Stevenson | La isla del tesoro | E-Book | www.sack.de
E-Book

E-Book, Spanisch, 252 Seiten

Reihe: Biblioteca Básica

Stevenson La isla del tesoro


1. Auflage 2015
ISBN: 978-84-9921-651-5
Verlag: Ediciones Octaedro
Format: EPUB
Kopierschutz: Adobe DRM (»Systemvoraussetzungen)

E-Book, Spanisch, 252 Seiten

Reihe: Biblioteca Básica

ISBN: 978-84-9921-651-5
Verlag: Ediciones Octaedro
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Con esta novela, Stevenson llegó a la imaginación de todos los lectores, no solo a la de los más jóvenes. El abanico de personajes que desfilan por esas páginas y poseen al tiempo cualidades loables y deleznables, son (al contrario que los salidos de la pluma de muchos coetáneos suyos más proclives a la lección moralizante) figuras humanas de ricas aristas morales que van más allá de una concepción demasiado simplista de la psicología humana.

Robert Louis Balfour Stevenson (Escocia, 1850-Samoa,1894) fue novelista, poeta y ensayista. Durante su estancia en Escocia en 1881, concretamente en una casa alquilada en las Tierras Altas, en el pintoresco pueblo de Braemar, escribió los primeros siete capítulos, en la revista Young Folks, de la obra que le sacaría de apuros económicos, La isla del tesoro. R. L. Stevenson redactaba un capítulo al día de esta fascinante obra y se lo leía a Lloyd Osbourne, el hijo de su esposa, que tenía doce años. Debido al entusiasmo inicial del niño, Stevenson se sintió animado a continuar hasta llegar a la mitad de la novela, cuando se quedó sin mucha inspiración para continuar. Estimulado por el éxito de lectura entre los jóvenes suscritos a esa popular revista, Stevenson prosiguió con la novela hasta su final. En la publicación de la obra, el autor incluía un mapa dibujado por él mismo, el de la isla, que siempre acompaña a todas las ediciones.
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Robert Louis Stevenson. Vida y obra

El joven estudiante

Nació el 13 de noviembre de 1850 en Edimburgo, capital de Escocia, Gran Bretaña. Sus primeros años los pasó en esta histórica ciudad, en la céntrica calle de Heriot Row.

Su educación estuvo muy acorde con los principios morales de una familia tradicional y de clase media, en la que la disciplina estricta calvinista era la guía predominante. Era hijo único de Thomas Stevenson, ingeniero industrial dedicado a la construcción de faros, con profundos conocimientos del mar. Su madre, Margaret Isabella, era hija de un ministro de la Iglesia Nacional de Escocia, variante del protestantismo calvinista, caracterizado por el rigor de sus costumbres religiosas.

Desde su infancia, Louis tenía una salud muy delicada, lo que le causó no pocas crisis a lo largo de su vida y fue motivo de la búsqueda de climas más sureños y beneficiosos para su estado físico, propenso a contraer enfermedades entonces endémicas, como la tuberculosis. Ello le forzó a tener durante su juventud una dependencia económica de sus padres, así como a buscar, durante los meses de reposo en cama, el solaz de la lectura y la literatura. De esa dependencia paterna solo pudo emanciparse con la publicación de La isla del tesoro cuando tenía treinta años y ya se había casado.

Su madre, también de salud frágil, confió el cuidado del niño Robert Louis a una niñera de convicciones también calvinistas, siempre tendentes a la intransigencia moral. Restos de esa educación afloran en los escritos de Stevenson, en los que la estricta conducta moral y el complejo de culpabilidad atenazan a sus personajes. En los meses que no salía de casa por sus frecuentes estados febriles, su niñera le contaba cuentos populares, historias bíblicas, aterradores relatos de fantasmas y misterios propios de los folletines entonces populares en la prensa local de la ciudad escocesa.

En su niñez pasó días felices de verano en casa de su abuelo, en el propio distrito de Edimburgo, cerca de la ancha ría-fiordo de Forth, que estaba poblada de barcos que le hacían soñar con aventuras de corsarios.

Persuadido por su padre, quiso seguir su misma carrera de Ingeniería, y en ella se matriculó a los diecisiete años en la Universidad de Edimburgo. Pero no sentía inclinación por estudios tan técnicos; en cambio, le atraía, por su vida bohemia, el oficio de su primo, el pintor Robert A. M. Stevenson. En Notas pintorescas sobre Edimburgo, Robert Louis habla de esa otra ciudad tan distinta a la de la sociedad puritana respetable, la de la vida nocturna, llena de delincuencia y vicio; la de los bajos fondos, donde la miseria moral predomina en burdeles y tabernas poco recomendables.

Tres años después de iniciar unos estudios que no le convencían, le confesó a su padre que lo que deseaba era ser escritor, a pesar de que no era este un oficio del que casi nadie pudiera vivir. Preocupado por su futuro, su padre le recomendó que estudiara Derecho para poder, al menos, vivir de una profesión digna. Y en ese menester pasó sus cinco años siguientes. Sin embargo, en su interior no desistió nunca de su fuerte inclinación por escribir. Al mismo tiempo, su talante liberal y su propensión a la vida bohemia en esos años de estudiante le condujeron más de una vez a enfrentarse al arraigado calvinismo de sus padres, de moral más tradicional y estricta.

El viajero

Debido a su frágil salud, Stevenson viajó (evitando los largos, fríos y húmedos inviernos, como muchos otros de su tiempo) al sur de Francia. Allí conoció a su futura mujer, Fanny V. Osbourne, una americana separada, diez años mayor que él, que se dedicaba a la pintura. En esta época escribió un libro sobre sus experiencias viajeras en Francia, Viaje al Continente y Viaje en burro por las Cévennes. El primero narra sus peripecias a remo por los ríos de Francia y Bélgica con un amigo suyo; y el segundo, sus andanzas en burro por la citada región francesa.

Enamorado de Fanny, zarpó hacia América en su búsqueda, por lo que decepcionó así a sus padres, que no comprendieron el motivo de tan alocada aventura. La difícil travesía le minará su ya precaria salud, tal como cuenta en La historia de una mentira. Se casó con Fanny una vez esta obtuvo el divorcio, pero, muy a su pesar, tuvo que seguir dependiendo del dinero de su abnegado padre, que siempre perdonaba sus incomprensibles actos, contrarios a todo principio moral religioso. De este modo, se costeó un viaje por todo el continente americano, lleno de experiencias y vivencias muy enriquecedoras para su vida. De esta época son las obras Los colonos de Silverado y El emigrante aficionado, que le curtieron en su estilo literario, cada vez más lleno de vigor descriptivo y de concisión narrativa.

El novelista

Stevenson, como hemos dicho, escribía mucho en sus continuos períodos de reposo en cama e imponiéndose una férrea disciplina en este ejercicio, que ya normalmente exige como requisito esencial tener una salud robusta. Es justo decir que, sin la ayuda económica e incondicional de sus padres y muy a su pesar (pues soñaban otro destino para su hijo), nunca hubiera sido el escritor que es.

Fue durante su estancia en Escocia en 1881, concretamente en una casa alquilada en las Tierras Altas, en el pintoresco pueblo de Braemar, cuando escribió los primeros siete capítulos, en la revista Young Folks, de la obra que le sacaría de apuros económicos, La isla del tesoro. Durante todo ese siglo decimonónico eran frecuentes las novelas y relatos por entregas —recordemos los casos de novelistas célebres como Edgar A. Poe o Chales Dickens— que más tarde se publicaban en forma de novela de un solo volumen. Cinco años más tarde, estando disfrutando del cálido clima del sur de Inglaterra, en Bournemouth, publicó un relato de terror que le proporcionará suculentos ingresos debido a su éxito de ventas, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. En el fondo de esta obra están latentes los problemas morales de la sociedad victoriana, en la que la conducta pública y la privada pueden estar a enormes distancias entre sí.

En esa misma década, la más productiva suya, sacó a la luz sus novelas de aventuras más conocidas, basadas en la historia escocesa del siglo anterior: La flecha negra, Secuestrado y Catriona, que nos recuerdan mucho a su admirado maestro y compatriota, Walter Scott.

Final de su vida

La herencia de su padre en 1887 le permitió dedicarse a viajar por América y, junto a su esposa Fanny, lanzarse a la aventura de navegar en una goleta alquilada por los mares de Oceanía. Refleja este singular viaje en Por los mares del Sur. En Hawai terminó la excelente novela El señor de Ballantrae, enmarcada, como otras antes citadas, en las vicisitudes políticas e históricas recientes de Escocia.

Stevenson fijó residencia en las islas polinesias, en concreto, en Apia, isla de Samoa, donde vivió hasta el fin de sus días. Aquí era llamado tusitala (narrador de cuentos) por los nativos, que le tenían gran aprecio. En el cuento El diablo de la botella recoge cuentos de supersticiones de aquellas islas. Identificado con los nativos, Stevenson se preocupó por su situación política y denunció la explotación colonial por parte de potencias europeas y de América. En algunos libros de ensayo recoge esta situación, sobre todo en las novelas La playa de Falesá y Bajamar.

En diciembre de 1894 murió de una hemorragia cerebral a los cuarenta y cuatro años. Dejaba inacabada la que, al parecer de algunos críticos, iba a ser su mejor novela, La presa de Hermiston.

La isla del tesoro

R. L. Stevenson redactaba un capítulo al día de esta fascinante obra y se lo leía a Lloyd Osbourne, el hijo de su esposa, que tenía doce años. Debido al entusiasmo inicial del niño, Stevenson se sintió animado a continuar hasta llegar a la mitad de la novela, cuando se quedó sin mucha inspiración para continuar.

La revista Young Folks publicó los primeros capítulos por entregas y bajo pseudónimo. Estimulado por el éxito de lectura entre los jóvenes suscritos a esa popular revista, Stevenson prosiguió con la novela hasta su final. En la publicación de la obra, el autor incluía un mapa dibujado por él mismo, el de la isla, que siempre acompaña a todas las ediciones. Por lo que cuenta posteriormente, el dibujo de la isla imaginaria junto a Lloyd en las largas horas de luz de las tardes de verano al norte de Escocia fue el detonante que propició el nacimiento en su imaginación de este extraordinario relato.

Stevenson contó con toda la información que sobre el mar tenían todos sus familiares, desde su padre, como entendido en cuestiones marítimas, hasta la más fresca e imaginativa aportación de los más pequeños. Parece que la mayor dificultad fue la de reprimir el lenguaje soez y blasfemo de los piratas y bucaneros, pues sonaba al mismo tiempo creíble y realista. No pocos eufemismos nacen de ese cuidado en no escandalizar a los jóvenes lectores. El hecho de que no aparezcan mujeres en la novela —salvo la madre del protagonista, de carácter muy borroso— responde a ese ambiente de restricción moral en que la novela debe desarrollarse en función de su público lector, sobre todo el familiar.

Sin duda alguna, la huella más visible en la obra es la del poeta y...



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