Starobinets | El Vado de los Zorros | E-Book | www.sack.de
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E-Book, Spanisch, 784 Seiten

Starobinets El Vado de los Zorros


1. Auflage 2025
ISBN: 978-84-19581-50-1
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark

E-Book, Spanisch, 784 Seiten

ISBN: 978-84-19581-50-1
Verlag: Editorial Impedimenta SL
Format: EPUB
Kopierschutz: 6 - ePub Watermark



Fantasía histórica y aventura sobrenatural se entrelazan con la fuerza envolvente del realismo mágico. Tras Tienes que mirar y La glándula de Ícaro, Anna Starobinets escribe su novela más deslumbrante y ambiciosa, sin duda su mejor obra hasta la fecha. El Vado de los Zorros es un acontecimiento literario de primer orden. Un título que ya suena a clásico. Manchuria, 1945. Tras el eco apagado de la Segunda Guerra Mundial, en un confín remoto entre China y Siberia, se alza una ciudad fantasma olvidada por el tiempo: El Vado de los Zorros. Allí confluyen desertores sin patria y criaturas surgidas de leyendas antiguas: mujeres zorro que vagan entre las ruinas con astutas sonrisas; chamanes siberianos que susurran secretos al viento helado; inmortales taoístas guardianes de misterios milenarios; científicos desquiciados por ambiciones prohibidas; licántropos que acechan bajo la luz de una luna sangrienta. En este refugio imposible se encuentra Maxim Cronin, antiguo artista de circo dotado de facultades extrasensoriales, fugado de un gulag solo para verse atrapado en un nuevo escenario de pesadilla. Humanos y seres míticos por igual quedan enredados en la búsqueda de un arma biológica legendaria y en la red de una conspiración totalitaria que extiende su sombra más allá del fin oficial de la contienda. Un sobrecogedor viaje al corazón de las tinieblas que seducirá por igual a los amantes de la fantasía oscura y a los lectores de ficción histórica. Una epopeya hechizante que marca un hito en la narrativa contemporánea. Un periplo visual e imaginativo donde cada personaje encontrará aquello que merece: algunos el amor y otros la muerte. Todos, sin excepción, acabarán enfrentándose a un destino ineludible, marcado por dios o por el demonio. CRÍTICA «Escribe como un Gógol que hubiera viajado al futuro para leer a Philip K. Dick y crear sus propias obras de culto fantásticopolíticas.» -Laura Fernández «Starobinets no deja que el lector se relaje ni un minuto y consigue mantener el ritmo infernal a lo largo de setecientas páginas.» -Galina Yuzefovich «Las historias de Starobinets abarcan del horror a la reinvención de mitologías y a la ciencia ficción distópica.» -Mariana Enriquez, Página 12 «Anna Starobinets no es rara, tampoco extravagante. Es su mundo, es decir, el nuestro, lo realmente extraño.» -Isabel Navarro, Eldiario.es «Starobinets está considerada una de las mejores autoras de ciencia ficción por su acercamiento al género desde el extrañamiento.» -Elisa McCausland, El País «Anna Starobinets es tal vez el máximo exponente de la nueva narrativa fantástica rusa y una autora ante la que cualquier adjetivación se va a quedar corta, necesariamente.» -Javier Menéndez Llamazares, El Diario Montañés «Un escalofriante universo literario.» -La Razón «Anna Starobinets es una de las escritoras rusas más originales del momento.» -Xataka «Una autora que escribe sin concesiones y habla sin rodeos.» -Telérama «Starobinets no solo crea mundos nuevos, sino que pone el dedo en la llaga de algunas de nuestras peores pulsiones evolutivas.» -The Objective

Anna Starobinets nació en Moscú en 1978. Es periodista en el magazín Russki Reporter, escritora de obras distópicas y metafísicas -también de libros infantiles-, así como guionista de cine y televisión. Estudió en el Liceo Oriental y en la Universidad Estatal de Moscú. Tras graduarse, comenzó a trabajar en el diario Vremya Novostei y a profundizar desde la escritura en la realidad local rusa. Con tan solo veintisiete años, publicó su primer libro, Una edad difícil (2005), título al que siguieron Refugio 3/9 en 2006, El vivo en 2011 (ambos de próxima publicación en Impedimenta), La glándula de Ícaro en 2013 (premio Bestseller Nacional de Rusia), y Tienes que mirar (2017; Impedimenta, 2021), un desgarrador relato autobiográfico. En 2022 publicó su novela más reciente, El Vado de los Zorros (también de próxima publicación en Impedimenta), un thriller de terror que combina la historia de la URSS, la mitología china, la ingeniería genética japonesa y el chamanismo siberiano. Starobinets recibió el Premio Nocte en 2012 y el de la Sociedad Europea de Ciencia Ficción en 2018, y está considerada la «reina del terror ruso». Desde primavera de 2022 vive en Tiflis (Georgia).?
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Moscú, 21 de junio de 1941.[1]

Mi respiración es acalorada y febril como la de un perro enfermo. Quiero cerrar los ojos y sumergirme en la oscuridad. O abrir los ojos y mirarlo a la cara. No me permite hacer ni lo uno ni lo otro. Ni dormirme ni despertarme. Una luz tenue, pulsante, se filtra a través de mis párpados entreabiertos. Soy un perro moribundo a los pies de su amo. Soy un muñeco roto en manos de un niño sádico. Cierro los ojos, le dejo solo las estrechas rendijas en blanco, pero con eso ya tiene suficiente. Su voz monótona penetra a través de ellas en mi cerebro con la pulsación de la luz.

—¿En qué ciudad estamos, Maxim Cronin?

Mis labios están calientes y secos como un trozo de madera chamuscada; no me obedecen a mí, sino a él. Respondo:

—En Moscú.

—¿En qué fecha estamos, Maxim Cronin?

—Veintiuno de junio del cuarenta y uno.

—¿Quién soy?

—Eres Gleb Áristov. NKGB.[2]

—Eres terco, Max. No es fácil quitarte el control.

Percibo un matiz halagador en su voz, por una fracción de segundo incluso me siento orgulloso. Como un perro al que alaban por cagar en la calle en vez de en casa. Si fuera un perro, menearía el rabo.

—Ahora voy a empezar una cuenta atrás, desde diez —anuncia.

Las bisagras de las puertas crujen. Áristov se distrae y logro abrir un poco los ojos. Por el hueco entre los párpados distingo tres siluetas vagas y confusas. Una es la de Gleb Áristov, justo delante de mí. Las otras dos están en el umbral, en la cenicienta franja de luz que se extiende hacia mí desde la puerta a través de la impenetrable oscuridad. Un hombre y una mujer. Él lleva traje negro; ella, vestido negro. Son rubios los dos. Parecen una foto en blanco y negro que haya cobrado vida.

Una vez dentro, cierran la puerta, la franja cenicienta desaparece y la oscuridad se los traga a ambos.

—Me habéis distraído. —La voz de Áristov suena irritada.

—Quiero despedirme. ¡Por favor! —dice la mujer.

Dice mi mujer.

—Cállate y espera.

Áristov se vuelve hacia mí. No le veo la cara, pero a través de la estrecha rendija de los párpados puedo distinguir su mano enfundada en un guante negro de cabritilla. En la palma negra tiene un abombado reloj de bolsillo con una fina cadena. Presiona una palanca y la tapa se abre con un clic. Se oye un tictac tranquilo y familiar: el segundero recorre la esfera. No la veo, pero lo sé: en el interior de la tapa hay una fotografía de una mujer rubia con un lunar encima del labio. La fotografía de mi mujer.

La mano enguantada toma el reloj por la cadena y lo hace oscilar delante de mí.

—Contaré hacia atrás. Me apoderaré de tu voluntad. Sigue mi voz, Maxim Cronin.

Su voz tira de mí como la correa de un perro obstinado. Pero me resisto y gruño:

—¡¿Por qué, maestro?! ¡¿Por qué?! ¡Si te soy fiel de todos modos!

—Me temo que eres más fiel a la patria que a mí. Relájate, Max. Es inútil resistirse. Empezaré a contar. Y tú, a olvidar.

Resistir. No es fácil quitarme el control. Concentrarse. No dejarse. No obedecer…

—Diez. Mantendrás tus costumbres normales.

El amo ha dicho que me va a dejar el hueso. Gracias. Pero ¿gracias por qué? Esto es ridículo. No obedecer. Abstraerme. Verme desde fuera. Aquí está Max Cronin, sentado en la silla, con el cuerpo estremeciéndose ligeramente, como cuando una persona se queda dormida…, como cuando un perro corre en sueños… tras el segundero que recorre la esfera…

—Pero… Nueve. En tu mundo ya no habrá milagros.

Noche. Una enorme luna naranja. Veo siluetas de animales que avanzan a hurtadillas bajo la luna. Perros o tal vez zorros… Se levantan sobre las patas traseras…

—Ocho. El mundo volverá a ser muy simple para ti.

Se incorporan, resultan ser humanos…

—Siete. Comenzará una gran guerra.

El destello feroz de una hoja afilada. La punta traza tres rayas horizontales en la piel humana, las cruza con una vertical, las cuatro se hinchan y rezuman un espeso líquido carmesí…

—Seis. Irás a esa guerra.

La luna naranja se refleja en el charco. Lombrices de tierra, cientos de lombrices se retuercen en el agua rojiza bajo la lluvia. Piso el agua, piso las lombrices. Delante veo la espalda de un soldado; en su manga, una esvástica…

—Cinco. Allí todo será simple: solo habrá amigos y enemigos.

Disparo y el soldado cae boca abajo en el barro. Le tiro una moneda como si se la diera a un mendigo. Su uniforme se descompone ante mis ojos, las heridas de bala se cierran y se convierten en cicatrices apenas perceptibles. Su piel se vuelve negra, de la tierra negra brotan amapolas escarlatas. En medio de este campo de amapolas, una mujer de pelo rubio platino acaricia esos brotes que crecen a toda velocidad…

—Cuatro. Olvidarás todo lo que te he enseñado. Me olvidarás a mí. El resto lo recordarás: un mundo sin milagros.

Las amapolas escarlatas estallan en llamas, el campo arde. Un mechón de cabello rubio y unos guantes negros de cabritilla vuelan hacia el fuego…

—Tres. Vendrán a por ti. Pero no podrás contar nada.

Las llamas devoran el campo de amapolas y lo reducen a cenizas…

—Dos. Porque habrás olvidado lo más importante.

Un destello cegador seguido de un vacío blanco…

—Uno. Si en algún momento alguien logra devolverte la memoria, cosa que dudo…, acabarás de inmediato con tu propia vida. Querrás morir desesperadamente, con cada fibra de tu ser. ¿Está claro?

Contesto:

—Está claro.

—Perfecto, Max. Ya te van pesando menos los párpados, despertarás pronto… Se despertará pronto. Despedíos.

Oigo un apresurado taconeo. La mujer de la larga melena rubia y el lunar sobre el labio, la mujer que apenas reconozco, mi mujer, se acerca. Se arrodilla delante de mí, me acaricia la mejilla.

Su acompañante habla con un leve acento alemán.

—Ya es hora, Yelena. No te entretengas.

Es Jünger, su hermanastro. Mi mujer, obediente, me susurra al oído:

—Adiós.

Me besa en los labios, con miedo, prisa y ternura. Como una golondrina que ha hecho su nido bajo un techo ajeno y se acerca a hurtadillas al polluelo para introducir una avispa en su pico abierto.

Se levanta y camina hacia la salida. Una franja de luz se abre sobre el suelo oscuro y, al cabo de unos segundos, se apaga, tragándose a esa mujer rubia que parece un pájaro. Mi mujer.

Se va y en ese mismo momento olvido que ha estado aquí.

Una mano enfundada en un guante negro de cabritilla me coloca un reloj en la palma de la mano, pegajosa por el sudor.

—Cero —dice una voz tranquila.

Abro los ojos.

Estoy sentado delante del espejo que cubre la pared entera, solo en el camerino. Por la ventana rezuma, como mercurio, la luz de la luna, y bajo esa luz venenosa mi rostro parece el de un muerto. En el espejo, por encima de mi cara muerta, está escrito con pintalabios rojo: «Perdóname».

Tengo en la mano el reloj de bolsillo abombado con el retrato en el interior de la tapa abierta. Todas las manecillas apuntan a mi mujer: es medianoche.

Me siento completamente roto.

Tengo la sensación de que algo en mi interior se ha quebrado y de que, mientras dormía, alguien ha arrancado el fragmento más grande, deprisa y sin miramientos, desgarrándome las entrañas.

Vuelvo a casa al amanecer, pero no encuentro allí a mi mujer. En lugar de ella, me reciben dos chequistas. Uno se está zampando el strudel de manzana que Yelena preparó la noche anterior: arranca trozos con las manos, tira el relleno al suelo y se lleva el rollito vacío a la boca. A Yelena siempre le queda delicioso el strudel, la verdad. Será que a este chequista no le gustan las manzanas ni las nueces.

El otro rasga la tapicería del sofá con un cuchillo. El apartamento está destrozado, nuestras cosas están tiradas por el suelo, los espejos y los cristales del aparador están todos rotos.

—¡Manos arriba, saboteador! —se desgañita el chequista del strudel, y los pedazos a medio masticar salen volando de su boca—. ¡De rodillas, cabrón!

Caigo de rodillas y les grito:

—¡Esto es un error! ¡Soy artista de circo!

Por alguna razón no me creen. Entonces encuentro a tientas un trozo de vidrio en el suelo. Un gesto de desesperación. Un truco imposible, como decimos en el circo.

Es todo lo que tengo para defenderme: un cristal roto del aparador. Estoy solo y ellos son dos; están armados y yo no. Sin embargo, al cabo de un cuarto de hora estoy apoyado contra la pared y a mis pies yacen dos cadáveres y un strudel a medio comer. Acabé con ellos con tanta facilidad como si en toda mi vida no hubiera hecho más que matar con mis propias manos a hombres armados. Pero yo soy artista. Tan solo un artista de circo.

Sin saber por qué, le meto una moneda en la boca a cada uno. Deambulo por la casa con el pedazo de cristal afilado y con un pedazo del alma roto. Ese mismo día empieza la guerra, pero no me sorprende. Es como si la vida siguiera un guion que ya he leído.

Voy a la guerra. Allí todo es simple: solo hay amigos y enemigos....



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