis, aunque no parece tranquilizarse por la visión de la Jerusalén celestial que sigue a continuación. ¿Por qué sucede algo así, si ambas profecías pertenecen a las Escrituras y, por lo tanto, presumiblemente, las dos están inspiradas?
En un mundo amenazado por la injusticia, la violencia y la posibilidad de una guerra bacteriológica, la profecía pesimista es la que más nos llega porque está más cerca de la experiencia..., y también, quizás, del deseo.
Esta insatisfacción, inquietud y deseo de cambio radical se extiende también a la esfera espiritual, y parece que tiene que ser así. La religión se ocupa de las aspiraciones más profundas del ser humano, toca los niveles más profundos de su corazón. Al hacerlo, desarrolla métodos específicos de aprendizaje, de comportamiento ritual, de orientación y de ayuda que llevan la impronta de una sociedad y una cultura en particular, y puede llegar un momento en que estos métodos, estas formas externas, ya no respondan a las necesidades más profundas de la humanidad. Aparece entonces una brecha entre lo que las personas, por oscuras que sean, sienten que necesitan y lo que las religiones son capaces de darles. De este modo, en el corazón de la Iglesia misma, y también en el corazón de las comunidades religiosas no cristianas, se desarrolla el síndrome apocalíptico, el anhelo de un cambio radical a toda costa.
Esta es, seguramente, la razón principal que está detrás de nuestras iglesias medio vacías y del declive general del interés religioso, especialmente entre los jóvenes. Esta falta de interés en la religión tradicional se debe en parte al descuido y a la inercia, a los valores de mala calidad de una sociedad materialista que espera respuestas rápidas con el mínimo esfuerzo. Pero, seguramente, hay más que eso.
Cualquiera que haya trabajado o vivido mucho tiempo con jóvenes se habrá dado cuenta de que les interesan mucho los asuntos espirituales. Tienen el deseo —y la aspiración—, pero la religión tradicional, organizada e institucional no logra canalizarlo o dirigirlo. Por lo tanto, fluye por canales de su propia elección: religiones orientales y meditación trascendental, o en sustitutos peligrosos y destructivos de la religión, como la magia y el ocultismo, las drogas, la violencia y el sexo.
El impulso espiritual está vivo, pero ya no corresponde a las formas religiosas externas. La Iglesia católica reconoció la existencia de esta crisis y trató de abordarla en el concilio Vaticano II. Mucho se logró entonces y mucho se sigue logrando en nuestros días, pero tiene que ir más allá, y debemos preguntarnos: ¿cuáles son hoy las necesidades espirituales más urgentes y cómo se deben satisfacer?
En medio de la agitación e inquietud general que se respira entre las personas religiosas de hoy, parece que hay dos deseos principales que salen a la superficie. Ya han sido observados y comentados por distintos autores, pero vale la pena volver a fijarnos en ellos, porque son fundamentales. El primero es político y social. Es el deseo de libertad, de una sociedad más justa y equitativa. El segundo es más interno y personal. Es el deseo de conocer el corazón humano, sus profundidades y recovecos internos. Dentro de la Iglesia, se manifiesta como un deseo de aprender más sobre la oración y la meditación, sobre los diferentes niveles de consciencia y conciencia.
Estos dos deseos, social y místico, están interconectados y no pueden separarse. Deben explorarse simultáneamente, porque uno afecta inevitablemente al otro. Hay muchas cosas sobre nosotros y nuestras profundidades ocultas que solo se pueden descubrir viviendo con otros, experimentando el contacto, a veces el choque, con personalidades muy diferentes a las nuestras. Entonces, el elemento comunitario, la dimensión social y política, no pueden ser ignorados.
Pero es igualmente cierto que no podemos esperar comprender o cambiar la sociedad a menos que también aprendamos a comprendernos y cambiarnos a nosotros mismos. Tenemos que saber, reconocer y aceptar lo que sucede en los niveles más profundos de nuestra mente, ya que eso afecta a nuestro comportamiento externo. No hay nada en la política o en la sociedad que no haya tenido su origen en la mente humana. Todo lo que el corazón humano, en sus profundidades secretas, conciba e imagine, para bien o para mal, se manifestará exteriormente en el tiempo.
El mundo científico y tecnologizado en el que vivimos nació en la mente de los filósofos franceses de la Ilustración antes de tomar forma en la realidad concreta. Además, los deseos y aspiraciones inconscientes que tenemos a veces son lo opuesto de lo que estamos tratando conscientemente de lograr. Podemos pensar que estamos trabajando por la paz, la justicia y el bien de los demás, cuando en realidad estamos buscando poder, dominación y sujeción de los demás a nuestros propios fines egoístas. Aparentemente, las acciones altruistas y buenas a menudo están viciadas por motivos inconscientes. Los psicólogos modernos nos lo han demostrado.
Los grandes maestros espirituales, tanto cristianos como no cristianos, han ido un paso más allá y nos han enseñado que las acciones que son buenas en sí mismas, si se realizan por motivos indignos (por inconscientes que sean), se convertirán en un daño. Por lo tanto, necesitamos explorar nuestras profundidades internas; necesitamos conocernos a nosotros mismos.
En este campo es en el que Eckhart entra en juego. Nació en el siglo xiii, cuando la Iglesia cristiana, con todas sus doctrinas, liturgias, sacramentos y estructuras de poder, estaba muy desarrollada. Como fraile dominico, se formó cuidadosamente en Teología y Filosofía y su Orden lo destinó a desempeñar importantes cargos administrativos y de enseñanza; conocía la Iglesia y sus formas externas, de dentro afuera. Pero al mismo tiempo tenía un profundo conocimiento del corazón humano y un ardiente deseo de descubrir qué hay en las personas que las hace desear a Dios y poder unirse con él. En esta área realizó importantes descubrimientos, que lo sitúan entre los mejores maestros espirituales de todos los tiempos. Se dio cuenta, sobre todo, de que la cuestión de Dios es también una cuestión sobre el hombre. No puedo conocer a Dios a menos que me conozca a mí mismo. La religión tiene su origen y su significado en el corazón humano. Por lo tanto, cuando las formas externas dejan de satisfacer, solo podemos resolver la crisis volviendo al corazón humano.
La realidad sublime y gloriosa que llamamos «Dios» debe buscarse ante todo en el corazón humano. Si no lo encontramos allí, no lo encontraremos en ningún otro lado. Si lo encontramos allí, nunca más podremos perderlo; dondequiera que vayamos, veremos su rostro.
Este es quizás el secreto del atractivo de Eckhart para el mundo moderno, el hecho de que sabe cómo son los seres humanos, cuáles son sus necesidades más verdaderas y profundas. Este tipo de conocimiento es muy valioso, es más, no tiene precio, ya que, por sí solo, permite ayudar realmente a las personas. La mera buena voluntad no es suficiente: para ayudar a alguien tenemos que saber cuáles son sus necesidades reales; tenemos que conocerlo. Por eso tanta gente recurre hoy al psicólogo y al psiquiatra, más que al sacerdote; no significa necesariamente que obtengan respuestas del...