Steinbeck | De ratones y hombres | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 168 Seiten

Reihe: Pocket

Steinbeck De ratones y hombres


1. Auflage 2019
ISBN: 978-84-350-4718-0
Verlag: EDHASA
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, 168 Seiten

Reihe: Pocket

ISBN: 978-84-350-4718-0
Verlag: EDHASA
Format: EPUB
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De ratones y hombres narra la historia de Lennie, un deficiente mental, y su compañero y ángel de la guarda George, dos braceros al borde de la indigencia. Contratados en una granja regentada por un ex boxeador, la insatisfecha esposa del patrón pone en serios aprietos a Lennie, que la mata accidentalmente y huye al bosque. Un conmovedor canto a la amistad y sobre todo una novela intensa con unos diálogos ejemplares y perfectamente construida, de la que ningún lector podrá olvidar su desenlace. Coincidiendo con el centenario de John Steinbeck, hemos publicado con una presentación como se merece el autor esta obra y otras dos 'La perla' y 'Hubo una vez una guerra'.

John Steinbeck, escritor americano que se dio a conocer al gran público con La taza de oro (1929) y Tortilla Flat (1935), a las que siguiento El poni rojo (1936), De ratones y hombres (1937), su primer gran éxito y Las uvas de la ira (1939), por la que obtuvo el Pulitzer, entre otras grandes novelas, o La luna se ha puesto (1942). Durante la segunda guerra mundial fue corresponsal del New York Herald Tribune, y producto de este trabajo nos legó el impresionante libro Hubo una vez una guerra (1958). También escribiría dos obras inmortales, La Perla (1947) y Al este del Edén (1952). Considerado, junto a Willliam Saroyan, como el más importante de los representates de la llamada Escuela del Pacífico, coincide sin embrargo con los miembros de la Escuela de Chicago (Dreiser, Dos Passos, Hemingway...) en el componente social de su novelística, pero se distingue de ellos por el profundo recelo que muestra hacia el 'sueño americano'.
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El atardecer de un día cálido puso en movimiento una leve brisa entre las hojas. La sombra trepó por las colinas hacia la cumbre. Sobre la orilla de arena,los conejos estaban sentados,quietos como grises piedras esculpidas.Y de pronto, desde la carretera estatal llegó el sonido de pasos sobre frágiles hojas de sicomoro.Los conejos corrieron a ocultarse sin ruido. Una zancuda garza se remontó trabajosamente en el aire y aleteó aguas abajo. Por un momento el lugar permaneció inanimado, y luego dos hombres emergieron del sendero y entraron en el espacio abierto situado junto a la laguna.

Habían caminado en fila por el sendero,e incluso en el claro uno quedó atrás del otro. Los dos vestían pantalones de estameña y chaquetas del mismo género con botones de bronce. Los dos usaban sombreros negros,carentes de forma, y los dos llevaban prietos hatillos envueltos en mantas y echados al hombro.El primer hombre era pequeño y rápido, moreno de cara, de ojos inquietos y facciones agudas, fuertes.Todos los miembros de su cuerpo estaban definidos: manos pequeñas y fuertes, brazos delgados, nariz fina y huesuda.Detrás de él marchaba su opuesto:un hombre enorme,de cara sin forma,grandes ojos pálidos y amplios hombros curvados; caminaba pesadamente, arrastrando un poco los pies como un oso arrastra las patas.No se balanceaban sus brazos a los lados, sino que pendían sueltos.

El primer hombre se detuvo de pronto en el claro y el que le seguía casi tropezó con él. El más pequeño se quitó el sombrero y enjugó la badana con el índice y sacudió la humedad. Su enorme compañero dejó caer su frazada y se arrojó de bruces y bebió de la superficie de la verde laguna;bebió a largos tragos,resoplando en el agua como un caballo. El hombre pequeño se colocó nerviosamente a su lado.

–¡Lennie! –exclamó vivamente–. Lennie, por Dios,no bebas tanto.

Lennie siguió resoplando en la laguna. El hombre pequeño se inclinó y lo sacudió. –Lennie.Te vas a enfermar como anoche. Lennie hundió toda la cabeza en el agua,sombrero y todo, y luego se sentó en la orilla, y el agua de su sombrero chorreó por la chaqueta azul y por la espalda.

–Está buena –afirmó–. Bebe algo,George. Echa un buen trago.

Sonrió entonces alegremente.

George desató su hatillo y lo posó suavemente en la orilla.

–No estoy seguro de que esté buena –dijo–.Parece un poco sucia.

Lennie metió una manaza en el agua y agitó los dedos de manera que el agua se elevó en un chapoteo;se ensancharon los círculos a través de la laguna hasta llegar a la otra orilla y volvieron de nuevo.Lennie miró el movimiento. –Mira,George.Mira lo que he hecho. George se arrodilló junto al agua y bebió de su mano, ahuecada, con rápidos movimientos.

–El sabor es bueno –admitió–. Pero no parece que corra. Nunca deberías beber agua que no corre, Lennie –agregó sin esperanzas–. Pero tú beberías de un desagüe, si tuvieras sed.

Se echó agua con la mano en la cara y la extendió con la palma bajo la mandíbula y en torno al cuello, sobre todo en la nuca. Luego volvió a calarse el sombrero,se retiró del río,alzó las rodillas y las rodeó con los brazos.Lennie,que lo había estado mirando,lo imitó exactamente. Se arrastró hacia atrás,alzó las rodillas,las rodeó con los brazos, miró a George para ver si lo había hecho bien.Bajó el ala del sombrero un poco más sobre sus ojos, hasta dejarlo tal como estaba el sombrero de George. George miraba malhumorado en dirección al agua.Tenía los párpados enrojecidos por el resplandor del sol.

–Podíamos haber seguido hasta el rancho –dijo con ira– si ese bastardo del autobús hubiese sabido lo que decía.«Apenas un trecho por la carretera» dice. «Apenas un trecho.» ¡Casi cuatro millas! ¡Ése era el maldito trecho! No quería parar en la puerta del rancho,eso es lo que pasa.Es demasiado perezoso el condenado para acercarse hasta allá. Me pregunto si parará en Soledad siquiera. Nos echa del autobús y dice: «Apenas un trecho por la carretera».Apuesto a que eran más de cuatro millas.¡Qué calor!

Lennie le dirigió una tímida mirada.

–¿George?

–Sííí. ¿Qué quieres?

–¿Dónde vamos,George?

El hombrecito dio un tirón del ala de su sombrero y miró a Lennie con el ceño fruncido.

–¿Así que ya lo olvidaste, eh? ¿Te lo tengo que decir otra vez, verdad? ¡Jesús! ¡Eres un verdadero idiota!

–Lo olvidé –dijo Lennie suavemente–.Traté de no olvidarlo.Lo juro por Dios,George. –Bueno,bueno.Te lo diré otra vez.No tengo nada que hacer.No importa que pierda el tiempo diciéndote las cosas para que las olvides, y volviéndotelas a decir.

–Intenté e intenté no olvidarlo –se excusó Lennie– pero no pude.Me acuerdo de los conejos,George.

–¡Al diablo con los conejos! Eso es todo lo que puedes recordar, los conejos. ¡Bueno! Ahora me escuchas y la próxima vez tienes que recordarlo, para que no nos veamos en apuros. ¿Recuerdas cuando nos sentamos en aquella alcantarilla de la calle Howard y miramos aquella pizarra?

La cara de Lennie se quebró con una encantada sonrisa.

–Pues claro, George, de eso me acuerdo... pero...¿qué hicimos después? Recuerdo que pasaron unas chicas y tú dijiste...dijiste...

–Al diablo con lo que dije. ¿Recuerdas que fuimos a donde Murray y Ready, y nos dieron tarjetas de trabajo y billetes para el autobús? –Ah,claro,George.Ahora me acuerdo. Introdujo rápidamente las manos en los bolsillos de su chaquetón y agregó suavemente:

–George... No tengo mi tarjeta. Debo haberla perdido.

Miró al suelo lleno de desesperación.

–No la tenías, imbécil. Yo tengo las dos aquí. ¿Crees que te iba a dejar que llevaras tu tarjeta de trabajo?

Lennie sonrió aliviado.

–Yo... yo creía que la había puesto en el bolsillo.

Y su mano fue otra vez al bolsillo.

–¿Qué has sacado de ese bolsillo? –preguntó George, mirándolo fijamente.

–No tengo nada en el bolsillo –contestó Lennie astutamente.

–Ya sé que no hay nada. Lo tienes en la mano. ¿Qué estás escondiendo en la mano?

–No tengo nada, George. De veras. –Vamos, dame eso.

Lennie estiró el brazo para alejar su mano de George.

–No es más que un ratón, George.<7p>

–¿Un ratón? ¿Vivo?

–¡Ajá! Es sólo un ratón muerto, George. Yo no lo maté.¡De veras! Lo encontré. Lo encontré muerto.

–¡Dámelo!

–Oh, déjame que lo tenga, George.

–¡Dámelo!

La mano cerrada de Lennie obedeció lentamente. George cogió el ratón y lo arrojó, por encima de la laguna, a la otra orilla,entre los matorrales.

–¿Para qué quieres un ratón muerto, eh?

–Podría acariciarlo con el pulgar mientras caminamos –explicó Lennie.

–Bueno, pues no vas a acariciar ratones mientras caminas conmigo. ¿Recuerdas adónde vamos, ahora?

Lennie lo miró con asombro y luego, avergonzado, ocultó la cara contra las rodillas.

–Lo olvidé otra vez.

–Dios mío –dijo George resignadamente–. Bueno... mira: vamos a trabajar en un rancho como aquel donde estuvimos en el norte.

–¿El norte?

–En Weed.

–Ah,claro. Ya recuerdo. En Weed.

–El rancho adonde vamos está muy cerca. Iremos a ver al patrón. Ahora, fijate. Yo le daré las tarjetas de empleo, pero tú no dirás ni una palabra. Te quedas quieto y no dices nada. Si descubre lo imbécil que eres, no nos va a dar trabajo, pero si te ve trabajar antes de oírte hablar, estamos contratados. ¿Lo has entendido?

–Claro, George. Claro que lo he entendido.

–Bien. Ahora, cuando vayamos a ver al patrón, ¿qué vas a hacer?

–Yo... yo –empezó Lennie pensativo. Su rostro quedó tenso de tanto pensar–. Yo... no voy a decir nada. Me quedo allí quieto, sin decir nada.

–¡Eso es! Ahora, repítelo dos, tres veces para estar seguro de no olvidarlo.

Lennie canturreó suavemente:

–No voy a decir nada...No voy a decir nada... No voy a decir nada.

–Bueno –interrumpió George–.Y tampoco vas a hacer disparates como en Weed.

–¿Como en Weed? –preguntó Lennie con expresión de perplejidad.

–Ah, de modo que también has olvidado eso, ¿verdad? Bueno. No voy a hacértelo recordar, para que no lo hagas de nuevo.

Una luz de comprensión apareció en el rostro de Lennie.

–Nos echaron fuera de Weed –estalló triunfalmente.

–No nos echaron, qué diablos –dijo George con rabia–. Nosotros fuimos los que corrimos. Nos buscaban, pero no nos encontraron. Lennie soltó una risita feliz.

–De eso no me he olvidado.

George se tendió de espaldas en la arena y cruzó las manos bajo la nuca, y Lennie lo imitó, pero levantando la cabeza para comprobar si estaba haciéndolo bien.

–Dios, mira que causas complicaciones –se quejó George–.¡Lo pasaría tan bien, tan tranquilamente, si no te tuviera pegado a mis talones! Podría vivir tan bien... hasta tener una mujer, quizás.

Por un momento Lennie yació quieto, y de pronto dijo lleno de esperanza:

–Vamos a trabajar...



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